Vamos a
hacer un brevísimo recorrido por los principales acontecimientos de los siglos
XVII, XVIII y XIX en los que España, no sólo perderá uno tras otro los
territorios conquistados, sino que se pondrá en cuestión la unidad peninsular.
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Desde mediados
del siglo XVII, España pasa de ser la potencia hegemónica en Europa a convertirse
en terreno de intervención por parte de las grandes potencias.
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El azuzamiento
y respaldo a la desmembración –no ya del vasto imperio, sino también de
la misma unidad peninsular– se convierte en uno de los privilegiados
instrumentos de dominio e intervención sobre España.
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Francia es, en
este periodo, el origen y sostén de todos los movimientos disgregadores, provocando en 1640 la secesión
de Cataluña y Portugal.
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Durante todo el
siglo XVIII, España constituye un virreinato francés de facto, donde los embajadores, emisarios o colaboradores galos hacen
y deshacen a su antojo. Este hecho hará
desaparecer durante esta centuria las tensiones fragmentadoras. Cuando
París necesitó cuestionar la unidad española –aunque durante el periodo de los
Austrias, los diferentes territorios disfrutaban de una amplísima autonomía-,
las turbulencias secesionistas hicieron su aparición. Por el contrario, cuando
España permaneció férreamente alineada bajo dominio galo, el fantasma de la
disgregación desapareció, pese a que el centralismo borbónico suprimió los
fueros y libertades locales.
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Durante el
siglo XIX la intervención de Inglaterra será el factor decisivo que librará a
España de la desintegración como país. Mientras Francia va a potenciar por
diferentes vías la fragmentación, Inglaterra dedicará sus energías a desmembrar
el Imperio americano, pero actuará en los hechos como una fuerza de contención
para impedir que Francia se adueñe de España. Esto se pondrá claramente de manifiesto en las diferentes posiciones
que adoptan ante el carlismo, París azuzará su pervivencia y extensión,
mientras Londres intervendrá para cerrar una herida que sólo contribuye al
incremento de la influencia gala.
Los
principales acontecimientos por orden cronológico son:
I.- 1640: Guerra de
Secesión. Francia impulsa la independencia de Cataluña y Portugal.
La intervención francesa provoca la
fragmentación peninsular, impulsando la independencia de Cataluña y Portugal,
que no sólo debilitará España hasta el punto de transformarla, en un brevísimo
lapso de tiempo, en una mera colonia de las grandes potencias, sino que
acarreará nefastas consecuencias para los territorios empujados hacia las
aventuras secesionistas.
Cataluña huirá espantada de la
ocupación francesa, que provoca un unánime rechazo popular, no sin antes sufrir
la amputación de casi un tercio de su territorio, incorporado a Francia. Y
Portugal iniciará su andadura formalmente independiente satelizada por la
voracidad inglesa.
II.- 1701-1713.
Guerra de Sucesión. Francia e Inglaterra se disputan el dominio de España.
Frente a la propaganda
independentista que nos la presenta como “una guerra entre Cataluña y España”,
la Guerra de Sucesión fue un conflicto donde Inglaterra y Francia se disputan
militarmente el dominio de España.
Inglaterra se apoyará en el
fomento del arraigado apego de los territorios de la Corona de Aragón a sus
privilegios y libertades locales para intervenir en España. Promete protección
a Cataluña para conservar su autonomía, pero traiciona después todos sus
compromisos en una negociación con París de la que se excluye tanto a Madrid
como a Barcelona. Con el Tratado de Utretch, que dará fin a la guerra,
Inglaterra obtendrá las plazas de Menorca y Gibraltar, entre otras.
III.- 1808-1814. Guerra de
la Independencia. Los proyectos de Napoleón para fragmentar España.
Para incorporar a España como una
colonia del imperio francés, Napoleón proyecta la anexión del territorio
español al norte del Ebro, dinamitando el resto en tres virreinatos ocupados
por monarcas títeres.
Fruto de esta política, y como ejemplo
a trasladar al resto de España, París consumará en 1812 la anexión en los
hechos de Cataluña, sólo deshecha con la expulsión de las tropas napoleónicas.
Mientras el pueblo español,
de forma especialmente combativa en Cataluña, se levanta contra el invasor
francés, Napoleón empuña la fragmentación como medio para eternizar el dominio
galo.
