jueves, 20 de julio de 2017

Dos líneas en el nacionalismo.

La histórica ceguera del movimiento obrero y de la izquierda en nuestro país le ha llevado permanentemente a no valorar a las fuerzas políticas y de clase de acuerdo con la posición que adoptan ante el enemigo principal:el imperialismo.

Debido a ello, la izquierda no ha sabido distinguir la doble tendencia que existe en el nacionalismo. No ha sabido diferenciar las líneas pequeño burguesas, progresistas, populares e incluso revolucionarias, de las que se esconden detrás de otros sectores con un carácter profundamente reaccionario y proimperialista.

Las consecuencias de no trazar con claridad esta línea de demarcación ha sido la de desarmar, confundir y extraviar a amplios sectores populares.


Las peculiaridades de nuestro desarrollo histórico como país y los rasgos principales de la formación social española han determinado que España haya podido mantener su carácter de nación plural.
En el resto de países europeos -primero con las monarquías absolutas y especialmente al imponerse el dominio de clase de la burguesía- el  Estado “uniformizó” a la población, eliminando prácticamente cualquier vestigio de lenguas, costumbres o la personalidad política, social y cultural propia de sus distintas partes.
Por el contrario, en España la formación de un Estado nacional se hizo compatible con la existencia de distintas lenguas y culturas, con el mantenimiento de una fuerte personalidad diferenciada de las nacionalidades y regiones coexistiendo en un todo común.

Tres factores objetivos, de lucha de clases, explican esta aparente anomalía:
1º.- Fruto de su carácter dependiente y la intervención exterior a que ha ido sometida desde sus mismos orígenes, la oligarquía española ha sido incapaz de encabezar su propia revolución burguesa, que permitiera encuadrar y unificar a toda la nación bajo su dominio.
2º.- Ha existido históricamente un arraigado sentimiento popular en las nacionalidades, interclasista e integrador, de preservar, defender y desarrollar su lengua, cultura, usos y costumbres, instituciones de autogobierno… frente a los persistentes intentos de las clases dominantes por hacerlos desaparecer.
3º.- Tras la constitución de la moderna clase dominante española en el último tercio del siglo XIX, a raíz de la fusión entre la alta burguesía bancaria y comercial con la aristocracia terrateniente, la pequeña y mediana burguesía –que estaban especialmente desarrolladas en Cataluña y Euskadi, los territorios más ricos y dinámicos- quedaron fuera de este nuevo  poder que pasó a dominar de forma exclusiva el Estado. Serán estas burguesías las que, para afianzar su posición en el mercado regional frente a la voracidad monopolista del gran capital financiero, levantarán la bandera del nacionalismo o del regionalismo político (apoyándose en los sentimientos populares de defensa de lo que les es propio), como medio para dotarse de la fuerza y el apoyo de masas necesarios para ello.

Sobre estos factores internos va a actuar la intervención exterior de las principales potencias imperialistas azuzando los ataques contra la unidad. Este es el aspecto principal de que sea necesario distinguir desde sus orígenes las dos tendencias, las dos líneas y las dos naturalezas que surgen en el nacionalismo.
Por un lado, un nacionalismo dominantemente pequeño burgués, al que podríamos catalogar como iberista, defensor de preservar la diferenciación de cada una de las partes, pero manteniendo y reforzando al mismo tiempo la unidad de España en un régimen de tipo federal o confederal. Y que se une a las reivindicaciones y anhelos del conjunto del pueblo español.
Por otro lado, un nacionalismo (cuyo principal exponente sería la línea dominante en el PNV, pero que también está presente en el nacionalismo catalán) orgánicamente vinculado a potencias extranjeras, esencialmente reaccionario y retrógrado, del cual han partido todos los proyectos independentistas, y que históricamente ha actuado como un verdadero aparato de intervención del imperialismo en nuestro país.

Históricamente, los  nacionalismos iberistas (en los que podríamos englobar al catalanismo, el galleguismo o el andalucismo)  por su mismo carácter de clase mediano y pequeño-burgués y por su programa de lucha, han tendido a ser fuerzas más o menos radicalmente antioligárquicas y antimonopolistas. Lo que en numerosas ocasiones en nuestra historia les han llevado, además, a enfrentarse con los proyectos imperialistas de dominio sobre nuestro país. Constituyendo, a pesar de sus errores y vacilaciones, fuerzas en lo principal progresistas.

