miércoles, 30 de marzo de 2016

3ª Escuela de Marxismo: La filosofía del marxismo



 ¡Es la economía, estúpido!

Marx rompe con todas las filosofías idealistas anteriores, que bien bajo formas religiosas, bien entronizando la Razón como nuevo Dios, habían ocultado los intereses materiales que defendían y su papel al servicio de justificar la explotación económica. 


En las presidenciales norteamericanas de 1.992 George Bush parecía imbatible gracias a sus éxitos en política exterior, con el aval de la victoria en la Guerra Fría ante la URSS. Pero Bill Clinton dio un vuelco a la situación, colocando en primer plano los problemas “domésticos” y repitiendo machaconamente un lema: “es la economía, estúpido”. ¿Por qué empezamos una escuela de marxismo sobre filosofía hablando de unas elecciones presidenciales norteamericanas? Porque, salvando todas las enormes distancias, el lema de la campaña de Clinton (“es la economía, estúpido”) podría habérsela dirigido Marx a los ideólogos y filósofos de su época. Y nos permite comprender la concepción materialista y revolucionaria que el marxismo nos proporciona, frente a los idealismos de ayer... y de hoy.

La concepción materialista de la historia La principal conquista del marxismo es haber extendido el materialismo al estudio de las sociedades humanas.

Así nace el marxismo. En “La ideología alemana”, Marx y Engels exponen por primera vez la concepción materialista de la historia, afirmando tajantemente que “la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para «hacer historia», en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir la producción de la vida material misma.”

"Para la filosofía materialista del marxismo, el “primer hecho histórico” es la producción de los bienes materiales, y las relaciones que los hombres contraen entre si en ella. Sobre esta base se levanta todo el edificio social" 

Para la filosofía materialista del marxismo, el “primer hecho histórico” es la producción de los bienes materiales, y las relaciones que los hombres contraen entre si en ella. Sobre esta base se levanta todo el edificio social. Es pues la economía, la infraestructura económica, previa a cualquier formulación religiosa, política o ideológica, la que ocupa un papel determinante en la formación social. 

El marxismo exige que la filosofía “ascienda de la tierra al cielo”, frente a “lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra”.

Marx rompe con todas las filosofías idealistas anteriores, que bien bajo formas religiosas, bien entronizando la Razón como nuevo Dios, habían ocultado los intereses materiales que defendían y su papel al servicio de justificar la explotación económica.

Demasiado actual Desde que estallara la crisis hemos comprobado como la única fuente de las fabulosas ganancias de una ínfima minoría es la explotación de la fuerza de trabajo, las horas de vida arrancadas a millones y millones de obreros. Por eso desde Washington exigieron que “los españoles se rebajen sus salarios al menos en un 25%”, impusieron una reforma laboral tras otra, una draconiana ley hipotecaria, el “tanto tienes, tanto vives” acelerado por los recortes en sanidad, la “jibarización” de nuestras pensiones... Hasta hoy, donde la UE pretende imponernos nuevos recortes por valor de 10.000 millones de euros para “cuadrar el exceso de déficit”.

¿Acaso no es suficientemente evidente que es la economía lo que determina nuestras vidas? 

Pero esto, que es observable a simple vista, se nos oculta sistemáticamente. No ya solo por los ideólogos neoliberales, que defienden abiertamente el capitalismo e intentan convencernos de sus bondades. Sino también por parte de los filósofos “post marxistas” que son fuente de inspiración y sustento teórico de buena parte de las ideas dominantes en la izquierda, especialmente entre la mayoría de dirigentes de Podemos.

Estos filósofos “post marxistas” afirman que las ideas políticas no están determinadas por la base económica, sino que poseen “autonomía”. Que es “determinista” y “dogmático” afirmar, como hace el marxismo”, que la infraestructura determina la superestructura, afirmando por el contrario que “es la conciencia la que construye lo que es”. 

Mientras que el marxismo, partiendo de un materialismo revolucionario, llama a acabar “con la nueva esclavitud que supone el trabajo asalariado”, los “post marxistas”, partiendo de un idealismo exacerbado, nos dicen que “ya no es posible plantearse objetivos como el de acabar con la explotación del hombre por el hombre”, y nos ofrecen como único horizonte “la radicalización democrática” del capitalismo.

Este es el abismo que se abre entre la concepción que nos proporciona el materialismo dialéctico, la filosofía del marxismo, y la que nos ofrecen las filosofías “post marxistas”. Cuyas consecuencias prácticas son decisivas.

Igual que Marx, Lenin o Mao tuvieron que combatir a los filósofos de su época para poder hacer avanzar la revolución, hoy debemos hacer lo mismo, partiendo de buscar la verdad en los hechos. Por eso, en esta Escuela de Marxismo sobre filosofía vamos a estudiar en que concepciones, tesis y pensamiento en que se basa la actual ofensiva “post marxista” que pretende imponernos la renuncia a los objetivos revolucionarios de acabar con la explotación y “cambiar el mundo de base”.

Para desde aquí poder abordar el tema central de la Escuela: cuál es la concepción general del mundo que nos proporciona el materialismo dialéctico, contraponiéndola a las posiciones que hoy nos ofrece como alternativa el “post marxismo”. 

A esos que, presentándose como “novísimos” y “superadores del marxismo”, pretenden retrotraernos a los tiempos donde las filosofías “descendían del cielo a la tierrapodemos responderles tal y como empezábamos:

 “es la economía, estúpido”.


La 3 ª Escuela Zonal de Marxismo 
se celebrará los días 22 y 23 de abril

        Viernes 22 de abrir: 20:00 a 22:00 hs
             Sábado 23 de abril: 17:30 a 21:30 hs

miércoles, 23 de marzo de 2016

Crisis de los refugiados




El acuerdo UE-Turquía o “la solución final”


La nueva “solución final” que la Europa alemana ha diseñado para cientos de miles de refugiados revela la indignidad, el desprecio a la vida, la miseria moral y la mezquindad política de esta Unión Europea capitaneada por Berlín


“No vengáis a Europa”. 

El amenazador mensaje del presidente de la UE, el polaco Donald Tusk, se materializaba sólo unos días después en el indignante acuerdo con Turquía, que supone tratar a los refugiados como mercancía y ejército de reserva de mano de obra barata para el capital europeo. Una “solución final” cuya primera consecuencia es condenar a los refugiados a volver a una Turquía convertida en un inmenso campo de concentración

El pasado 7 de marzo, la Unión Europea y el gobierno turco firmaban un principio de acuerdo que significa una nueva vuelta de tuerca en el hipócrita e indigno tratamiento que la UE está dando a los cientos de miles de refugiados procedente de las zonas de guerra y conflicto en Oriente Medio, Asia y África.

Apenas cuatro días después de que Tusk lanzara su categórica advertencia, los jefes de Estado y de Gobierno cerraban en Bruselas un acuerdo con el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, que contempla la devolución inmediata a Turquía de todo extranjero que haya llegado ilegalmente a las costas griegas, incluidos los sirios que huyen de los bombardeos y el salvajismo del fundamentalismo islámico

"Un cheque de 6.000 millones de euros para hacer desaparecer, o cuanto menos volver invisible, el problema de los refugiad" 

Para tratar de enmascarar lo que constituye un auténtico proceso de expulsión colectiva, un mecanismo declarado ilegal tanto por el alto comisionado de la ONU para ayuda a los refugiados como por la Convención de Derechos Humanos de la propia UE, el acuerdo afirma que por cada refugiado devuelto a Turquía, la UE se compromete a retornar desde este país a un número de refugiados equivalente al de expulsiones. Un auténtico papel mojado, un brindis al sol, una verdadera tomadura de pelo después de lo que hemos vivido este último año.

Hipocresía y promesas vacías El 22 de septiembre del pasado año, el Consejo Europeo decidió iniciar el proceso de acogida legal e integración de 160.000 de los refugiados entonces presentes en sus fronteras periféricas. Se asignó a cada país la acogida de un número determinado de ellos según criterios de peso económico y población. Seis meses después de aquello, y al ritmo actual de acogida, se necesitarían 154 años para completarla.

Por poner sólo un ejemplo cercano, a España se le asignó la reubicación de más de 17.000 refugiados. La realidad, sin embargo, es que hasta finales de enero tan sólo habían sido acogidos legalmente 19, un 0,11%. Con esa concesión de permisos, nuestro país necesitará... ¡299 años! para acoger a todos los que se ha comprometido. A los números –que expresan por sí solos la reiterada hostilidad de todos los gobiernos europeos, excepto Grecia e Italia, a acoger en su territorio a los refugiados– se suman los cierres y controles fronterizos decretados por gran parte de ellos.

Un movimiento encabezado por Austria, el país que con su fijación de cuotas al paso de refugiados por su territorio, desencadenó los controles del resto de países de la llamada ruta de los Balcanes. Ruta que finalmente ha quedado clausurada tras la decisión de Macedonia de cerrar el paso del puesto fronterizo de Idomani, donde en la actualidad se calcula que viven hacinados más de 12.000 refugiados en unas condiciones infrahumanas. Sufriendo el frío, la lluvia y la nieve en precarias tiendas de campaña; padeciendo la falta de alimentos y, según el último informe de Médicos sin Fronteras, con un 70% de los niños afectados por diversas enfermedades. Y todo esto ocurre hoy, a escasos kilómetros de nosotros, ante la glacial indiferencia de los gobiernos europeos.

Pero en realidad, la situación del campo de Idomeni no es más que el resultado final, el último paso de una serie de medidas encadenadas con las que países como Hungría, Eslovenia o Croacia sellaron sus fronteras con Grecia mediante vallas repletas de concertinas y un despliegue inusitado de fuerzas de seguridad, perros policía, tanquetas antidisturbios e incluso unidades militares.

