La Guerra de la
Independencia
I.- La Guerra de la
Independencia contra la invasión napoleónica de 1808, tuvo un doble contenido
revolucionario, donde estaban unidos la batalla por acabar con el Antiguo
Régimen y la defensa de la independencia nacional frente a la agresión de una
potencia extranjera.
En el seno de muchos sectores
progresistas y de izquierdas todavía se sigue considerando la victoria contra
la invasión napoleónica poco menos que como un “desastre histórico” que apartó
a España del camino del progreso.
Según esta opinión, la actuación de un
pueblo presa fácil del fanatismo religioso, dio como resultado la defensa de
los privilegios feudales o el poder de la Iglesia, frente a las ideas avanzadas
que representaban Napoleón y la Francia revolucionaria.
Desde una posición absolutamente
enfrentada a esta visión, Marx escribió
entre 1854 y 1857 una serie de artículos para el periódico norteamericano New
York Daily Tribune, posteriormente publicados bajo el título “La
España revolucionaria”. En ellos, Marx nos ofrece una visión sobre la
Guerra de la Independencia, alabando “las
muestras de vitalidad de un pueblo al que se creía moribundo”, respaldando “el gran movimiento nacional que acompañó a
la expulsión de los Bonaparte”, y rescatando “el hecho frecuentemente negado
de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera
insurrección española”.
Vamos a seguir a Marx -a través de
extractos de su obra “La España revolucionaria”- para desentrañar la verdad
sobre uno de los episodios más importantes y más tergiversados de nuestra
historia.
Pero antes, comprendamos el marco en el
que se produce la invasión.
Un año antes, en julio de 1807,
Napoleón había decidido los destinos españoles. Francia y Rusia firmaron el
Tratado de Tilsirt, en cuyas cláusulas secretas se acordaba la desmembración
del imperio otomano, quedando para Moscú su parte europea, mientras que
Napoleón se adjudicaba España y Portugal.
España es, durante todo el siglo XVIII
poco menos que un virreinato francés, y la revolución burguesa de 1789 va a
perpetuar esa relación. La intervención francesa está
presente en los principales aparatos del Estado, comenzando por la monarquía y
la aristocracia.
Napoleón se apoyará en la camarilla
nucleada en torno a Godoy -primer ministro de Carlos IV- para transformar España en
un peón de los planes franceses, y luego preparar y ejecutar la invasión y
ocupación del territorio peninsular.
Godoy ya había encadenado el país a
Francia mediante los tratados de San
Ildefonso (1796). España paga un canon al ejército francés, 15.000 soldados
españoles son enviados a combatir a Dinamarca bajo pabellón galo, y la armada
de Carlos IV se pone a disposición de los planes napoleónicos. Napoleón
utilizará a España en su disputa con Inglaterra, transformándola en un peón de
sus intereses de convertirse en la potencia hegemónica de Europa.
El propio Napoleón anticipa que “Godoy es un sinvergüenza que me abrirá
personalmente las puertas de España”. Así sucedió. El emperador impuso al
representante personal de Godoy en París el tratado de Fointanebleau (1807), mediante el cual se permitía el
paso del ejército francés hacia Portugal, que era dividido en tres partes (el
norte es entregaba a los reyes de Etruria –invadido por Francia-, el centro
quedaba militarmente ocupado hasta el fin de la guerra y posteriormente se
dispondría según las circunstancias, y el sur se entregaba a Godoy). Mediante este tratado, en realidad, las
tropas francesas ocupan el territorio español.
Tras los “servicios prestados”, Godoy
terminará sus días exiliado en Francia con una pensión del Estado francés.
La católica y feudal aristocracia
española, con la Corona al frente, entregará el país a la laica y burguesa
Francia, asegurándose de conservar sus títulos de propiedad. Tanto Carlos IV
como Fernando VII abdicarán sin resistencia ante las presione napoleónicas, y
los “Grandes de España” jurarán fidelidad a la constitución y el nuevo rey
impuestos desde París, colaborando en la instauración del gobierno de ocupación
francés.
La Francia napoleónica se apoyará en
los círculos más reaccionarios -no en los más revolucionarios, que se
unirán a la resistencia contra el invasor- para imponer su dominio sobre
España.
