La
ciencia tiene un valor revolucionario, porque permite conocer las leyes
objetivas que rigen un determinado proceso material. Aportando a la humanidad
una capacidad de transformación de la realidad imposible sin ese conocimiento
científico.
Y desarrollando una asombrosa capacidad de predicción. La ciencia
es capaz de adelantarse a la práctica, y para dar saltos cualitativos en su
capacidad de transformación de la realidad, la práctica debe partir de la guía
que le proporciona la teoría científica.
La ciencia
aporta a la humanidad una extraordinaria capacidad de transformación, que
influye en el terreno económico, social, cultural...
Sin
la revolución científica iniciada por Copérnico y culminada por Newton hubiera
sido imposible la revolución industrial
que permite un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas bajo las
relaciones de producción burguesas.
Tal
y como plantea Marx en el Manifiesto Comunista: “En el siglo corto que lleva de
existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas
mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas.
Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del
hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la
agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo
eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la
navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por
ensalmo...”.
En la base de todo este proceso,
actuando como “espoleta” imprescindible, está el salto en el conocimiento y en
la capacidad de transformación “consciente” de la realidad que aporta la
ciencia.
Cuando el
conocimiento es científico nos permite
predecir fenómenos que la práctica tardará décadas en alcanzar. Desafiando la
mayoría de las veces nuestro “sentido común”, aquel que parte de nuestra
limitada experiencia cotidiana. Veamos algunos ejemplos de la física que lo
confirman:
Adelantarse
cien años a la práctica
Pocas
veces un descubrimiento científico se convierte en un fenómeno de masas. Así ha
sucedido con la detección de ondas
gravitacionales.
El
descubrimiento se ha realizado en el
LIGO, un gigantesco detector promovido por los dos institutos tecnológicos más
importantes de EEUU y financiado por el Estado norteamericano. Pero no ha sido
el desarrollo tecnológico ni el poder de la superpotencia lo que ha permitido
este descubrimiento, sino el poder de la teoría científica.
Hace exactamente cien años, Eistein predijo
en la Teoría de la Relatividad la existencia de ondas gravitacionales,
entendidas como deformaciones del espacio-tiempo provocadas por campos
gravitatorios extremos. Esas vibraciones se propagarían a través del
espacio-tiempo, el tejido de que está hecho el universo, a la velocidad de la
luz.
Para realizar esta predicción, que la tecnología ha
tardado un siglo en poder detectar, Einstein no realizó ni un solo experimento,
no analizó ni un solo dato. Esa era una
conclusión necesaria del modelo teórico establecido en la Teoría de la
Relatividad, y como tal tenía el rango de conocimiento científico.
El misterio de
los agujeros negros
Quizá
el tema científico con mayor tirón de masas sean los agujeros negros. Su
descubrimiento no proviene de la observación del cosmos, ni de la síntesis de
los datos empíricos. De hecho no podemos “ver” un agujero negro, puesto que la
luz queda atrapada bajo una especie de “cárcel cósmica”.
Son las ecuaciones de la Teoría de la
Relatividad las que predicen la existencia de “singularidades”. Gigantescas
concentraciones de masa y energía cuya gravedad provoca una “curvatura en el
espacio-tiempo” que da lugar a una “superficie cerrada”. Una vez cruzado el
“horizonte de sucesos”, el punto crítico de un agujero negro, ninguna partícula
puede salir, ni siquiera los fotones de luz.
No existía una sola evidencia empírica de los agujeros
negros. Pero la Teoría de la Relatividad no solo predijo su existencia, sino
que definió con precisión sus propiedades y sus efectos.
Sólo entonces, los físicos pudieron buscarlos y
detectarlos, porque a la luz de la teoría interpretaron como agujeros negros
datos antes inconexos e incomprensibles.
Cuando
una ecuación descubrió la antimateria
“Esta ecuación sabe
más que yo”. Así explicará Paul
Dirac el descubrimiento de la antimateria, un concepto que puede parecernos
más cercano a la “ciencia ficción” pero que es fundamental para comprender el
universo.