O de otras que, como en el caso de Dinamarca y Gran Bretaña, han decidido requisar a los refugiados todo su dinero y enseres de valor “para ayudar a costear los gastos de su estancia”. Una medida que trae enseguida a la memoria –por su cercana textura ideológica y moral– las prácticas nazis que empezaron expoliando a los judíos sus empresas, propiedades, dinero o joyas, para acabar arrancándoles hasta los dientes de oro.

Mientras tanto, la propia Alemania, en la que Merkel se convirtió el pasado otoño en abanderada de una política abierta de acogida, se ha visto obligada ante la oposición interna a restringir la llegada de refugiados mientras asiste impávida a la rebelión activa de los países del este o el norte de Europa negándose a aceptar el número de refugiados asignados por Bruselas o la resistencia pasiva del resto de gobiernos de la UE, como el español, que no han dado un sólo paso efectivo para cumplir sus compromisos de acogida.

Si durante seis meses, Europa ha sido incapaz de cumplir sus propios compromisos de acoger a 160.000 refugiados, ¿alguien se cree de verdad que va a hacerlo ahora, una vez libre de la presión migratoria en sus fronteras internas gracias al acuerdo con Turquía? Cerca de cuatrocientos mil refugiados, la mayoría de ellos procedentes de los cuatro millones de sirios registrados como refugiados en Turquía, Líbano, Jordania e Irak, se calcula que están ya dentro de las fronteras europeas. Para aceptar su devolución, Turquía ha obtenido de la UE un cheque por valor de 6.000 millones de euros. Un negocio rentable para ambas partes. Para Ankara, porque nadie va a tener la capacidad de supervisar a qué se va a destinar todo este dinero. Para Bruselas porque se quita de encima, por el momento, un problema al que no sabe, no puede o no quiere hacer frente a un bajo coste.

"Ya hoy existen refugiados sirios con carreras universitarias trabajando en Alemania por 1 euro a la hora"

El agujero negro turco El fariseo discurso de Brusela afirma que con el acuerdo se salvarán muchas vidas y padecimientos porque los refugiados ya no tendrán que ponerse en manos de las mafias. Cuando la realidad es que ha sido el refuerzo de fronteras y la falta de vías legales y seguras para obtener protección la que ha obligado a mucha de esta gente a acudir a mafias y utilizar peligrosas rutas poniendo en riesgo sus vidas.

De esta forma, tras el acuerdo Turquía ha aceptado convertirse en un gigantesco agujero negro, dispuesto a “tragarse” y hacer invisibles a cientos de miles de personas “incómodas” para la UE a cambio de importantes concesiones que no se reducen sólo al “cheque-ignominia” entregado por Bruselas. A esto se suma la eliminación de los visados para los turcos en Europa y la aceleración de las negociaciones para el ingreso en la UE.

Una suculenta compensación para hacer desaparecer, o cuanto menos volver invisible –como ya ha demostrado Ankara durante décadas con los kurdos que es capaz de hacer– el problema de los refugiados.

Hacinados en inmensos campos que a partir de ahora reforzarán todavía más su condición de auténticos campos de concentración. Y no sólo por multiplicar su población, sino porque para poder cumplir su parte del acuerdo, Turquía deberá utilizar la fuerza que sea necesaria para retenerlos aún en contra de su voluntad, reprimiendo a aquellos que, a pesar de todo, quieran huir y volver a intentar la entrada “ilegal” en Europa.

En el tema de las crisis masivas de refugiados, la experiencia de todas las organizaciones humanitarias internacionales que trabajan sobre el terreno, es que no se le pueden poner puertas al campo. Y a un desesperado torrente humano de esta dimensión sólo se le puede detener a la fuerza, no con bonitas palabras y futuras promesas.

Pero hay incluso otro aspecto que hace todavía más infame el acuerdo. El hecho de que a partir de ahora sean los gobierno europeos los que controlen el flujo de refugiados y decidan a cuántos y a quiénes de los devueltos a Turquía se les conceden permisos de residencia en sus países, es poner a disposición del gran capital europeo un inmenso ejército de reserva laboral, una fuerza de trabajo, mucha de ella altamente cualificada, a un precio de súper-explotación y maxi-beneficios.

Ya hoy existen refugiados sirios con carreras universitarias trabajando en Alemania por 1 euro a la hora. Y aunque son trabajos provisionales, con salarios inferiores al salario mínimo legal de 8,5 euros la hora establecido en Alemania, no resulta difícil imaginar la cantidad de mano de obra cualificada dispuesta a trabajar el tiempo que haga falta por ese salario mínimo con tal de salir de los campos de concentración turcos.
No es por ello extraño que la primera reacción de Merkel, lejos de ver a los refugiados como un problema, viera su llegada como una oportunidad para subsanar las crecientes carencias de su mercado laboral, centradas en la falta de población en edad de trabajar. Para la burguesía monopolista alemana, la explotación de esta masa de fuerza de trabajo no sólo es multiplicar sus ganancias y plusvalías, sino que su llegada puede ser la futura tabla de salvación del Estado de Bienestar germano.

Pero eso sí, han caído en la cuenta unos meses después, la llegada de esta mano de obra tiene que ser convenientemente planificada. Y para ello ha diseñado un acuerdo que le permite resolver los dos problemas principales.

"Una solución que revela, una vez más, la miseria moral y la mezquindad política de esta UE capitaneada por Berlín" 

Asegurarse una “mano fuerte”, el Estado turco, que no tiene ningún freno o empacho para usar la fuerza y la represión que considere necesaria para mantener bajo control la desesperación de los refugiados, liberando así la presión xenófoba desatada en el interior de la UE. Y desde esta base segura de retaguardia seleccionar la fuerza de trabajo que considere más adecuada para sus necesidades e intereses.

En esto consiste la nueva “solución final” que la Europa alemana ha diseñado para cientos de miles de refugiados. Una solución que revela, una vez más, la indignidad, el desprecio a la vida, la miseria moral y la mezquindad política de esta Unión Europea capitaneada por Berlín.

viernes, 18 de marzo de 2016

30 años del referéndum de la OTAN



Doble engaño y mandatos democráticos incumplidos

El 12 de marzo de 1986, ahora se cumplen 30 años, se celebraba en nuestro país el referéndum para que la mayoría del pueblo decidiera sobre la pertenencia o no de nuestro país a la OTAN.
Por primera vez desde la creación de la Alianza, EEUU hubo de enfrentarse a la posibilidad de que un pueblo rechazara democráticamente la integración en su maquinaria bélica y quedar enganchado de forma estructural a sus planes de guerra.






Con una participación de casi el 60% del censo, los resultados son conocidos por todos. Ganó el SÍ por un estrecho margen y cerca de 7 millones de votantes optaron por el NO, a pesar de la brutal campaña repleta de trampas, las mismas preguntas del referéndum, y chantajes, la amenaza del regreso de los golpistas que sólo 5 años antes habían asaltado el Congreso y la afirmación de que el rechazo a la OTAN significaba automáticamente cerrar las puertas de nuestra entrada en la Unión Europea.

Aún así, el 47,5% de los votantes se negaron a avalar con su voto la integración de España en la OTAN. Y en cuatro Comunidades Autónomas (Canarias, Euskadi, Cataluña y Navarra) el rechazo fue mayoritario.

Treinta años después de aquel combate sostenido durante 6 años que movilizó a la sociedad española con una amplitud no vista ni siquiera en los últimos años del franquismo, ¿podemos sacar alguna conclusión para la lucha política actual; tiene hoy algún valor recordar aquella batalla, más allá de la memoria o la nostalgia?

¿Qué pasaría hoy si...?

Como decíamos más arriba, la primera trampa del referéndum consistió en establecer un amplio preámbulo de condiciones para a continuación plantear la pregunta sometida a referéndum. De tal forma que ese preámbulo y las condiciones que formulaba (tan vinculantes como la respuesta a la pregunta final que las incluía) ocupaban nada más y nada menos que el 80% del texto de la papeleta de voto. Que decía literalmente lo siguiente:
“El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:
•• 1.º La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.
•• 2.º Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.
•• 3.º Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”

¿Qué pasaría hoy, 30 años después, si las condiciones de nuestra integración en la OTAN “en los términos acordados” se hubieran cumplido? No hace falta ser un lince para imaginarlo.
Para empezar, la no integración de España en la estructura militar integrada significaría que miles de militares españoles no estarían participando en misiones en el exterior (desde Afganistán hasta el Báltico) actuando como carne de cañón o como apagafuegos de los incendios provocados por el
Pentágono en medio mundo.

Además, nuestro país no podría asumir la responsabilidad de liderar ni de aportar la mayor parte del contingente de tropas –como se le exige hoy– a la Fuerza de Acción Rápida de la OTAN, diseñada expresamente para intervenir en menos de 48 horas en cualquier lugar del planeta que dicte el cuartel general de la Alianza, presidido siempre por un militar norteamericano de alta graduación. De la misma forma que no existirían –ante el desconocimiento generalizado de la opinión pública– decenas de bases militares de titularidad legal y mando teórico del ejército español, pero en realidad bajo mandato de la OTAN para utilizarlas en lo que considere conveniente.
Y, por supuesto, ni la base naval de Rota estaría llamada a ocupar hoy el papel de sede permanente de la división naval del escudo antimisiles de EEUU, ni la base de Morón se habría convertido en el cuartel general de miles de marines norteamericanos encargados de sofocar a sangre y fuego cualquier conato de rebelión contra el imperio en África.

