El siglo XIX español
I.- España abre el siglo XIX con una brutal agresión imperialista, la invasión de hasta 300.000 soldados franceses, y lo cierra con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, un zarpazo al territorio nacional a manos de la nueva potencia emergente, EEUU.
Durante el siglo en el que el capitalismo se convierte en el modo de producción dominante en el mundo, España es degradada a una relación equiparable a la de una semi-colonia y su desarrollo está determinado por la intervención de las principales potencias, especialmente Inglaterra y Francia.
-El pensamiento dominante, a derecha
y a izquierda, nos presenta un retrato del siglo XIX español dominado por la
disputa entre liberales y absolutistas, entre modernidad y reacción. Que achaca
el retraso económico y político de nuestro país a los demonios familiares
internos o al peso de las élites reaccionarias locales.
Frente a estas concepciones,
ampliamente difundidas, Pierre Villar -uno de los más destacados hispanistas-
nos enfrenta a la realidad de un país sometido a la creciente intervención de
las potencias más poderosas:
“Políticamente débil, España será
tratada por el extranjero como zona de influencia. La intervención de 1823, las
posiciones adoptadas en torno a los matrimonios españoles, las intrigas en
torno a Espartero y Narváez, son otros tantos episodios de la rivalidad
anglo-francesa en torno a España. Habría que reconstruir el papel de Inglaterra
en el distanciamiento de las colonias, en el control de los yacimientos
mineros, en los esfuerzos de Cobbden contra el proteccionismo textil, en las
tendencias de Mendizábal, Espartero y los librecambistas. España escapó a la suerte
de satélite que aceptó Portugal, pero sus riquezas y su posición no cesaron de
atraer las intrigas extranjeras”.
Tanto Inglaterra como Francia se
disputan su dominio sobre España, coincidiendo en someter al país a una
permanente intervención y postración y en impedir el desarrollo de un
capitalismo autóctono que se enfrente a sus intereses.
Esta disputa entre ambas potencias
ofrecerá durante el siglo XIX dos líneas con objetivos y proyectos
diferenciados. París busca perpetuar su dominio político directo sobre España,
como vía para apoderarse de las riquezas nacionales y especialmente de los
enormes recursos de la América española, potenciando la fragmentación o incluso
la anexión de partes del territorio peninsular. Londres dedicará sus esfuerzos
a contrarrestar el dominio francés sobre España -clave para mantener el
equilibrio de poder europeo en que se asentaba su hegemonía-, impulsando la
desmembración del mundo hispano para someterlo a su dependencia, y abriendo el
mercado español a la penetración de su capital y mercancías, enarbolando para
ello la bandera del librecambismo.
Mientras Inglaterra lanza sus redes
sobre los sectores liberales, transformándolos en una plataforma de
intervención británica, Francia se apoyará en los moderados para garantizar sus
intereses en España.
-Esta parte de
nuestra historia, la más importante, ha sido borrada de nuestra conciencia. A
pesar de que existen numerosos hechos y datos que la acreditan.
Es necesario
ocultar la intervención imperialista sobre España en el siglo XIX español para
preservar el dominio actual de las principales potencias sobre nuestro país.
En 1823, George Canning,
ministro de Exteriores británico, afirma con rotundidad: “No vacilo en decir
que debemos separar los recursos de la América española de los de España (…)
Merced al capital y a la industria británicas estábamos en efecto apropiándonos
nosotros de los recursos de las vastas regiones de Hispanoamérica”.
Dos años más tarde, el
propio Canning confiesa como el plan ha avanzado con éxito: “Decidí que si
Francia tenía a España, no iba a ser a España con América. Desperté el Nuevo
Mundo, para restablecer el equilibrio en el Viejo. La cosa está hecha, el clavo
está puesto. Hispanoamérica es libre y si nosotros no gobernamos tristemente
nuestros asuntos, es inglesa”.
Estas frases del representante británico
expresan mejor que mil palabras el papel jugado por Inglaterra en las guerras
de la independencia americanas.
