lunes, 9 de octubre de 2017

En el 50 aniversario de su asesinato


El 8 de octubre de 1967, el ejército boliviano, con el apoyo de agentes de la CIA, capturó a Ernersto Guevara de la Serna, el Che, en un lugar llamado Quebrada del Churo.



Herido en una pierna, fue trasladado a una escuela abandonada del poblado de La Higuera donde pasó su última noche. Al día siguiente, el guerrillero fue ejecutado. La imagen de su cuerpo exhibida a los periodistas y curiosos en un lavadero dio la vuelta al mundo, le aseguró un lugar permanente en la historia, consolidando su estatus de mito revolucionario.

Medio siglo después, el espíritu rebelde del Che, con sus luces y sombras, sigue manteniendo el magnetismo de la utopía de los años románticos de la Revolución. La izquierda nacida del mayo del 68 contribuyó a acrecentar la popularidad del argentino, patentada en imagen de culto gracias a la foto que le tomó Alberto Korda, reproducida por doquier en camisetas, pósters, gorras y todo tipo de merchandising, que exhiben por igual los jóvenes activistas y las estrellas del deporte, el cine o la música.


Fidel Castro dijo varias veces que el punto débil, su talón de Aquiles, era su audacia, su desprecio total por el peligro y por su propia vida. Y tal vez sea cierto, pero tal vez en eso radicara la fuerza y la grandeza de Ernesto Guevara, al que, aun a la distancia, quienes nos sentimos sus compañeros, llamábamos, simplemente, El Che.

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