Sencillamente porque hace tiempo ya que habrían sido desmanteladas. En definitiva, de haberse cumplido las condiciones del referéndum hoy nuestro país disfrutaría de un alto margen de autonomía frente a Washington y, por tanto, de capacidad de maniobra para defender política y diplomáticamente sus propios intereses sin verse arrastrado a defender militarmente intereses ajenos.
Desde este punto de vista, el referéndum supuso un doble engaño y una estafa. Un doble engaño de plantear una pregunta para confundir y arrastrar al mayor número de gente a votar sí, sabiendo de antemano que ninguna de esas condiciones se iba a cumplir. Una auténtica estafa a un mandato democrático en el que la mayoría de los españoles, pese a decir sí a la entrada en la OTAN lo hicieron con el compromiso expreso del gobierno de que eso no significaría la integración en la estructura militar. Y con la promesa de que a cambio de la OTAN se eliminarían las bases militares yanquis de nuestro territorio.

¿Cuántos de aquellos que en 1986 votaron NO a la OTAN, votarían hoy lo contrario si tuvieran la certeza de que se iban a cumplir las condiciones aprobadas?

Identificar correctamente el proyecto

Si a lo largo de seis años el pueblo español pudo sostener una formidable batalla, poniendo en jaque hasta el final a toda una superpotencia hegemonista, fue porque previamente supimos identificar correctamente cual era el centro del proyecto principal de nuestros enemigos.
En junio de 1980, una editorial de nuestro periódico titulada “OTAN No, Referéndum sí” alertaba a todo nuestro pueblo y al conjunto de fuerzas patriótica y democráticas que el centro del proyecto de EEUU para España había cambiado. Ya no se trataba de consolidar el naciente y todavía inestable nuevo régimen democrático, sino de forzar a cualquier precio, incluso al precio de la democracia, nuestra plena incorporación a sus planes de guerra, lo que exigía, como centro nuclear, la integración en la OTAN.

De la misma forma hoy, sin identificar correctamente en qué consiste actualmente el centro del proyectos estaremos dando palos de ciego. E inevitablemente acabaremos extraviando la lucha del pueblo por conquistar otro destino.

Unir todo lo unible

La lucha contra la OTAN nos deja también otra enseñanza cualitativa de plena actualidad: para dar con éxito cualquier batalla es necesario unir todo lo unible. Es decir, no renunciar y luchar por unir a cualquier sector de la gente o fuerza política, sindical, social,... que, por muchas diferencias que tengan con nosotros comparten un punto fundamental: oponerse con mayor o menor consecuencia al centro del proyecto del enemigo.

Sin unir todo lo unible cualquier batalla 
estará condenada al fracaso. 

En buena medida, podemos afirmar que la victoria del gobierno de Felipe González en el referéndum se debió no tanto a la habilidad de su propaganda, como al hecho de que en el seno de las fuerzas de oposición a la OTAN pronto empezaron a aparecer tentaciones oportunistas de querer sacar rédito electoral de la enorme movilización que estaban protagonizando los sectores más dinámicos y combativos del pueblo español. Lo que no podía significar más que división y alejamiento de importantes sectores que, de otra forma, podían y debían haber participado en la lucha.

miércoles, 9 de marzo de 2016


PAREMOS LA GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO!



PAREMOS LA BARBÁRIE DE LA OTAN!
12 Marzo, 17h, Pl. Catalunya, Barcelona

NI GUERRA, NI OTAN!


 todos a la manifestación contra la OTAN. 
Quienes desde la política morada se declaran contra los recortes pero no por la salida unívoca española de la OTAN, hacen social-chovinismo puro y duro. Pertenencia a la OTAN significa pertenencia al campo satelital que paga los estratosféricos gastos militares de USA, y por tanto significa malversación de fondos públicos y precarización del pueblo para sufragar la maquinaria bélica yankie.
 ¡LA PAZ IMPERIALISTA ES LA GUERRA IMPERIALISTA!; ¡APOYEMOS PAÍSES OPRIMIDOS!;
 ¡Abajo el Hegemonismo USA, sus lacayos euro-imperialistas, su OTAN!

martes, 8 de marzo de 2016

La ciencia del marxismo


La  gran ruptura que establece el Marxismo es aplicar de forma consecuente el Materialismo –que hasta entonces se había limitado a conocer la naturaleza– al estudio de las sociedades humanas. Dando así lugar al nacimiento de una nueva ciencia, el Materialismo Histórico, una enorme conquista del pensamiento científico y una formidable herramienta de transformación en manos de las clases explotadas.

            
La gigantesca obra científica de Marx contiene, sencillamente, uno de los dos más grandes avances de toda la historia del pensamiento humano: el descubrimiento del sistema de conceptos que abre al conocimiento científico lo que llamamos el “Continente–Historia”. Antes de Marx, sólo un continente de importancia comparable había sido “abierto” al conocimiento científico: el Continente–Física, por Galileo y Newton.
            El conocimiento objetivo de un proceso de desarrollo particular de la materia que nos proporciona la ciencia es como descubrir un “continente” hasta entonces oculto por las nieblas de la ideología y la filosofía dominantes. Cuando esas nieblas se rasgan aparece tras ellas una ciencia nueva. Así, Newton rasgó las nieblas teológicas de su tiempo e hizo emerger el nuevo continente de la física. Así también, Marx descubrió el continente de la ciencia histórica rasgando las nieblas de la ideología, la filosofía y el empirismo burgués respecto a la sociedad humana. La ciencia siempre es revolucionaria porque su objetivo es establecer verdades universales sobre la esencia y las leyes internas propias a un proceso particular de desarrollo de la materia. Y al hacerlo derriba mitos y engaños, arrincona creencias y fabulaciones, destruye falsos credos y arraigados dogmas. Con la aparición del Marxismo, como dice Lenin“al caos y la arbitrariedad que imperaban hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica”.
            Para abrir paso a la nueva ciencia, lo primero que hace Marx es aplicar consecuentemente el Materialismo filosófico al terreno de la historia rompiendo con todas las concepciones idealistas y humanistas de la burguesía para asentar las tesis de materialidad en el conocimiento de la historia:
            “Debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para «hacer historia», en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda la historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas las horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres (...) Se manifiesta, por tanto, ya de antemano, una conexión materialista de los hombres entre sí, condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es tan vieja como los hombres mismos; conexión que adopta constantemente nuevas formas y que ofrece, por consiguiente, una «historia», aún sin que exista cualquier absurdo político o religioso que mantenga, además, unidos a los hombres”.

Un nuevo concepto científico: Modo de producción
            En este párrafo de La ideología alemana, escrito tres años antes que aparezca El Manifiesto Comunista, Marx establece la tesis materialista que a partir de entonces va a dirigir todas sus investigaciones y descubrimientos: el primer hecho histórico es la producción de la vida material y es anterior a cualquier discurso político o religioso. Investigar cómo se desarrolla este proceso de producción de los medios de vida indispensables a lo largo de la historia de la humanidad es el objeto de estudio de la nueva ciencia fundada por Marx: el Materialismo Histórico.
            Como cualquier otra ciencia que abre el conocimiento objetivo del mundo, el materialismo histórico se ve obligado a establecer en primer lugar su objeto de estudio, un modelo teórico, abstracto, para cuya definición es necesario romper la forma en que hasta entonces se ha mirado ese proceso de la materia; abordarlo con un nuevo lenguaje; elaborar nuevos conceptos científicos que describan su esencia,... En el caso de la ciencia de la historia su objeto de estudio es el concepto de modo de producción y su sucesión a lo largo de la historia. Desde ahí, Marx establece que es la producción de la vida material la que determina la conciencia, y no al contrario. Y pasa a definir el concepto de modo de producción, el modelo teórico que constituye su objeto de estudio.
             El materialismo histórico define el Modo de Producción como una totalidad social global formada por tres estructuras regionales: la infraestructura económica, sobre la que se levantan las superestructuras jurídico-política e ideológica.
            La estructura económica, formada por las fuerzas productivas y las relaciones de producción, es siempre la determinante en última instancia, pues es la base sobre la que levantan las otras dos. Sin embargo la estructura dominante, aquella que permite la reproducción de ese modo de producción, no es ella necesariamente. Así, mientras en el feudalismo la superestructura ideológica o la política actúan como dominantes, en el capitalismo la estructura determinante y la dominante coinciden en la infraestructura económica: son las mismas relaciones de producción capitalistas las que permiten su reproducción en tanto que por su especificidad reproducen al obrero como obrero y al capitalista como capitalista.
            Frente a todas las teorías anteriores sobre la historia, el discurso del materialismo histórico permite explicar cómo han funcionado todas las formaciones sociales a lo largo de la historia. Por muy diferentes que sean, todos los modos de producción pueden ser explicados a partir de él.
            Por ejemplo, el triunfo de la revolución burguesa no puede explicarse, como hacen los historiadores burgueses, por la extensión en la conciencia de los hombres de las ideas de “libertad, igualdad y fraternidad”. Si la revolución burguesa se ve obligada a inscribir estas consignas en su bandera es porque necesita romper las relaciones de producción feudales que atan a los hombres a la tierra y a su señor “natural”, creando una enorme masa de “hombres libres”, libres para vender su fuerza de trabajo. Es el cambio en la base económica, en las relaciones de producción, la que va determinar la revolución en las superestructuras políticas e ideológicas.