En 1.928 el físico inglés Paul Dirac formula una ecuación
que integraba los efectos relativistas en la ecuación de ondas de la mecánica
cuántica, ofreciendo una descripción de las partículas elementales. El
desarrollo de esa ecuación, con su lógica interna, ofreció un resultado
inesperado para Paul Dirac: nunca daba un solo resultado sino un par de ellos,
uno positivo y otro negativo.
Desde aquí, Dirac desarrolló el concepto de antimateria,
como un “reflejo en el espejo” de la materia. Es solo a partir de entonces,
cuando la teoría les hizo conscientes de ello, que los científicos comienzan a
descubrir esas partículas de antimateria. En 1932 el positrón, el reverso en
positivo del electrón. En 1955 el antiprotón y antineutrón.
Como definir
elementos que todavía no se conocen
Entre
1.869 y 1.872 el físico ruso Dimitri
Mendeléyev publicó la tabla periódica de los elementos, pilar fundamental
de la química. Estaba incompleta. Y no era un error. Los huecos correspondían a
elementos todavía no descubiertos, pero que Mendeléyev no solo predijo sino de
los que también definió algunas de sus propiedades. ¿Cómo es eso posible?
La
tabla periódica dispone los elementos químicos ordenados por su número atómico
(número de protones), por su configuración de electrones y sus propiedades
químicas. Este ordenamiento muestra tendencias periódicas, como elementos con comportamiento similar en la misma columna.
Debido a que las posiciones están ordenadas, se puede utilizar la tabla para
obtener relaciones entre las propiedades de los elementos, o pronosticar
propiedades de elementos nuevos todavía no descubiertos o sintetizados.
Esto es lo que permitió definir elementos que no se
conocían, y de los que únicamente mucho tiempo después se tuvieron evidencias
empíricas.
¿Y cómo es posible que la ciencia pueda
hacer todo esto, detectar fenómenos que no pueden verse, definir otros que no
conocemos o realizar predicciones exactas décadas antes que la práctica de la
humanidad esté en disposición de ejecutarlas?
Porque la ciencia provoca siempre una
auténtica revolución en el pensamiento. Los procesos de la realidad, del mundo
y de la naturaleza que hasta entonces estaban velados, pasan a ser conocidos de
forma objetiva. Esto representa un salto gigantesco para la humanidad, pasar de
fabular, imaginar o interpretar a conocer, y por tanto poder transformar.
¿Qué es la ciencia?
La ciencia es un cuerpo teórico ordenado y
jerarquizado, formado por conceptos y leyes de carácter universal que
proporciona el conocimiento de las leyes objetivas que rigen un proceso
particular de la materia. Y permite transformar la materia, actuando en el
sentido de esas leyes.
La ciencia no es la descripción precisa de
los fenómenos que ocurren en la realidad ni tampoco la síntesis de los
conocimientos adquiridos por la experimentación.
El objeto de estudio de la ciencia es siempre un objeto
formal-abstracto, un modelo teórico, del cual es necesario partir para
poder alcanzar un conocimiento objetivo y preciso de los objetos
real-concretos que existen en la realidad.
Según
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, ciencia es “un
conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento,
sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes
generales”.
Esta
es la concepción dominante, según la cual cualquier síntesis más o menos
ordenada y sistematizada de conocimientos empíricos, que sea capaz de
establecer reglas generales, puede convertirse en ciencia. Así, para nuestras
universidades existen unas “ciencias de la educación”, otras “ciencias de la
meteorología”, también unas “ciencias políticas” diferentes de las “ciencias
sociales”.
Todo
es ciencia… Es decir, nada es ciencia.
La
definición de ciencia nos plantea tres nódulos principales, enfrentados a las
concepciones empíricas actualmente dominantes.
1º.-
La ciencia es un cuerpo teórico ordenado y jerarquizado.
Al hablar de ciencia estamos hablando de un proceso de
conocimiento abstracto, teórico, que no
surge directamente de la observación y la experimentación ni de la acumulación
de datos empíricos proporcionados por esta observación.
