martes, 18 de julio de 2017

La Guerra de Secesión. Factores externos e influencias externas en el origen de los nacionalismos.

Vamos a hacer un brevísimo recorrido por los principales acontecimientos de los siglos XVII, XVIII y XIX en los que España, no sólo perderá uno tras otro los territorios conquistados, sino que se pondrá en cuestión la unidad peninsular.

·        Desde mediados del siglo XVII, España pasa de ser la potencia hegemónica en Europa a convertirse en terreno de intervención por parte de las grandes potencias.
·        El azuzamiento y respaldo a la desmembración –no ya del vasto imperio, sino también de la misma unidad peninsular– se convierte en uno de los privilegiados instrumentos de dominio e intervención sobre España.
·        Francia es, en este periodo, el origen y sostén de todos los movimientos disgregadores, provocando en 1640 la secesión de Cataluña y Portugal.
·        Durante todo el siglo XVIII, España constituye un virreinato francés de facto, donde los embajadores, emisarios o colaboradores galos hacen y deshacen a su antojo. Este hecho hará desaparecer durante esta centuria las tensiones fragmentadoras. Cuando París necesitó cuestionar la unidad española –aunque durante el periodo de los Austrias, los diferentes territorios disfrutaban de una amplísima autonomía-, las turbulencias secesionistas hicieron su aparición. Por el contrario, cuando España permaneció férreamente alineada bajo dominio galo, el fantasma de la disgregación desapareció, pese a que el centralismo borbónico suprimió los fueros y libertades locales.
·        Durante el siglo XIX la intervención de Inglaterra será el factor decisivo que librará a España de la desintegración como país. Mientras Francia va a potenciar por diferentes vías la fragmentación, Inglaterra dedicará sus energías a desmembrar el Imperio americano, pero actuará en los hechos como una fuerza de contención para impedir que Francia se adueñe de España. Esto se pondrá claramente de manifiesto en las diferentes posiciones que adoptan ante el carlismo, París azuzará su pervivencia y extensión, mientras Londres intervendrá para cerrar una herida que sólo contribuye al incremento de la influencia gala.

Los principales acontecimientos por orden cronológico son:

I.- 1640: Guerra de Secesión. Francia impulsa la independencia de Cataluña y Portugal.
La intervención francesa provoca la fragmentación peninsular, impulsando la independencia de Cataluña y Portugal, que no sólo debilitará España hasta el punto de transformarla, en un brevísimo lapso de tiempo, en una mera colonia de las grandes potencias, sino que acarreará nefastas consecuencias para los territorios empujados hacia las aventuras secesionistas.
Cataluña huirá espantada de la ocupación francesa, que provoca un unánime rechazo popular, no sin antes sufrir la amputación de casi un tercio de su territorio, incorporado a Francia. Y Portugal iniciará su andadura formalmente independiente satelizada por la voracidad inglesa.

II.- 1701-1713. Guerra de Sucesión. Francia e Inglaterra se disputan el dominio de España.
Frente a la propaganda independentista que nos la presenta como “una guerra entre Cataluña y España”, la Guerra de Sucesión fue un conflicto donde Inglaterra y Francia se disputan militarmente el dominio de España.
Inglaterra se apoyará en el fomento del arraigado apego de los territorios de la Corona de Aragón a sus privilegios y libertades locales para intervenir en España. Promete protección a Cataluña para conservar su autonomía, pero traiciona después todos sus compromisos en una negociación con París de la que se excluye tanto a Madrid como a Barcelona. Con el Tratado de Utretch, que dará fin a la guerra, Inglaterra obtendrá las plazas de Menorca y Gibraltar, entre otras.

III.- 1808-1814. Guerra de la Independencia. Los proyectos de Napoleón para fragmentar España.
Para incorporar a España como una colonia del imperio francés, Napoleón proyecta la anexión del territorio español al norte del Ebro, dinamitando el resto en tres virreinatos ocupados por monarcas títeres.
Fruto de esta política, y como ejemplo a trasladar al resto de España, París consumará en 1812 la anexión en los hechos de Cataluña, sólo deshecha con la expulsión de las tropas napoleónicas.
Mientras el pueblo español, de forma especialmente combativa en Cataluña, se levanta contra el invasor francés, Napoleón empuña la fragmentación como medio para eternizar el dominio galo.

