martes, 7 de junio de 2016

Para desarrollar la economía nacional y salir de la crisis



Acabar con las cuatro dependencias



No es posible salir de la crisis sin transformar el modelo productivo español, liberándolo de las cadenas que lo atan al capital financiero exterior



En 2008, cuando todavía los recortes y el paro no habían golpeado salvajemente al país y el presidente Zapatero negaba la crisis, ya en estas mismas páginas avisamos de que no era razonable esperar salir de la misma de manera favorable a los intereses de la población sin combatir y acabar primero con las cuatro grandes dependencias del modelo económico español. Denunciamos como el crecimiento económico del que hacía gala la oligarquía durante las últimas décadas previas a la crisis (el llamado “milagro económico español”), con expansiones de bancos y monopolios a Hispanoamérica y posteriormente a Europa había ido acompañado de una cada vez mayor dependencia al capital extranjero. Dependencia que ya señalamos que no sólo nos conduciría a sufrir de manera más severa los efectos de la crisis económica, sino que daba instrumentos a las potencias exteriores para poder imponer sus intereses por encima de los intereses de las masas populares de nuestro país. Han pasado ya 8 años desde entonces, y efectivamente todos hemos sufrido el resultado de estas cuatro dependencias a las que seguimos anclados. Sin acabar con ellas, España no puede aspirar a otra cosa que no sea mayor empobrecimiento y saqueo por parte de las potencias dominantes ¿Pero cuáles son esas dependencias? ¿Cómo han evolucionado en estos años? ¿Y es posible combatirlas?

La primera dependencia: 
La dependencia de la financiación exterior

Cualquiera que no viva ajeno a lo que pasa en España sabe que nuestro país tiene un grave problema con la deuda soberana. Pero de lo que no se hace tanta publicidad es de la magnitud de la misma, y mucho menos se habla de cómo se ha formado. Puesto que frente a la opinión generalizada de que el Estado ha gastado más de lo que tiene durante la crisis, la realidad es que han sido otros los que han vivido por “encima de sus posibilidades”.

España ya era antes de la crisis el país proporcionalmente más endeudado del mundo, con la mayor deuda per cápita y sólo superado por EEUU en términos absolutos. Hablamos no de la deuda pública (la del Estado español), sino de la deuda privada, que han contraído los principales bancos y monopolios españoles para poder financiar su crecimiento durante las últimas tres décadas previas a la crisis. En concreto, ese dinero prestado ha sido utilizado por la oligarquía española en dos frentes: la construcción, un negocio de escasa productividad que aporta poco valor añadido y que fue la primera en sumirse en la crisis; y la financiación exterior, comprando bancos y monopolios extranjeros para poder presentarse ante el mundo como gigantes de alcance global.

"Nuestra economía tiene rasgos semi-coloniales: producimos no aquello que necesitamos, sino lo que exigen las distintas potencias"


Pero esta fortaleza mostrada ante el mundo se apoya en los pies de barro de una deuda hipertrofiada. Sólo en el periodo entre 2001 y 2008, la deuda externa española pasó de 619.608 euros a 1,62 billones ¡Un billón de euros en siete años! Y que se corresponde con el periodo en que un reducido número de bancos y monopolios españoles dio un salto en la exportación de capital, endeudándose principalmente con bancos alemanes y secundariamente franceses. Un salto sobre la base de un endeudamiento atroz.

Endeudamiento producido por unos pocos pero cuya factura tenemos que pagar todos. Tanto los gobiernos de Zapatero como Rajoy han trabajado para transformar en deuda pública gran parte de la deuda privada que estos monopolios han contraído. Rescates bancarios, titularización como deuda pública del susodicho déficit de las eléctricas, rescate a las autopistas de peaje… Gracias en gran parte a esto, la deuda pública pasó a representar el 36’3% en 2007 a llegar al 101’31% en marzo de este año. Una deuda que, a pesar de todos los recortes, no para de aumentar. Desde el 2007 hasta el final de 2015, la deuda externa (suma de la deuda privada y la pública) ha aumentado en 278.000 millones de euros, hasta llegar a los 978.000 millones.

Para que nos hagamos una idea, esto hace que cada ciudadano español, aparte de sus deudas particulares, le deba 19.285 euros al capital extranjero. También hace que la oligarquía se vea obligada a vender, o incluso malvender en ocasiones, parte de sus activos financieros para poder hacer frente a los pagos a los vencimientos de su deuda. En estos últimos años, las acciones del Ibex-35 en manos foráneas han subido del 41% al 43´5%. Telefónica se ha visto obligada a vender O2 al Reino Unido, FCC ha caído en manos extranjeras y Abengoa está en proceso de liquidación.