II.- Mientras el grueso de la
clase dominante y el Estado se entregó al invasor extranjero, instando incluso
a la población a someterse a los franceses, será el pueblo quien se levantará
contra la invasión, “justo en el momento
en que los grandes potentados de Alemania y Rusia se postraban ante Napoleón”.
·
Veamos cómo se refiere Marx al levantamiento popular
español:
“Así
ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España
como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la
sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de
fuerza de resistencia. Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado
sus tropas a Madrid; atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista
en Bayona, había obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después a
transferirle sus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fernando VII una
declaración semejante. Con Carlos IV, su reina y el Príncipe de la Paz
conducidos a Compiègne, con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el
castillo de Valençay, Bonaparte otorgó el trono de España a su hermano José,
reunió una Junta española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones
previamente preparadas.
Al no ver nada vivo en la monarquía española,
salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió
completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de
su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid,
Cierto que Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas; pero
cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy
pronto englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento
espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases «bien» se habían sometido
tranquilamente al yugo extranjero.
(…)
todas las autoridades constituidas -militares, eclesiásticas, judiciales y
administrativas- así como la aristocracia, exhortaban al pueblo a someterse al
intruso extranjero. Pero había una circunstancia que compensaba todas las
dificultades de la situación. Gracias a
Napoleón, el país se veía libre de su rey, de su familia real y de su gobierno.
Así se habían roto las trabas que en otro caso podían haber impedido al pueblo
español desplegar sus energías innatas.
(…)
De este modo, desde el mismo principio de la guerra de la Independencia, la
alta nobleza y la antigua administración perdieron toda influencia sobre las
clases medias y sobre el pueblo al haber desertado en los primeros días de la
lucha. De un lado estaban los afrancesados, y del otro, la nación”.
El 2 de mayo de 1808 se inicia una insurrección
en Madrid, con la familia real
recluida por Napoleón en Bayona y más de 100.000 militares franceses ocupando
la península. Cuando se conoce la noticia de que los soldados franceses
pretendían sacar al infante para llevarlo a Francia con el resto de la familia
real, grupos de madrileños se concentran ante el Palacio Real con el fin de
impedirlo. Las tropas de Murat, que ocupaban Madrid desde el 23 de Marzo,
cargan contra la multitud.
Las noticias sobre el combate del dos de
mayo corren como la pólvora, el alcalde Móstoles declara la guerra a Napoleón y
los levantamientos contra el
ejército francés se extienden por todo el país. Se inicia la Guerra de
la Independencia (1808-1814).
·
El primer levantamiento contra el invasor surge espontáneamente
desde las clases populares.
Goya pintará al pueblo madrileño
enfrentándose a las tropas de élite napoleónicas (“La carga de los mamelucos”)
o la represión posterior (“Los fusilamientos del 2 de mayo”).
·
Lejos del “proyecto modernizador” al que se pretende
equiparar la dominación napoleónica, el propio emperador definirá con claridad
sus proyectos para España:
“Es preciso que España sea francesa; para Francia he conquistado España, con su sangre, con sus
brazos, con su oro. (…) Míos son los derechos de conquista; no importan las
reformas, no importa el título de quien gobierne: rey de España, virrey,
gobernador general, España debe ser francesa”.
Napoleón diseñará una España menguante
y desmembrada, donde Cataluña,
Euskadi, Navarra, La Rioja, la mitad de Aragón y de Cantabria se incorporarían
a Francia, el resto del país se fraccionaria en tres virreinatos militares y
las enormes riquezas americanas pasarían a ser controladas por París.
·
La sublevación genera la “vertebración nacional”, todo el
país se une en la defensa de la independencia frente al sometimiento a una
potencia extranjera.
Incrustando en la sociedad española un
sentimiento patriótico, que, aunque pocas veces consciente, crece paralelo al
aumento de la intervención imperialista.
·
La lucha popular, mientras el Estado y la clase dominante se
han entregado al invasor, forzará el repliegue francés. Son las primeras
derrotas de un ejército napoleónico hasta entonces invicto.
Tras el levantamiento general contra los invasores, las tropas
españolas consiguieron la victoria de Bailén en julio de 1808.
José Bonaparte se ve obligado a retirarse desde Madrid a Burgos, de ahí a
Miranda de Ebro y por último a Vitoria. En noviembre de 1808, tendrá que venir
el mismísimo Napoleón en persona, al frente de 250.000 hombres para que pueda
volver a instalarse en Madrid. Las tropas comandadas por Napoleón consiguen
ocupar la mayor parte del país, y obligan a las tropas inglesas (que
intervenían en la defensa de Portugal) a replegarse.