El fomento y la revitalización de la lengua y las expresiones culturales propias (movimiento conocido como la “Renaixença”, el renacimiento) son el vehículo que utilizará la burguesía catalana a partir de 1830, como plataforma desde la que construir, en una siguiente etapa, un movimiento político nacionalista.  Con las Bases de Manresa –documento presentado como proyecto para una ponencia ante el consejo de representantes de las asociaciones catalanistas en 1892– este movimiento de regeneración cultural da el salto al nacionalismo político uniendo a sus tradicionales reivindicaciones culturales la exigencia del autogobierno y la autonomía política.
Dirigido en su etapa inicial por los sectores de una alta burguesía no oligárquica, este sector de clase, representado por la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, participara en diferentes gobiernos en Madrid, e impulsará un “nacionalismo económico español” como forma de proteger sus intereses y negocios frente a las amenazas del capital extranjero.
Con la llegada de la IIª República, una pequeña burguesía extremadamente radicalizada en torno a la cuestión nacional –pero también en lo político y lo social– se convertirá en la fuerza hegemónica y dirigente dentro de las fuerzas nacionalistas catalanas.
Con la ERC de Macià y, posteriormente de Companys, el nacionalismo catalán –pero también el galleguismo de Castelao o la ORGA y el andalucismo de Blas Infante– se convertirán en fuerzas activas y de primer orden en la lucha contra la reacción y el fascismo, la defensa de la legalidad republicana y la resistencia contra la intervención nazi-fascista.

Políticamente situadas en la izquierda y socialmente avanzadas y progresistas, este tipo de nacionalismo iberista -que siguen Macià en 1931 al proclamar “la República catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica”,  o Companys en 1934 decretando “el Estat Català dentro de la “República federal española”- continúan la tradición federal o confederal defendida durante la Iª República y que toma cuerpo en los movimientos nacionalistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Una concepción de España que, paradójica mente, enlaza de algún modo –salvando el tiempo y las distancias– con el proyecto a través del cual los Reyes Católicos dieron forma a la unidad política de España. Una especie de “monarquía confederal”, que hundía sus raíces en las tradiciones políticas de la Corona de Aragón. Es decir, una idea de España en la que, por encima incluso de las estructuras jurídico-políticas, es la existencia de un proyecto unificado y la defensa de unos intereses comunes, así como una inquebrantable lealtad y una firme voluntad de cooperación lo que fortalece y da cohesión a los lazos de unidad. Y que por lo tanto, permite que cada una de las partes que componen ese todo pueda gozar de la máxima autonomía en la gobernación de sus asuntos particulares, sin que ello afecte en lo más mínimo la unidad, sino que al contrario la refuerce.
Esta es la línea dominante en el nacionalismo catalán, que van a defender los sucesivos presidentes de la Generalitat tras Companys, desde Josep Arla, nacido en una familia obrera de republicanos federales, o Josep Tarradellas, que acababa todos sus discursos gritando “Visca Catalunya y Viva España”.

A esta tradición iberista pertenecen también  Castelao o Casares Quiroga en Galicia y Blas Infante en Andalucía, pero también el escritor Lobo Antunes y el premio Nobel José Saramago en Portugal, defendiendo la unidad ibérica.

Sólo desde este carácter es posible entender cómo, por ejemplo, en la década de los 70  pudo darse un trasvase fluido de cuadros dirigentes entre el PSUC y ERC, entre ellos, el ex-diputado de ERC y gran amigo del Partido Francesc Vicens, cuya posición profundamente antiimperialista y patriótica no era para nada incompatible con el programa iberista y confederalizante de la ERC de entonces.

Enfrentado a la concepción iberista tradicional en las fuerzas nacionalistas, otros sectores -especialmente el hegemónico en el PNV y algunas posiciones presentes en el nacionalismo catalán- no han dudado en alinearse con las potencias imperialistas más fuertes y agresivas (Inglaterra, Alemania o EEUU), poniéndose a su servicio incondicionalmente. Es precisamente esta carácter proimperialista el que le otorga los rasgos particularmente reaccionarios que los caracterizan.