Este modelo de financiación mediante el endeudamiento que ha llevado, y sigue llevando, la oligarquía es precisamente la mayor herramienta de intervención, saqueo y control de la economía española, y el principal lastre para su desarrollo. No es sólo lo que llevan cobrando en intereses de la deuda (62.532 millones sólo en intereses de la deuda pública entre 2010 y 2014) sino que gracias a la deuda son capaces de adquirir crecientes volúmenes de fuentes de riqueza nacional a precio de saldo. Por no mencionar los múltiples mecanismo de extorsión y chantaje mediante las agencias de calificación con los que presionar al gobierno e imponer sus intereses.

Sin acabar con el dogal de la deuda externa con la que nos saquean y dominan, es imposible llevar a cabo una política verdadera a favor de los intereses nacionales. Sin embargo, ésta no es la única dependencia…

La segunda dependencia: 
La dependencia de unos pocos mercados

España es actualmente la catorceava economía del planeta, según su PIB. Sin embargo, el 65% de sus exportaciones se dirigen a la Unión Europea y el 50% va dirigida a sólo cinco países: Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y Portugal. Algo completamente paradójico, puesto que por un lado somos una de las principales economías de la zona euro pero por otro lado nuestras relaciones comerciales son propias de economías semicoloniales. Economías en donde lo que se produce no conoce más destino que la metrópoli de turno, en este caso, una multi-metrópoli. Y que conduce a una relación de dependencia en donde producimos aquello que la metrópoli quiere, limitando y condicionando por completo nuestra producción.

El caso más ejemplarizante de esta dependencia se encuentra en el caso del automóvil, cuya producción en España representa el 10% del PIB, siendo el segundo productor en Europa y el octavo en todo el mundo. Sin embargo, tras la venta de SEAT, Pegaso y Ebro actualmente todo el capital está en manos de monopolios extranjeros, que producen según sus intereses exclusivos y se quedan con todos los beneficios. Por ello mismo, el 82% de los coches que producimos, se venden a sólo cuatro países: Francia, Italia, Reino Unido y Alemania. Exportamos el 80% de los coches que producimos, pero los coches que exportamos son de gama baja, mientras que los que importamos son de gama alta o media-alta, generando otra gran paradoja y es que a pesar de nuestro volumen de exportaciones, la balanza comercial sale negativa de 70.000 millones de las antiguas pesetas. Si a eso se le suma que los elementos más valiosos de la producción (investigación e innovación, desarrollo tecnológico, diseño, etc) se lo quedan los países de origen dueños del capital automovilístico en España, se puede comprender el alcance del mercado cautivo en el que el país está encerrado.

Sólo desde este punto puede comprenderse realmente el valor de las distintas reformas laborales impuestas por el FMI y la UE, y llevadas a cabo por Zapatero y Rajoy. A los monopolios extranjeros no les causa problemas el que los trabajadores se arruinen, ya que sus mercancías que producen aquí se venden fuera, y con salarios más bajos obtienen mayores plusvalías. En cambio, para la economía española esto es fatal, pues sumado al empobrecimiento de los trabajadores se da el hundimiento de todo el mercado interno.

No es cierto que le debamos nada a Europa por su adhesión a la Comunidad Económica Europea. Un vistazo a datos oficiales revelan que por cada euro que la UE ha invertido en España en Fondos Estructurales y de Cohesión y otras ayudas “solidarias” para su “modernización”, las empresas franco-alemanas han ganado 4’5 euros. Puesto que esa ayuda ha ido acompañada de un desmantelamiento impuesto de la industria española (cierre de astilleros, minería, siderurgia,…) y una mayor penetración del capital extranjero que controlan ellos. Poseen más del 50% de cuota de mercado en fabricación de coches, distribución comercial en grandes superficies, material ferroviario e industria químico-farmacéutica. Posen también el 30% de la cuota de mercado de material eléctrico y electrónico, cosmética y fabricación de equipos mecánicos. Y un 20% de cuota de mercado en siderurgia y otros. Sólo Alemania ha ganado en su relación comercial con España 21.000 millones de euros más que los 90.000 millones que se han recibido en Fondos de Estabilidad y Cohesión.

Si no diversificamos nuestros mercados, aprovechando nuestros múltiples lazos históricos, políticos y culturales, especialmente con Hispanoamérica, pero también con otras áreas como China o los países árabes para abrir nuevos mercados, estaremos condenados a seguir cautivos en este pequeño cerco donde sólo producimos aquello que les interesa a Alemania y el mercado europeo, una relación desigual donde ellos siempre ganan y nosotros siempre salimos perdiendo.

