viernes, 21 de julio de 2017

Guerra de Secesión


“OTRA HISTORIA DE CATALUÑA”. Marcelo Capdeferro)


«La revuelta de los payeses se transformó en guerra secesionista, gracias a la formación de un eje político entre la Diputación, los barones de la frontera y la Francia de. Richelieu» (Joan Reglá, Historia de Catalunya)




El 19 de agosto (1640) se había publicado una nota, en Madrid, anunciando la intención de! Rey de convocar las Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña, En relación con la Convocatoria de las Cortes Catalanas decía la nota oficial que el objetivo era «poner en respeto, ejercicio y libertad, la justicia en aquel Principado, violentada y ahuyentada por alguna gente ruin y sediciosa...».

Como contestación, la Diputación se adelantó a convocar a las Cortes para el 10 de septiembre. Sabido es que las Cortes sólo podían ser convocadas y presididas por el Rey o su Lugarteniente; en este caso se trataba de una convocatoria de los Brazos (por lo que no procede hablar de Cortes) cuya composición difería sensiblemente con las Cortes ordinarias, ya que, como se ha dicho, en ellas los Brazos eclesiástico y real tenían un número fijo de representantes, mientras en la reunión de los Brazos se había convocado a todos los «ciudadanos honrados» y a todos los Canónigos que quisieran asistir. Es dudoso que existiera precedente de una convocatoria similar. El 10 de septiembre pues, se reunieron los Brazos, tal como estaba previsto, pero con mucha menos asistencia que la esperada; tan sólo estaban presentes 34 eclesiásticos, 144 nobles y 10 del estamento real. La sesión de apertura consistió en la lectura de un largo documento elaborado por los Diputados relatando y relacionando las atrocidades cometidas por las tropas; tras su lectura, que duró tres horas., se suspendió la sesión has la el día 13, para dar tiempo a que llegaran más convocados. Con también escasa asistencia, los Brazos aprobaron, a propuesta de los Diputados, la creación de una .Junta de 36 miembros que se haría cargo de todos los asuntos relativos a la defensa del Principado. Toda la autoridad pues, de los Brazos, queda­ba transferida a 36 personas partidarias de los Diputados: Por su parte el Consejo de Ciento aprobaba, el 17 de septiembre, rogar a los Diputados que nombraran a un Comandante en jefe de «cualquier nación», para el mando de las fuerzas que se estaban reclutando para la defensa del Principado.

La mención de «cualquier nación» es reveladora, Efectivamente hacía ya tiempo que se habían iniciado conversaciones con Francia; no se ha podido averiguar la fecha exacta del inicio de los contactos, pero se cree que ya en julio los había iniciado Francisco Villaplana; incluso hay quien cree que se iniciaron en abril, ya fuera por medio de Villaplana o por otro personaje. Lo que sí es notorio es que existían muchos espías de Richelieu; el más importante, el monje de Montserrat, Fray Ferrand.

«Es punto muy dudoso cuando comenzaron los Diputados a tratar con franceses. Unos quieren que sea años antes. En esta opinión, están los más presumidos de noticias y secretos de la malicia del tiempo y no ven que una comunidad no puede tratar años antes con secreto una rebelión. Lo que tengo por cierto es que, viendo muerto al Virrey, temieron los Diputados y tentaron qué era lo que podía esperar de Francia, si S.M. tratase de castigar la provincia, y que el primero que entró en Francia fue Francisco Villaplana, primo del Diputado

eclesiástico Claris» (Doctor D. Ramón Rubí, Juez de la Audiencia, “Levantamiento”).