  • Desde su mismo nacimiento el nacionalismo vasco va a estar al servicio de los intereses de una alta burguesía comercial vizcaína, frente a una oligarquía española en la que está integrada la gran burguesía minera y metalúrgica vasca de la que han quedado excluidos, y contra la creciente amenaza de un proletariado cada vez más numeroso, organizado y consciente.
Va a integrar en su pensamiento tanto los valores del tradicionalismo conservador más retrógrado y rancio como el integrismo católico más reaccionario, convirtiéndose en el nuevo instrumento para perpetuar el poder caciquil y eclesiástico en el mundo rural.

Contra el movimiento obrero, cuya principal base social lo constituyen las oleadas de trabajadores llegados del resto de España a las minas y la siderurgia, Sabino Arana introduce en el discurso nacionalista un pensamiento profundamente racista, xenófobo y etnicista, haciendo a los “maketos” (término que él mismo inventa) responsables de todos los males de Euskadi. Esta xenofobia y el racismo extremos del fundador del nacionalismo vasco Sabino Arana, se concentran y adquieren su máxima expresión en el odio a todo lo español, que llega a convertirse en uno de los pilares de su obra.

Pero el aspecto principal de este sector hegemónico en el PNV está concentrado en las palabras de Sabino Arana en junio de 1901: “Dice la prensa que por esa (aludiendo a San Sebastián) banquetea un coronel inglés propalando la especie de una posible alianza de Inglaterra con Francia, cuyo resultado sería la desmembración de España… Si el tal que así se expresa existe y no es un quidam, nos conviene aprovecharnos de la ocasión: porque con esa alianza es muy probable nuestra libertad; y sin ella, imposible nuestra salvación”.

Desde sus orígenes, el PNV adquiere un carácter marcadamente proimperialista, su línea dirigente buscará aprovechar las contradicciones entre los imperialismos con intereses de dominio sobre España o entre éstos y la clase dominante española para tratar de hacer avanzar su apuesta radical por la independencia. Todo vale para imponer su dominio sobre Euskadi. Y en tanto que su fuerza económica, social y política es incomparablemente menor que la de su oponente oligárquico, no dudará en ofrecer su territorio y su pueblo al servicio de las potencias imperialistas más fuertes de cada momento, interesadas en fomentar fuerzas centrífugas para debilitar a España y dominarla más fácilmente.
Sabino Arana se ofrecerá permanentemente a Inglaterra, buscando en Londres (o en París) la fuerza necesaria para desmembrar España. Aguirre, primer lendakari de la autonomía vasca, se dirigirá a Hitler, en  plena guerra mundial, para buscar su apoyo a la independencia vasca. Al no conseguirlo organizará una red de espionaje a través de las casas regionales vascas en Iberoamérica que pondrá al servicio de la CIA. Delatando a comunistas, socialistas, anarquistas o patriotas antiyanquis a fin de hacer méritos ante el hegemonismo y buscar su apoyo para la causa de la independencia vasca. Arzallus buscará en la burguesía alemana y su proyecto de la “Europa de los pueblos” el sostén para llevare adelante la independencia de Euskadi “al estilo de Lituania”.

  • También en el seno del nacionalismo catalán, junto a los sectores dominantes de tradición iberista, coexisten otros que sirvieron objetivamente a la vieja ambición de las  potencias imperialistas para enfrentar, debilitar y dividir a nuestro país.
En el seno de ERC -más que un partido, un movimiento que agrupaba a sectores muy diferentes- van a convivir junto a Companys elementos extremadamente reaccionarios y proimperialistas como Josep Dencàs, ministro del Interior de Companys, quien trató de organizar un golpe de Estado para proclamar la independencia de Cataluña aprovechando la huelga general revolucionaria de octubre de 1934 contra la entrada de la CEDA en el gobierno o Pi i Sunyer, que fue a ofrecer los servicios de la Generalitat en el exilio a Churchill a cambio de que los aliados, tras la victoria, reconocieran a Cataluña como una nación independiente dentro de la Europa federal.
                       
Este desarrollo histórico del nacionalismo hay que leerlo hoy a la luz de la intervención hegemonista y del desarrollo de nuestro país en los últimos 40 años. Donde se entrecruzan dos fenómenos:
    *El impulso a la disgregación en Europa que ha acompañado a la nueva emergencia de Alemania como centro de poder europeo.
    *Y el nacimiento, al calor del desarrollo del Estado autonómico, de nuevas castas político-burocráticas que se han adueñado tanto de las instituciones de autogobierno como de las fuerzas nacionalistas periféricas, cambiando la naturaleza y el contenido que históricamente han tenido y convirtiéndolas en uno de los principales medios para la intervención hegemonista sobre nuestro país.