La
ciencia, para ser tal, exige elevarse por encima de la realidad concreta y operar
en un proceso de conocimiento abstracto, sintetizando en un cuerpo teórico
de leyes y conceptos científicos la multiplicidad de determinaciones que
existen en los objetos concretos y los procesos singulares que se dan en la
realidad, lo que es esencial y universal a todos ellos.
Esta es la posición de la que parte Einstein, al referirse a la física newtoniana afirmando: “He aprendido algo de la teoría de la
gravitación, ninguna colección de hechos
empíricos, no importa su amplitud, puede llevar a su formulación”.
Porque “se necesita crear conceptos alejados de la experiencia
inmediata si se aspira a una mayor comprensión de la naturaleza”.
La gran aportación de Newton al conocimiento científico no surge de las conclusiones de
sus estudios de astronomía, ni evidentemente de una “intuición genial” al
contemplar como la manzana cae del árbol. Lo que Newton establece, y por eso
abre un nuevo continente científico que antes no existía, por mucho
conocimiento empírico que hubiera, es haber fijado las leyes, mediante ecuaciones matemáticas que las demuestran, que
actúan sobre el movimiento y el reposo de los cuerpos dotados de masa bajo la
acción de determinadas fuerzas.
Einstein combatía de forma consciente las concepciones
empíricas dominantes, aquellas que “inducen
a creer que todos los conceptos y proposiciones que no pueden deducirse de la
materia prima sensorial deben eliminarse del pensamiento por su carácter
metafísico”. Remarcando que “no
existe un método inductivo que nos conduzca a los conceptos fundamentales de la
física. La imposibilidad de comprender este hecho constituyó la base del
error filosófico de muchos investigadores (…) El pensamiento lógico es
necesariamente deductivo; se basa en conceptos hipotéticos y axiomas”.
2ª.- La ciencia permite el conocimiento
de las leyes objetivas que rigen un proceso particular de desarrollo de la
materia.
El
conocimiento que surge directamente de la “ordenación del material empírico” es
siempre aproximado, relativo, parcial. Para conocer la esencia de un proceso de
la materia es necesario dar un salto teórico, sintetizando las leyes objetivas
y universales que lo mueven.
Es
lo que Einstein plantea cuando
defiende que “la física es el intento de construir conceptualmente un modelo del
mundo real y de su estructura con arreglo a las leyes que lo rigen”.
La aportación
científica de Marx no está en haber analizado la sociedad capitalista, basándose
en el capitalismo inglés del siglo XIX, cuyas conclusiones ya no servirían para
explicar la complejidad del capitalismo del siglo XXI. Lo que hace Marx es desentrañar las leyes que rigen la sucesión de los modos de producción,
y en particular del modo de producción capitalista.
Este carácter científico proporciona al
marxismo (como hemos visto en el ejemplo de Einstein en la física) también una
formidable capacidad de predicción. Para comprender la actual crisis
capitalista, ha sido necesario estudiar las leyes que Marx estableció hace 150
años.
3ª.- La ciencia no estudia la realidad
concreta. El objeto de estudio de la ciencia es siempre un objeto
formal-abstracto.
El
objeto de estudio de cualquier ciencia no son los fenómenos particulares que se
presentan a nuestra observación, ni tampoco los objetos concretos, sino un objeto formal-abstracto, es decir, un
modelo teórico, una representación, que aunque abstracta, cumple la condiciones
de seriedad, veracidad y rigurosidad, de un proceso particular de desarrollo de
la materia.
Sólo
se puede acceder al conocimiento de los objetos real-concretos a
condición de trabajar también y al mismo tiempo sobre objetos
formal-abstractos. Una paradoja que actúa contra el sentido común, pero
sin la cual no puede existir la ciencia y el conocimiento objetivo que nos
proporciona.