Sin embargo, los desastres del ejército regular se vieron en gran
parte paliados por un nuevo protagonista, la “guerra de guerrillas” contra
el ejército francés que convirtió la península en un infierno para los
invasores.
Napoleón reconoció en su exilio:
“El
mayor error que he cometido es la expedición a España. (…) Esta maldita Guerra de España fue la causa
primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis
desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en
Europa, complicó mis dificultades...”.
Marx señala:
Las guerrillas
constituían la base de un armamento efectivo del pueblo. En cuanto se
presentaba la oportunidad de realizar una captura o se meditaba la ejecución de
una empresa combinada, surgían los elementos más activos y audaces del pueblo y
se incorporaban a las guerrillas. Con la mayor celeridad se abalanzaban sobre
su presa o se situaban en orden de batalla, según el objeto de la empresa
acometida (...) Había miles de enemigos al acecho aunque no pudiera descubrirse
ninguno. No podía mandarse un correo que no fuese capturado, ni enviar víveres
que no fueran interceptados. En suma, no era posible realizar un movimiento sin
ser observado por un centenar de ojos. Al mismo tiempo no había manera de
atacar la raíz de una coalición de esta especie. Los franceses se veían
obligados a permanecer constantemente armados contra un enemigo que, aunque
huía continuamente, reaparecía siempre y se hallaba en todas partes sin ser
realmente visible en ninguna, sirviéndole las montañas de otras tantas
cortinas.
III.- Desde un primer momento,
la lucha contra el invasor se une al combate contra los abusos de las élites
tradicionales y a un proyecto de cambio revolucionario. Presente en la rebelión
popular contra las autoridades, y que culmina en la Constitución de 1812
aprobada en Cádiz.
La rebelión, ya extendida a toda la
geografía española, forma sus propios órganos de gobierno, destituyendo a las
autoridades del Antiguo Régimen que se han plegado al invasor. Las Juntas
Provinciales pasan a encabezar y organizar la resistencia. En septiembre de 1808, las Juntas Provinciales
se coordinan constituyendo la Junta Central Suprema. Pese a que
gran parte de los miembros de estas juntas eran conservadores y partidarios del
Antiguo Régimen, la situación provocó la asunción de medidas
revolucionarias como la convocatoria de Cortes.
·
Así lo analiza Marx:
“En
Valladolid, Cartagena, Granada, Jaén, Sanlúcar, La Carolina, Ciudad Rodrigo,
Cádiz y Valencia, los miembros más eminentes de la antigua administración
--gobernadores, generales y otros destacados personajes sospechosos de ser
agentes de los franceses y un obstáculo para el movimiento nacional-- cayeron
víctimas del pueblo enfurecido. En todas partes, las autoridades fueron
destituidas. Algunos meses antes del alzamiento, el 19 de marzo de 1808, las
revueltas populares de Madrid perseguían la destitución del Choricero (apodo de
Godoy) y sus odiosos satélites. Este objetivo fue conseguido ahora en escala
nacional y con él la revolución interior era llevada a cabo tal como lo
anhelaban las masas, independientemente de la resistencia al intruso.
(…)
Pese al predominio en la insurrección española de los elementos nacionales y
religiosos, existió en los dos primeros
años una muy resuelta tendencia hacia las reformas sociales y políticas,
como lo prueban todas las manifestaciones de las juntas provinciales de aquella
época, que, aun formadas como lo estaban en su mayoría por las clases
privilegiadas, nunca se olvidaban de condenar el antiguo régimen y de prometer
reformas radicales. El hecho lo prueban asimismo los manifiestos de la Junta
Central. En la primera proclama de ésta a la nación, fechada el 26 de octubre
de 1808, se dice:
El dominio ejercido por la voluntad de un solo
hombre, siempre caprichoso y casi siempre injusto, se ha prolongado demasiado
tiempo; demasiado tiempo se ha abusado de nuestra paciencia, de nuestro
legalismo, de nuestra lealtad generosa; por esto ha llegado el momento de
llevar a la práctica leyes beneficiosas para todos. Son necesarias las reformas
en todos los terrenos.