Efectivamente, parece que ya en julio pasó Francisco Villaplana a Narbona en misión secreta cerca del Duque de Espenan, Comandante francés de Salses, que se había rendido el 6 de enero. También intervino en las gestiones el noble Alejo de Sentmenat quien, además, se dedicaba a la compra de armas francesas. El comandante de las tropas españolas del Rosellón, Juan de Garay, tuvo noticias de esta conspiración y el 23 de agosto arrestó a Sentmenat y a otros sospechosos. Al conocer la noticia del arresto de Sentmenat, en Perpiñan, Villaplana, que se hallaba en Barcelona, salió precipitadamente, pasó la frontera y prosiguió las conversaciones con Espenan, con el que firmó un primer acuerdo el 7 de septiembre. Algunos días más tarde los delegados de la Diputación, Francisco Villaplana y Ramón de Guimerá, se reunían en Ceret (en el convento de los Capuchinos) con los delegados franceses. La Conferencia de Ceret terminó el 24 de septiembre. El plenipotenciario francés Du Pléssis-Besançon, pariente de Richelieu, llegó a Barcelona el 24 de octubre para proseguir la negociación. Fue recibido solemnemente en la Diputación, Se dio el caso chusco y sorprendente de que, como ningún Diputado sabía el francés, ni Du Pléssis-Besançon sabía el catalán, las conversaciones tuvieron que desarrollarse en castellano, que sí sabía el delegado francés, haciendo constar Claris «el disgusto que le causaba tener que expresarse en la .lengua de una nación por la que sentía tanta aversión».

Las conversaciones duraron una semana y no fueron demasiado cordiales. Al final la Diputación se avino a dar plenas facilidades para desembarcos de tropas francesas en los puertos catalanes; a pagar, mantener y alojar a tres mil soldados que Francia enviaría a Catalunya, y a enviar a Francia nueve rehenes como garantía de la seguri­dad de las tropas francesas en Cataluña.

La Diputación decretó la movilización general; como sabía que, instigado por ella, el pueblo catalán se negaba masivamente a enrolarse en el servicio militar, y a principios de octubre la Diputación consideró necesario establecer un Tribunal especial para castigar a quienes rehusaran obedecer la orden de movilización. Anteriormente se había acordado que todos los catalanes «juraran fidelidad a la Provincia (es decir, Cataluña) y que los que se negaran a hacerlo fueran considerados traidores a la patria». (Elliot), Al mismo tiempo la Diputación había decretado un incremento de los impuestos, con el fin. de poder subvenir a las necesidades militares.

Cataluña francesa

El 4 de diciembre, cumpliendo lo estipulado con la Diputación, las fuerzas francesas, alineadas ya en el Rosellón iniciaban la penetración en el Principado. El General d´Espenan llegó a Barcelona el 10, con 800 soldados de Caballería; el 16 salió hacia Tarragona, amenazada por las fuerzas del Marqués de los Vélez. “Viéndose impotente para afrontar al poderoso ejército de los Vélez, se apresuró a pactar la rendición y se comprometió a volver a Francia con su ejército”. Tarragona se rindió el 24 de diciembre.

Hasta la «masacre» de Cambrils las fuerzas catalanas se rendían casi sin luchar; el propio Marqués de los Vélez no cesaba de declarar que venía en son de paz; pero después de los sucesos de Cambrils las cosas cambiaron. En la misma larde del 24 de diciembre llegó a Barcelona la noticia de la rendición de Tarragona. El populacho se desenfreno, sospechando traición; grupos de rebeldes, reforzados por extranjeros, se dedicaron a la caza de «traidores», con una ferocidad superior a la del día del Corpus. Fueron asesinados Juan Gori, Luis Ramón y Rafael Puig, jueces de la Real Audiencia, que habían salvado la vida meses antes, y otras figuras de la nobleza catalana. Los sublevados obligaron a los Diputados a liberar a todos los presos. Hubo también desordenes en otras poblaciones.

Mientras tanto la causa que defendía la Diputación tuvo un inesperado e importante refuerzo: en la tradicional elección por insaculación del 30 de noviembre, había resultado elegido “Conceller en Cap» de Barcelona, el gran jurisconsulto y asesor de; la Diputación, Joan Pere Fontanella, acérrimo partidario de Claris.