Inglaterra alentará las ambiciones
independentistas de las oligarquías locales americanas –ligadas ya a Londres
por múltiples vínculos económicos-, respaldará militarmente los levantamientos,
minará la capacidad de respuesta del Estado español, despachará con los líderes
independentistas, formará logias amazónicas como Aflautar o Gran Reunión
Americana como centro de las conspiraciones… Más tarde impedirá cualquier
proyecto de unidad americana, para dar paso a Estados fragmentados que caen
bajo la órbita británica. Apoyándose en las oligarquías locales dependientes,
el imperialismo inglés saqueará todas las fuentes de riqueza.
La sumisión a Londres de los
principales líderes de la independencia americana la expresa el propio Simón
Bolívar, en una carta remitida al embajador británico en 1825: “Este país no está en condiciones de ser
gobernado por el pueblo (…) Debemos buscar alivio en Inglaterra, no tenemos
otro recurso (…) Si un día llegara cualquier propuesta del gabinete británico
para formar gobierno, encontrarán en mí a un promotor seguro y firme de sus
deseos”.
·
Estos hechos se
enfrentan a toda operación de lobotomización que busca enajenar la conciencia
colectiva de los pueblos hispánicos.
En los años 70 del siglo pasado una
comisión del Congreso norteamericano encabezada por Kissinger -cerebro de los
golpes y dictaduras más sanguinarias impuestas en el continente americano-
dictaminó que la causa del atraso del mundo hispano... estaba en la
colonización española. Después de dos siglos de dividir, enfrentar, explotar,
invadir, intervenir, “panamizar” o “pinochetizar” a Iberoamérica, resulta
inverosímil escuchar en amplios sectores de las élites intelectuales
progresistas iberoamericanas el anhelo de “ojalá
hubiéramos sido colonizados por el mundo anglosajón”. Sin tener la más
mínima conciencia de que, de haber sido esto así, el destino de Iberoamérica
habría sido el de ver a su población indígena exterminada y recluida en
reservas (como ocurrió en EEUU) o el de haberse convertido, literalmente, en el
África del Hemisferio Occidental.
A
lo largo de todo el siglo XIX en España se suceden los pronunciamientos
militares, que dan lugar a cambios de gobierno, encabezados unos por los
liberales y otros por los moderados. Tiene su base en las condiciones creadas
tras la Guerra de la Independencia, y que se perpetuarán hasta las décadas
finales del siglo: desde la falta de organicidad del Estado, tras la caída del
Estado borbónico; hasta el activo papel político del ejército, que tanto en las
filas progresistas como en las conservadoras es la única plataforma capaz de
establecer un rumbo político para el país; o la agitación revolucionaria,
enarbolando la Constitución de Cádiz de 1812 frente a los intentos de
perpetuación del absolutismo.
Pero,
sobre estas condiciones internas, va a actuar como elemento decisivo la
intervención exterior, por parte de las principales potencias de la época,
Inglaterra y Francia. Un repaso a los principales acontecimientos políticos del
siglo XIX español nos permite rastrear la rivalidad entre Inglaterra y Francia
por el dominio del país.
· Golpe de Riego (1820): al servicio de los intereses ingleses
El
pronunciamiento encabezado por el coronel Rafael de Riego, reinstaurará la
Constitución de 1812 y abrirá un periodo de gobierno conocido como el “trienio
liberal”. Se extenderá rápidamente por toda España, al conectar con el deseo
mayoritario por liberarse de una opresión absolutista particularmente odiosa.
Sin
embargo sus conexiones desembocan en la embajada inglesa, a través de las
logias masónicas a las que Riego pertenecía y que son una privilegiada vía de
intervención de Londres.
Las
consecuencias del golpe de Riego son la paralización del envío de tropas que
iban sofocar las revueltas independentistas en América -y que Riego debía
comandar- acelerando la desmembración del imperio; y en segundo lugar la
expansión de la influencia inglesa durante el “trienio liberal”.
Bajo
el amparo de la Santa Alianza (coalición absolutista integrada por Rusia,
Austria y Prusia) 95.000 soldados franceses entran en España y derrocan el
régimen liberal. Restablecen el poder absolutista de Fernando VII y permanecen
entre dos y tres años en España pagados por la Hacienda Pública. En cada
organismo importante nombran a una especie de comisario francés, los “hombres
de negro” del momento, que actuarán como el auténtico “gobierno en la sombra”.