IV.- 1833-1876. La grieta carlista.
Aunque esté protagonizada por grandes propietarios rurales enfrentados al desarrollo capitalista que amenaza sus intereses y privilegios, es el respaldo político, militar y económico de París lo que provoca que el carlismo se convierta en un problema nacional, que sin tener nunca un carácter secesionista, incide sobre todo en Euskadi y Cataluña, constituyéndose en ambos territorios como parte del sustrato de los futuros nacionalismos.
El carlismo y sus efectos desestabilizadores permitirán a París disponer de un privilegiado, y muy lucrativo, instrumento de presión, injerencia y dominio.

NOTA: En escuelas anteriores hemos tratado la guerra de la independencia, el carlismo o incluso la guerra de sucesión, sin embargo, no hemos tenido ocasión de estudiar la guerra de secesión.
Hemos considerado de interés dedicar un paréntesis a este acontecimiento especialmente significativo. El único momento donde se consumó en los hechos la independencia de Cataluña. Su principal cabeza, Pau Claris, es definido en los círculos independentistas como “un presidente valiente que se posicionó al lado del pueblo frente a la monarquía hispánica”. Comprobemos en los hechos si esta afirmación es cierta o se trata de una burda e interesada tergiversación de la historia.

La Guerra de Secesión (1640 – 1652): desmembración de Cataluña y ruptura con Portugal.

·        Los antecedentes de la guerra de secesión están en el enfrentamiento larvado entre Cataluña y la Corona, agudizado por las necesidades de la política imperial y la falta de cintura táctica del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV.
·        Pero la clave que desencadena la secesión es la intervención francesa a través de un minoritario pero muy activo partido profrancés, cultivado durante años por la diplomacia gala. La intervención de Francia, transformará la rebelión catalana en una aventura secesionista.
·        Se quiebra así la histórica corriente principal de desarrollo peninsular hacia la creación de una más amplia unidad política, culminada sólo sesenta años antes con la incorporación de Portugal a la corona española.

La relación entre Cataluña y la Corona se encona por la intervención del Conde-Duque Olivares, que encarna una política unificadora con la máxima Multa regna, sed una lex, «Muchos reinos, pero una ley», pretende repartir entre todos los territorios las necesidades de la política imperial (con múltiples frentes abiertos y una hacienda pública exhausta). Sus pretensiones de aumentar la contribución económica y aporte de tropas, no serán bien acogidos por las Cortes periféricas y especialmente las catalanas. En 1635 Luis XIII declara la guerra a Felipe IV. Olivares elige deliberadamente a Cataluña como frente para atacar a Francia por el sur y forzar así que Cataluña contribuyese a los esfuerzos militares. Una política suicida que encona las relaciones con las élites catalanas, y hace estallar la rebelión social.

En 1640 se produce la sublevación de Cataluña o “Guerra dels Segadora”. En el origen del conflicto está el descontento popular ante la hambruna, el saqueo y los atropellos protagonizados por las tropas españolas, formadas por mercenarios y desplegadas por el territorio catalán para combatir al francés.
Sobre esas contradicciones actuará la injerencia francesa, transformando una rebelión provocada por los excesos de Olivares que jamás habría derivado por su propia dinámica a una ruptura, en un abierto desafío secesionista.
Un minoritario grupo creado por la diplomacia francesa entre sectores de las élites dirigentes, aprovechará las dramáticas circunstancias de 1640 –enconamiento del conflicto con la Corona, amenaza militar francesa, rebelión campesina…- para dar un auténtico golpe de Estado interno.
Violentando la misma legalidad local, Pau Claris, canónigo de la Seo de Argel y presidente de la Diputación General de Cataluña, consigue forzar a las Cortes a aceptar el apoyo de Francia para levantarse contra España.
Entonces se materializa el pacto secreto que destacados miembros del partido profrancés habían acordado con París para asegurar la protección militar francesa en un levantamiento contra España.
Las tropas galas penetran en la península. Francia empujará entonces los acontecimientos. Richelieu insta a tres embajadores catalanes a proclamar una República separada de España, que Claris hace aceptar a los Brazos y el Consejo de Ciento. Para una semana después declararla inviable y colocar a Cataluña bajo obediencia francesa. Ese mismo día se proclama a Luis XIII como Conde de Barcelona, bajo el nombre de Luis I.
La valoración del enviado plenipotenciario de Luis XIII, y pariente de Richelieu, Du Plésis-Besançon, no deja lugar a dudas sobre la intervención francesa en la secesión catalana:“Se puede decir sin exageración que las consecuencias de este acontecimiento (la revuelta catalana) fueron tales que nuestros asuntos que en Flandes no iban nada bien y peor aún en el Piamonte, súbitamente empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a debilidad en todos los demás teatros de la guerra”.

