sábado, 17 de junio de 2017

la historia de la industria del petróleo en España





Cuando España se enfrentaba a los monopolios confabuladoras







En 1917, cuando el petróleo en España representaba el 0,3% en el uso final de energía, Joaquín Sánchez de Toca, ministro conservador de la época e hijo del médico que atendió en sus últimas horas al General Prim, escribió una pequeña obra titulada El Petróleo como artículo de primera necesidad para nuestra economía nacional. Según he leído en un artículo de Adrian Shubert, este escrito de Sánchez de Toca es el que inspiró, durante el gobierno de Primo de Ribera a su ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, para realizar la nacionalización del petróleo. Esta iniciativa se plasmó en el Real-Decreto Ley 1141 de 28 de junio de 1927, publicado en la Gazeta de 30 de junio de ese mismo año. En él, después de un “mono” parte sobre el buen estado de salud de la familia real de Alfonso XIII en Londres, se puede leer la exposición de motivos que el mismo Calvo Sotelo hace sobre la ley. En esta exposición se habla del problema del petróleo como uno en primera línea de todos los que modernamente interesan a todos los pueblos.

En el texto se justifica la nacionalización del petróleo, que daría lugar a la creación de CAMPSA, por tres razones. Primero se entiende que la industria del petróleo, por sus efectos de arrastre sobre otros sectores, puede ser uno de los instrumentos para la industrialización del país; segundo se asume que el petróleo es un instrumento básico de la defensa nacional (entiendo que como combustible de la flota marina y aérea); y en tercer lugar, se le ve también como una fuente de ingresos fiscales. Estas tres razones conducen a una de las frases más graciosas del texto, en la que se dice que el nuevo monopolio no significa realmente una instauración, sino tan sólo sustitución; porque de hecho, en materia de petróleos vivimos en régimen de Monopolio en manos de muy pocas entidades privadas cuya confabulación, siempre posible y en derecho estricto difícilmente reprimible, sobre todo si aquellas se amparan en fuero de extranjería, podría ocasionar riesgos gravísimos al consumidor y al mismo Estado, impotentes para desbaratarla.


A tenor de lo que cuenta Adrian Shubert, al final estas entidades privadas, apoyadas por sus gobiernos respectivos, fueron las que desbarataron el proyecto inicial. Este proyecto inicial era crear una empresa petrolera integrada española (con capital y trabajo nacional), cuya participación del Estado había de ser del 30%. Para crear esta empresa, se tuvo que nacionalizar lo que ya existía en la Península Ibérica: Industrias Babel y Nervión, inicialmente de capital francés y comprada por la Standard Oil de Jersey (1925), la Sociedad Petrolífera Española, filial de la Royal Dutch Shell,y otras empresas menores, fundamentalmente francesas, así como integrar a la Sociedad de Petróleos Porto Pi, creada por Juan March en 1925 -cuya emblemática y arquitectónicamente maravillosa gasolinera puede verse todavía hoy en Madrid en la Calle Alberto Aguilera.

Ello culminó en una batalla sobredimensionada, vista la minúscula dimensión del mercado petrolífero español de la época (en 1927, sólo el 2,1% del consumo final total de energía tenía como origen el petróleo) y la poca importancia de la Península Ibérica en el juego petrolífero mundial, que no acabó con CAMPSA, pero costó un dineral al erario español y desvirtúo el proyecto inicial de tener una empresa petrolera nacional fuerte. Esta batalla perdida, históricamente tiene su gracia, pues contiene algunos ingredientes relevantes para el relato del devenir de la industria petrolera internacional.

Esta historia transcurre entre 1925 y 1927; año, el primero, en el que quedaron fijadas en Lausana las fronteras entre Turquía e Iraq, incluyendo la región de Mosul, y con ello las concesiones petrolíferas en Oriente Medio; y año, el segundo, previo a que las siete compañías petrolíferas más poderosas del mundo (según Calvo Sotelo, los monopolios privados confabuladores) se constituyeran en las Siete Hermanas y se repartieran, junto a la Compañía Francesa de Petróleo, el mercado mundial. Por ello este pequeño acto, cebollante, de creación de una compañía nacional fuera del ámbito de la gran industria petrolera internacional, pudo ser considerado, por parte de ésta, como un acto de rebeldía que no se debía tolerar. Máxime si se tiene en cuenta, que la única empresa petrolífera implicada en la historia, la de la Sociedad Petróleos Porto Pi, había logrado un acuerdo con las autoridades soviéticas para importar crudo desde la URSS, sólo tres años después de que en la Conferencia de Génova y subsiguientes, se limitaran sustancialmente las relaciones entre la incipiente industria petrolera soviética y la occidental. Ello, aunque ahora podamos pensar que no tenía futuro alguno, rompió la hegemonía de las “grandes” en España y debió ser visto como una disidencia a no permitir.