En
el manifiesto fechado en Sevilla el 28 de octubre de 1809, la Junta decía:
Un despotismo degenerado y caduco ha desbrozado
el camino a la tiranía francesa. Dejar que el Estado sucumba a consecuencia de
los antiguos abusos, constituiría un crimen tan monstruoso como entregarnos a
manos de Bonaparte.
(…)
lo importante es probar, basándonos en
las mismas afirmaciones de las juntas provinciales consignadas ante la Central,
el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias
en la época de la primera insurrección española.
(…)
El
hecho de que se reunieran en Cádiz los hombres más progresivos de España se
debe a una serie de circunstancias favorables. Al celebrarse las elecciones, el
movimiento no había cedido aún, y la propia impopularidad que se había ganado
la Junta Central hizo que los electores se orientasen hacia los adversarios de
ésta, que pertenecían en gran parte a la minoría revolucionaria de la nación.
(…)
Cuando las Cortes trazaron este nuevo plan del Estado español, comprendían, por
supuesto, que una Constitución política tan moderna sería completamente
incompatible con el antiguo sistema social y por ello dictaron una serie de decretos conducentes a introducir cambios orgánicos
en la sociedad civil. Así, por ejemplo, abolieron la Inquisición; suprimieron
las jurisdicciones señoriales, con sus privilegios feudales exclusivos,
prohibitivos y privativos, a saber, los de caza, pesca, bosques, molinos, etc.,
exceptuando los adquiridos a título oneroso, por los cuales había de pagarse
indemnización. Abolieron los diezmos en
toda la monarquía, suspendieron los nombramientos para todas las prebendas
eclesiásticas no necesarias para el ejercicio del culto y adoptaron medidas para la supresión de
los monasterios y la confiscación de sus bienes.
Las
Cortes se proponían transformar las vastas extensiones de tierra yerma, las
posesiones reales y los terrenos comunales de España en propiedad privada,
vendiendo la mitad para la extinción de la deuda pública, distribuyendo por
sorteo una parte, como recompensa patriótica entre los soldados desmovilizados
de la guerra de la Independencia, y concediendo otra parte asimismo
gratuitamente y por sorteo a los campesinos pobres que quisieran poseer tierra
y no pudieran comprarla. Las Cortes
revocaron todas las leyes feudales relativas a los contratos agrícolas (...).
Establecieron un impuesto progresivo considerable, etc”.
Como Marx dice hay que
partir de “el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones
revolucionarias en la época de la primera insurrección española”.
Se afirma que
el levantamiento popular contra la invasión napoleónica defendió banderas
reaccionarias, bajo la influencia de la religión y el sometimiento a la corona
y las autoridades, pero la realidad es exactamente la contraria.
La ira popular contra las decadentes
autoridades del Estado borbónico había estallado en marzo de 1808 en el motín de Aranjuez, contra la corrupta y
traidora camarilla de Godoy. Tras la invasión francesa, y la sumisión de todas
las autoridades, se convirtió en un movimiento a escala nacional.
Es la quiebra del Antiguo Régimen,
todas las autoridades, atadas por su deseo de mantener el orden a toda costa y
paralizadas por su temor a la acción del “bajo pueblo” son arrollados por la
embestida de los levantamientos populares que exigen desatar y armar
inmediatamente una revolución nacional contra el invasor.
El capitán general de Castilla la Vieja
decide acceder a las demandas de la causa patriótica al conocer el destino de
su colega de Badajoz, arrastrado por las masas al negarse a armarlas y
organizar la defensa. En Asturias, las multitudes toman los fusiles del arsenal
militar, ocupan la asamblea general de la provincia y el 25 de mayo declaran la
guerra a Napoleón. Los violentos motines de Cádiz y Cartagena aconsejan a las
autoridades de Sevilla y Murcia no oponerse a las revueltas populares. En
Valencia el pueblo, rebelándose, asalta y toma por las armas la ciudadela, y
constituye la “Junta Suprema de Gobierno del Reino de Valencia”. En Zaragoza,
una multitud exige armas y resistencia patriótica, nombrando a Palafox capitán
general revolucionario... En todas partes, los miembros más destacados del
viejo régimen caían, uno tras otro, arrollados por el empuje popular. Las
viejas autoridades eran destituidas y en su lugar se levantaba un nuevo poder
revolucionario.