La histórica política francesa hacia España aparece ya definida en 1640: mantener a España enredada en sus provocados desgarros internos, azuzar la fragmentación para someterla, en todo o en parte, a vasallaje.
Al calor de la secesión catalana, los círculos de la nobleza lusa en torno al Duque de Braganza –la familia real portuguesa- reciben el apoyo de Richelieu para hacer realidad sus ambiciones independentistas. En 1641, Richelieu firmó una Alianza con Portugal. A pesar de que un importante sector de la nobleza portuguesa se opuso a la secesión, el apoyo francés, y más tarde británico, obligarán a España reconocer en 1668 la independencia portuguesa.
El cuestionamiento de la unidad peninsular alcanza tales cotas que algunas destacadas cabezas pretenden tomarse el reino por su mano. En Andalucía fue descubierta la conspiración nobiliaria del duque de Medina Sidonia y del marqués de Ayamonte, que pretendían tomar el poder en esta zona contando con el apoyo portugués. En 1648 se volvió a descubrir otra intentona de ruptura con Castilla, esta vez procedente de tierras aragonesas y cuyo protagonista era el duque de Híjar, que pretendía proclamarse rey de Aragón.



La intervención francesa provoca la fragmentación peninsular, con nefastas consecuencias

 para los territorios empujados hacia las aventuras secesionistas. 


El carácter de agentes franceses y enemigos de Cataluña de los máximos promotores 
de la secesión quedará demostrada en su colaboración con el invasor galo.




Pocos meses después de que los dirigentes del partido profrancés enarbolaran la negativa a cualquier tipo de colaboración militar con la Corona española, aceptaron facilitar el desembarco de tropas francesas en puertos catalanes, sufragar las tropas de Luis XIII y enviar a Francia nueve rehenes como garantía. Condiciones mucho más duras que las exigidas por Felipe IV.

Los privilegios locales que los Claris, Tamarit, Villaplana dicen defender son pisoteados por los invasores. El gobierno catalán, que hasta entonces permanecía celosamente en manos locales, pasa a manos francesas. Francia nombró un Gobernador y luego un Virrey, impuso en las instituciones catalanas individuos adictos a París, estableciendo el derecho de veto sobre las listas de candidatos a cargos institucionales, o suprimiendo de ellas los nombres de los posibles desafectos a la causa francesa. Richelieu había dado instrucciones de que se nombraran gobernadores catalanes en cada localidad conquistada pero poniendo a su lado “un francés particularmente hábil y decidido, que ejerza verdaderamente el poder”.

El coste del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y cada vez se mostraba más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir con la burguesía comercial local, pero favorecidos por el gobierno francés que convirtió a Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento de la población que iría a más conscientes de que su situación había empeorado con Luis XIII respecto a la que gozaban con Felipe IV.

Las tropas francesas son obligadas a abandonar gran parte territorio catalán. Pero el tratado de los Pirineos, en 1659, con el que se da fin a la guerra, anexionará a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña.

Mientras que Felipe IV decreta una amnistía y respeta los fueros y privilegios catalanes, en la parte francesa Luis XIV ordena la supresión del Consejo General de Cataluña, la Diputación y las demás instituciones catalanas, al tiempo que prohíbe el uso oficial del catalán “por ser contrario a mi autoridad y al honor de la nación francesa”.

Destacados miembros del partido profrancés catalán se exiliarán en el Rosselló ocupado por Francia, ejecutando, al ocupar importantes cargos locales, la política centralizadora de Luis XIV.

Por su parte, el Portugal formalmente independiente pronto quedó satelizado por Londres. Lisboa perdió una sustancial parte de su imperio (Malaca, Mascate, Tidore, Ceilan, Cochín, Tánger, Azemmur, y Bombay a Inglaterra). Al año siguiente, el matrimonio de Catalina de Braganza con Carlos II de Inglaterra selló una alianza que pronto se transforma en dependencia. En 1703, el tratado de Methuen reservó el mercado inglés a los vinos de Madeira y de Oporto; a cambio, Inglaterra podía colocar libremente el trigo y sus géneros de lana en Portugal, que a partir de entonces se dedicó al monocultivo de la vid, y participar en el comercio de Brasil.