El 2 de enero de 1641 Richelieu recibió a tres embajadores catalanes a los que comunicó (hablando en castellano) su deseo de que Cataluña se transformará en República separada de España y bajo la protección francesa. El día 14 Du Plessis-Besançon se presentaba en Barcelona con la misión de constituir dicha República, El 16 Claris anunció a los Brazos la ruptura con España y la constitución de Cataluña en República, bajo la protección de Francia, lo que fue aceptado por los Bracos y el Consejo de Ciento. Pero siete días más tarde Claris anunció que en vista de que la proyectada República era inviable, proponía que Cataluña se pusiera bajo la obediencia del Rey de Francia, “como en tiempos de Carlomagno, con el pacto de respetar nuestras constituciones. Ese mismo día (23 de enero) la Junta de los Brazos y el Consejo de Ciento proclamaron Conde de Barcelona a Luis XIII de Francia. Está demostrado que el proceso que culminaba con la proclamación de Luis XIII como Conde de Barcelona fue obra personal de Claris que se valió de su cargo para frustrar los intentos de mediación de Felipe IV, «temeroso (dice Elliot) de que la mayoría se habría inclinado a aceptarlas”. Incluso sus colegas de la Diputación como Tamarit y Ferrán, no querían llegar tan lejos.

Al mismo tiempo se nombraba una Junta de Guerra compuesta por personalidades catalanas y francesas, bajo la presidencia de Joan Pere Fontanella, con plenos poderes para organizar la defensa del Principado y, concretamente, la de Barcelona, ya que las fuerzas del Marqués de los Vélez estaban en las cercanías de la ciudad. El 26 de enero se enfrentaron ambas fuerzas en la montaña de Montjuich que había ocupado el ejército real, con un ataque por sorpresa; .las trapas franco-catalanas le causaron importantes bajas; incomprensiblemente el Marqués de los Vélez dio orden de retirada

(…) Refiriéndose a esta crisis escribió el embajador inglés, Hopton, que «la grandeza de esta Monarquía, se está acercando a su fin». Y Du Plessis-Besançon, el agente de Richelieu en Cataluña, escribió: «Se puede decir sin exageración, que las consecuencias de este acontecímiento (la revuelta catalana) fueron tales que (aparte la revuelta de Portugal, cuya pérdida fue tan perjudicial, no sólo a la reputación de España, sino a toda la estructura de su monarquía... y que nunca se habría producido sin el ejemplo de Cataluña), nuestros asuntos que en Flandes no iban nada bien y peor aún un el Piamonte, súbitamente empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a debilidad en todos los demás teatros de la guerra”.

(…) La guerra duró 12 años, Pablo Claris murió el 27 de febrero de 1641 dejando a la clase dirigente dividida. Richelieu envió a d'Argenson corno Gobernador de Cataluña (1641-1643) y poco después al Marqués de Brezé, como Virrey. La administración del país fue confiada a un grupo de catalanes adictos a Francia: Joan Pere Fontanella, «Conseller en Cap», de Barcelona y su hijo José, regente de la Cancillería, al frente de un grupo de amigos, fueron los nuevos dictadores de !a administración catalana. Las autoridades francesas respetaron las instituciones catalanas, pero tuvieron buen cuidado de que, en las principales instituciones, Diputación y Consejo de Barcelona, no pudieran aparecer dirigentes partidarios de España, estableciendo el derecho de veto de las listas de candidatos, suprimiendo los nombres de los posibles desafectos a la causa francesa.

(…) La capitulación de Perpiñán fue celebrada en París con un solemne Tedeum y en Barcelona con ceremonias, iluminaciones, fuegos de artificio y otros festejos.