Materialismo Dialéctico frente a mecanicismo
            Pero Marx no sólo adopta una posición materialista ante la historia, sino que aplica también un punto de vista dialéctico, revolucionario, que desecha cualquier concepción mecanicista o economicista de la historia. El marxismo plantea de forma materialista que la estructura económica de una sociedad es “la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”. Pero al mismo tiempo establece de forma incontestable que no es el desarrollo de la base económica, de las fuerzas productivas, sino la lucha de clases lo que constituye el motor de su desarrollo.
            Una vez establecido su objeto de estudio, el materialismo histórico descubre la contradicción principal que recorre el modo de producción y actúa como motor de su desarrollo: cómo la infraestructura de cualquier modo de producción, por lo tanto de cualquier sociedad, está recorrida por la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
            A medida que se desarrollan las fuerzas productivas, las relaciones de producción que las han hecho surgir se convierten en trabas para su desarrollo, abriéndose así épocas de revolución social. Sin embargo, no hay que entender esto de una forma economicista ni determinista. No existe un desarrollo lineal e inexorable de las fuerzas productivas materiales de la sociedad. No hay producción económica “pura”. Todos los fenómenos económicos son procesos que tienen lugar bajo relaciones sociales que son en última instancia relaciones de clase. Y relaciones de clase antagónicas, es decir, relaciones de lucha de clases. Si hay obreros que no poseen sino su fuerza de trabajo y se ven obligados a venderla, es porque existen capitalistas que poseen los medios de producción y compran la fuerza de trabajo para explotarla, para extraer de ella la plusvalía. La existencia de las clases antagónicas está inscrita en la producción misma, en el corazón mismo de la producción: en las relaciones de producción. De ahí que la tesis fundamental de la ciencia del materialismo histórico sea la de que el motor de la historia es la lucha de clases.
            La infraestructura económica es lo determinante en última instancia del desarrollo histórico, está en su base; pero la lucha de clases es el factor dominante, el motor que dirige este desarrollo.
            “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”. (Marx y  Engels. Manifiesto Comunista)
            Hasta Marx, la historia había sido vista como resultado del desarrollo de nuevas y grandes ideas fruto de la inspiración divina o de la razón humana con las que los hombres movían el avance de la sociedad. No es por casualidad que Marx dé a El Capital el subtítulo de Crítica a la economía política. Su objetivo con él es rebatir todas las teorías burguesas, basadas en el humanismo y el economicismo, sobre la economía política del capitalismo, estableciendo una nueva teoría científica de las formas materiales, jurídico-políticas e ideológicas de un modo de producción fundado en la explotación de la fuerza de trabajo asalariada. Creando de esta manera una ciencia revolucionaria que permite guiar el proletariado en su lucha por pasar del modo de producción capitalista a un nuevo modo de producción comunista libre de cualquier explotación.
            Como síntesis de la base científica del materialismo histórico podemos recurrir a la que hace el propio Marx en El prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política:
            “El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo”.

TESIS II:
Después de que Marx comprendiera que el régimen económico es la base sobre la cual se erige la superestructura política, se entrega, además de a su actividad revolucionaria práctica, al estudio atento, científico y riguroso del régimen económico de la moderna sociedad capitalista. El Capital es la obra donde expone todos sus descubrimientos y conclusiones sobre el modo de producción capitalista. En ella están expuestas de forma sistemática todas las leyes objetivas que rigen su desarrollo. Y encierra también, por tanto, las claves para su sustitución por un modo de producción más avanzado: el comunista.

            Partiendo, como dice Lenin, del acto más simple y más repetido de la economía capitalista, el intercambio de unas mercancías por otras, Marx va elevando su análisis del capitalismo hasta llegar al punto central que le da naturaleza y es la piedra angular de su teoría económica: la explotación, la extracción de la plusvalía a la fuerza de trabajo asalariada como única fuente de ganancia y riqueza para el capitalista.
            La plusvalía es el plustrabajo, el plusproducto que corresponde al valor añadido por la fuerza de trabajo asalariada durante las horas no remuneradas al obrero. Las que el obrero está produciendo más allá de las necesarias para reproducir su fuerza de trabajo.
            “Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de una mercancía por otra), dice Lenin, Marx descubrió relaciones entre personas”. Los grandes economistas clásicos de la burguesía inglesa, Adam Smith y David Ricardo, a lo más que habían llegado era, a establecer que el valor de las mercancías está determinado por la cantidad de trabajo humano que encierran. Pero esto no servía para entender porque unos capitalistas triunfan en la competencia mientras otros se arruinan. Y tuvieron que recurrir a la fantástica idea de la mano invisible que regula el mercado para explicar el por qué el capital se acumula y se concentra. Marx replica a esta visión idealista estableciendo cómo al convertirse en el capitalismo la fuerza de trabajo en una mercancía más, su valor pasa a ser determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción, en este caso el coste de su sustento, el de su familia y el de su grado de especialización. Valor que está expresado en el salario.
            Sin embargo, la mercancía fuerza de trabajo tiene una propiedad peculiar que la distingue de cualquier otra mercancía: la capacidad de crear nuevos valores, de añadir valor a las otras mercancías. El obrero asalariado, desposeído de cualquier otra cosa que no sea su fuerza de trabajo, la vende al propietario de los medios de producción. Pero durante su jornada de trabajo, el obrero sólo necesita una parte de ella para crear nuevos valores que cubren el costo de su sustento y el de su familia, es decir, el salario. Durante el resto de la jornada trabajará gratis, creando para el capitalista, nuevos valores que están más allá del valor de su fuerza de trabajo. En esto consiste la plusvalía, la única fuente de las ganancias y la riqueza de la clase capitalista. No es pues ninguna “mano invisible” la que regula el mercado capitalista, sino la explotación de la fuerza de trabajo asalariada, la extracción de la plusvalía la que explica todos los procesos de competencia, reproducción, incremento, acumulación y concentración del capital.
            En este concepto científico de plusvalía está encerrado todo el secreto del modo de producción capitalista que los economistas burgueses, por su misma posición de clase, eran incapaces de ver. La extracción de la plusvalía a la fuerza de trabajo asalariada es la forma particular en la que se produce la explotación en el capitalismo, la apropiación de la riqueza socialmente producida por una pequeña parte de la sociedad poseedora de las materias primas, los medios de producción y los instrumentos de trabajo. Sobre esta realidad, aparentemente sencilla pero que hasta la aparición del marxismo nadie había sabido ver, se levanta toda la moderna sociedad burguesa y su enorme superestructura política e ideológica. Todas las leyes objetivas del desarrollo capitalista que han llevado desde el capitalismo de librecambio hasta el imperialismo o capitalismo monopolista de Estado se asientan sobre este simple hecho: la explotación de la fuerza de trabajo asalariado mediante la extracción de la plusvalía.
            De la misma forma que ocurre con la plusvalía, otros muchos conceptos científicos del materialismo histórico, como la dictadura del proletariado, son hoy atacados por las nuevas formas de revisionismo.
            El Materialismo Histórico establece que para el largo período de transición entre el viejo modo de producción capitalista y el nuevo modo de producción comunista el proletariado necesita tomar el poder y dotarse de su propio estado, la dictadura del proletariado.
            Para el marxismo, la dictadura del proletariado no es sólo una posición de clase, esa posición ideológica está sustentada en un concepto científico. Al estudiar la sucesión de los distintos modos de producción en la historia, Marx descubre dos conceptos clave.
            En primer lugar que el Estado surge como consecuencia inevitable de la división de la sociedad en clases con intereses antagónicos, irreconciliables. Desde el momento en que la lucha por los excedentes de producción dan lugar a la aparición de las clases, se hace necesario para que las clases explotadoras puedan mantener sujetas a las clases dominadas y poder seguir explotándolas, un instrumento especial de represión y opresión sobre ellas: el Estado. Desde la concepción materialista de la historia, todo Estado es una dictadura cuya misión es que la clase dominante pueda imponer sus intereses al resto de clases. Por eso, para que el proletariado pueda llevar adelante su misión histórica de acabar con las clases y la explotación, necesita convertirse en clase dominante, disponer de su propio Estado. Éste es el Estado de dictadura del proletariado.
            En segundo lugar, Marx desentraña cómo el capitalismo lleva en sus entrañas las condiciones que hacen posible, por primera vez en la historia de la humanidad, el paso a un modo de producción más avanzado en que desaparezcan las clases y la explotación del hombre por el hombre. De un lado, la revolución incesante de las fuerzas productivas – único medio para los capitalistas de enfrentar con éxito la competencia en el mercado y revalorizar y acumular el capital– crea las condiciones para construir una sociedad de “superabundancia” donde, cambiando las relaciones de producción burguesas, sea posible aplicar el principio comunista de “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”. Del otro, la burguesía ha creado a sus propios sepultureros, el proletariado, una clase que “no tiene nada que perder salvo sus cadenas”. Y que sólo puede liberarse a sí mismo de la explotación capitalista, liberando al mismo tiempo a toda la humanidad de cualquier tipo de explotación. Pero para conseguir este objetivo, el proletariado necesita de un largo período de transición en que, convertido en clase dominante –en esto consiste la dictadura del proletariado– y mediante la utilización del poder político de su Estado debe llevar a cabo todas las profundas transformaciones en lo económico, lo social, lo político, los ideológico, lo cultural,... que hagan posible el paso a una sociedad sin clases. A ese necesario período de transición es a lo que Marx denomina la dictadura revolucionaria del proletariado.

TESIS III:
Las nuevas formas de revisionismo llaman a abandonar el marxismo por su dogmatismo. Pero su objetivo, al negar el carácter científico del marxismo y considerarlo “dogmático” o “superado por la realidad” es el de borrar los objetivos revolucionarios que solo desde la teoría del marxismo es posible establecer. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Porque la clase obrera, abandonada a su suerte, sólo genera sindicalismo y reformismo.