Factores internos e influencias externas en los orígenes del nacionalismo en España








La intervención de Inglaterra y Francia va a provocar el fracaso de la Iª República, y de las corrientes federalistas e iberistas que se habían convertido en la alternativa de importantes sectores de la burguesía peninsular. Desencadenando, especialmente en Cataluña, la transformación de una parte considerable de estas fuerzas hacia el nacionalismo.

Se ha difundido que las fuerzas nacionalistas están, por su propia naturaleza y desde su mismo nacimiento, enfrentadas a la unidad y en permanente conflicto “con Madrid”. Los hechos históricos dicen exactamente lo contrario. El nacionalismo catalán hunde sus raíces en las corrientes iberistas que propugnaban un reforzamiento y ampliación de la unidad peninsular.
A partir de las revoluciones de 1854, y sobre todo de 1868, se abre un periodo donde, como expresa el historiador Pierre Villar, “España pueda gobernarse a sí misma”.
Es entonces cuando los  sectores más dinámicos y avanzados de la burguesía española se articulan en torno al iberismo, una corriente ideológica y política que propugna la unión de las dos naciones peninsulares (España y Portugal) en una única entidad política. El ideal iberista se hace especialmente fuerte entre los liberales (y entre ellos en sus sectores más progresistas) y entre los republicanos federales. De forma particularmente importante precisamente en Cataluña.
El iberismo no se expresa de forma romántica, sino bajo la forma de una alternativa política que formula explícitamente tres grandes objetivos:
1.- En primer lugar dotar de una plena eficiencia al desarrollo del capitalismo que en ambos países está en sus inicios y es extremadamente débil.
Potenciando el desarrollo económico de la Península con unas comunicaciones e instrumentos económicos comunes: diseño unificado de la red de ferrocarriles y carreteras,  la navegación de los ríos y la conexión entre el Duero y el Ebro, la unión del Mediterráneo y el Atlántico,  supresión de aduanas, moneda única...
2.- En segundo lugar, el iberismo, al potenciar los vínculos de unidad entre liberales, progresistas y revolucionarios españoles y portugueses buscaba dotar de una mayor fuerza a los partidarios de las transformaciones liberales frente a la fuerte reacción absolutista interna en ambos países.
3.- Por último, entre los sectores más avanzados del iberismo se genera una conciencia de la necesidad de la unión para el fortalecimiento de ambos países, convertidos en su proyecto en una única entidad política estatal, frente a las potencias europeas.
Fernando Garrido, uno de los máximos exponentes del iberismo, diputado en 1869 y 1872 y seguidor de las teorías socialistas utópicas de Fourier, diría en su libro Los Estados Unidos de Iberia: “Ni España ni Portugal pueden ejercer su legitima influencia en la política de Europa ni en la de las Américas y por su aislamiento están en África anulados [pero] federándose asegurarían su independencia y la conservación de sus todavía vastas provincias ultramarinas”.
El auge del iberismo va a enfrentarse a los intereses de dominio imperialista.
Nada más proclamarse la Iª República, el gobierno inglés envió un memorándum secreto a su homólogo francés manifestando su voluntad de no permitir jamás el triunfo de un movimiento iberista en la península.
La intervención de Londres y París va a poner fin a la primera experiencia republicana, abriendo paso a la restauración monárquica. Acelerando la fusión entre los círculos más reaccionarios de la burguesía y la aristocracia, que contó con la bendición incondicional de la Iglesia y el beneplácito de las potencias imperialistas de la época, en particular de Inglaterra y Francia, que se apoyaban en estos sectores precisamente para impedir el desarrollo de un capitalismo autónomo (y por tanto rival) y para intervenir en los asuntos internos de España.
Los sectores de la burguesía media y la pequeña burguesía (que desde Cataluña, con Prim o Pi i Margall, habían jugado un importante papel en la política española) son excluidos de cualquier participación en el aparato estatal.
Estos son los hechos que van a determinar la evolución de estos sectores hacia el nacionalismo. Con mayor velocidad tras la crisis del 98 y la amputación de Cuba -cuyo comercio era clave para la economía catalana- a manos de la nueva potencia imperialista emergente, los EEUU.
Sin embargo, las concepciones iberistas no van a desaparecer, y reaparecerán enarboladas por los sectores más progresistas del nacionalismo catalán o gallego en la IIª República.