IV.- 1833-1876. La grieta
carlista.
Aunque esté protagonizada por grandes
propietarios rurales enfrentados al desarrollo capitalista que amenaza sus
intereses y privilegios, es el respaldo político, militar y económico de París
lo que provoca que el carlismo se convierta en un problema nacional, que sin tener nunca un carácter secesionista, incide sobre todo
en Euskadi y Cataluña, constituyéndose en ambos territorios como parte del
sustrato de los futuros nacionalismos.
El carlismo y sus efectos
desestabilizadores permitirán a París disponer de un privilegiado, y muy
lucrativo, instrumento de presión, injerencia y dominio.
NOTA: En escuelas anteriores hemos tratado la guerra de la
independencia, el carlismo o incluso la guerra de sucesión, sin embargo, no hemos
tenido ocasión de estudiar la guerra de secesión.
Hemos considerado de
interés dedicar un paréntesis a este acontecimiento especialmente
significativo. El único momento donde se consumó en los hechos la independencia
de Cataluña. Su principal cabeza, Pau
Claris, es definido en los círculos independentistas como “un presidente valiente que se posicionó al
lado del pueblo frente a la monarquía hispánica”. Comprobemos en los hechos
si esta afirmación es cierta o se trata de una burda e interesada tergiversación
de la historia.
La
Guerra de Secesión (1640 – 1652): desmembración de Cataluña y ruptura con
Portugal.
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Los
antecedentes de la guerra de secesión están en el enfrentamiento larvado entre
Cataluña y la Corona, agudizado por las necesidades de la política imperial y la
falta de cintura táctica del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV.
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Pero la clave
que desencadena la secesión es la intervención francesa a través de un
minoritario pero muy activo partido profrancés, cultivado durante años por la
diplomacia gala. La intervención de Francia, transformará la rebelión catalana en una aventura secesionista.
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Se quiebra así la histórica corriente principal de
desarrollo peninsular hacia la creación de una más amplia unidad política,
culminada sólo sesenta años antes con la incorporación de Portugal a la corona
española.
En
1640 se produce la sublevación de Cataluña o “Guerra dels Segadora”. En el origen
del conflicto está el descontento popular ante la hambruna, el saqueo y los
atropellos protagonizados por las tropas españolas, formadas por mercenarios y
desplegadas por el territorio catalán para combatir al francés.
Sobre esas contradicciones actuará la
injerencia francesa, transformando una rebelión provocada por los excesos de
Olivares que jamás habría derivado por su propia dinámica a una ruptura, en un
abierto desafío secesionista.
Un minoritario grupo creado por la
diplomacia francesa entre sectores de las élites dirigentes, aprovechará las
dramáticas circunstancias de 1640 –enconamiento del conflicto con la Corona,
amenaza militar francesa, rebelión campesina…- para dar un auténtico golpe de
Estado interno.
Violentando la misma legalidad local, Pau Claris, canónigo de la Seo de Argel
y presidente de la Diputación General de Cataluña, consigue forzar a las Cortes
a aceptar el apoyo de Francia para levantarse contra España.
Entonces se materializa el pacto secreto que destacados miembros
del partido profrancés habían acordado con París para asegurar la protección
militar francesa en un levantamiento contra España.
Las
tropas galas penetran en la península. Francia empujará entonces los
acontecimientos. Richelieu insta a tres embajadores catalanes a proclamar una
República separada de España, que Claris hace aceptar a los Brazos y el Consejo
de Ciento. Para una semana después declararla inviable y colocar a Cataluña
bajo obediencia francesa. Ese mismo día se proclama a Luis XIII como Conde de
Barcelona, bajo el nombre de Luis I.
La
valoración del enviado plenipotenciario de Luis XIII, y pariente de Richelieu,
Du Plésis-Besançon, no deja lugar a dudas sobre la intervención francesa en la
secesión catalana:“Se puede decir sin exageración que las consecuencias de
este acontecimiento (la revuelta catalana) fueron tales que nuestros asuntos
que en Flandes no iban nada bien y peor aún en el Piamonte, súbitamente
empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas
de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a
debilidad en todos los demás teatros de la guerra”.
La
histórica política francesa hacia España aparece ya definida en 1640: mantener a
España enredada en sus provocados desgarros internos, azuzar la fragmentación
para someterla, en todo o en parte, a vasallaje.