Es curioso, pero visto en perspectiva, éste debió de ser uno de los momentos de máxima actividad diplomática internacional en torno al sector petrolífero español. Se creó una campaña de boicot internacional y se desestabilizó, a la ya inestable, dictadura de Primo de Rivera. Parece increíble que un país atrasado como España, con un ínfimo consumo de petróleo, por querer crear una compañía de petróleos nacional con participación estatal, creara tal alboroto, pero la moraleja es evidente: el poder del monopolio no se logra por el buen hacer, sino por la exclusión de cualquier atisbo de competencia, por pequeña e inofensiva que esta sea. Esto fue así, cuando esta industria era incipiente, y lo es ahora, cuando está madura y obsoleta.

La diferencia es que, entonces, el gobierno intentó oponerse, en palabras de Calvo Sotelo, a ese poder privado que atenta contra el consumidor y el Estado, mientras que ahora, nuestros gobernantes favorecen su poder. Intuyo que esta debe ser la diferencia entre un conservadurismo nacional y uno globalizado, pues por lo demás, las distas ideológicas entre el gobierno de entonces y el de ahora, parecen pocas.

jueves, 15 de junio de 2017

Escuela zonal 12

            

La venda en los ojos

           
 El hilo conductor de esta ciclo de Escuelas de Marxismo sobre la historia de España está concentrado en su mismo título: “¿España, potencia imperialista o país dominado?”.
           




Frente a una visión dominante sobre nuestra historia que pone el foco de atención en “el atraso español” o en el carácter reaccionario de las élites locales, vamos a demostrar con hechos como el factor determinante que explica tanto el pasado como el presente es la intervención de las principales potencias imperialistas para dominar España.
            Después de estudiar el siglo XIX en la primera escuela de este ciclo, vamos a concentrar nuestra atención en el primer tercio del siglo XX, un periodo donde gracias a la debilidad de las potencias dominantes tradicionales -Inglaterra y Francia- tras la Iª Guerra Mundial, se abre la posibilidad de que España emprenda el camino de un desarrollo autónomo donde puedan expresarse todas sus potencialidades. En el terreno económico pero también en el científico o cultural, donde se vive, a partir de los años veinte, una auténtica Edad de Plata de la cultura española.
            Un horizonte cuyos límites vienen una vez más determinados por el grado de dependencia respecto a las principales potencias, y su capacidad para intervenir en nuestro país para cercenar la posibilidad de un desarrollo autónomo que cuestione sus intereses.
            Una contradicción que se expresa -en unos términos que podrían perfectamente aplicarse a la España actual- en un artículo aparecido en septiembre de 1916 en la Revista Nacional de Economía, una publicación en la que escribían los principales economistas y científicos de la época: “Se presentan para España dos caminos: o recibir, aceptar humildemente agradecida, el capital extranjero, más o menos disimulado o suave, y por ende el dinero extranjero, la técnica extranjera, y que sean los embajadores extranjeros los que gobiernen con su baraja de ministros, ministrables y presidentes, con sus cortesanos adictos y sus generales afectos y sus magistrados agradables y sus periodistas y sus intelectuales a sueldo, o España tiene que buscar ardientemente el camino del trabajo, del estudio, de la austeridad y del deber, la reconquista de su casi perdida independencia política, de su riqueza monopolizada por la banca extranjera, haciéndose su técnica propia, su banca propia, su cultura propia para llegar a ser nación independiente de pleno iure”.
            En torno a este nódulo principal van a desarrollarse todos los acontecimientos que definirán a principios del siglo XX un desarrollo capitalista en España cuyos pilares siguen vigentes en la actualidad.

1º.- El nacimiento y desarrollo del movimiento obrero. 
La venda en los ojos.