Junto a estos factores internos, esta transición desde el republicanismo federal hacia el nacionalismo, va a estar marcada también por la influencia ideológica y política que irradia, a partir de 1870, la nueva potencia imperial en ascenso en Europa: el nuevo Imperio Alemán unificado o Segundo Reich.
Los nacionalismos en España empiezan a eclosionar poco tiempo después de que se haya producido un cambio sustancial en la correlación de fuerzas y el equilibrio entre las distintas potencias europeas. La derrota de Napoleón III ante las tropas de Bismarck marca el cambio en la supremacía continental, que pasa a Berlín.
Las formas ideológicas y políticas que adquieren los nacionalismos en España estarán en correspondencia con la irradiación política y cultural que se propaga desde allí como nuevo centro de expansión imperialista. Y no porque exista una relación mecánica entre las fuerzas políticas nacionalistas españolas y el imperialismo alemán, ya que en aquel momento Alemania no tiene ningún interés en promover una ruptura de España que únicamente beneficiaría a Francia, la potencia con la que se está jugando la hegemonía europea.  
Sin embargo, el mismo hecho de que sea un poder imperial en ascenso y expansión hace que las formas político-ideológicas que históricamente había adoptado el nacionalismo alemán para su unificación sean las que predominen en el surgimiento de esta segunda oleada de nacionalismos europeos. Unas concepciones, además que se apoyan en toda la serie de desarrollos impulsados desde Alemania que en el campo de las ciencias (historiografía, antropología, socio-lingüística, biología,..) dominan el pensamiento europeo de la época.
Un nacionalismo que se basa de forma determinante en el volkgeist (“el espíritu, el genio del pueblo”), es decir, en una especie de esencia o de valores cuasi genéticos que cada pueblo posee y que le hace diferente de los demás. Desde esta concepción, la raza, el territorio, la lengua o la tradición son los elementos que aglutinan al pueblo que conforma una nación. Y esto, además, es algo que le viene dado a cada individuo que forma parte de esa colectividad, y es, por lo tanto, independiente de la voluntad de sus habitantes.
La influencia de estas concepciones en el nacionalismo vasco resulta evidente en las teorías racistas de Sabino Arana, pero de ellas tampoco se libran el resto de los nacionalismos.
Muchos de los padres intelectuales del nacionalismo catalán aplaudieron la aparición en 1887 de un libro, “Herejías” de Pompeu Gener (adscrito al republicanismo federal para después reconvertirse al nacionalismo) cuya tesis central es que “existe una raza catalana de origen ario-gótico, superior al resto de pueblos peninsulares, de raíces semíticas. Mientras que los catalanes reconquistaron pronto sus territorios y entraron bajo la benéfica influencia aria de los francos, Castilla pasó largos siglos dominada por los semitas árabes y bereberes, lo que explica la radical diferencia e incompatibilidad e ambos pueblos”
Aunque ocupando una posición subordinada y secundaria a sus objetivos políticos, las ideas de diferenciaciones y superioridades raciales, de incompatibilidad de unos pueblos con otros forma parte de su “humus” ideológico, aunque permanezca en estado latente o sea enarbolado sólo por sus sectores más radicalmente independentistas, para los que “la raza constituye la única fuente de cultura y debe mantenerse pura”.
Como el diputado por el ala radical de ERC, Pere Mártir Rosell, que en 1930, presentará, ante el peligro que la “mezcla entre catalanes y no catalanes conduzca a la degeneración”, un “Plan para la mejora de la raza catalana”, elaborado directamente desde sus experiencias sobre la mejora genética del ganado durante su etapa como director del Servicio de Ganadería de la Mancomunitat catalana. Para estos sectores del radicalismo independentista, “la raza constituye la única fuente de cultura y debe mantenerse pura”.

La fuerte influencia de estas concepciones etnicistas y racistas propias del nacionalismo alemán en las distintas corrientes nacionalistas españolas no podían jugar, excepto en el caso vasco, un papel determinante en sus estrategias políticas, al no existir paralelamente un  proyecto estratégico imperialista que les diera cobijo. Pero resultan especialmente peligrosos en el momento en que cambia la orientación del imperialismo alemán. 

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