En
1823 se reinstaura el poder absoluto del monarca y se abre la “ominosa década”,
agudizando la represión contra los liberales más revolucionarios (ejecución de
El Empecinado o de Mariana Pineda).
Pero
la Guerra de la Independencia marca un punto de ruptura que ya no permite la
continuidad del Antiguo Régimen. E incluso Fernando VII se ve obligado a hacer
concesiones a los liberales.
El
impulso al desarrollo del capitalismo va a atacar no solo los privilegios
históricos de los grandes propietarios rurales, también de una amplia masa de
pequeños campesinos.
Estos
conflictos engendrarán, bajo la apariencia de un conflicto dinástico (los
partidarios del infante D. Carlos frente al ascenso al trono de Isabel II) la
aparición del carlismo.
Pero
si el carlismo -cuyas aspiraciones eran un anacronismo incluso en la España del
siglo XIX- permanecerá durante casi medio siglo como un permanente foco de
inestabilidad, es porque sobre estas contradicciones internas actuará la
intervención de las potencias imperialistas.
Los
carlistas tendrán su base de operaciones en el sur de Francia (donde las partidas militares disfrutarán de un auténtico
“santuario”, tal y como posteriormente ocurrirá con ETA). El carlismo
será utilizado por París como un privilegiado instrumento de desestabilización.
Como decía el embajador francés de la época “cuanto más suba el carlismo más
bajarán las minas de Almadén”. La debilidad del Estado, a la que
contribuían las guerras carlistas, permitía obtener a mejor precio la concesión
de las valiosas minas de mercurio de Almadén -de las que se extraía un tercio
del mercurio mundial- apetecidas por el capital francés. Del mismo modo, las exigencias de las
guerras carlistas serán respaldadas por créditos de los Rothschild franceses,
que se convertirán en los dueños de la deuda pública, uno de los negocios más
lucrativos para el capital galo.
Mientras
Londres enviará tropas a Euskadi y patrocinará un acuerdo que pondrá fin a la
primera guerra carlista.
La
Constitución de 1812 se convierte en un referente de progreso para amplios
sectores durante todo el siglo. Y la Guerra de la Independencia ha cambiado el
viejo ejército aristocrático, dando entrada a mandos procedentes de las clases
populares. Un fermento que va a dar lugar a permanentes pronunciamientos
liberales.
En
1836, la regente María Cristina destituye al gobierno liberal para sustituirlo
por otro de signo moderado. Inmediatamente estallan revueltas populares en
numerosas ciudades, encabezadas muchas veces por la Guardia Nacional. Se forman
juntas revolucionarias que desafían la autoridad del gobierno y reclaman la
reinstauración de la Constitución de 1812.
Empujado
por esta movilización un grupo de sargentos de la Guardia Real se sublevan en
el Palacio de la Granja de San Ildefonso, donde se encontraba la familia real.
El
embajador inglés Villers aprovecha para imponer la inmediata dimisión del
gobierno moderado -vinculado a los intereses franceses- encabezado por el Conde
de Toreno. Y presiona a la reina regente para nombrar un nuevo gobierno donde
avanza la influencia británica.
· De “La Gloriosa” al asesinato de Prim (1868 - 1870): Todas las potencias imperialistas y círculos oligárquicos se movilizan para acabar con el gobierno de Prim, que morirá asesinado.
La
revolución liberal de 1868, conocida como “La Gloriosa” no es uno más de los
muchos pronunciamientos del XIX español. Irrumpen de forma especialmente activa
y combativa las masas populares, que ya habían aparecido en la “Vicalvarada” de
1854. Radicalizando y dando un nuevo carácter a la insurrección. Provocando la
aparición en los liberales de un ala progresista, y empujando a los
republicanos radicales. Generando una nueva situación política. Según el
hispanista Pierre Villar, “la revolución de 1868 será una
especie de grieta que da al país la posibilidad de gobernarse a sí mismo”.
Es
en estas condiciones donde debe inscribirse el proyecto que representó Prim,
una de las principales figuras militares y políticas del siglo XIX español.
Representante de la burguesía catalana que alcanzó la presidencia del gobierno
en 1869.
Su
política, una cerrada defensa de la industria nacional y el intento de acabar
con el decrépito régimen borbónico, representaba el intento de los sectores más
dinámicos por impulsar un proyecto de modernización más allá de las
imposiciones de las principales potencias y la oligarquía española.