Esta
es la posición de la que Einstein
parte cuando afirma: “comprensibilidad
implica la creación de cierto orden en las impresiones sensoriales; un orden
que se produce solo por la creación de conceptos generales, de relaciones entre
dichos conceptos (…) En este sentido es comprensible el mundo de experiencias
sensoriales”.
El concepto científico de átomo es un modelo
teórico completamente abstracto. Que nada tiene que ver
con la imagen “cotidiana” de un “sistema solar en miniatura”, con el núcleo en el centro, y los electrones
orbitando alrededor de él, que habitualmente lo ilustra.
Nadie
ha visto, ni seguramente podrá ver jamás, un átomo. Para que podamos ver un
objeto tiene que ser lo suficientemente grande para que refleje la luz. Y el
átomo más grande es mil veces más pequeño que la longitud de onda de la luz.
Pero, además, el núcleo es 100.000 veces más pequeño que un átomo. Mientras que
el electrón es mil veces más pequeño que el núcleo. El resto del átomo, su
mayor parte, es simplemente espacio vacío. A lo que hay que añadir que los
electrones no están ubicados en órbitas alrededor del núcleo, sino en
diferentes niveles de energía. Cuando un electrón recibe la energía procedente
de un fotón, puede pasar a un nivel superior de energía. Si utilizáramos la
analogía del sistema solar, es como si Marte desapareciera de su órbita e,
instantáneamente, apareciera en la órbita de la Tierra.
Es
inadmisible para nuestro “sentido común”. Pero es que la materia no se rige por
el sentido común. Tiene sus propias leyes de desarrollo.
El concepto científico de átomo está en
el terreno de la teoría, es formal-abstracto. No existe en la realidad, pero es
necesario partir de él para poder estudiar y comprender la realidad material y
la estructura concreta de los cuerpos.
Lo mismo ocurre en el resto de ciencias.
El psicoanálisis se asienta sobre el conflicto entre el inconsciente y el
consciente. Ese es un modelo teórico que nos permite comprender los conflictos
psíquicos reales y concretos. Mientras que hasta ese momento las enfermedades
psíquicas eran consideradas poco menos que como manifestaciones demoníacas.
Para que exista ciencia es necesario un salto
cualitativo, que no surge de la mera ordenación o síntesis del material
empírico. Pero también necesita, como base material imprescindible, una
ingente acumulación de conocimientos y de práctica de la humanidad. Si no
partimos de aquí, caeríamos en el idealismo.
Para que Copérnico, Kepler, Galileo y Newton protagonicen una gigantesca
revolución científica en los siglos XVI-XVIII, fue necesario acumular milenios
de práctica social por parte de toda la humanidad.
TESIS II: La
corriente filosófica dominante es el empirismo. Aunque afirma la
primacía del mundo sensorial, su posición es idealista. Porque antepone
la idea a la materia, lo subjetivo (las percepciones) a lo objetivo.
El
empirismo niega que la materia, más allá de sus manifestaciones empíricas, se
rija por leyes objetivas que son propias a cada proceso material. Y al hacerlo
impide el desarrollo del conocimiento científico.
El
empirismo es una posición burguesa ante la teoría, enfrentada al materialismo.
El combate dado por Lenin contra el empirismo
(base del pensamiento economicista y reformista de la socialdemocracia o el
revisionismo) coincide con el desplegado por algunos de los más importantes
científicos, como Einstein, frente a las concepciones dominantes que han
paralizado el desarrollo teórico de la física.
El Empirismo es una corriente filosófica
que otorga una primacía absoluta a la
experiencia y las percepciones sensoriales en la formación del conocimiento.
Aparentemente, esta es una concepción materialista. En realidad el empirismo se
enfrenta a todas y cada una de las tesis del Materialismo.
LAS
3 TESIS DEL MATERIALISMO:
TESIS
1:
Todo lo que existe es materia. La
materia es objetiva e independiente de la voluntad.
Contratesis
1 del empirismo: Solo podemos
estar seguros de la existencia de nuestras percepciones sensoriales.
