martes, 2 de febrero de 2016
El principio de una aventura editorial independiente
Un siglo de cine “Un Siglo de cine” es una mirada panorámica a la historia del cine, un álbum sobre el arte fundamental de nuestro tiempo
Un Siglo de cine es la primera parada de una aventura editorial impulsada por la revista Foros 21 y los Ateneos 21 con el objetivo de conquistar la cultura desarrollando nuevos medios independientes.
Un nuevo reto para recuperar, desde la defensa de la independencia, la cultura y el pensamiento como instrumentos de libertad.
“Un Siglo de cine” es una mirada panorámica a la historia del cine, un álbum sobre el arte fundamental de nuestro tiempo.
El cine como arte constituye quizá la representación más completa de la creatividad humana. Pero “Un Siglo de cine” es también un recorrido por los sueños y pesadillas del siglo XX vistos a través del objetivo.
Si hay un arte que resume el espíritu y la sensibilidad del siglo XX, es el cine.
El ritmo trepidante de esta centuria está reflejado en la rápida sucesión de fotogramas.
Un Siglo de cine revisita a través de varios autores aquellas películas que, por diversas circunstancias, nos han fascinado y enriquecido, o la labor de aquellos hombres de cine, que enfrentados a los corsés de la gran industria, han desarrollado un cine personal y a contracorriente.
Cuando los hermanos Lumière ofrecieron, el 28 de diciembre de 1895, la primera proyección pública, algunos de los espectadores que vieron “La llegada del tren” creyeron que iba a salirse de la pantalla y se levantaron de sus asientos. "
“Un Siglo de cine” es una mirada panorámica a la historia del cine, un álbum sobre el arte fundamental de nuestro tiempo"
Pocos podían imaginar que sólo unos pocos años después, ese nuevo invento -fruto de la conjunción entre las ansias de la humanidad por apropiarse de trozos de la realidad y la aceleración del desarrollo tecnológico – iba a convertirse en el arte por excelencia de los nuevos tiempos.
Un arte que culminaba la voluntad por captar la realidad en movimiento, aunando para ello a todas las demás disciplinas, poseído desde su mismo nacimiento de un dinamismo y una ambición de masas como ninguna otra disciplina artística había soñado jamás, imán para las vanguardias y cuyo impacto en la conciencia y la sensibilidad de la humanidad crecía vertiginosamente.
El bautizado como séptimo arte, además de ofrecernos todo un abanico de clásicos y de obras maestras de visión imprescindible, permite -gracias a su especial conexión con la conciencia colectiva y a una sensibilidad que le permite recoger y expresar aquello que “está en el ambiente”- rastrear las transformaciones, los deseos y las pesadillas de todo un siglo.
El cine nos ha enseñado que lo fundamental es la mirada.
Detrás de cada obra maestra hay un tesoro que las visiones dominantes sólo permiten ver en un mínimo porcentaje.
Detrás de la eclosión del cine de entreguerras alemán o el puñetazo de “Un perro andaluz” existe todo un universo de libertad provocado por la ruptura del orden tradicional tras la Iª Guerra Mundial.
El filo inquietante del cine de Hitchcock -aquel que extrae el terror de los elementos más cotidianos- no puede sustraerse del hilo que une “El proceso” y “Con la muerte en los talones” -un individuo acusado que huye sin ni siquiera conocer su delito-, el terror del individuo aplastado por el Estado monopolista, o el que engarza a Freud con “Psicosis” y “ Vértigo”. Comedias como “La fiera de mi niña”, antítesis del mito literario de “La fierecilla domada”, nos ofrecen constancia de la revolución democrática más profunda, el nuevo papel de la mujer, que al irrumpir como protagonista en un mundo de dominancia masculina provoca el continuo desorden de la “normalidad”.
A través de películas tan dispares como “Lo que el viento se llevó”, “La reina de África” y “Ordet”, el cine nos ha ofrecido ejemplos del poder transformador de la voluntad humana cuando no admite límite a sus deseos.
Hasta llegar a la radical revulsión de la moral que anida en Fassbinder o Almodóvar. Son sólo algunas pinceladas del tesoro que todavía albergan.