            ¿Qué nos dice hoy el “post marxismo” sobre todas estas cuestiones?
            Respecto al primer punto, si el marxismo es o no una ciencia, J. C. Monedero, siguiendo a Laclau –el teórico del llamado postmarxismo en cuyo pensamiento se sustentan gran parte de las tesis de las nuevas formas del revisionismo– afirma que “la tentación de hacer del socialismo una ciencia, es decir, de dotar de un rumbo necesario y, por tanto, predecible a la emancipación fue un defecto que cometió Marx y profundizaron algunos marxistas”. Para Monedero o Laclau empeñarse en que “hay unas leyes inexorables y que se pueden cuantificar los deseos y esfuerzos humanos” o que existe una “ley necesaria de la historia” es un “reduccionismo” que supone regresar a “los errores del socialismo del siglo XX”.
            ¿Pero en realidad de qué marxismo y de que “ciencia” nos hablan Monedero o Laclau? No del pensamiento profundamente científico y dialéctico de Marx, sino del cientifismo y el determinismo mecanicista, la versión revisionista que la URSS dio del marxismo y de la que todos ellos han participado en el pasado porque ese es su origen. Una subversión del marxismo que antepone el desarrollo de las fuerzas productivas a la lucha de clases como motor de la historia. Y que por eso mismo ofrece una visión donde todo está determinado de antemano y la voluntad de los hombres, agrupados en clases y partidos, no cuenta nada. Donde el desarrollo de la sociedad está determinado por un mecanismo ciego de “leyes inexorables” frente a las que los hombres no tienen nada que hacer. Lo que la ciencia del marxismo, por el contrario, ofrece al proletariado es un arma de un valor incalculable: las herramientas de conocimiento de las leyes que rigen el capitalismo. Y con ello la capacidad de, actuando de modo consciente sobre esas leyes, transformar la realidad y acabar con la explotación.
            Para poder construir la ciencia de la historia que el proletariado, como clase revolucionaria, necesita para transformar la sociedad, el marxismo tuvo que romper en primer lugar con el idealismo y el humanismo propios de la burguesía.
            En el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, auténtica “acta fundacional” del materialismo histórico, Marx afirma: “acordamos [Marx y Engels]  elaborar en común la contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegeliana. El manuscrito -dos gruesos volúmenes en octavo- ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando no enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado”.
            Marx se refiere a “La ideología alemana”, donde junto a Engels despliega un lúcida y feroz critica al idealismo, estableciendo por primera vez una posición materialista consecuente ante la historia y el estudio de las sociedades humanas.
            Esta toma de posición de Marx, que está en la misma fundación del materialismo histórico como ciencia, trazando una línea de demarcación y combatiendo las concepciones idealistas y humanistas burguesas, hay que reproducirla permanentemente. De lo contrario, partiendo del idealismo o del humanismo burgués, no existe marxismo, no es posible el materialismo histórico, no hay ciencia de la historia.
            Así lo expresa Louis Althusser, filósofo marxista, en su obra “Sobre el trabajo teórico, dificultades y recursos” cuando afirma:
No son solo sus adversarios confesos quienes declaran a viva voz que la teoría marxista nada ha aportado de nuevo; lo afirman también sus propios partidarios cuando leen los textos de Marx, y cuando “interpretan” la teoría marxista a través de las grandes “evidencias” establecidas: las de las teorías ideológicas reinantes. Para no tomar más que dos ejemplos, aquellos marxistas que leen, e interpretan espontáneamente, sin dificultades, escrúpulos, ni vacilaciones, la teoría marxista mediante los esquemas del evolucionismo [mecanicismo] o del humanismo, tales marxistas, declaran de hecho que Marx nada ha aportado de nuevo (…) Estos marxistas reducen la prodigiosa novedad filosófica del pensamiento de Marx a formas de pensamiento existentes, corrientes “evidentes”, es decir a las formas de la ideología teórica dominante. Para percibir y concebir claramente la novedad revolucionaria de la filosofía marxista y de sus consecuencias científicas, es necesario resistir lucidamente a esta reducción ideológica, combatir la ideología que la sostiene y enunciar lo que específicamente distingue el pensamiento de Marx, lo que hace de él un pensamiento revolucionario no solo en la política, sino también en la teoría (…) El mundo no cambia fácilmente de “base”, ni en el mundo de la sociedad, ni en el mundo del pensamiento. (…) Se comprenderá por qué hoy, aún, es necesario un verdadero esfuerzo para representarse verdaderamente (contra las viejas ideologías que tienden constantemente a someterla a su propia ley, es decir a ahogarlas y a destruirla) la revolución teórica que Marx ha realizado en la filosofía y en la ciencia”.
            Sustraer al proletariado la ciencia del marxismo es dejarlo ciego en su lucha: devolverlo a la etapa en que sólo estaba en condiciones de vender mejor su fuerza de trabajo, pero no de emprender el camino de su liberación, de acabar con la explotación capitalista. Es quitarle el materialismo dialéctico, la única filosofía capaz de señalar al proletariado, como dice Lenin, “la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas”. Privarle del materialismo histórico, la única ciencia que explica “la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo”.
            Es, en definitiva, condenarlo a luchar tan sólo por reformas, por mejorar su situación económica, pero no en poner fin a la esclavitud asalariada a la que lo condena el capitalismo. El objetivo de la actual ofensiva revisionista, al negar el carácter científico del marxismo y considerarlo “dogmático” o “superado por la realidad” es el de borrar los objetivos revolucionarios que solo la teoría del marxismo ha sido capaz de establecer.
            En tanto que la plusvalía es, como dice Lenin, “la piedra angular de la teoría económica de Marx”, no es extraño que el revisionismo, sea cual sea la forma que adopte, la niegue por todos los medios. Hace apenas dos décadas, el revisionismo levantaba la bandera de que el concepto de plusvalía de Marx ya no servía porque la revolución científico-técnica y la robotización de la producción estaba llevando a la desaparición de la clase obrera y su sustitución por una nueva categoría de trabajadores asalariados “de cuello blanco”, a los que ya no eran aplicables los “viejos” análisis de la explotación capitalista. Hoy, con la incorporación de millones de personas al proceso de producción capitalista en todo el mundo, multiplicando el ejército de la clase obrera mundial ya nadie se atreve a defenderla. Sin embargo, a través de otras banderas persiguen el mismo fin: ocultar la plusvalía como el núcleo esencial sobre el que se levanta la sociedad burguesa, haciendo así desaparecer el horizonte de acabar con la explotación capitalista como el objetivo final de la revolución.
            Así, cuando Laclau o J. C. Monedero hablan de que “los trabajadores no encarnan hoy los intereses generales de la humanidad, que son más amplios que los que implica la explotación (mujeres, ecologistas, ancianos, indígenas, pacifistas, etc.)” porque la compleja realidad de las sociedades industriales avanzadas –o postindustriales– ha generado una multiplicidad y diversidad de luchas políticas”;  están diciéndonos no sólo que la plusvalía ya no es la piedra angular sobre la que se levanta todo el edificio del capitalismo, sino que los intereses objetivos del proletariado de acabar con la explotación capitalista ya no tienen la capacidad de construir “una universalidad, una voluntad colectiva que pueda representar a todo el mundo”.
En consecuencia, ni la teoría revolucionaria ni el partido revolucionario del proletariado son instrumentos válidos para la emancipación de las clases oprimidas y la construcción del “socialismo del siglo XXI”. La ciencia fundada por Marx para guiar la lucha por la construcción de una sociedad sin clases debe, según ellos, dejar paso  a la subjetividad de los distintos sectores que se enfrentan a la opresión burguesa. 
            De la misma forma, la tesis hoy tan en boga difundida por este mismo pensamiento sobre la existencia de un “capitalismo de casino”, donde “el dinero crea dinero” por sí mismo gracias a la especulación financiera y sin que en ello intervenga para nada la explotación de la fuerza de trabajo es otra de las banderas con las que se trata de borrar la plusvalía y la explotación capitalista de la conciencia de los revolucionarios. Una tesis ya denunciada por Marx como “el más feliz hallazgo de los economistas burgueses vulgares” para ocultar la fuente de toda ganancia capitalista: la plusvalía.
            Con esta negación de la plusvalía como piedra angular del capitalismo se borra de la conciencia de los revolucionarios cualquier horizonte de acabar con la explotación.
              En nuestros días las nuevas formas de revisionismo desechan por completo la idea del Estado de dictadura del proletariado para sustituirlo por un “Estado de radicalidad democrática”, donde tengan cabida todas las expresiones políticas e ideológicas de lo que consideran los nuevos sujetos de la revolución.
De la misma forma que en los años 70 el revisionismo de Carrillo decía que ”dictadura ni la del proletariado”, para las nuevas formas de revisionismo la desaparición del proletariado como sujeto revolucionario hace impensable que pueda proponerse como objetivo la construcción de su propio Estado que debe dirigir todo el proceso de transición desde el capitalismo hasta el comunismo.
La alternativa pasa a ser la construcción de una democracia radical, una alternativa que, teóricamente, en poco se diferencia de la alternativa del reformismo socialdemócrata de “ocupar el Estado burgués” y, décadas después, por el revisionismo de la Unión Soviética y sus tesis sobre el “Estado de todo el pueblo” y la “vía parlamentaria al socialismo” en los países de capitalismo desarrollado.

Pues en el fondo, todas las posiciones del revisionismo, sea cual sea la forma y los argumentos que adopten, se reducen a un único punto central: borrar de la conciencia y la práctica de los revolucionarios la necesidad del proletariado de organizarse para arrebatar el poder a sus enemigos, destruyendo  el Estado burgués y construyendo el suyo propio.

domingo, 6 de marzo de 2016

¿QUÉ ES LA CIENCIA?




La ciencia tiene un valor revolucionario, porque permite conocer las leyes objetivas que rigen un determinado proceso material. Aportando a la humanidad una capacidad de transformación de la realidad imposible sin ese conocimiento científico. 
Y desarrollando una asombrosa capacidad de predicción. La ciencia es capaz de adelantarse a la práctica, y para dar saltos cualitativos en su capacidad de transformación de la realidad, la práctica debe partir de la guía que le proporciona la teoría científica.