El
materialismo antepone la materia a la idea, lo objetivo a lo subjetivo. Por eso
afirma en primer lugar la existencia de la materia objetiva e independiente de
nuestra voluntad o percepción.
El
empirismo es idealista porque antepone nuestras percepciones a la existencia
objetiva de la materia. Afirmando que “existir es ser percibido”. Es
decir, que no existe una realidad objetiva independiente de nuestra percepción.
TESIS
2: La materia se puede conocer. La materia se rige por leyes objetivas que son
propias a cada proceso material.
Contratesis
2 del empirismo: Es dogmático afirmar que existe algo más allá de los datos
proporcionados por la experiencia.
El
materialismo permite conocer las causas últimas porque, más allá de sus
manifestaciones empíricas, establece que cada proceso material se rige por
leyes objetivas que le son propias.
El
empirismo exige “no ir más allá de la
experiencia”, calificando esa pretensión de “dogmatismo”. Limitando el
conocimiento a una mera síntesis y ordenación del material empírico. Que puede
ofrecernos aproximaciones o probabilidades pero nunca certezas.
TESIS
3: La materia se puede transformar, actuando de acuerdo a sus leyes objetivas
de desarrollo.
Contratesis
3 del empirismo: Podemos actuar sobre los “fenómenos”, las manifestaciones
externas de los procesos que percibimos. Pretender ir más allá es mera
especulación.
Al negar la existencia de la materia como una realidad
objetiva, y considerar “dogmático” formular que se rige por leyes objetivas que
no se deducen directamente de los datos empíricos, el empirismo impide el
desarrollo del conocimiento científico. Permitiendo un desarrollo tecnológico
que puede llegar a ser extraordinario, pero que consiste en la aplicación de lo
ya establecido previamente por la ciencia. Limitando nuestra capacidad de
transformar la realidad a incidir sobre las manifestaciones externas de cada
proceso, pero sin poder comprenderlo y transformarlo de raíz.
La hegemonía del Empirismo
La
corriente filosófica del empirismo tomó nuevas fuerzas desde principios del siglo XX, coincidiendo
con el salto del capitalismo de libre
cambio al imperialismo y con una serie de descubrimientos científicos (especialmente en el terreno de las
partículas subatómicas) que son interpretados
desde una posición idealista.
En 1935, el físico austriaco Erwin Schrödinger propuso una paradoja para ilustrar cómo en el
mundo de las partículas subatómicas, las certezas establecidas por la física de
Newton no tenían validez. Schrödinger ideó un sistema que se encuentra formado
por una caja cerrada y opaca que contiene un gato en su interior, una botella
de gas venenoso y un dispositivo, el cual contiene una partícula radiactiva con
una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si
la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.
Durante
el tiempo que dura el experimento, hay una probabilidad del 50% de que el
dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la misma probabilidad de
que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo. Para Schrödinger,
mientras el científico no abra la caja para comprobar el estado del gato, éste
estará al mismo tiempo vivo y muerto, puesto que la probabilidad de que la
partícula se haya desintegrado es del 50%. Sólo al actuar, al abrir la caja, el
científico podrá decir con certeza si el gato está vivo o muerto.
Con
esta imagen, Schrödinger buscaba ilustrar el principio de incertidumbre formulado por Heisenberg 8 años antes y que establece que no se puede determinar,
en términos de la física cuántica, simultáneamente y con precisión, ciertos
pares de variables físicas, como son, por ejemplo, la posición y la cantidad de
movimiento (y por tanto la velocidad) de una partícula.
Esto,
que es un salto en el conocimiento científico, y que permite superar la
unilateralidad del mecanicismo de la física newtoniana, es sin embargo
interpretado de forma reaccionaria por el empirismo burgués.
Tras
la formulación del principio de incertidumbre se impone la “Interpretación de Copenhague” como doctrina oficial en la física.
Afirmando que la medida de todo conocimiento está determinado por la relación
entre el objeto que se observa y el sujeto que observa, y que por tanto el
objeto de la física no es el conocimiento de procesos reales, objetivos,
independientes de nosotros, sino la forma que nosotros tenemos de aprehender,
de conocer ese objeto que siempre será subjetiva, determinado por la posición
del observador.
