viernes, 14 de agosto de 2015

la revolución cubana

La revolución que nunca pudo ni debió pensarse 

Por encima de sus muchos logros -y errores- el valor principal de la revolución cubana sigue siendo la implacable voluntad de un pequeño pueblo por transgredir las normas del orden mundial dominante 



Pese a que, a diferencia de Puerto Rico, Filipinas o la isla de Guam, EEUU no consigue tras la guerra hispano-norteamericana de 1898 anexionarse directamente a Cuba como una colonia más, el estatus de la isla va a derivar inmediatamente en una situación de semicolonia yanqui. 

A los Tratados de París que siguen a la guerra y en los que España renuncia a su soberanía sobre la isla, le sucede la famosa enmienda Platt, que obliga a introducir en la nueva constitución cubana tres puntos que dejan la independencia y la soberanía del país en manos de Washington. 
Por el primero de ellos Cuba se obliga a permitir la instalación de bases militares yanquis en su territorio sin más límites que los intereses del ejército norteamericano. 
El segundo prohíbe a Cuba firmar tratados internacionales o endeudarse con cualquier país del mundo sin la aprobación de EEUU. 
El tercero, finalmente, autoriza a las fuerzas armadas norteamericanas a intervenir en el país para “el mantenimiento de un gobierno adecuado”. 
A lo largo de más de 30 años, la enmienda Platt va a asegurar el dominio militar, político y económico norteamericano sobre Cuba. 
No será hasta 1934, cuando EEUU considera que dispone ya de los suficientes recursos internos en la isla y una casta burocrática político-militar vinculada y orgánicamente dependiente de Washington cuando la enmienda será derogada. Ya entonces, Fulgencio Batista forma parte destacada de esta casta político-militar, siendo Coronel Jefe del ejército cubano, miembro de la ‘Pentarquía’ que dirigirá el país entre 1934 y 1940 y presidente en solitario hasta 1944. Desde su cargo de jefe del ejército, Batista se convierte desde entonces en un hombre clave de EEUU para los asuntos de la isla. Y a él va a recurrir –a través de la CIA y el Pentágono– el grupo Rockefeller cuando el presidente Carlos Prío Socarrás, en los inicios de la década de los 50, comienza a poner reparos y pequeños obstáculos a los negocios previstos por el grupo en la industria del níquel en Cuba. El 7 de marzo de 1952, los gobiernos de Cuba y EEUU firman un Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa. 72 horas después, Fulgencio Batista da el golpe de Estado. No sin antes entrevistarse, en la madrugada del mismo 10 de marzo, con el coronel Fred G. Hook, Jr., jefe de la Misión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en Cuba, quien no tendrá empacho en afirmar horas después que “si esto tenía que suceder, Batista era el mejor hombre para el puesto”.

Las visitas de altos mandos de la CIA, representantes del grupo Rockefeller, del trust del acero (la United States Steel Co., propiedad del grupo Carnegie) o de las grandes compañías multinacionales de la alimentación norteamericana se suceden en las semanas siguientes. Al apoyo público y expreso al dictador, se añaden las nuevas y suculentas concesiones económicas, políticas, militares y de inteligencia que Batista concede a EEUU.

Pero la casta burocrática que sustenta a Batista no se conforma con esto. Y descubre una nueva fuente de lucrativos negocios en el trato con los jefes de la mafia norteamericana de Florida. En una serie de artículos titulados “Dinero mafioso, bonanza cubana”, el New York Daily News saca a la luz en enero de 1958 el proyecto conjunto entre la mafia de los Estados Unidos y una serie de corruptos personajes cercanos a Batista, cuyo objetivo es transformar el malecón de La Habana en la mayor y más lujosa cadena de casinos de juego del mundo, desplazando incluso a Las Vegas.

Al grado de intervención de EEUU en la isla se le suma una represión y una corrupción jamás vistas en la isla. Los viejos partidos políticos, presos de sus propias redes de vinculación a EEUU son incapaces, pese a sus protestas, de representar ninguna alternativa para el pueblo cubano. Bajo la falsa apariencia de una próspera estabilidad, se está en realidad gestando, en torno al núcleo opositor articulado alrededor de Fidel Castro, el estallido revolucionario que a través de distintas etapas (asalto al cuartel de Moncada en julio de 1953, desembarco del Granma en diciembre de 1956) va a terminar definitivamente con este estado de cosas.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Felicidades comandante

La revolución que nunca pudo ni debió pensarse 

Por encima de sus muchos logros -y errores- el valor principal de la revolución cubana sigue siendo la implacable voluntad de un pequeño pueblo por transgredir las normas del orden mundial dominante 




El 1 de enero de 1959, el dictador Fulgencio Batista -aupado al poder 7 años antes por Washington- huye precipitadamente de La Habana hacia Santo Domingo ante el avance de las tropas revolucionarias que desde la Sierra Maestra se despliegan ya sin oposición por toda la isla.