“Cataluña llorará con sangre lo que celebra hoy con gritos de alegría”, escribió el cronista coetáneo Miguel Parets. Hubo muchos catalanes que no participaron en el entusiasmo que celebró las victorias francesas. «La instalación de los franceses fue una visión intolerable para numerosas familias de nuestros Condados (Rosellón y Conflent) a las que se vio partir hacía el interior de Cataluña». La nueva Real Audiencia había decretado la confiscación de bienes de los catalanes pasados al bando español. Ya en aquellas fechas de triunfo francés era notoria la división de los catalanes: los obispos, la nobleza, e incluso sectores populares., eran hostiles a Francia y a Richelieu, pues consideraban a los franceses «los enemigos tradicionales desde siglos. Por otra parte la gente avispada iba percatándose de las verdaderas intenciones de la corte francesa. Richelieu había dado instrucciones para que se nombraran gobernadores catalanes en Perpiñan, Colliure, Salses, etc, respetando el tratado, pero poniendo a su lado “un francés particularmente hábil y decidido, que ejerza verdaderamente el poder”. Pronto se vio que la conducta de las tropas francesas con la población civil era peor que la de las tropas españolas,.

(…) Por otra parte, la situación interna de Cataluña no era buena, los catalanes se habían decepcionado del dominio trances. Pedro de Marca escribía en 1644; «el clero está molesto por la presencia de tropas de hugonotes». Y en 1647 escribía «Me he confirmado en la opinión de que todo el mundo (en Cataluña) tiene mala voluntad para Francia, e inclinación por España... Tengo todos los días nuevas pruebas de que los eclesiásticos, los religiosos, los nobles y el pueblo, son muy malintencionados para el servicio del rey (de Francia)... En el clero, la nobleza, la burguesía, el pueblo, ningún partido es pro francés».

(…) A partir de 1650 las armas españolas avanzaron dentro de Cataluña, por el Sur y el Oeste, En 1651 enlazaron los dos ejércitos reales con base en Tarragona y Lérida respectivamente, poniendo cerco a Barcelona (agosto 1651), La Diputación, que estaba en Manresa, había decidido volver a la obediencia de Felipe IV; pero a pesar de ello. Barcelona prefirió resistir un asedio de catorce meses.

El 1 de octubre de 1652 los «Consellers» de Barcelona aceptaron tratar la rendición. Dos días más tarde el Gobernador de Cataluña, José de Margarit, salió por mar de la ciudad, acompañado por un reducido grupo de fervientes partidarios de Francia; y ese mismo día el Mariscal La Mothe, otra vez Virrey francés, comunicaba al Marqués de Mortara, General español, su decisión de capitular. El 11 de octubre a las 9 de la mañana, se organizaba una procesión de prohombres, encabezada por el «Conseller en Cap», que se dirigió a parlamentar con el príncipe Juan José de Austria, uno de los jefes del ejército español. El príncipe ofreció perdón para todos los delitos cometidos desde 1640, excluyendo de la amnistía tan solo a José Margarit. Firmada la rendición, dos días más tarde (13 de octubre), salían de Barcelona el Mariscal La Mothe y José Ardena con las.ropas francesas, suizas y catalanas. Seguidamente entraron las españolas, capitaneadas por Juan José de Austria.

El Rey aprobó las decisiones de Juan José de Austria y el Marqués de Mortara: que las constituciones Catalanas permanecerían intocadas, así como los privilegios de que gozaba la ciudad de Barcelona. El 18 d enero (1653) en que llegó la notificación oficial de dicha decisión real, Barcelona celebró la jubilosa noticia con un repique general de campanas., un solemne Te Deum en la Catedral y otras manifestaciones religiosas y fiestas populares.

Pero la guerra con Francia prosiguió aún siete años.

Mutilación de Cataluña

Tras varios años de conversaciones en Münster (capital de Westfalia) fue firmada la llamada paz de Westfalia en 1648, que ponía fin a la guerra de los Treinta Años; España reconocía la independencia de Holanda. Pero la guerra franco-española prosiguió; a ella se unió Inglaterra.

La paz de Westfalia fue el triunfo de Francia sobre el Imperio; de una forma especial, era el triunfo (relativo) de la política de Richelieu, que consistía en dar término a la gran Francia, la cíe los límites de la Galia (del Rhin a los Pirineos) llamados «fronteras naturales». Para asegurar estas fronteras se había aceptado en Westfalia el principio llamado de «libertades germánicas», favorable a la división de Alemania en una serie de Estados, siendo desde entonces el título Imperial meramente honorífico y simbólico.