            El movimiento obrero nace en España en el siglo XIX, y se desarrolla extraordinariamente durante el siglo XX, con una enorme combatividad y organización. En 1917, al calor de la Revolución de Octubre, las principales fuerzas obreras y populares convocan una Huelga Nacional Revolucionaria que paraliza el país, y en el campo andaluz se abre un periodo conocido como “el trienio bolchevique”.
            Pero, a pesar de las enormes evidencias que lo atestiguan, en el movimiento obrero existe una ceguera absoluta sobre como España se ha convertido en un país intervenido donde el principal muro que hay que derribar para abrir un camino revolucionario es el dominio de las grandes potencias imperialistas.
            Se dirige la lucha popular contra el patrón sin situar el centro en el control del capital extranjero, contra el cacique y no frente a la intervención de las embajadas extranjeras sobre la vida política del país...
            Una auténtica “venda en los ojos” ante la intervención imperialista que ha impedido a una clase obrera y un pueblo extraordinariamente combativo derrotar a sus auténticos enemigos.
            En esta escuela vamos a abordar una primera explicación de las razones objetivas de esta inexplicable ceguera en las fuerzas del movimiento obrero español: ¿ha surgido “espontáneamente” o se ha impuesto de forma interesada?

2º.- La configuración de la oligarquía

            En las primeras décadas del siglo XX se configura definitivamente la clase dominante en España: una oligarquía financiera vinculada familiarmente con los terratenientes, pero que tiene ya su nódulo principal en un selecto grupo de grandes bancos con participación directa en la gran industria.
            Y que fortalece su “unión personal” con el Estado, a través de cuadros que alternan los principales ministerios con el consejo de administración de los grandes bancos e industrias.

3º.- La dictadura de Primo de Rivera: 
el íntento de desarrollar un capitalismo nacional autónomo

            La dictadura de Primo de Rivera -vigente desde 1923 a 1929- es valorada como uno más de los regímenes reaccionarios y derechas que han recorrido la historia del país. En realidad su sentido histórico es muy diferente. Representa el primer y único intento de desarrollar, desde sectores oligárquicos y el Estado, un capitalismo nacional independiente.
            Algunos de los principales monopolios españoles, como Telefónica o Campsa, nacen en este momento.
            Para ello fue necesario cuestionar en parte los tradicionales lazos de dependencia hacia las grandes potencias y el capital extranjero. Expropiando a la todopoderosa Standard Oil y la Shell con el objetivo de recuperar el control nacional sobre sectores estratégicos como el energético. Y buscando, ante la presiones británicas, un acuerdo con la URSS -la bestia negra de toda la burguesía mundial- para abastecerse de petróleo.
            La intervención, principalmente desde la embajada inglesa, tejerá una red para acabar a cualquier precio con el régimen primorriverista. Los nódulos de la oligarquía, a pesar de haber salido enormemente beneficiados del crecimiento económico durante este periodo, se plegaran a los ataques exteriores, demostrando su incapacidad para encabezar un proyecto independiente.

La Escuela de Marxismo se celebrará 
el viernes 16 y sábado 17 de junio

-          Tiene una matrícula de 6 euros.

-          A todos los matriculados se les proporcionará un dossier con las asignaturas y los textos de estudio.
-       Más información 609615971 

lunes, 5 de junio de 2017

EL ETERNO Y OBLIGADO RETORNO A MARX

“El retorno de Karl Marx para entender lo que está pasando en el capitalismo avanzado”.






El título de la última columna del economista Vicenç Navarro -una de las referencias del pensamiento progresista en España- no exige explicación alguna:

En él se nos desvela como incluso entre los principales propagandistas del pensamiento liberal y conservador -como el seminario británico The Economist- se reconoce la validez de las aportaciones de Marx, y la necesidad de partir de ellas para poder comprender los principales acontecimientos del mundo actual.

El artículo de Vicenç Navarro (que se puede consultar en Público) tiene la virtud de poner de manifiesto cómo el marxismo (que como recuerda el economista catalán “ha sido definido por algunas voces como anticuado, irrelevante o cosas peores”) es un obligado punto de referencia incluso para sus más acérrimos detractores.

No es la primera vez que Vicenç Navarro nos recuerda cómo los hechos corroboran la validez del análisis de Marx sobre el capitalismo. También en su habitual columna en Público, publicó en agosto del pasado año el artículo “Marx llevaba bastante razón”.