¿Cómo es posible que en España, que se ha convertido en uno de los países más descentralizados del mundo, donde las nacionalidades disfrutan de un mayor reconocimiento a sus particularidades y los gobiernos locales concentran más poder y tienen más autonomía, no solo no se hayan amortiguado los conflictos en la articulación nacional, sino que en los últimos 20 años hemos asistido, primero en Euskadi y ahora en Cataluña, a dos abiertos desafíos secesionistas?

Para comprender esta aparente paradoja, debemos partir no solo del desarrollo histórico de la cuestión nacional, sino también de dos fenómenos que están determinando la vida del país.

1.- El dominio alemán y la “Europa de los Pueblos”
La desaparición de la URSS como superpotencia hegemonista y la reunificación alemana provocan un cambio estructural en la jerarquía de la cadena imperialista, convirtiendo a Berlín en el nuevo centro de poder emergente en Europa.
La burguesía monopolista alemana, ante el declive estratégico norteamericano, ve la oportunidad –y se lanza a por ella– de avanzar en sus objetivos de dominio sobre Europa. Su plan no es otro que el viejo proyecto hitleriano de la “Europa de los pueblos”, una reconversión del continente europeo que implica su reorganización territorial, la disolución y recombinación de sus estructuras administrativas y sistemas estatales, el desmembramiento de los antiguos Estados-nación y su transformación en pequeñas unidades productivas “naturales” (es decir, homogéneas por razones étnicas, raciales, históricas o lingüísticas) que giren en torno a la locomotora- tanque germana. Para cuestionar los límites de los Estados actuales, fragmentándolos, se utiliza en unos casos la diversidad étnica o lingüística, las disputas históricas o las rencillas territoriales; en otros los conflictos económicos de las regiones más ricas, pero en todos los casos la tendencia inexorable es a la desmembración de los actuales Estados y la integración de las nuevas comunidades en las superestructuras europeas en las que Alemania ya se ha asegurado la hegemonía.
Este proyecto adquiere su cara más sangrienta en la fragmentación de Yugoslavia, pero también una versión “suave”, una “disgregación plácida”, en Checoslovaquia.
A través de organismos oficiales de la UE -como la “Europa de las regiones”- o de una extensa red política, social y cultural que emana del Estado alemán y se ha extendido por todo el continente -lo que hemos denominado la “bundestelaraña”-, se ha extendido el virus de la disgregación en Europa desde hace casi tres décadas.

A pesar de que las diferentes coyunturas lo pongan en primer plano o lo aminoren, la utilización de la fragmentación como arma es una política estratégica de la burguesía alemana para imponer su dominio sobre Europa.
Por su parte, EEUU no ha renunciado en ningún momento a utilizar la carta de la disgregación a su servicio. Convirtiendo el nuevo Estado de Kosovo en una gigantesca base del Pentágono, y respaldando o creando movimientos independentistas en las ex repúblicas soviéticas.

2.- La formación de las burguesías burocráticas regionales.

Este impulso “desde fuera” a la fragmentación ha actuado sobre determinaciones internas.
Tras la aprobación de la Constitución de 1978 se inició un amplio proceso de descentralización política como alternativa para resolver los problemas de distribución territorial del poder, así como el complicado encaje de las nacionalidades históricas, un tema desde siempre conflictivo en la historia de España. El Título VIII de la Constitución se tradujo en un nuevo diseño de organización territorial, caracterizado básicamente por la aparición de las Comunidades Autónomas, las cuales han supuesto un verdadero reparto del poder político que ha tenido enorme incidencia en todas las estructuras del país.
Los éxitos en la construcción del Estado autonómico, que hoy nadie discute, no pueden ocultar los errores y excesos cometidos, y las graves consecuencias que comportan.

Desde su creación y generalización, Gobiernos y parlamentos autonómicos han ido construyendo en todo esto este tiempo una espesa e intrincada trama de poder, en el que ambos aspectos –poder político y capacidad financiera y presupuestaria– se han ido alimentando mutuamente en una carrera que parece no tener fin. Cuantos más recursos poseen los gobiernos autonómicos, más crecen las estructuras burocrático-administrativas de que disponen. Y viceversa. Cuanto más se extienden estas estructuras de poder local, más recursos presupuestarios necesitan arrebatar al Estado para sostenerlas y ampliarlas.