La Gloriosa acaba con el reinado de Isabel II y
establece una monarquía constitucional, limitando el papel de la Corona. Prim
rechaza a todos los pretendientes que Inglaterra o Francia quieren colocar en
el trono español, y encuentra en Amadeo de Saboya (hijo del rey italiano Víctor
II y tataranieto de Carlos III) una dinastía menor que acepte los límites
parlamentarios pero al mismo tiempo sea autónoma de las grandes potencias.
Todas
las potencias imperialistas y círculos oligárquicos se movilizan para acabar
con el gobierno de Prim.
Inglaterra consideraba a Prim un obstáculo a
remover por su cerrada defensa de la “industria nacional”. Francia acumulaba
rencores hacia Prim por atreverse a promocionar un candidato a la corona
española que no contaba con el beneplácito de París. Y las nuevas potencias en
ascenso, como EEUU, también deseaban liberarse de Prim, al negarse a aceptar la
venta de Cuba alegando que “sería una deshonra para España”. Mientras, los
principales nódulos oligárquicos conspiraron para derribar un gobierno que
pretendía acabar con un régimen borbónico que preservaba su dominio y
privilegios.
Las últimas investigaciones han demostrado que
la historia oficial sobre el asesinato de Prim es falsa. La acusación que hacía
responsable del atentado a un republicano radical era un montaje. El
historiador cubano Manuel Moreno Fraginals nos desvela que en Cuba la canción
popular decía que
“Prim fue asesinado en Madrid, pero el gatillo lo apretaron en La Habana” -es decir, desde los
sectores de la oligarquía cubana más vinculados a EEUU-. Y se ha demostrado que Prim murió en realidad
envenenado tres días después de ser tiroteado. Era necesario asegurar su
desaparición.
La reconducción política que supone el
asesinato de Prim tiene un efecto no deseado, al agudizar la inestabilidad
política, provocar la abdicación de Amadeo I y abrir paso a la proclamación de
la Iª República.
La grieta abierta tras 1868 en el
dominio anglo-francés sobre España abre una oportunidad inmejorable para
impulsar un proyecto de modernización relativamente autónomo de la intervención
imperialista y el control oligárquico.
En
esta situación política juega un importante papel el proletariado, que irrumpe
como fuerza revolucionaria activa, ya no únicamente bajo la forma de
levantamientos espontáneos sino como producto de un movimiento obrero
organizado a través de la implantación de la Internacional en España, y donde
el marxismo empieza a extenderse entre los sectores más conscientes.
Desde
1868, las movilizaciones de obreros industriales y jornaleros son
extraordinariamente combativas, se suceden las huelgas, marchas,
concentraciones de protesta, ocupación de tierras abandonadas... Exigiendo ir
más allá de una mera reforma, serán uno de los elementos claves que obligan a
abdicar a Amadeo I. Inmediatamente una catarata de movilizaciones populares
exige la implantación de la República.
La
Primera República va unida desde el principio a la realización de las demandas
populares que la revolución de 1868 no había cumplido. Se forman Juntas
revolucionarias, encabezadas por republicanos radicales, en numerosas
localidades. En muchos pueblos andaluces la República
era algo tan identificado con el reparto de tierras que los campesinos
exigieron a los ayuntamientos que se parcelaran inmediatamente los latifundios
más significativos de la localidad.
Los republicanos federales toman la dirección del gobierno,
representando a sectores de la pequeña y mediana burguesía, especialmente de la
burguesía catalana.
La República Federal propone una nueva articulación de la unidad
de España, que lejos de azuzar la fragmentación se plantea ampliarla uniendo a
España y Portugal, creando una plataforma ibérica que acabara con la postración
peninsular en el concierto de naciones.
Tras la proclamación de la Iª
República, todos los resortes de poder del imperialismo y la oligarquía se
movilizan para cercenar un régimen incompatible con sus intereses.
Simultáneamente -y dirigidos a un mismo objetivo, crear una situación de
desestabilización que acabe con la república- se recrudece la guerra carlista,
se suceden los intentos de golpe, las movilizaciones anarquistas siembran el
caos, irrumpe la Guerra de los Diez Años en Cuba, estalla la rebelión
cantonalista...