Las grandes películas de la historia del cine son todavía un mundo por descubrir. Y os invito a adentrarnos en esa fascinante aventura.
* Puedes reservar tu ejemplar de “Un siglo de cine” llamando al 615282540
Es el mundo el que es charlotesco Para Eisenstein –amigo y admirador de Chaplin, a quien dedicó varios estudios-,
“en Occidente, la verdad eligió a este pequeño hombre de aspecto ridículo para poner en la categoría de lo cómico cosas de por sí bien distintas”.
El vagabundo desclasado, producto del desarrollo del capitalismo, transformado en héroe de masas, con cuyas condiciones de existencia, con cuyos deseos y anhelos, con cuyos objetos de burla, se identificaban millones de espectadores.
Transformado en inmigrante marginado o en obrero aplastado por las exigencias de la producción.
Y la revolución creó el cine Revolución de Octubre, Eisenstein y cine moderno son tres conceptos que no es posible separar.
La toma del poder por los bolcheviques instaurará un nuevo tiempo histórico, una transformación profunda en todos los órdenes de la vida.
Este terremoto social hará germinar toda una generación de creadores de primera magnitud universal que, desde Eisenstein a Maiakovski o Kandinski, se sumarán de forma entusiasta a la revolución.
Y de este fermento, surgirá un nuevo cine soviético, del que Eisenstein es la expresión más alta, que revolucionará para siempre el lenguaje cinematográfico, haciendo entrar al séptimo arte en su edad adulta.
Toda la energía y fascinación de la mayor epopeya que se haya planteado jamás la humanidad –aquella que persigue cambiar el mundo de base, acabando con miles de años de explotación- está captada, trasladada a poderosas imágenes en “El acorazado Potemkin”. El milagro de Dreyer ¿ Qué milagro tiene Ordet para que una película insuflada de religiosidad, cuyo objetivo declarado es la exaltación de la fe, conmueva tanto a creyentes convencidos como a ateos irreductibles? “¡La vida... ! ¡La vida... !”. No podrían ser otras las primeras palabras que pronuncia Inger tras el milagro que nos reconcilia, a ella y a nosotros, con la plenitud de la vida.
Porque ese es el tema de Ordet, la fuerza primigenia, poderosa, de la vida, que podemos invocar si nos atrevemos a desafiar los dogmas mortuorios, aunque ese camino se encuentre con la locura, o haga que nos tomen por locos.
Y el amor conduce a vencer a la muerte, porque no entiende de renuncias, sólo concibe abrirse paso en la vida a fuerza de milagros, de milagros grandiosos o simplemente cotidianos, que podemos percibir si tenemos los ojos claros para verlos.
Todo es posible si se tiene fe, si se está dispuesto a tomar una posición valiente ante la vida. Nada es posible sin amor. Y ese mensaje que Dreyer nos arroja a través de imágenes subyugantes, martillea nuestra conciencia, remueve el mar de renuncias que hemos aprendido, convoca a los deseos que hemos hecho olvidar o simplemente nos hemos negado a nosotros mismos... “Ciudadano Kane” y la leyenda del indomable Cuando el American Film Institute concedió un premio a Orson Welles, éste declaró que “sólo puedo aceptar ese honor en nombre de todos los indomables”. Welles quizá haya sido el más prodigioso talento que haya ofrecido el cine norteamericano.
Pero precisamente su carácter indomable, su insobornable independencia, su afilada mirada para dinamitar, a través de una desbordante imaginación visual, todos los mecanismos de poder, lo convirtieron en un incómodo inquilino virulentamente enfrentado a los estrechos y mezquinos límites mercantiles, estéticos e ideológicos que el Hollywood oficial imponía.
Un enfrentamiento directo con el auténtico poder al que Orson Wells se lanzó desde su primera película, “Ciudadano Kane”. Igual que el “profundo carmesí” de una sangre imposible de borrar recordaba a Lady Macbeth que su poder estaba fraguado con un asesinato, Orson Welles elimina las capas superficiales de la ostentosidad del moderno capitalismo para penetrar en los rincones donde se puede detectar el material destructivo, altamente tóxico, del que está hecho el poder de una restringida clase de plutócratas.
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