El
propio Heisenberg establecerá que “la realidad objetiva se ha esfumado” y
que “la mecánica cuántica no representa
partículas, sino más bien nuestro conocimiento, nuestra observación, nuestra
conciencia de las partículas”.
Este
retorno al empirismo idealista ha determinado que, frente a la explosión
científica durante las tres primeras décadas del siglo XX, el desarrollo
teórico de la física se haya paralizado.
Combate al Empirismo
Einstein se rebelará ante esta
interpretación empírica de la mecánica cuántica, a cuyo nacimiento él había
contribuido de forma decisiva. Defendiendo en ese combate una posición
consecuentemente materialista.
Para Einstein “la creencia
en un mundo exterior e independiente del sujeto que percibe es la base de toda
la ciencia natural”.
Estableciendo que “la ciencia física tiene por objeto una realidad que existe con absoluta independencia
del sujeto, ya sea observable o no, y que
puede ser conocida en sí misma al margen de toda intervención o aportación
de la mente humana, lo que garantiza la objetividad
del conocimiento”.
Contestando a las
posiciones del empirismo que “hay algo
como el estado real de un sistema físico
que existe objetiva e independientemente
de toda observación o medida”.
En una carta dirigida a Max Born –físico alemán que en 1954 recibió el premio Nobel por sus
trabajos en mecánica cuántica– Einstein sintetiza el antagonismo entre el
materialismo y el empirismo, al afirmar que “nuestras
expectativas filosóficas nos han conducido a cada uno a las antípodas del otro.
Tú crees en un Dios que juega a los dados, y yo en el único valor de las leyes
de un universo en el que cada cosa existe objetivamente (…) Tú estás convencido
de que no existen leyes para una descripción completa, conforme al principio
positivista Esse est percipi [Existir es ser percibido]. Sin embargo, se
trata de un programa [es decir de una posición filosófica e ideológica], no de
ciencia. Ahí es donde radica la diferencia fundamental de nuestras posturas”.
En Materialismo y Empirocriticismo, Lenin combate también las posiciones
empiristas que utilizan los nuevos descubrimientos de la física para imponer el
idealismo contra el materialismo: “La
nueva corriente en la física no ve en la teoría más que símbolos, signos,
señales para la práctica, es decir, niega la existencia de la realidad
objetiva, independiente de nuestra conciencia y reflejada por ésta (...)
“La materia
desaparece: esto quiere decir que desaparecen los limites dentro de los cuales
conocíamos la materia hasta ahora, y que nuestro conocimiento se profundiza;
desaparecen propiedades de la materia que anteriormente nos parecían absolutas,
inmutables, primarias (impenetrabilidad, inercia, masa, etc.) y que hoy se
revelan como relativas, inherentes solamente a ciertos estados de la materia.
Porque la única "propiedad" de la materia con cuya admisión está
ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra conciencia”.
Entre Einstein y Lenin hay un hilo que
los une, el de un feroz combate al empirismo burgués.
Posiblemente sin saberlo, Einstein estaba haciendo a la
escuela de Copenhague y a la posición dominante hoy sobre la ciencia
exactamente la misma crítica que Lenin había hecho en 1908, en Materialismo y Empirocriticismo, a todos
los que, en nombre del marxismo, habían abandonado el materialismo filosófico
para caer en brazos del empirismo idealista burgués.
Lenin cita a
Berkeley, obispo anglicano del siglo XVIII y uno de los fundadores del
empirismo, tal y como lo hace Einstein: “Para
mí es perfectamente incomprensible – dice Berkeley -- cómo puede hablarse de la
existencia absoluta de las cosas sin relacionarlas con alguien que las perciba.
Existir significa ser percibido”.