La ciencia aporta a la humanidad una extraordinaria capacidad de transformación, que influye en el terreno económico, social, cultural...
            Sin la revolución científica iniciada por Copérnico y culminada por Newton hubiera sido imposible la revolución industrial que permite un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas bajo las relaciones de producción burguesas.
            Tal y como plantea Marx en el Manifiesto Comunista: En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo...”.
            En la base de todo este proceso, actuando como “espoleta” imprescindible, está el salto en el conocimiento y en la capacidad de transformación “consciente” de la realidad que aporta la ciencia.
Cuando el conocimiento es científico  nos permite predecir fenómenos que la práctica tardará décadas en alcanzar. Desafiando la mayoría de las veces nuestro “sentido común”, aquel que parte de nuestra limitada experiencia cotidiana. Veamos algunos ejemplos de la física que lo confirman:

Adelantarse cien años a la práctica
            Pocas veces un descubrimiento científico se convierte en un fenómeno de masas. Así ha sucedido con la detección de ondas gravitacionales.
            El descubrimiento se ha  realizado en el LIGO, un gigantesco detector promovido por los dos institutos tecnológicos más importantes de EEUU y financiado por el Estado norteamericano. Pero no ha sido el desarrollo tecnológico ni el poder de la superpotencia lo que ha permitido este descubrimiento, sino el poder de la teoría científica.
            Hace exactamente cien años, Eistein predijo en la Teoría de la Relatividad la existencia de ondas gravitacionales, entendidas como deformaciones del espacio-tiempo provocadas por campos gravitatorios extremos. Esas vibraciones se propagarían a través del espacio-tiempo, el tejido de que está hecho el universo, a la velocidad de la luz.
            Para realizar esta predicción, que la tecnología ha tardado un siglo en poder detectar, Einstein no realizó ni un solo experimento, no analizó ni un solo dato. Esa era una conclusión necesaria del modelo teórico establecido en la Teoría de la Relatividad, y como tal tenía el rango de conocimiento científico.

El misterio de los agujeros negros
            Quizá el tema científico con mayor tirón de masas sean los agujeros negros. Su descubrimiento no proviene de la observación del cosmos, ni de la síntesis de los datos empíricos. De hecho no podemos “ver” un agujero negro, puesto que la luz queda atrapada bajo una especie de “cárcel cósmica”.
            Son las ecuaciones de la Teoría de la Relatividad las que predicen la existencia de “singularidades”. Gigantescas concentraciones de masa y energía cuya gravedad provoca una “curvatura en el espacio-tiempo” que da lugar a una “superficie cerrada”. Una vez cruzado el “horizonte de sucesos”, el punto crítico de un agujero negro, ninguna partícula puede salir, ni siquiera los fotones de luz.
            No existía una sola evidencia empírica de los agujeros negros. Pero la Teoría de la Relatividad no solo predijo su existencia, sino que definió con precisión sus propiedades y sus efectos.
            Sólo entonces, los físicos pudieron buscarlos y detectarlos, porque a la luz de la teoría interpretaron como agujeros negros datos antes inconexos e incomprensibles.

Cuando una ecuación descubrió la antimateria
            “Esta ecuación sabe más que yo”. Así explicará Paul Dirac el descubrimiento de la antimateria, un concepto que puede parecernos más cercano a la “ciencia ficción” pero que es fundamental para comprender el universo.
            En 1.928 el físico inglés Paul Dirac formula una ecuación que integraba los efectos relativistas en la ecuación de ondas de la mecánica cuántica, ofreciendo una descripción de las partículas elementales. El desarrollo de esa ecuación, con su lógica interna, ofreció un resultado inesperado para Paul Dirac: nunca daba un solo resultado sino un par de ellos, uno positivo y otro negativo.
            Desde aquí, Dirac desarrolló el concepto de antimateria, como un “reflejo en el espejo” de la materia. Es solo a partir de entonces, cuando la teoría les hizo conscientes de ello, que los científicos comienzan a descubrir esas partículas de antimateria. En 1932 el positrón, el reverso en positivo del electrón. En 1955 el antiprotón y antineutrón.

Como definir elementos que todavía no se conocen
            Entre 1.869 y 1.872 el físico ruso Dimitri Mendeléyev publicó la tabla periódica de los elementos, pilar fundamental de la química. Estaba incompleta. Y no era un error. Los huecos correspondían a elementos todavía no descubiertos, pero que Mendeléyev no solo predijo sino de los que también definió algunas de sus propiedades. ¿Cómo es eso posible?
            La tabla periódica dispone los elementos químicos ordenados por su número atómico (número de protones), por su configuración de electrones y sus propiedades químicas. Este ordenamiento muestra tendencias periódicas, como elementos con comportamiento similar en la misma columna. Debido a que las posiciones están ordenadas, se puede utilizar la tabla para obtener relaciones entre las propiedades de los elementos, o pronosticar propiedades de elementos nuevos todavía no descubiertos o sintetizados.
            Esto es lo que permitió definir elementos que no se conocían, y de los que únicamente mucho tiempo después se tuvieron evidencias empíricas.

¿Y cómo es posible que la ciencia pueda hacer todo esto, detectar fenómenos que no pueden verse, definir otros que no conocemos o realizar predicciones exactas décadas antes que la práctica de la humanidad esté en disposición de ejecutarlas?
Porque la ciencia provoca siempre una auténtica revolución en el pensamiento. Los procesos de la realidad, del mundo y de la naturaleza que hasta entonces estaban velados, pasan a ser conocidos de forma objetiva. Esto representa un salto gigantesco para la humanidad, pasar de fabular, imaginar o interpretar a conocer, y por tanto poder transformar.

¿Qué es la ciencia?
La ciencia es un cuerpo teórico ordenado y jerarquizado, formado por conceptos y leyes de carácter universal que proporciona el conocimiento de las leyes objetivas que rigen un proceso particular de la materia. Y permite transformar la materia, actuando en el sentido de esas leyes.
La ciencia no es la descripción precisa de los fenómenos que ocurren en la realidad ni tampoco la síntesis de los conocimientos adquiridos por la experimentación.
El objeto de estudio de la ciencia es siempre un objeto formal-abstracto, un modelo teórico, del cual es necesario partir para poder alcanzar un conocimiento objetivo y preciso de los objetos real-concretos que existen en la realidad.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, ciencia es un conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”.
Esta es la concepción dominante, según la cual cualquier síntesis más o menos ordenada y sistematizada de conocimientos empíricos, que sea capaz de establecer reglas generales, puede convertirse en ciencia. Así, para nuestras universidades existen unas “ciencias de la educación”, otras “ciencias de la meteorología”, también unas “ciencias políticas” diferentes de las “ciencias sociales”.
Todo es ciencia… Es decir, nada es ciencia.
La definición de ciencia nos plantea tres nódulos principales, enfrentados a las concepciones empíricas actualmente dominantes.

1º.- La ciencia es un cuerpo teórico ordenado y jerarquizado.
            Al hablar de ciencia estamos hablando de un proceso de conocimiento abstracto, teórico, que no surge directamente de la observación y la experimentación ni de la acumulación de datos empíricos proporcionados por esta observación.
La ciencia, para ser tal, exige elevarse por encima de la realidad concreta y operar en un proceso de conocimiento abstracto, sintetizando en un cuerpo teórico de leyes y conceptos científicos la multiplicidad de determinaciones que existen en los objetos concretos y los procesos singulares que se dan en la realidad, lo que es esencial y universal a todos ellos.
            Esta es la posición de la que parte Einstein, al referirse a la física newtoniana afirmando: “He aprendido algo de la teoría de la gravitación, ninguna colección de hechos empíricos, no importa su amplitud, puede llevar a su formulación. Porque “se necesita crear conceptos alejados de la experiencia inmediata si se aspira a una mayor comprensión de la naturaleza”.
            La gran aportación de Newton al conocimiento científico no surge de las conclusiones de sus estudios de astronomía, ni evidentemente de una “intuición genial” al contemplar como la manzana cae del árbol. Lo que Newton establece, y por eso abre un nuevo continente científico que antes no existía, por mucho conocimiento empírico que hubiera, es haber fijado las leyes, mediante ecuaciones matemáticas que las demuestran, que actúan sobre el movimiento y el reposo de los cuerpos dotados de masa bajo la acción de determinadas fuerzas.
            Einstein combatía de forma consciente las concepciones empíricas dominantes, aquellas que “inducen a creer que todos los conceptos y proposiciones que no pueden deducirse de la materia prima sensorial deben eliminarse del pensamiento por su carácter metafísico”. Remarcando que no existe un método inductivo que nos conduzca a los conceptos fundamentales de la física. La imposibilidad de comprender este hecho constituyó la base del error filosófico de muchos investigadores (…) El pensamiento lógico es necesariamente deductivo; se basa en conceptos hipotéticos y axiomas”.

2ª.- La ciencia permite el conocimiento de las leyes objetivas que rigen un proceso particular de desarrollo de la materia.
            El conocimiento que surge directamente de la “ordenación del material empírico” es siempre aproximado, relativo, parcial. Para conocer la esencia de un proceso de la materia es necesario dar un salto teórico, sintetizando las leyes objetivas y universales que lo mueven.
            Es lo que Einstein plantea cuando defiende que “la física es el intento de construir conceptualmente un modelo del mundo real y de su estructura con arreglo a las leyes que lo rigen”.
            La  aportación científica de Marx no está en haber analizado la sociedad capitalista, basándose en el capitalismo inglés del siglo XIX, cuyas conclusiones ya no servirían para explicar la complejidad del capitalismo del siglo XXI. Lo que hace Marx es desentrañar las leyes que rigen la sucesión de los modos de producción, y en particular del modo de producción capitalista.
            Este carácter científico proporciona al marxismo (como hemos visto en el ejemplo de Einstein en la física) también una formidable capacidad de predicción. Para comprender la actual crisis capitalista, ha sido necesario estudiar las leyes que Marx estableció hace 150 años.