Francia, que había logrado en el norte parte de los objetivos (incorporación de AIsacia, etc.), no iba a desaprovechar la ocasión de su guerra con España, la ocupación de parte de Cataluña, y la manifiesta decadencia española, para lograr su viejo sueño de «frontera natural» al Sur del país: la pirenaica.

Tras la capitulación de Barcelona (1652) las tropas francesas abandonarán gran parte del territorio catalán que aún conservaban en su poder y se concentraron en las fortalezas de Rosas, Perpiñán, Salses, Colliure, Argelés, etc, y en la llanura del Rosellón, desde donde aguantaron un alzamiento generalizado de la mayoría del pueblo catalán contra la presencia francesa y catalana francófila; dicho levantamiento revistió especial importancia en la Cerdaña, Conflent, Vallespir y parte del Rosellón, Francia y España seguían en guerra; y la lucha se había desplazado ahora a Artoís v Flandes, pero estaba claro que Francia no tenía Intención de abandonar el Rosellón.

Ya durante el sitio de Barcelona el nuevo hombre fuerte francés, Cardenal Mazaríno, escribió: «El Rey no puede nunca, pase lo que pase, admitir la restitución del Rosellón». Frase que recuerda la de Richelieu, en carta escrita al Rey: «No hay que pensar en devolver la Lorena... Perpiñan y el Rosellón; pues tenía el criterio de que “aquello que ha sido conquistado por la espada, no puede ser devuelto».

Las autoridades francesas ordenaron al Mariscal la Mothe que hiciera todo lo posible para la conservación del Rosellón, con la particularidad de que «No pensarnos sólo en conservar el Rosellón, sino en hacer un esfuerzo para establecernos nuevamente en Cataluña», según carta de Mazarino a la Mothe.

Las tropas Francesas procedentes de Barcelona pasaron por el Roselkón, Cerdaña y Conflent cometiendo toda clase de desmanes y dedicándose al pillaje. A principios de 1653 la Corte de París dispuso una campaña tendente a consolidar las posiciones conservadas en el Rosellón, a reconquistar Conflent, Vallespir, Capsular y Cerdaña, y a atacar nuevamente el resto de Cataluña. En febrero de 1653 fue enviado a Rosellón el Mariscal de Launay con la misión de organizar la defensa de la plaza de Perpiñan y la fortaleza de Rosas. Al mismo tiempo se inició una política de captación de emigrantes catalanes, Fue nombrado Gobernador el Dr. Segarra y Virrey el Conde d´Hocquincourt, con instrucciones de restablecer la Diputación y la Real Audiencia. Fueron añagazas para atraerse a los catalanes y disimular la feroz represión de la oposición a Francia. Durante los últimos meses de 1652 y primeros de 1653, las familias más prestigiosas que aún quedaban en el Rosellón pasaron a la Cataluña española, así corno muchos sacerdotes y religiosos. Unos huían de la indisciplina y el pillaje de los soldados franceses; otros del terror impuesto por el Gobernador Segarra y demás catalanes francófilos. El historiador Henry dice a este propósito: “Los rosellonenses eran catalanes desde hacía demasiados siglos paro no hacer causa común con su pueblo, para no compartir su antipatía contra los franceses. Viendo al Principado libre de quienes consideraban sus opresores, amaron de liberarse también de ellos y reclamaron la ayuda de sus compatriotas. Unos delegados enviados al Marqués de Hurtara, Virrey de Cataluña, le: aseguraron que los franceses eran muy débiles en el Rosellón, y que el país esperaba tan sólo su presencia para sublevarse de Francia”. (…)