Al calor de la secesión catalana, los
círculos de la nobleza lusa en torno al Duque de Braganza –la familia real
portuguesa- reciben el apoyo de Richelieu para hacer realidad sus ambiciones
independentistas. En 1641, Richelieu firmó una Alianza con Portugal. A pesar de
que un importante sector de la nobleza portuguesa se opuso a la secesión, el
apoyo francés, y más tarde británico, obligarán a España reconocer en 1668 la
independencia portuguesa.
El
cuestionamiento de la unidad peninsular alcanza tales cotas que algunas
destacadas cabezas pretenden tomarse el reino por su mano. En Andalucía fue
descubierta la conspiración nobiliaria del duque de Medina Sidonia y
del marqués de Ayamonte, que pretendían tomar el poder en esta zona contando con
el apoyo portugués. En 1648 se volvió a descubrir otra intentona de ruptura
con Castilla, esta vez procedente de tierras aragonesas y cuyo protagonista
era el duque de Híjar, que pretendía proclamarse rey de Aragón.
para los territorios empujados hacia las aventuras secesionistas.
El carácter de agentes franceses y enemigos de Cataluña de los máximos promotores
de la secesión quedará demostrada en su colaboración con el invasor galo.
Pocos meses después de que los dirigentes del partido profrancés enarbolaran la negativa a cualquier tipo de colaboración militar con la Corona española, aceptaron facilitar el desembarco de tropas francesas en puertos catalanes, sufragar las tropas de Luis XIII y enviar a Francia nueve rehenes como garantía. Condiciones mucho más duras que las exigidas por Felipe IV.
Los
privilegios locales que los Claris, Tamarit, Villaplana dicen defender son
pisoteados por los invasores. El gobierno catalán, que hasta
entonces permanecía celosamente en manos locales, pasa a manos francesas.
Francia nombró un Gobernador y luego un Virrey, impuso en las instituciones
catalanas individuos adictos a París, estableciendo el derecho de veto sobre
las listas de candidatos a cargos institucionales, o suprimiendo de ellas los
nombres de los posibles desafectos a la causa francesa. Richelieu había dado
instrucciones de que se nombraran gobernadores catalanes en cada localidad
conquistada pero poniendo a su lado “un
francés particularmente hábil y decidido, que ejerza verdaderamente el poder”.
El coste del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y cada vez se mostraba más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir con la burguesía comercial local, pero favorecidos por el gobierno francés que convirtió a Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento de la población que iría a más conscientes de que su situación había empeorado con Luis XIII respecto a la que gozaban con Felipe IV.
Las tropas francesas son obligadas a
abandonar gran parte territorio catalán.
Pero el tratado de los Pirineos, en 1659, con el que se da fin a la guerra,
anexionará a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña.
Mientras que Felipe IV decreta una
amnistía y respeta los fueros y privilegios catalanes, en la parte francesa
Luis XIV ordena la supresión del Consejo General de Cataluña, la Diputación y
las demás instituciones catalanas, al tiempo que prohíbe el uso oficial del
catalán “por ser contrario a mi autoridad y al honor de la nación francesa”.
Destacados
miembros del partido profrancés catalán se exiliarán en el Rosselló ocupado por
Francia, ejecutando, al ocupar importantes cargos locales, la política
centralizadora de Luis XIV.
Por
su parte, el Portugal formalmente independiente pronto quedó satelizado por
Londres.
Lisboa perdió una sustancial parte de su imperio (Malaca, Mascate, Tidore,
Ceilan, Cochín, Tánger, Azemmur, y Bombay a Inglaterra). Al año siguiente, el
matrimonio de Catalina de Braganza con Carlos II de Inglaterra selló una
alianza que pronto se transforma en dependencia. En 1703, el tratado de Methuen
reservó el mercado inglés a los vinos de Madeira y de Oporto; a cambio,
Inglaterra podía colocar libremente el trigo y sus géneros de lana en Portugal,
que a partir de entonces se dedicó al monocultivo de la vid, y participar en el
comercio de Brasil.