Mientras la nobleza, el alto clero, las
autoridades militares, judiciales y administrativas instaban a someterse al
invasor, el pueblo, espontáneamente, desplegaba todas sus energías de
resistencia y se organizaba para hacer frente al invasor, barriendo al mismo
tiempo todos los obstáculos que encontraba a su paso. Y en primerísimo lugar,
las instituciones gubernativas del viejo régimen que quedaron eliminadas a
consecuencia de la primera oleada revolucionaria.
·
El impulso de cambio revolucionario presente en la Guerra de
la Independencia se manifestará en el diseño, por parte de buena parte de los
nuevos poderes surgidos de la rebelión, de profundas reformas sociales y
económicas:
Abolición de la Inquisición, supresión
de las jurisdicciones señoriales y privilegios feudales excesivos, abolición de
los diezmos… Que tendrán su máxima expresión en la Constitución aprobada en
1812 por unas Cortes de Cádiz cercadas por las tropas francesas pero que
alumbrarán una de las cartas magnas más avanzadas de la época y que se
convertirá en un referente progresista durante todo el siglo XIX.
IV.- Pero el desenlace de la
Guerra de la Independencia es la restauración del absolutismo bajo la figura de
Fernando VII. La causa de este fracaso revolucionario no está en “la sumisión
de un pueblo inculto a la Iglesia y la Corona”, sino en la actuación de los
sectores de la burguesía llamados a encabezar el cambio. La Guerra de la
Independencia es la primera de las oportunidades perdidas por la burguesía
española para encabezar su propia revolución.
·
Continuemos con Marx:
No
obstante, si bien es verdad que los campesinos, los habitantes de los pueblos
del interior y el numeroso ejército de mendigos, con hábito o sin él, todos
ellos profundamente imbuidos de prejuicios religiosos y políticos, formaban la
gran mayoría del partido nacional, este partido contaba, por otra parte, con
una minoría activa e influyente, para la que el alzamiento popular contra la
invasión francesa era la señal de la regeneración política y social de España.
Componían esta minoría los habitantes de los puertos, de las ciudades
comerciales y parte de las capitales de provincia donde, bajo el reinado de
Carlos V, se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales
de la sociedad moderna. Les apoyaba la parte más culta de las clases superiores
y medias -escritores, médicos, abogados, e incluso clérigos-, para quienes los
Pirineos no habían constituido una barrera suficiente frente a la invasión de
la filosofía del siglo XVIII. Auténtica declaración de principios de esta
fracción es el célebre informe de Jovellanos sobre el mejoramiento de la
agricultura y la ley agraria, publicado en 1795 y elaborado por orden del
Consejo Real de Castilla. Existían también, en fin, los jóvenes de las clases
medias, tales como los estudiantes universitarios, que habían adoptado
ardientemente las aspiraciones y los principios de la revolución francesa y
que, por un momento, llegaron a esperar que su patria se regeneraría con la
ayuda de Francia. (...)
Después
de la batalla de Bailén, la revolución llegó a su apogeo, y el sector de la
alta nobleza que había aceptado la dinastía a de los Bonaparte o se mantenía
prudentemente a la expectativa, se decidió a adherirse a la causa del pueblo;
lo cual representó para esta causa una ventaja muy dudosa.
(…)
Las juntas mencionadas, cuyos miembros, como ya hemos indicado en el artículo
precedente, eran elegidos por regla general atendiendo a la posición que
ocupaban en la antigua sociedad y no a su aptitud para crear una nueva,
enviaron a su vez a la Junta Central a grandes de España, prelados, títulos de
Castilla, ex ministros, altos empleados civiles y militares de elevada
graduación, en lugar de los nuevos elementos surgidos de la revolución. Desde sus comienzos, la revolución española
fracasó por esforzarse en conservar un carácter legítimo y respetable.