El tratado de los Pirineos


(…) Así pues, a pesar de las protestas de Felipe IV. se firmó la paz de Westfaliana (1648), dejando de lado a España, que tuvo que proseguir su guerra con Francia. Poco tiempo después se iniciaron contactos diplomáticos entre ambos gobiernos, en los que los franceses expusieron invariablemente sus pretensiones de incorporarse Flandes, Artrosis, Franco-Condado y Rosellón (hasta Rosas), propuestas inaceptables para España, Así pasaron los años, hasta que, en 1658 agotada España tras la derrota en la batalla de las Dunas, el gobierno español decidió entablar conversaciones de paz, Antonio Pimentel fue enviado a Francia como plenipotenciario. El 8 de mayo de 1659 se firmaba en París el armisticio. El 4 de junio Pimentel y Mazarino firmaron el tratado preliminar de paz. Se estipulaba "la cesión a Francia de los Condados del Rosellón, Artois, parle de Luxemburgo y algunas plazas de Flandes. Al mismo tiempo se concertaba el matrimonio de María Teresa, hija de Felipe IV, con Luis XIV; la infanta llevaría una dote de 500.000 escudos y renunciaba a sus derechos a la sucesión española. La Conferencia de Paz propiamente dicha, tuvo lugar en la Isla de los Faisanes (islote situado en el río Habidas), inaugurada d 13 de agosto de 1659. El 7 de noviembre los respectivos jefes de gobierno, Luis Menéndez de Haro, por España y el Cardenal Mazarino por Francia, firmaron el Tratado de los Pirineos, sustancialmente en parecidos términos al provisional firmado en París el 8 de mayo por el Embajador Pimentel.


Quedo convenido en el tratado “que los montes Pirineos, que comúnmente han sido siempre tenidos por división de Hispania v la Galia de aquí en adelante también la división...»,


Como consecuencia de esta definición se adjudicaba a Francia (en el Tratado) el Condado de Rosellón. En cuanto al Conflent y a la Cerdaña, se estipulaba que aquél sería para el Rey francés y esta para el español: pero si hubiere en el Conflent lugares dentro de los Montes Pirineos en la parte de España, quedarían para España y si hubiera en la Cerdaña lugares que estuvieran en dichos montes, en la parte de Francia, permanecerían franceses. Es decir, corno hace notar Soldevilla, «que había que determinar cuáles eran los Montes Pirineos... que aquellos límites que siempre, y comúnmente, habían sido tenidos por los límites de España y la Galia, no se sabia cuales eran: había que establecerlos».


Para establecer dichos límites se nombro una comisión formada, por parle española por Miguel Salvá de Vallgornicra, lugarteniente del «Maestre Racional» de la Corona de Aragón, y José Romea de Ferrer, miembro de la Real Audiencia de Cataluña. Por parte francesa fueron nombrados Pedro de Marca, obispo de Tolosa y Jacinto Se­rrón , Obispo de Orange. La Comisión se reunió en Ceret (22 de marzo de 1660), Las exageradas pretensiones francesas indignaron a los comisionados españoles; pretendía Francia que pasaran a su soberanía la comarca pirenaica oriental hasta Rosas, toda la Cerdarña, Seo de Urgel con toda su comarca y el Valle de Ribas. A mediados de abril se suspendió la conferencia sin acuerdo alguno.


Ante la amenaza de ruptura del Tratado se reanudaron las conversaciones sobre límites, esta vez en Hendaya, entre el propio Luís de Haro, primer ministro español y el plenipotenciario francés Hughes de Dionne (mayo 1660). Las discusiones fueron violentísimas y, finalmente aflojó Luis de Haro y el 28 de mayo se conformó con ceder a Francia el valle del Carol, la fortaleza Cerdaña y 33 pueblos situados en el valle oriental de la Cerdaña. Como Llivia tenía el título de villa se opuso a su incorporación a Francia. El 31 de mayo de 1660 se firmaba la declaración aclaratoria del articulo 42 del Tratado de los Pirineos, por el que se incorporaban a Francia los antiguos condados del Rosellón, Conflent, Vallespir, y parte de la Cerdaña. Así se pisoteaban 800 años de historia y se consumaba la mutilación de Cataluña.