Lenin también sintetiza la crítica fundamental de los
idealistas al “dogmatismo” de los materialistas: “Los materialistas, se nos dice, reconocen algo que es impensable e
incognoscible: la "cosa en sí", la materia "fuera de la
experiencia", fuera de nuestro conocimiento. Caen en un verdadero
misticismo, admitiendo que hay algo existente más allá, algo que trasciende los
límites de la "experiencia" y del conocimiento (…) "doblan"
el mundo, predican el "dualismo", puesto que, más allá de los
fenómenos, admiten además la cosa en sí; tras los datos directos de los
sentidos admiten algo más, un fetiche, un "ídolo", un absoluto, una
fuente de "metafísica", un "alter ego"
de la religión ("la sagrada materia", como dice Basárov)”.
Einstein rebatirá
todas las tesis de Ernest Mach, cabeza de la principal corriente empirista
a principios del siglo XX, utilizando argumentos muy similares a los empleados
por Lenin: “la debilidad de Mach está en
que tiende a creer que la ciencia consiste en la mera ordenación del material
empírico (…) La teoría de la relatividad era según él inadmisiblemente
especulativa. No sabía que ese carácter especulativo también se encuentra en la
mecánica newtoniana y en cualquier teoría que el pensamiento pueda
desarrollar”.
Las mismas críticas que Einstein recibió hace cien años,
calificándolo de “dogmático” son las que hoy recibe el marxismo. Un calco de
las concepciones que Lenin combatió, y se fueron la base teórica del reformismo
de la socialdemocracia.
Este combate dado por Lenin ante el idealismo empirista
no le era ajeno a Einstein. Los “machistas”, seguidores de Ernest
Mach, afirmaban que defender la existencia del átomo era “un delirio dogmático”,
“una inconcebible especulación”, puesto que no existía ninguna evidencia
empírica de su existencia. Tan feroces eran las críticas que uno de los físicos
que más contribuyó a la difusión de la teoría atómica, L. Boltzman, acabó suicidándose incapaz de afrontar el desprecio de
sus colegas.
Einstein toma ese combate en sus manos, y precisamente
basándose en las ecuaciones desarrolladas por Boltzam, demuestra más allá de
toda duda la existencia del átomo en su artículo sobre el movimiento browniano.
Es cuando Einstein demuestra teóricamente la existencia
del átomo, que los físicos experimentales empiezan a descubrir evidencias
empíricas de su existencia. Pero es necesario primero dar el combate filosófico
y teórico contra las concepciones empíricas.
Einstein,
que simpatizaba con el socialismo aunque nunca fue comunista, no solo estuvo en
la misma “trinchera filosófica” que Lenin frente al idealismo empirista, sino
que además alababa su figura, afirmando que “en
Lenin admiro al hombre que ha puesto en juego todo su poder, con una completa
negación de su persona, para la realización de la justicia social. Su método no
me parece oportuno. Pero es cierto que hombres como él son centinelas y
renovadores de la conciencia de la humanidad”.
En “Tres
fuentes y tres partes integrantes del marixismo” Lenin establece como “los novísimos descubrimientos de las
ciencias naturales -el radio, los electrones, la trasformación de los
elementos- son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx,
quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus
"nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo”.
Los posteriores desarrollos de la mecánica cuántica no
han hecho sino confirmarlo.
En 1905 Einstein estableció una teoría revolucionaria sobre
la naturaleza de la luz. Según la cual debía concebirse al mismo tiempo como
onda y como partícula. Pocos años más tarde, un físico francés, Louis-Victor de
Broglie, establece que esa no es una particularidad de la luz, sino de toda la
realidad física.
Sólo
puede comprenderse la complejidad del mundo físico si partimos de que su
naturaleza está definida por un par de contrarios: onda-corpúsculo. Toda
partícula se comporta en determinadas condiciones como una onda, y en otras
como una partícula. Porque se trata de un par de contrarios en lucha que, como
establecen las leyes de la dialéctica, están intercambiando continuamente su
posición. Cuanto más se manifiestan las propiedades ondulatorias, más se
diluyen las corpusculares, y viceversa.
Podemos comprobar como esta es una concepción de la
realidad física que coincide con la posición y el punto de vista del
materialismo dialéctico.
