"La consecuencia de dejar pasar el tiempo es que este se acaba".
Pueden reírse a gusto, pero esta altisonante sentencia de perogrullo fue pronunciada por el President de la Generalitat, Carles Puigdemont, en la reciente reunión de la dirección de su rebautizado partido (Pdecat); y son una palabras tan ambivalentes que no se sabe si intenta amenazar a Rajoy o lamentarse.
Parece más bien lo segundo pues el Govern de la Generalitat retrocede en sus planteamientos. Hace apenas 12 meses consideraron las últimas elecciones autonómicas como plebiscitarias y defendían que el resultado les legitimaba para la independencia por tener más escaños, aún no llegando al 50% de los votos. Apenas tardaron unas semanas en alargar ese objetivo con la promesa de una futura "declaración unilateral de independencia" en un plazo de 18 meses. En octubre ya habían rebajado de nuevo sus metas con la consigna de "referéndum o referéndum" pero sin fijar fecha. Sus portavoces hablan de que como objetivo basta que se les reconozca el derecho a decidir. Y aún empiezan a sonar voces que suplican por una consulta pactada con el Estado. El mismo Puigdemont contestaba estos días en una entrevista que desea reunirse con Rajoy aunque no sea para tratar de la independencia. Y esto tras afirmar hace unas semanas que él abandonará la presidencia y se va a su casa en breve.
Agotados
Son síntomas de desfallecimiento. Ninguneados en la escena internacional, con la totalidad de las cancillerías europeas dándoles la espalda. Con los sectores de la oligarquía española vinculados a Cataluña apostando abiertamente por la unidad: "El Banco de Sabadell podría trasladar su sede -fuera de Cataluña- en caso de necesidad sin tener que someter esta decisión a la aprobación de la junta general de accionistas", afirmó este enero su presidente Josep Oliu. "Mejor juntos que separados", había sentenciado ya hace tiempo Isidre Fainé presidente de Caixabank. Y sobretodo se corresponde a una merma notable en el apoyo popular.
La última encuesta del CEO, un organismo controlado por la Generalitat corroboraba lo que vienen anunciando los resultados y pronósticos electorales: la disminución del apoyo a la separación.
Camuflados
Y si baja en general el apoyo a los partidos independentistas, no digamos ya del batacazo electoral a nivel autonómico que se anuncia (ya se lo dieron a nivel estatal) para el partido de Artur Mas. Tras la ruina de Convergencia, separado de Unió Democrática, acuciado por los procesos judiciales sobre la trama de corrupción del 3%, con su fundador (Pujol) pasando de "honorable" a repudiado, endeudados hasta ver su sede embargada... Y cosechando la mitad de sus tradicionales votos en unas Generales, para quedar reducidos a una fuerza residual en un Parlamento estatal, en el que llegaron a ser el apoyo principal de varios gobiernos. Finalmente este pasado verano tuvieron que cambiarse el nombre y esconderse de urgencia tras nuevas siglas: Pdecat.
Sí todo apunta a que se les acaba el tiempo: el órdago del soberanismo ha chocado con una oligarquía española que no cede ni un euro. Más que el repetido "choque de trenes" que se anuncia, parece que la vieja Convergencia se ha saltado un paso a nivel sin barreras y se le viene encima un tren de mercancías.
Y la izquierda sonámbula
Con este título, antes del referéndum del 9-N por el que estos días se juzga a sus promotores, el vicerector en la Universidad autónoma de Barcelona, Francisco Morente publicaba un artículo en el que ya se preguntaba "qué pinta ahí la izquierda", aceptando que el debate sobre la soberanía y lo identario que dirige y orienta una burguesía temerosa de perder su cuota de poder regional, desplace y oculte las demandas sociales de la mayoría. "La cuestión nacional... contribuye a desinflar la protesta contra la brutal ofensiva que desde el Govern se ha desencadenado contra las clases populares catalanas. Guste o no guste leerlo y oírlo, el susodicho derecho a decidir no hace sino dividir a las clases trabajadoras...". Y este es el centro del asunto: la unidad del pueblo trabajador es una cuestión de principios. Dado que las clases populares suman una inmensa mayoría frente a sus explotadores, dividir para vencerlas es una imprescindible táctica para cualquier burguesía que aspire a su dominio. ¿Qué puede hacer un pueblo dividido frente a las imposiciones de las grandes potencias? ¿No acatan Mas o Puigdemont y Rajoy por igual los mandatos de recortes de EEUU o la UE? ¿No protegen unos y otros los beneficios de los grandes inversores y propietarios contra los intereses de la mayoría? Y cuando Trump enarbola el nacionalismo del cierre de fronteras y los muros, produce indignación oir a portavoces de la izquierda reduciendo el debate en España a conseguir un encaje territorial, como si fuera un problema de tectónica de placas.
Concluía la citada tribuna de opinión con un demoledor: "La izquierda, sonámbula, está en el centro de la pista bailando con su enemigo. Cuando despierte quizás caiga en la cuenta, tarde, de que esto iba de otra cosa. Lucha de clases le decían los clásicos." Pues eso.
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