Resistencia de los catalanes a incorporarse a Francia


Durante los años de la Revolución en que Cataluña fue ocupada por los franceses, los catalanes tuvieron ocasión de comprobar que la opresión francesa era mucho peor que la española. A excepción de unos cuantos catalanes afrancesados (Margarit, Fontanella, Ardena, Scgarra, Aux y unos pocos centenares de seguidores [unos 700] la gran mayoría del pueblo catalán era antifrancesa.


Parte de culpa en la amputación de Cataluña la tenían los propios catalanes que se habían dejado conducir por los representantes de la oligarquía extremista. “Como a menudo acontece, los exaltados que "propugnaban... una Cataluña francesa hicieron más daño que beneficio a la causa patriótica». “En elogio de los peloponenses hay que decir que en aquella hora dramática, los franceses no hallaron entre ellos abolicionistas, a excepción del doctor Trobat. Los que hicieron el juego a aquella política de amputación de Cataluña y de anulación de nuestras instituciones fueron un grupo de catalanes exiliados no rosellonenses los cuales, de acuerdo con sus conveniencias exclusivamente personales, renegaron de su patria natural y cooperaron eficazmente a la imposición del régimen francés». Poro el pueblo no se dejo engañar: «El Rosellón era un país ocupado por el enemigo y, para sus habitantes, la patria estaba del otro lado de los Pirineos; era pues para ellos un deber de nacionalidad intentar romper el yugo francés».


Los catalanes tenían mal recuerdo de los franceses desde hacía siglos. A raíz de los sucesos de 1640 los inexpertos dirigentes catalanes entraron en contacto con el gobierno francés al que pidieron ayuda militar. «La petición fue muy bien recibida por Richelieu, que vio la posibilidad de crear un frente dentro de la misma España y, así, poder ocupar el Rosellón. Después de largas conversaciones entre los representantes de Cataluña y Francia durante el verano y otoño de 1640, se llegó al acuerdo de hacer entrar en nuestro país soldados franceses, previo el compromiso de París de no comenzar la conquista de las plazas del Rosellón sin convenirlo antes con los representantes de Cataluña, y de poner gobernadores catalanes en las que fuesen. conquistadas, Los catalanes, faltos de experiencia política, creyeron de "buena fe que se respetarían aquellos compromisos; no previeron que pronto no serían otra cosa que papel mojado».


(…) La resistencia de los rosellonenses a la ocupación empezó ya en sus inicios. Así los cónsules (concejales) de Estalla escribieron a la Diputación el 20 de abril de 1641: «Por estar vejados de los franceses con capturas de personas y de ganado, se ha determinado dar aviso a V.S. para que ordenen el modo de comportarnos». En meses suce­sivos se fueron recibiendo en la Diputación quejas parecidas quejas de una mayoría de pueblos, a las que se unió la de Perpiñán en octubre de 1642. Era la segunda edición del problema de los alojamientos de tropas. Por esa razón Perpiñán quedó casi despoblada. Como la Diputación no resolvía nada para aminorar las desdichas de la población, los Cónsules de Perpiñán se dirigieron directamente a París pidiendo “quedar aliviados de los alojamientos y reparados de los muchos daños que nos hacen los soldados» (carta de 19 de diciembre de 1643). Al problema de los alojamientos de tropas y desmanes de la solda­desca se unió la falla total de respeto hacia las famosas constituciones catalanas. Los franceses se negaron a pagar los «derechos del General» por mercancías provenientes de Francia. En el segundo semestre de 1645 se descubrió en Barcelona un complot contra Francia por lo que el Virrey francés efectuó una violentísima represión que afectó incluso a altos funcionarios y al propio presidente de la Diputación que fue llevado al Rosellón y encerrado en el castillo de Salses (enero de 1646).