Porque el materialismo dialéctico nos coloca en
disposición de conocer la realidad, y como tal se encuentra siempre al límite
del conocimiento.
TESIS III.- Aunque
el contenido de la ciencia, como conocimiento objetivo, no tiene carácter de
clase, su nacimiento, desarrollo y aplicación está determinada por la lucha de
clases.
Cada
gran ruptura científica, cada gran salto en el conocimiento objetivo de la
naturaleza y la sociedad, da a la humanidad herramientas para la trasformación.
Por eso, las clases revolucionarias luchan siempre por el desarrollo
científico, mientras las clases reaccionarias abrazan el idealismo y el empirismo,
frenando con ello el desarrollo del conocimiento científico.
Precisamente porque la ciencia da un conocimiento
objetivo, a diferencia de la ideología y la filosofía, no tiene carácter
de clase. Es su utilización y aplicación lo que le da un carácter de
clase u otro. Por ejemplo, el
descubrimiento de la energía nuclear es un salto en el conocimiento científico.
Otra cosa diferente es si se utiliza para fabricar bombas atómicas y dominar
mediante la fuerza a otros países y pueblos (algo a lo que se opuso Einstein,
sin cuyo trabajo científico hubiera sido imposible la energía nuclear) o si se
utiliza en beneficio de la humanidad.
Pero la determinación de la lucha de clases sobre la
ciencia no se reduce a sus aspectos “utilitarios”. Es mucho más profunda. La
revolución científica que culminó con Newton es inseparable del combate de la
entonces revolucionaria burguesía contra el dominio feudal.
Cuando se publicó “Sobre la revolución de las esferas
celestes”, de Nicolás Copérnico, donde se defendía el heliocentrismo, es decir
que el Sol y no la Tierra era el centro del universo, su editor se cuidó de
introducir un prólogo donde se matizaba que esa era tan solo “una hipótesis”.
No era una concesión gratuita. El nuevo modelo teórico propuesto por Copérnico
dinamitaba la concepción del universo que daba sustento al cristianismo y a
todo el dominio feudal.
La Iglesia había reinterpretado el sistema astronómico de
Ptolomeo y la física aristotélica, donde se superponían varias esferas
celestiales fijas, con la Tierra en el centro, para sustentar una concepción
del mundo donde Dios ocupaba la última esfera y era el motor de todos los
cambios.
Con esta concepción del universo se sustentaba el dominio
de la aristocracia feudal, que ocupaba el lugar de Dios en la tierra. Sin
cuestionar esta ensoñación ideológica, era imposible desarrollar la física.
Pero ello atacaba frontalmente el dominio feudal. Por eso el Vaticano condena a
Galileo.
No es en absoluto casual que la culminación de esa
revolución científica la haga Newton, en Inglaterra, justo el primer país que
ha realizado una revolución burguesa en 1.640.
Tampoco que esa revolución científica precediera a la
revolución industrial. También hoy todos los adelantos tecnológicos más de
vanguardia no hacen sino aplicar lo que teóricamente estableció la mecánica
cuántica.
La posición de la burguesía ante la ciencia está
determinada por su condición de clase dominante explotadora. Había esgrimido el
materialismo en las ciencias naturales frente al dominio feudal, pero no puede
más que adoptar una posición idealista ante la historia. Y esa posición
idealista propia de todas las clases dominantes y explotadoras está en la base
del empirismo (una posición de clase burguesa ante la teoría) que hoy supone el
mayor obstáculo para el desarrollo de la ciencia en cualquier ámbito. Aunque la
burguesía es capaz de desarrollar sofisticados ingenios tecnológicos (como el
detector de ondas gravitacionales en EEUU) o complejas aplicaciones de leyes
científicas (como los ordenadores cuánticos), su posición empirista e idealista
ha determinado que desde la década de los treinta del siglo pasado (cuando se
culminó la mecánica cuántica) no se haya dado ningún desarrollo teórico
significativo en la física.
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