(…)
La
Junta Central estaba en las más favorables condiciones para llevar a cabo lo
que había proclamado en uno de sus manifiestos a la nación española. «La
Providencia ha decidido que en la terrible crisis que atravesamos, no pudierais
dar un solo paso hacia la independencia sin que al mismo tiempo no os acercara
hacia la libertad». Al comienzo de la actuación de la Junta, los franceses no
dominaban ni tan sólo la tercera parte del país. Las antiguas autoridades, o
estaban ausentes, o postradas a sus pies, por hallarse en connivencia con el
invasor, o se dispersaron a la primera orden suya. No había reforma social
conducente a transferir la propiedad y la influencia de la Iglesia y de la
aristocracia a la clase media y a los campesinos que no hubiera podido llevarse
a cabo alegando la defensa de la patria común. (…) Además, tenía ante sí el
ejemplo de la audaz iniciativa a que ya habían sido forzadas ciertas provincias
por la presión de las circunstancias. Pero no satisfecha con actuar como un
peso muerto sobre la revolución española,
la Junta Central laboró realmente en sentido contrarrevolucionario,
restableciendo las autoridades antiguas, volviendo a forjar las cadenas que
habían sido rotas, sofocando el incendio revolucionario en los sitios en que
estallaba, no haciendo nada por su parte e impidiendo que los demás hicieran
algo. (…)
Las Cortes se vieron situadas en condiciones
diametralmente opuestas. Acorraladas en un punto lejano de la
península, separadas durante dos años del núcleo fundamental del reino por el
asedio del ejército francés, representaban una España ideal, en tanto que la
España real se hallaba ya conquistada o seguía combatiendo. En la época de las Cortes, España se
encontró dividida en dos partes. En la isla de León, ideas sin acción; en el
resto de España, acción sin ideas. En la época de la Junta Central, al
contrario, era preciso que se dieran una debilidad, una incapacidad y una mala
voluntad singulares por parte del Gobierno supremo para trazar una línea
divisoria entre la guerra de independencia y la revolución española. Por
consiguiente, las Cortes fracasaron, no
como afirman los autores franceses e ingleses, porque fueran revolucionarias,
sino porque sus predecesores habían sido reaccionarios y no habían aprovechado
el momento oportuno para la acción revolucionaria.
·
El final de la
guerra:
Napoleón negocia con su prisionero en
Valencey, Fernando VII para devolverle el trono que le robó. El monarca
español, acepta un vergonzoso Tratado de paz, que las Cortes rechazarían, ya en
Madrid, el 2 de Febrero de 1814. El 6 de febrero abdica Napoleón en
Fontainebleau. Se pacta la suspensión de hostilidades entre Wellington y los
franceses Soult y Suchet, en los días 18 y 19 de abril de 1814, obligándose a
devolver a España todas las plazas ocupadas.
Las Cortes de Cádiz, que han resistido
heroicamente al invasor, y han proclamado la Constitución de 1812 (la Pepa), se
disuelven concluida la guerra.
Fernando VII que primero acatará la
Constitución de 1812, se apoyará después en los sectores más reaccionarios para
restaurar el absolutismo.
·
La Guerra de la Independencia crea unas condicione
excepcionales para que la burguesía española pudiera encabezar su propia
revolución:
Entrega al invasor de la alta nobleza y
el Estado borbónico, rebelión popular, creación de nuevos organismos de poder
que hacen retroceder al invasor y destituyen a las principales autoridades del
Antiguo Régimen.
La burguesía española podía haber
aprovechado la inmejorable oportunidad que se le presentaba para encabezar la
revolución en marcha, unir al conjunto de la sociedad ya en abierta rebelión en
torno a un programa y organización propios, uniendo a la defensa de la
independencia nacional la consecución de transformaciones burguesas.
·
Pero la burguesía española pierde esta oportunidad porque ya
manifiesta su temor ante el pueblo revolucionario y su tendencia a aceptar
pactos y componendas con la alta nobleza.
En lugar de dotarse, como ha hecho la
burguesía cuando ha encabezado una revolución triunfante, de sus propias
organizaciones, encuadrando y movilizando a las masas, para llevar bajo su
dirección exclusiva el combate al Antiguo Régimen; la burguesía española acepta
integrarse en órganos que mantienen demasiados vínculos con el régimen feudal.
En la Junta Central, los
delegados provinciales eran grandes de España, prelados, títulos de Castilla…
en lugar de nuevos elementos surgidos de la revolución. Algo que conducía
inevitablemente a una especie de pacto o acuerdo con esos sectores, cobijados
bajo la defensa de la nación, pero cuyos intereses son antagónicos a los de la
revolución burguesa. Un antagonismo que se manifestará en la actuación de la
Junta Central, más pendiente de sofocar los arrebatos revolucionarios de las
Juntas Provinciales que no cesaban de condenar el Antiguo Régimen y prometer
reformas radicales, o en Cádiz, al redactar la nueva Constitución, entre los
bandos “serviles” y “liberales”.
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