3ª.- La ciencia no estudia la realidad concreta. El objeto de estudio de la ciencia es siempre un objeto formal-abstracto.
            El objeto de estudio de cualquier ciencia no son los fenómenos particulares que se presentan a nuestra observación, ni tampoco los objetos concretos, sino un objeto formal-abstracto, es decir, un modelo teórico, una representación, que aunque abstracta, cumple la condiciones de seriedad, veracidad y rigurosidad, de un proceso particular de desarrollo de la materia.
            Sólo se puede acceder al conocimiento de los objetos real-concretos a condición de trabajar también y al mismo tiempo sobre objetos formal-abstractos. Una paradoja que actúa contra el sentido común, pero sin la cual no puede existir la ciencia y el conocimiento objetivo que nos proporciona.
            Esta es la posición de la que Einstein parte cuando afirma: “comprensibilidad implica la creación de cierto orden en las impresiones sensoriales; un orden que se produce solo por la creación de conceptos generales, de relaciones entre dichos conceptos (…) En este sentido es comprensible el mundo de experiencias sensoriales”.
El concepto científico de átomo es un modelo teórico completamente abstracto. Que nada tiene que ver con la imagen “cotidiana” de un “sistema solar en miniatura”,  con el núcleo en el centro, y los electrones orbitando alrededor de él, que habitualmente lo ilustra.
Nadie ha visto, ni seguramente podrá ver jamás, un átomo. Para que podamos ver un objeto tiene que ser lo suficientemente grande para que refleje la luz. Y el átomo más grande es mil veces más pequeño que la longitud de onda de la luz. Pero, además, el núcleo es 100.000 veces más pequeño que un átomo. Mientras que el electrón es mil veces más pequeño que el núcleo. El resto del átomo, su mayor parte, es simplemente espacio vacío. A lo que hay que añadir que los electrones no están ubicados en órbitas alrededor del núcleo, sino en diferentes niveles de energía. Cuando un electrón recibe la energía procedente de un fotón, puede pasar a un nivel superior de energía. Si utilizáramos la analogía del sistema solar, es como si Marte desapareciera de su órbita e, instantáneamente, apareciera en la órbita de la Tierra.
Es inadmisible para nuestro “sentido común”. Pero es que la materia no se rige por el sentido común. Tiene sus propias leyes de desarrollo.
El concepto científico de átomo está en el terreno de la teoría, es formal-abstracto. No existe en la realidad, pero es necesario partir de él para poder estudiar y comprender la realidad material y la estructura concreta de los cuerpos.
Lo mismo ocurre en el resto de ciencias. El psicoanálisis se asienta sobre el conflicto entre el inconsciente y el consciente. Ese es un modelo teórico que nos permite comprender los conflictos psíquicos reales y concretos. Mientras que hasta ese momento las enfermedades psíquicas eran consideradas poco menos que como manifestaciones demoníacas.
Para que exista ciencia es necesario un salto cualitativo, que no surge de la mera ordenación o síntesis del material empírico. Pero también necesita, como base material imprescindible, una ingente acumulación de conocimientos y de práctica de la humanidad. Si no partimos de aquí, caeríamos en el idealismo.
Para que Copérnico, Kepler, Galileo y Newton protagonicen una gigantesca revolución científica en los siglos XVI-XVIII, fue necesario acumular milenios de práctica social por parte de toda la humanidad.

TESIS II: La corriente filosófica dominante es el empirismo. Aunque afirma la primacía del mundo sensorial, su posición es idealista. Porque antepone la idea a la materia, lo subjetivo (las percepciones) a lo objetivo.
El empirismo niega que la materia, más allá de sus manifestaciones empíricas, se rija por leyes objetivas que son propias a cada proceso material. Y al hacerlo impide el desarrollo del conocimiento científico.
El empirismo es una posición burguesa ante la teoría, enfrentada al materialismo.
El combate dado por Lenin contra el empirismo (base del pensamiento economicista y reformista de la socialdemocracia o el revisionismo) coincide con el desplegado por algunos de los más importantes científicos, como Einstein, frente a las concepciones dominantes que han paralizado el desarrollo teórico de la física.

El Empirismo es una corriente filosófica que otorga una primacía absoluta a la experiencia y las percepciones sensoriales en la formación del conocimiento. Aparentemente, esta es una concepción materialista. En realidad el empirismo se enfrenta a todas y cada una de las tesis del Materialismo.

LAS 3 TESIS DEL MATERIALISMO:
TESIS 1: Todo lo que existe es materia. La materia es objetiva e independiente de la voluntad.
Contratesis 1 del empirismo: Solo podemos estar seguros de la existencia de nuestras percepciones sensoriales.
            El materialismo antepone la materia a la idea, lo objetivo a lo subjetivo. Por eso afirma en primer lugar la existencia de la materia objetiva e independiente de nuestra voluntad o percepción.
            El empirismo es idealista porque antepone nuestras percepciones a la existencia objetiva de la materia. Afirmando que “existir es ser percibido”. Es decir, que no existe una realidad objetiva independiente de nuestra percepción.

TESIS 2: La materia se puede conocer. La materia se rige por leyes objetivas que son propias a cada proceso material.
Contratesis 2 del empirismo: Es dogmático afirmar que existe algo más allá de los datos proporcionados por la experiencia.
            El materialismo permite conocer las causas últimas porque, más allá de sus manifestaciones empíricas, establece que cada proceso material se rige por leyes objetivas que le son propias.
            El empirismo exige “no ir más allá de la experiencia”, calificando esa pretensión de “dogmatismo”. Limitando el conocimiento a una mera síntesis y ordenación del material empírico. Que puede ofrecernos aproximaciones o probabilidades pero nunca certezas.

TESIS 3: La materia se puede transformar, actuando de acuerdo a sus leyes objetivas de desarrollo.
Contratesis 3 del empirismo: Podemos actuar sobre los “fenómenos”, las manifestaciones externas de los procesos que percibimos. Pretender ir más allá es mera especulación.
            Al negar la existencia de la materia como una realidad objetiva, y considerar “dogmático” formular que se rige por leyes objetivas que no se deducen directamente de los datos empíricos, el empirismo impide el desarrollo del conocimiento científico. Permitiendo un desarrollo tecnológico que puede llegar a ser extraordinario, pero que consiste en la aplicación de lo ya establecido previamente por la ciencia. Limitando nuestra capacidad de transformar la realidad a incidir sobre las manifestaciones externas de cada proceso, pero sin poder comprenderlo y transformarlo de raíz.

La hegemonía del Empirismo
La corriente filosófica del empirismo tomó nuevas fuerzas desde principios del siglo XX, coincidiendo con el salto del capitalismo de libre cambio al imperialismo y con una serie de descubrimientos científicos (especialmente en el terreno de las partículas subatómicas) que son interpretados desde una posición idealista.
            En 1935, el físico austriaco Erwin Schrödinger propuso una paradoja para ilustrar cómo en el mundo de las partículas subatómicas, las certezas establecidas por la física de Newton no tenían validez. Schrödinger ideó un sistema que se encuentra formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato en su interior, una botella de gas venenoso y un dispositivo, el cual contiene una partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.
Durante el tiempo que dura el experimento, hay una probabilidad del 50% de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la misma probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo. Para Schrödinger, mientras el científico no abra la caja para comprobar el estado del gato, éste estará al mismo tiempo vivo y muerto, puesto que la probabilidad de que la partícula se haya desintegrado es del 50%. Sólo al actuar, al abrir la caja, el científico podrá decir con certeza si el gato está vivo o muerto.
Con esta imagen, Schrödinger buscaba ilustrar el principio de incertidumbre formulado por Heisenberg 8 años antes y que establece que no se puede determinar, en términos de la física cuántica, simultáneamente y con precisión, ciertos pares de variables físicas, como son, por ejemplo, la posición y la cantidad de movimiento (y por tanto la velocidad) de una partícula.
Esto, que es un salto en el conocimiento científico, y que permite superar la unilateralidad del mecanicismo de la física newtoniana, es sin embargo interpretado de forma reaccionaria por el empirismo burgués.
Tras la formulación del principio de incertidumbre se impone la “Interpretación de Copenhague” como doctrina oficial en la física. Afirmando que la medida de todo conocimiento está determinado por la relación entre el objeto que se observa y el sujeto que observa, y que por tanto el objeto de la física no es el conocimiento de procesos reales, objetivos, independientes de nosotros, sino la forma que nosotros tenemos de aprehender, de conocer ese objeto que siempre será subjetiva, determinado por la posición del observador.
El propio Heisenberg establecerá que “la realidad objetiva se ha esfumado” y que “la mecánica cuántica no representa partículas, sino más bien nuestro conocimiento, nuestra observación, nuestra conciencia de las partículas”.
Este retorno al empirismo idealista ha determinado que, frente a la explosión científica durante las tres primeras décadas del siglo XX, el desarrollo teórico de la física se haya paralizado.