Factores internos e influencias externas en los orígenes del nacionalismo en España
La intervención de Inglaterra y Francia va a provocar el fracaso de la Iª República, y de las corrientes federalistas e iberistas que se habían convertido en la alternativa de importantes sectores de la burguesía peninsular. Desencadenando, especialmente en Cataluña, la transformación de una parte considerable de estas fuerzas hacia el nacionalismo.
Se ha difundido que las fuerzas
nacionalistas están, por su propia naturaleza y desde su mismo nacimiento,
enfrentadas a la unidad y en permanente conflicto “con Madrid”. Los hechos
históricos dicen exactamente lo contrario. El
nacionalismo catalán hunde sus raíces en las corrientes iberistas que
propugnaban un reforzamiento y ampliación de la unidad peninsular.
A partir de las revoluciones de 1854, y
sobre todo de 1868, se abre un periodo donde, como expresa el historiador
Pierre Villar, “España pueda gobernarse a sí misma”.
Es entonces cuando los sectores más dinámicos y avanzados de la
burguesía española se articulan en torno al iberismo, una corriente ideológica y política que
propugna la unión de las dos naciones peninsulares (España y Portugal) en
una única entidad política. El ideal iberista se hace especialmente fuerte
entre los liberales (y entre ellos en sus sectores más progresistas) y entre
los republicanos federales. De forma particularmente importante precisamente en
Cataluña.
El iberismo no se expresa de forma
romántica, sino bajo la forma de una alternativa política que formula
explícitamente tres grandes objetivos:
1.-
En primer lugar dotar de una plena eficiencia al desarrollo del capitalismo que
en ambos países está en sus inicios y es extremadamente débil.
Potenciando el desarrollo económico de
la Península con unas comunicaciones e instrumentos económicos comunes: diseño
unificado de la red de ferrocarriles y carreteras, la navegación de los ríos y la conexión entre
el Duero y el Ebro, la unión del Mediterráneo y el Atlántico, supresión de aduanas, moneda única...
2.-
En segundo lugar, el iberismo, al potenciar los vínculos de unidad entre
liberales, progresistas y revolucionarios españoles y portugueses buscaba dotar
de una mayor fuerza a los partidarios de las transformaciones liberales frente
a la fuerte reacción absolutista interna en ambos países.
3.-
Por último, entre los sectores más avanzados del iberismo se genera una
conciencia de la necesidad de la unión para el fortalecimiento de ambos países, convertidos
en su proyecto en una única entidad política estatal, frente a las potencias
europeas.
Fernando Garrido, uno de los máximos
exponentes del iberismo, diputado en 1869 y 1872 y seguidor de las teorías
socialistas utópicas de Fourier, diría en su libro Los Estados Unidos de
Iberia: “Ni España ni Portugal pueden
ejercer su legitima influencia en la política de Europa ni en la de las
Américas y por su aislamiento están en África anulados [pero] federándose
asegurarían su independencia y la conservación de sus todavía vastas provincias
ultramarinas”.
El
auge del iberismo va a enfrentarse a los intereses de dominio imperialista.
Nada más proclamarse la Iª República,
el gobierno inglés envió un memorándum secreto a su homólogo francés
manifestando su voluntad de no permitir jamás el triunfo de un movimiento
iberista en la península.
La intervención de Londres y París va a
poner fin a la primera experiencia republicana, abriendo paso a la restauración
monárquica. Acelerando la fusión entre los círculos más reaccionarios de la
burguesía y la aristocracia, que contó con la bendición incondicional de la
Iglesia y el beneplácito de las potencias imperialistas de la época, en
particular de Inglaterra y Francia, que se apoyaban en estos sectores
precisamente para impedir el desarrollo de un capitalismo autónomo (y por tanto
rival) y para intervenir en los asuntos internos de España.
Los sectores de la burguesía media y la
pequeña burguesía (que desde Cataluña, con Prim o Pi i Margall, habían jugado
un importante papel en la política española) son excluidos de cualquier
participación en el aparato estatal.
Estos son los hechos que van a
determinar la evolución de estos sectores hacia el nacionalismo. Con mayor
velocidad tras la crisis del 98 y la amputación de Cuba -cuyo comercio era
clave para la economía catalana- a manos de la nueva potencia imperialista
emergente, los EEUU.
Sin embargo, las concepciones iberistas
no van a desaparecer, y reaparecerán enarboladas por los sectores más
progresistas del nacionalismo catalán o gallego en la IIª República.