A medida que pasaban los años empeoraban las relaciones de los catalanes del Rosellón con los franceses. Hasta el punto que Francisco de Sagarra, gobernador títere del Rosellón, escribía a Mazarino en el otoño de 1652 diciéndole que contaría “lo que pasa en este país para ver si se puede poner remedio a tantos males y desdichas”. Se refiere a las tropas de Ples sis-Bellieure, “las cuales ojalá no hubieran entrado nunca en este país porque ellas lo han reducido todo a la desesperación en todos los pueblos y ciudades por donde han pasado, VM no sabría imaginar ningún acto de hostilidad que los enemigos puedan cometer, que estas tropas no los hayan también cometido».


En 1656 (abril) los Canónigos de la Seo de Urgel, tan amigos de Francia, enviaron un memorial al Cardenal Mazarino denunciando las brutalidades de los soldados franceses.


Consecuencias políticas del Tratado de los Pirineos

Luis XIII, como Conde de Barcelona, había jurado defender y mantener las constituciones, instituciones y privilegios catalanes. Su sucesor Luis XIV había contraído parecido compromiso. Aún era reciente (invierno de 1659) la promesa del rey de mantener las institu­ciones, privilegios v libertades de los Condados que iban a incorporarse a Francia.

Todo era falso. Fresca aun la tinta de la firma del tratado de los Pirineos se dio a conocer el Edicto firmado por Luis XIV en San Juan de Luz en junio de 1660, por el que se ordenaba la supresión del Consejo Real de Cataluña, la Diputación y todas las demás instituciones catalanas, pasando los condados catalanes incorporados a Francia a regirse por las leyes generales del país. Por las mismas fechas se publicaban otros decretos de “perdón y abolición a favor de las tropas que hayan cometido excesos y desórdenes durante la guerra”. Así se restablecía la paz, pero no la justicia.

En julio de 1660 se establecía la obligación, para toda persona de categoría social o patrimonial de prestar juramento de fidelidad al rey de Francia. Se inició pronto la reconstrucción de las fortalezas de la región y se enviaron regimientos franceses para ocupar militar-mente el territorio. En 1662 se dictaron severas órdenes de control de reuniones de la gente de Perpiñan y de las comarcas rurales.

Política de afrancesamiento

En sustitución de las antiguas instituciones catalanas los franceses crearon el “Consejo del Rosellón”, llamado pomposamente “Consejo Soberano”, que en manos de catalanes exiliados y de rosellonenses pro franceses, actuaba a las órdenes del gobernador francés. Todo lo anterior fue barrido porque,, decía Luis XIV en el decreto “he resuelto establecer en los Condados y Veguerías del Rosellón y Conflent y países adjuntos... el mismo orden y la misma forma de justicia y de gobierno que existían en las otras provincias de nuestro reino”.

La administración francesa se implantó en 1663. Por decreto de 2 de abril de 1670 Luis XIV prohibía el uso oficial del catalán por ser “contrario a mi autoridad y al honor de la nación francesa”. Se ordenaba que los procesos judiciales, sentencias, contratos, etc. se redactaran en francés, idioma que desconocía la casi totalidad del pueblo. La Universidad de Perpiñán fue confiada a miembros franceses de la Compañía de Jesús (1661), Se exigió el juramento de «ser bueno v fiel vasallo de Luis XIV» (1660).

La acción de afrancesamiento siguió en marcha. Siguieron las fuerzas militares como en país conquistado.

Vicente Margarit (hermano del aristócrata gerundense gobernador general de Cataluña pro-francés, fue nombrado Obispo de Perpiñán (1654-I672). Desde entonces (1672) ningún Obispo de Perpiñán ha sido catalán.

A pesar de ello, el afrancesamiento de los catalanes del Rosellón no fue nada fácil. Mucho tiempo después de su incorporación a Francia el Intendente del Rollona escribía: «El pueblo de! Rosellón se llama y se siente catalán, y consideraría el nombre de francés o de catalán francés como una degradación o una injuria.

(Del libro: “OTRA HISTORIA DE CATALUÑA”. Marcelo Capdeferro)

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