La tercera dependencia: 
La dependencia energética

El tercer gran lastre de la economía española es su dependencia de la energía. El 72’9% de la energía que se consume en España proviene del exterior, principalmente petróleo y gas, aunque también le compramos energía nuclear a los monopolios franceses. Energía que nos resulta además tremendamente cara. El balance comercial de productos energéticos en España tuvo un saldo negativo de 38.071 millones de euros en 2015. Pero no es sólo lo mucho que nos cuesta. Es de sentido común que la energía no sólo es vital en nuestro día a día sino que es la sangre por la cual funciona cualquier industria y que sea independiente y propia es fundamental para el desarrollo de una industria propia, fuerte y competitiva en el mundo. Por eso mismo, cuando CAMPSA fue creada en 1927 tras expropiarse la Standard Oil y la Shell, se dijo de ella que era “más importante para España que el Peñón de Gibraltar”.

Sin embargo, actualmente no sólo dependemos nuestro suministro energético de lo que producen otros, sino que en vez de aprovechar las múltiples potencialidades para generar nuestra propia energía, se trabaja continuamente para boicotear cualquier posibilidad de ello. Al entregarse Endesa al capital extranjero, permitir que más del 50% del capital de Repsol sea foráneo o sacrificar el monopolio de Abengoa lo único que se logra es entregar algo tan necesario para un país como es la energía a quienes sólo les interesa hacer negocio y someternos a sus intereses.

España tiene grandes potencialidades para poder desarrollar la industria de energías renovables (que ya producen el 15% de la energía que consumimos) y poder volverse más autosuficiente. Pero en vez de aprovechar esta oportunidad, el gobierno de Rajoy ha trabajado con leyes tan estrambóticas como el “impuesto al Sol” para frenar toda posibilidad de avance. Se puede lograr la independencia energética, sólo es necesario voluntad política y un proyecto propio de desarrollo para llevarlo adelante.


"Nuestra economía tiene capacidad de generar riqueza más que de sobra, pero sólo si se libera de estas cuatro dependencias que la castran"

La cuarta dependencia: 
La dependencia de cuotas y límite de producción

Como se ha mencionado antes, la entrada al Mercado Común europeo supuso a su vez la reconversión y desindustrialización del tejido industrial español, donde sectores enteros como la minería o la siderurgia se han quedado prácticamente en los huesos. De tal forma que si en 1975 la industria formaba parte del 36% del PIB, ahora es sólo el 15’4%. Pero al mismo tiempo, supuso una serie de límites e imposiciones en la producción en sectores como la ganadería, pesca y agricultura, además de la destrucción de explotaciones y la planificación para que la producción foránea ocupe una mayor cuota del mercado interno alimenticio español. Una serie delimitaciones que hacen que produzcamos por debajo de nuestras necesidades de consumo y que nos obliga a importar de los monopolios extranjeros el resto que necesitamos para nuestra subsistencia.

Nuevamente, no producimos según el interés de la población, sino de los intereses de los monopolios extranjeros, muy por debajo de nuestras potencialidades, debido aquí también a nuestro escaso peso en la UE y a la falta de consenso nacional en un asunto de tan vital importancia para todos nosotros.

Lo que está realmente en juego
Nuestros enemigos tienen un proyecto de saqueo de las ingentes riquezas de nuestro país. Para ello, no sólo necesitan intervenir políticamente y degradarnos como país, sino también imponernos un modelo económico muy por debajo de lo que realmente podemos producir. Un modelo económico asentado primariamente en el sector servicios, con el turismo como pilar fundamental pero que no tenga una industria puntera ni pueda competir a su altura, condenando a España a ser la “Florida de Europa”.

Frente a ello, España concentra toda una gran fuente de riquezas con las que poder crear una industria competitiva que cree riqueza y empleo y que salga de la crisis en beneficio de la inmensa mayoría de la población. Pero es ya evidente que no sólo hace falta un proyecto político y económico de calado que lleve a cabo las transformaciones necesarias que la industria y el mercado español necesitan para ello, sino también la voluntad política para romper con las cuatro dependencias que lastran nuestro desarrollo y nos convierten en el furgón de cola de las potencias europeas y americana, obligándonos a tragar con su arbitrio y sus proyectos por encima de lo que necesita nuestra sociedad.

Estas cuatro dependencias son el instrumento económico mediante el cual el hegemonismo y las potencias europeas han logrado imponer nuestros intereses y gracias a las cuales esta crisis se está saldando en su beneficio y nuestro empobrecimiento colectivo. Por ello mismo, no es posible acabar con la crisis si no se toma conciencia y se trabaja activamente para lograr liberarnos de estas cuatro cadenas con las que tienen a nuestra economía maniatada e inmovilizada por completo con un proyecto propio de economía nacional al servicio de la población.