Junto a estos factores
internos, esta transición desde el republicanismo federal hacia el
nacionalismo, va a estar marcada también por la influencia ideológica y
política que irradia, a partir de 1870, la nueva potencia imperial en ascenso
en Europa: el nuevo Imperio Alemán unificado o Segundo Reich.
Los
nacionalismos en España empiezan a eclosionar poco tiempo después de que se
haya producido un cambio sustancial en la correlación de fuerzas y el
equilibrio entre las distintas potencias europeas. La derrota de
Napoleón III ante las tropas de Bismarck marca el cambio en la supremacía continental, que pasa a
Berlín.
Las formas ideológicas y políticas que
adquieren los nacionalismos en España estarán en correspondencia con la irradiación política y cultural que se propaga
desde allí como nuevo centro de expansión imperialista. Y no porque exista
una relación mecánica entre las fuerzas políticas nacionalistas españolas y el
imperialismo alemán, ya que en aquel momento Alemania no tiene ningún interés
en promover una ruptura de España que únicamente beneficiaría a Francia, la
potencia con la que se está jugando la hegemonía europea.
Sin embargo, el mismo hecho de que sea
un poder imperial en ascenso y expansión hace que las formas
político-ideológicas que históricamente había adoptado el nacionalismo alemán
para su unificación sean las que predominen en el surgimiento de esta segunda
oleada de nacionalismos europeos. Unas concepciones, además que se apoyan en
toda la serie de desarrollos impulsados desde Alemania que en el campo de las
ciencias (historiografía, antropología, socio-lingüística, biología,..) dominan
el pensamiento europeo de la época.
Un
nacionalismo que se basa de forma determinante en el volkgeist (“el espíritu,
el genio del pueblo”), es decir, en una especie de esencia o de valores cuasi genéticos que cada pueblo posee y que le
hace diferente de los demás. Desde esta concepción, la raza, el territorio, la
lengua o la tradición son los elementos que aglutinan al pueblo que conforma
una nación. Y esto, además, es algo que le viene dado a cada individuo que
forma parte de esa colectividad, y es, por lo tanto, independiente de la
voluntad de sus habitantes.
La influencia de estas concepciones en
el nacionalismo vasco resulta evidente en las teorías racistas de Sabino Arana, pero de ellas tampoco se
libran el resto de los nacionalismos.
Muchos de los padres intelectuales del
nacionalismo catalán aplaudieron la aparición en 1887 de un libro, “Herejías”
de Pompeu Gener (adscrito al
republicanismo federal para después reconvertirse al nacionalismo) cuya tesis
central es que “existe una raza catalana
de origen ario-gótico, superior al resto de pueblos peninsulares, de raíces
semíticas. Mientras que los catalanes reconquistaron pronto sus territorios y
entraron bajo la benéfica influencia aria de los francos, Castilla pasó largos
siglos dominada por los semitas árabes y bereberes, lo que explica la radical
diferencia e incompatibilidad e ambos pueblos”
Aunque ocupando una posición
subordinada y secundaria a sus objetivos políticos, las ideas de
diferenciaciones y superioridades raciales, de incompatibilidad de unos pueblos
con otros forma parte de su “humus” ideológico, aunque permanezca en estado
latente o sea enarbolado sólo por sus sectores más radicalmente independentistas,
para los que “la raza constituye la única fuente de cultura y debe mantenerse
pura”.
Como el diputado por el ala radical de
ERC, Pere Mártir Rosell, que en
1930, presentará, ante el peligro que la “mezcla
entre catalanes y no catalanes conduzca a la degeneración”, un “Plan para la mejora de la raza catalana”,
elaborado directamente desde sus experiencias sobre la mejora genética del
ganado durante su etapa como director del Servicio de Ganadería de la
Mancomunitat catalana. Para estos sectores del radicalismo independentista, “la raza constituye la única fuente de
cultura y debe mantenerse pura”.
La fuerte influencia de estas concepciones etnicistas y racistas
propias del nacionalismo alemán en las distintas corrientes nacionalistas
españolas no podían jugar, excepto en el caso vasco, un papel determinante en
sus estrategias políticas, al no existir paralelamente un proyecto estratégico imperialista que les
diera cobijo. Pero resultan especialmente peligrosos en el momento en que
cambia la orientación del imperialismo alemán.
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