El golpe de Pavía, acaba
con la República, instaura un periodo dictatorial para restablecer el orden, y
tras un nuevo pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, se instaura la
restauración monárquica en la figura de un Alfonso XII que llega “apadrinado”
por Inglaterra, donde se había exiliado.
El temor al proletariado y al pueblo revolucionario va a ser el
factor principal que acelerará la fusión entre la burguesía bancaria y la
aristocracia terrateniente, así como su definitiva subordinación a las
potencias extranjeras más poderosas, cristalizada en el régimen de la
restauración, corrupto, caciquil, antipopular,
y que será hasta el golpe de Primo de Rivera la plataforma perfecta para
la intervención imperialista y el dominio oligárquico.
La
intervención de Inglaterra y Francia se dirige sobre los principales aparatos
del Estado (ejército, partidos políticos...) cooptando y colocando bajo su
dependencia a los principales cuadros: los moderados se convertirán en una
privilegiada plataforma de intervención francesa, mientras que Inglaterra hará
lo propio con los liberales. Además, la masonería, red de intervención en manos
de los ingleses, juega un papel fundamental en varios gobiernos y
pronunciamientos militares al extenderse entre la élite de cuadros de la
administración y el ejército.
Ministro de Hacienda y de Estado,
además de presidente del Consejo de Ministros, Mendizábal impulsó la
desamortización de una parte de los bienes de la Iglesia, por lo que ha pasado
a la historia como una de las referencias progresistas dentro de los liberales.
Pero la trayectoria de Mendizábal
esconde valiosos servicios al imperio británico.
Participa en la Guerra de la
Independencia y combate en Portugal contra los franceses bajo bandera inglesa.
Era miembro de la logia masónica que organiza el golpe de Riego.
Tras la caída del régimen liberal se
exilia en Londres. Allí es cooptado como agente al servicio de la Reina
británica, y se enriquece gracias al uso de información privilegiada en la City
londinense.
Vuelve a España donde pasa a formar
parte de los gobiernos españoles por imposición directa de la Embajada inglesa.
El embajador inglés en Madrid dirá de él: “A
pesar de sus defectos nuestro hombre en España y debemos de sacarle el máximo
partido”. Mendizábal despacha periódicamente con el embajador inglés, y
aplicará medidas de apertura del comercio, eliminando las barreras a la
penetración de las mercancías británicas.
La desamortización de Mendizábal no
será, como ocurrió en Francia, una revolución burguesa que impulse el
desarrollo capitalista en el campo. Sólo trasladará la propiedad de unas manos
a otras, de la Iglesia y los aristócratas a los burgueses y caciques, creando
en el seno de la oligarquía vínculos privilegiados con el capital inglés. Manteniendo una estructura
latifundista, y generando una gran masa de proletarios rurales desposeídos de
cualquier tipo de propiedad sobre la tierra.
Son las dos principales figuras
militares y políticas del siglo XIX. Espartero será nombrado “Duque de la
Victoria” tras derrotar a las tropas carlistas. Y llegará a ser ministro,
presidente del Consejo de Ministros y regente. Narváez alcanzará el título de
mariscal de campo en el ejército, y será siete veces presidente del Consejo de
Ministros.
Durante treinta años, entre 1840 y
1868, ambos se turnarán encabezando sucesivos gobiernos.
Detrás de estas dos figuras que
determinaron el rumbo de la política española está la influencia inglesa y
francesa.
Espartero comandará pronunciamientos en
directa conexión con la embajada inglesa. Principalmente en 1840 –contra un
aumento de la influencia francesa-, que obliga a la regente María Cristina al
exilio en Francia. Espartero se proclama regente, y da paso a los gobiernos de
Mendizábal. A su vez, cuando los moderados triunfan, Espartero se exiliará en
Londres, donde es agasajado con todos los honores.
En el palacete de Espartero apareció
una lúcida pintada: “Aquí vive el que
manda en España, Espartero el regente, y el que manda en él, vive en la casa de
enfrente” (haciendo referencia a la Embajada Inglesa).