Vicenç Navarro es una influyente figura en el ámbito progresista. Exiliado durante el franquismo, fue asesor del gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende y del gobierno cubano, pero también de algunos de los principales gobiernos socialdemócratas en Europa. Elaboró, junto a Juan Torres, una propuesta de programa económico para Podemos, y fue incluido en la lista presentada por Pablo Iglesias en su última asamblea general.

"Incluso los grandes centros de poder están obligados a reconocer que la validez de los fustes y las predicciones sobre el desarrollo del capitalismo establecidas por Marx"

Pero para defender la validez del marxismo, Vicenç Navarro no recurre a movimientos y pensadores revolucionarios o progresistas... sino a las fuentes más conservadoras.

Principalmente al seminario británico The Economist, portavoz de los intereses de la City londinense y del gran capital norteamericano, y considerado desde su fundación en 1843 poco menos que como la biblia del pensamiento liberal.

En una de las históricas columnas del seminario británico (llamada “Bagehot”, y que cumple el papel de un segundo editorial) uno de sus principales analistas -Adrian Wooldridge- nos presenta un título (“El momento marxista”) y un subtítulo (“Los laboristas llevan razón: Karl Marx tiene mucho que enseñar a los políticos de hoy en día”) sorprendentes en un medio tan conservador.

Cuando son las grandes burguesías las que avalan a Marx

La columna de The Economist tiene su origen en la política doméstica inglesa. En plena campaña electoral, para atacar al candidato laborista, algunos políticos y medios conservadores se han lanzado a lo que Vicenç Navarro define como “una burda, grosera e ignorante demonización de Marx y del marxismo”.

Pero el analista de The Economist se eleva por encima de las trifulcas partidistas... para dar la razón a Marx.

Adrian Wooldridge reconoce explícitamente que, como estableció Marx, “la presente crisis no se puede entender sin partir de los cambios dentro del capital, por un lado, y el crecimiento de la explotación de la clase trabajadora”.

Pero Wooldridge no se detiene aquí en su reconocimiento a los aciertos de Marx. Pone de manifiesto como una de las principales características del capitalismo es, como predijo Marx, “la creciente monopolización del capital, tanto productivo como especulativo, que está ocurriendo en los países capitalistas más desarrollados”.

El analista de The Economist vuelve a confirmar a Marx al corroborar que “el capitalismo por sí mismo crea la pobreza a través del descenso salarial”, incrementando con ello permanentemente las desigualdades sociales.

Y se ve obligado a reconocer nuevamente que Marx tenía razón al cuestionar las legitimidad del poder político, pues “la evidencia acumulada muestra que el maridaje del poder económico y político ha caracterizado la naturaleza de los Estados”.

"Existía una demanda social de marxismo. Porque para comprender lo que hoy ocurre no hay más remedio que volver la mirada a Marx"

No es la primera vez que Wooldridge reconoce los aciertos de Marx. En uno de sus principales libros reconoce que “como profeta de la interdependencia universal de las naciones Marx sigue siendo relevante. Su descripción de la globalización sigue siendo tan aguda hoy como hace ciento cincuenta años”.

No es el único economista burgués que está obligado a reconocer la molesta necesidad de recurrir a Marx para comprender los fundamentos del mundo actual. Paul Kurgman, Nobel de Economía y principal referencia de Obama en política económica, afirma que ha sido el pensamiento marxista el que mejor ha predicho las crisis cíclicas del capitalismo. Mientras Nouriel Roubini, uno de los totems del pensamiento económico liberal actual, confiesa que “Karl Marx tenía parte de razón cuando decía que la globalización, la intermediación financiera sin control y la redistribución de la renta y riqueza desde el trabajo al capital podría conducir al capitalismo a su autodestrucción”.

No se han vuelto locos. Los principales economistas burgueses no se han convertido al marxismo. Pero cuando reflexionan se ven obligados a reconocer que el marxismo, ese pensamiento declarado caduco y obsoleto, resulta que tenía razón en sus principales predicciones.

Por eso El Capital o el Manifiesto Comunista se reeditaron al estallar la crisis. Existía una demanda social de marxismo. Porque para comprender lo que hoy ocurre no hay más remedio que volver la mirada a Marx.

Lo reconocen incluso los grandes centros de poder que consideran, con toda la razón, que el marxismo es su principal enemigo.