Este modelo de descentralización política y administrativa ha dado como resultado la aparición y emergencia de una nueva clase social: unas burguesías burocrático-administrativas regionales dotadas, en cada uno de los territorios que controlan, de un fuerte poder político, de unos ingentes recursos económicos y de una base social de apoyo formada por decenas de miles de personas cuyas condiciones materiales de vida y de trabajo dependen exclusivamente de que estos poderes taifales se mantengan y se amplíen.
Y que han creado -a través del reparto de subvenciones o las posibilidades que ofrece la cercanía al poder político- unas redes “clientelares” –enrocadas con los fundamentos históricos del caciquismo en España, pero con formas remozadas– que se extienden al terreno de las instituciones políticas y sociales, de la economía regional, de los medios de comunicación, del claustrofóbico mundo cultural,...

Mientras el dominio del hegemonismo y el imperialismo se concentra (el de la superpotencia norteamericana en todo el mundo, el de una UE crecientemente hegemonizada por Alemania) en España el desarrollo del Estado de las Autonomías ha desembocado en la existencia de 17 marcos para-estatales donde medran y se hacen fuertes estas nuevas burguesías. Ofreciendo un vehículo a través de cual el hegemonismo puede multiplicar su capacidad de intervención interna e influencia en España.

La emergencia de estas burguesías burocráticas regionales prohegemonistas, el poder que han alcanzado en la administración autonómica y el control que ejercen sobre buena parte de los partidos nacionalistas es lo que ha hecho que, en la actualidad, algunas de esas fuerzas que en su origen fueron las fuerzas que representaban a los nacionalismos iberistas hayan dado un giro de 180º en su carácter y naturaleza, pasando a ser fuerzas abiertamente prohegemonistas y uno de los vehículos principales de la intervención imperialista en España en nuestros días.

El ejemplo más claro es el nacionalismo catalán. La entrega del gobierno a Jordi Pujol en 1980, a pesar de que existía la posibilidad de formar un gobierno de izquierdas, quiebra la continuidad con la línea que representaban Companys o Tarradellas. Pujol prohibió a éste último finalizar en el nuevo Parlament catalán su discurso con su tradicional “Visca Espanya”.



Las peculiares condiciones de Cataluña han permitido que sea allí donde mayor poder ha alcanzado una auténtica burguesía burocrática, que debe sus ganancias no a su dinamismo y competitividad, sino a la gestión y saqueo de los fondos públicos. Y que ha utilizado el enorme aparato de la Generalitat para fortalecer su dominio económico, político, social, cultural... sobre la población de Cataluña.
Esta nueva burguesía burocrática ya no se corresponde con la tradicional burguesía catalana, contraria a la independencia, en sus capas más altas porque se ha incrustado en la oligarquía española, en su extensa red de pequeñas y medianas empresas porque sus negocios siguen dependiendo, a pesar de la globalización, del mercado español.
Conforme aumenta su poder esta nueva casta, se agudizan los rasgos más reaccionarios -que nunca habían sido dominantes en el nacionalismo catalán-: la difusión del odio a España, la siembra de un racismo de clase hacia los “charnegos”, los trabajadores venidos de otras partes de España, o la nueva clase obrera inmigrante, la sumisión al catolicismo más conservador, el recurso estructural a la corrupción...
Los sucesivos gobiernos catalanes desde la transición han sido alumnos aventajados en aprovechar las nuevas condiciones internacionales para fortalecer sus relaciones con el nuevo centro de poder europeo. A través de instituciones como la “Europa de las regiones”, o estableciendo por parte de los núcleos dirigentes de la ex Convergencia una relación privilegiada con la CSU, representantes de la “fracción bávara” de la burguesía alemana.

Ha sido la degradación política de España provocada por el proyecto hegemonista de saqueo e intervención impuesto desde Washington a partir de 2010 -y no “las consecuencias de la crisis” o la reacción ante la revocación del nuevo Estatut por parte del Tribunal Constitucional- lo que ha creado las condiciones aprovechadas por los sectores de la burguesía burocrática catalana nucleados en torno a Mas y Puigdemont para atacar la unidad. 



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