Combate al Empirismo
Einstein se rebelará ante esta interpretación empírica de la mecánica cuántica, a cuyo nacimiento él había contribuido de forma decisiva. Defendiendo en ese combate una posición consecuentemente materialista.
            Para Einstein “la creencia en un mundo exterior e independiente del sujeto que percibe es la base de toda la ciencia natural”. Estableciendo que “la  ciencia física tiene por objeto una realidad que existe con absoluta independencia del sujeto, ya sea observable o no, y que puede ser conocida en sí misma al margen de toda intervención o aportación de la mente humana, lo que garantiza la objetividad del conocimiento”.
            Contestando a las posiciones del empirismo que “hay algo como el estado real de un sistema físico que existe objetiva e independientemente de toda observación o medida”.
            En una carta dirigida a Max Born –físico alemán que en 1954 recibió el premio Nobel por sus trabajos en mecánica cuántica– Einstein sintetiza el antagonismo entre el materialismo y el empirismo, al afirmar que “nuestras expectativas filosóficas nos han conducido a cada uno a las antípodas del otro. Tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo en el único valor de las leyes de un universo en el que cada cosa existe objetivamente (…) Tú estás convencido de que no existen leyes para una descripción completa, conforme al principio positivista Esse est percipi [Existir es ser percibido]. Sin embargo, se trata de un programa [es decir de una posición filosófica e ideológica], no de ciencia. Ahí es donde radica la diferencia fundamental de nuestras posturas”.
            En Materialismo y Empirocriticismo, Lenin combate también las posiciones empiristas que utilizan los nuevos descubrimientos de la física para imponer el idealismo contra el materialismo: “La nueva corriente en la física no ve en la teoría más que símbolos, signos, señales para la práctica, es decir, niega la existencia de la realidad objetiva, independiente de nuestra conciencia y reflejada por ésta (...)
            “La materia desaparece: esto quiere decir que desaparecen los limites dentro de los cuales conocíamos la materia hasta ahora, y que nuestro conocimiento se profundiza; desaparecen propiedades de la materia que anteriormente nos parecían absolutas, inmutables, primarias (impenetrabilidad, inercia, masa, etc.) y que hoy se revelan como relativas, inherentes solamente a ciertos estados de la materia. Porque la única "propiedad" de la materia con cuya admisión está ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra conciencia”.

Entre Einstein y Lenin hay un hilo que los une, el de un feroz combate al empirismo burgués.
            Posiblemente sin saberlo, Einstein estaba haciendo a la escuela de Copenhague y a la posición dominante hoy sobre la ciencia exactamente la misma crítica que Lenin había hecho en 1908, en Materialismo y Empirocriticismo, a todos los que, en nombre del marxismo, habían abandonado el materialismo filosófico para caer en brazos del empirismo idealista burgués.
            Lenin cita a Berkeley, obispo anglicano del siglo XVIII y uno de los fundadores del empirismo, tal y como lo hace Einstein: “Para mí es perfectamente incomprensible – dice Berkeley -- cómo puede hablarse de la existencia absoluta de las cosas sin relacionarlas con alguien que las perciba. Existir significa ser percibido”.
            Lenin también sintetiza la crítica fundamental de los idealistas al “dogmatismo” de los materialistas: “Los materialistas, se nos dice, reconocen algo que es impensable e incognoscible: la "cosa en sí", la materia "fuera de la experiencia", fuera de nuestro conocimiento. Caen en un verdadero misticismo, admitiendo que hay algo existente más allá, algo que trasciende los límites de la "experiencia" y del conocimiento (…) "doblan" el mundo, predican el "dualismo", puesto que, más allá de los fenómenos, admiten además la cosa en sí; tras los datos directos de los sentidos admiten algo más, un fetiche, un "ídolo", un absoluto, una fuente de "metafísica", un "alter ego" de la religión ("la sagrada materia", como dice Basárov)”.
            Einstein rebatirá todas las tesis de Ernest Mach, cabeza de la principal corriente empirista a principios del siglo XX, utilizando argumentos muy similares a los empleados por Lenin: “la debilidad de Mach está en que tiende a creer que la ciencia consiste en la mera ordenación del material empírico (…) La teoría de la relatividad era según él inadmisiblemente especulativa. No sabía que ese carácter especulativo también se encuentra en la mecánica newtoniana y en cualquier teoría que el pensamiento pueda desarrollar”.
            Las mismas críticas que Einstein recibió hace cien años, calificándolo de “dogmático” son las que hoy recibe el marxismo. Un calco de las concepciones que Lenin combatió, y se fueron la base teórica del reformismo de la socialdemocracia.
            Este combate dado por Lenin ante el idealismo empirista no le era ajeno a Einstein. Los “machistas”, seguidores de Ernest Mach, afirmaban que defender la existencia del átomo era “un delirio dogmático”, “una inconcebible especulación”, puesto que no existía ninguna evidencia empírica de su existencia. Tan feroces eran las críticas que uno de los físicos que más contribuyó a la difusión de la teoría atómica, L. Boltzman, acabó suicidándose incapaz de afrontar el desprecio de sus colegas.
            Einstein toma ese combate en sus manos, y precisamente basándose en las ecuaciones desarrolladas por Boltzam, demuestra más allá de toda duda la existencia del átomo en su artículo sobre el movimiento browniano.
            Es cuando Einstein demuestra teóricamente la existencia del átomo, que los físicos experimentales empiezan a descubrir evidencias empíricas de su existencia. Pero es necesario primero dar el combate filosófico y teórico contra las concepciones empíricas.
            Einstein, que simpatizaba con el socialismo aunque nunca fue comunista, no solo estuvo en la misma “trinchera filosófica” que Lenin frente al idealismo empirista, sino que además alababa su figura, afirmando que “en Lenin admiro al hombre que ha puesto en juego todo su poder, con una completa negación de su persona, para la realización de la justicia social. Su método no me parece oportuno. Pero es cierto que hombres como él son centinelas y renovadores de la conciencia de la humanidad”.

En “Tres fuentes y tres partes integrantes del marixismo” Lenin establece como “los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales -el radio, los electrones, la trasformación de los elementos- son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx, quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus "nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo”.
            Los posteriores desarrollos de la mecánica cuántica no han hecho sino confirmarlo.
            En 1905 Einstein estableció una teoría revolucionaria sobre la naturaleza de la luz. Según la cual debía concebirse al mismo tiempo como onda y como partícula. Pocos años más tarde, un físico francés, Louis-Victor de Broglie, establece que esa no es una particularidad de la luz, sino de toda la realidad física.
            Sólo puede comprenderse la complejidad del mundo físico si partimos de que su naturaleza está definida por un par de contrarios: onda-corpúsculo. Toda partícula se comporta en determinadas condiciones como una onda, y en otras como una partícula. Porque se trata de un par de contrarios en lucha que, como establecen las leyes de la dialéctica, están intercambiando continuamente su posición. Cuanto más se manifiestan las propiedades ondulatorias, más se diluyen las corpusculares, y viceversa.
            Podemos comprobar como esta es una concepción de la realidad física que coincide con la posición y el punto de vista del materialismo dialéctico.
            Porque el materialismo dialéctico nos coloca en disposición de conocer la realidad, y como tal se encuentra siempre al límite del conocimiento.

TESIS III.- Aunque el contenido de la ciencia, como conocimiento objetivo, no tiene carácter de clase, su nacimiento, desarrollo y aplicación está determinada por la lucha de clases.
Cada gran ruptura científica, cada gran salto en el conocimiento objetivo de la naturaleza y la sociedad, da a la humanidad herramientas para la trasformación. Por eso, las clases revolucionarias luchan siempre por el desarrollo científico, mientras las clases reaccionarias abrazan el idealismo y el empirismo, frenando con ello el desarrollo del conocimiento científico.

            Precisamente porque la ciencia da un conocimiento objetivo, a diferencia de la ideología y la filosofía, no tiene carácter de clase. Es su utilización y aplicación lo que le da un carácter de clase u otro.    Por ejemplo, el descubrimiento de la energía nuclear es un salto en el conocimiento científico. Otra cosa diferente es si se utiliza para fabricar bombas atómicas y dominar mediante la fuerza a otros países y pueblos (algo a lo que se opuso Einstein, sin cuyo trabajo científico hubiera sido imposible la energía nuclear) o si se utiliza en beneficio de la humanidad.
            Pero la determinación de la lucha de clases sobre la ciencia no se reduce a sus aspectos “utilitarios”. Es mucho más profunda. La revolución científica que culminó con Newton es inseparable del combate de la entonces revolucionaria burguesía contra el dominio feudal.
            Cuando se publicó “Sobre la revolución de las esferas celestes”, de Nicolás Copérnico, donde se defendía el heliocentrismo, es decir que el Sol y no la Tierra era el centro del universo, su editor se cuidó de introducir un prólogo donde se matizaba que esa era tan solo “una hipótesis”. No era una concesión gratuita. El nuevo modelo teórico propuesto por Copérnico dinamitaba la concepción del universo que daba sustento al cristianismo y a todo el dominio feudal.
            La Iglesia había reinterpretado el sistema astronómico de Ptolomeo y la física aristotélica, donde se superponían varias esferas celestiales fijas, con la Tierra en el centro, para sustentar una concepción del mundo donde Dios ocupaba la última esfera y era el motor de todos los cambios.
            Con esta concepción del universo se sustentaba el dominio de la aristocracia feudal, que ocupaba el lugar de Dios en la tierra. Sin cuestionar esta ensoñación ideológica, era imposible desarrollar la física. Pero ello atacaba frontalmente el dominio feudal. Por eso el Vaticano condena a Galileo.
            No es en absoluto casual que la culminación de esa revolución científica la haga Newton, en Inglaterra, justo el primer país que ha realizado una revolución burguesa en 1.640.
            Tampoco que esa revolución científica precediera a la revolución industrial. También hoy todos los adelantos tecnológicos más de vanguardia no hacen sino aplicar lo que teóricamente estableció la mecánica cuántica.

            La posición de la burguesía ante la ciencia está determinada por su condición de clase dominante explotadora. Había esgrimido el materialismo en las ciencias naturales frente al dominio feudal, pero no puede más que adoptar una posición idealista ante la historia. Y esa posición idealista propia de todas las clases dominantes y explotadoras está en la base del empirismo (una posición de clase burguesa ante la teoría) que hoy supone el mayor obstáculo para el desarrollo de la ciencia en cualquier ámbito. Aunque la burguesía es capaz de desarrollar sofisticados ingenios tecnológicos (como el detector de ondas gravitacionales en EEUU) o complejas aplicaciones de leyes científicas (como los ordenadores cuánticos), su posición empirista e idealista ha determinado que desde la década de los treinta del siglo pasado (cuando se culminó la mecánica cuántica) no se haya dado ningún desarrollo teórico significativo en la física.