Siete días después, el 8 de enero, el Estado Mayor de la revolución cubana, comandado por Fidel Castro, Ernesto Ché Guevara y Camilo Cienfuegos, hace su apoteósica entrada en la capital, donde decenas de miles de habaneros los reciben entusiasmados con gritos de apoyo a los revolucionaros y vivas a la patria libre.
En ese mismo instante concluyen 70 años de ominosa opresión semicolonial por parte de EEUU. Una pequeña isla caribeña situada a poco más de cien kilómetros de las costas de Florida se ha atrevido a pensar lo impensable, a imaginar y a realizar lo que hasta entonces parecía inimaginable. En la misma puerta del patio trasero de la primera superpotencia hegemonista de la historia, en el corazón del mar Caribe, que desde el siglo XIX los yanquis habían considerado su “mare nostrum”, un grupo de revolucionarios –los ‘barbudos’, nombre con el que el pueblo denominaba cariñosamente a los revolucionarios del Movimiento 26 de Julio– no sólo se atreven a desafiar al omnímodo poder del Imperio, sino que lo derrotan, alcanzan la independencia nacional de su país y van a ser capaces de mantenerla a lo largo de 50 años hasta nuestros días. El triunfo de la revolución cubana, y su pervivencia a lo largo de medio siglo, es sin lugar a dudas uno de los acontecimientos de mayor trascendencia histórica de la segunda mitad del siglo XX, en particular para los pueblos del mundo hispano.

Por encima de sus muchos logros sociales, y también de sus innegables deficiencias y errores, el valor principal de la revolución cubana sigue siendo la implacable voluntad de un pequeño pueblo por transgredir las normas del orden mundial dominante.
Un orden mundial en el que no es tan siquiera imaginable que una pequeña nación, con apenas 11 millones de habitantes, sea capaz de conquistar y mantener su independencia, su capacidad de decidir por él mismo su destino.
Y hacerlo en las mismísimas barbas del imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad. De acuerdo con la lógica del orden mundial hegemonista, la revolución cubana es un hecho que jamás debió ocurrir, que nunca pudo ni debió pensarse siquiera.
Y que, en todo caso, debía haber sido eliminada de raíz nada más producirse. Eso es lo que está en la lógica del imperialismo. Y sin embargo, la tenacidad, la dignidad, el orgullo, el patriotismo del pueblo cubano ha hecho que lo que era inimaginable ocurriera. Que David derrotara a Goliat. Y no una sola vez, sino múltiples veces a lo largo de medio siglo. Resistiendo a invasiones, sabotajes de todo tipo, infinitos intentos de asesinato de sus líderes, actos de terrorismo de la peor especie, un despiadado embargo económico y comercial,...
Muy por encima de cualquier otra consideración, este fermento antiimperialista, esta voluntad de conquistar y mantener a toda costa la independencia política de Cuba es, de lejos, el mayor logro y la más valiosa enseñanza que la revolución cubana ofrece a todos los pueblos del mundo, pero de forma especial, hay que insistir en ello, al mundo hispano.
Incluso en los momentos en que mayores han sido las desviaciones de la revolución –y que como veremos a lo largo del serial tienen su mayor exponente en los años 70, con el alineamiento incondicional del régimen cubano con el imperialismo agresivo y expansionista de la URSS– la preservación de la independencia política ha sido el norte estratégico que ha guiado a Cuba durante estos 50 años.
Lo que explica, a su vez, porque la isla fue uno de los pocos regímenes socialistas capaces de seguir en pie tras la caída de la URSS. Pero todo esto lo veremos con más detalle a través de las sucesivas entregas del serial que ahora comenzamos, y en los que abordaremos las distintas etapas que ha recorrido la revolución.

Desde la toma del poder hasta la invasión de Bahía de Cochinos, desde la crisis de los misiles hasta la salida del Ché.
Desde la actuación del ejército cubano en África hasta la crisis de los balseros en los 90 o el papel y el ejemplo de Cuba en la formación del frente antihegemonista en Iberoamérica coincidiendo con el cambio de siglo.