Por su parte, Narváez comandará a los
moderados, vinculados directamente a París. Se exiliará en Francia cuando
Espartero alcance el poder, y enviará al exilio a Espartero, refugiado en
Londres. Jugará el papel clave en los sucesivos gobiernos, públicamente o en la
sombra, impondrá un gobierno férreo que tendrá como principal consecuencia la
consolidación de la influencia francesa.
Uno de los núcleos centrales históricos
de la oligarquía (la oligarquía de Neguri, la gran burguesía vasca, los Ybarra,
Urquijo, Oriol,...) se desarrolla gracias a una alianza por la que pasa a
convertirse en un proveedor-comprador dependiente del capitalismo inglés. El
90% de la producción de hierro de las grandes siderúrgicas vizcaínas
–alimentada por las minas de hierro de Vizcaya monopolizadas conjuntamente por
los ingleses y la oligarquía de Neguri– está destinado a satisfacer las necesidades
de la gran industria pesada inglesa. Los barcos que salen con hierro del puerto
de Bilbao regresan cargados con carbón de las minas de Gales para la siderurgia
vasca, pese a tener a corta distancia las minas asturianas.
El
Banesto opera con capital de los Perrière, y numerosos banqueros en Madrid
actúan como corresponsales de las casas francesas Rostchild o Lafitte.
A
través de la intervención político-militar sobre el corazón del Estado y de la
nueva oligarquía se impone un desarrollo
capitalista limitado, subordinado a los intereses de las principales potencias
imperialistas y con una abrumadora presencia del capital extranjero
monopolizando las principales fuentes de riqueza. Un tipo de desarrollo que
comparte las características propias de un país semi-colonial, exportación de
materias primas e importación de mercancías y capitales.
Entregando al control del
capital extranjero los sectores que debían haberse constituido en fuentes de
acumulación de capital y motor del desarrollo de un capitalismo nacional (ferrocarril,
minería...). Dinamitando la industria nacional para abrir las fronteras a la
mercancías extranjeras.
Francia impondrá el saqueo de
nuestras riquezas a través del control del sistema bancario y la deuda pública
o monopolizando la construcción del ferrocarril. Inglaterra, la entonces
fábrica del mundo, convertirá a España en suministrador de las materias primas
que su industria necesita y copará el mercado nacional con sus mercancías.
Las finanzas y el sistema bancario
español quedan bajo control galo. En 1862 la suma de todas las sociedades de
crédito nacionales apenas llega a los dos tercios de las tres primeras montadas
con capital francés. Los Ardoin o
Rothschild serán los prestamistas oficiales de un Estado exhausto: en 1850 la
deuda exterior supera a la interior, llegando a ser seis veces mayor en 1872.
Será el capital financiero francés la base de las principales casas de crédito.
El control de la deuda, la continua reclamación del pago de los intereses, la
urgente necesidad de nuevos empréstitos, eran un formidable instrumento de
presión... y muy fructífero.
Londres impondrá la apertura de
las fronteras comerciales españolas a sus productos.
En 1845 Cobden lanza desde Inglaterra la campaña librecambista, que luego
pasará a la península con la formación en Cádiz de la Asociación Librecambista
de España. Rastreando en la biografía de los que, como Mendizábal o Espartero,
se constituyeron en adalides de la eliminación absoluta de las trabas
comerciales encontramos siempre fuertes hilos que los anudan al centro imperial
británico.
Las minas triplican su
producción entre 1860 y 1900, pero sólo el capital extranjero tiene capacidad
para formar grandes sociedades anónimas, como
las inglesas Orconer, Tharsis o Riotinto, la francesa Peñarroya o belgas como
la Real Asturiana de Minas. El producto va destinado a cubrir las necesidades
de la industria británica o francesa, sin repercutir en la creación de
industrias de transformación en España.
El ferrocarril, auténtico motor
del desarrollo en el primer capitalismo, correrá también a cargo del capital de
las grandes potencias (fundamentalmente francés, con
los hermanos Perrière). Incluso los raíles serán de fabricación inglesa.
Beneficiándose de una legislación que aseguraba por parte del Estado un interés
mínimo del 6%, y la franquicia aduanera para los productos relacionados con la
implantación del ferrocarril. Esta figura constituirá un verdadero agujero por
donde Francia introducirá sus productos de forma abierta (desde maquinarias y
tejidos hasta champagne).
El posterior nacimiento de las
grandes industrias, como la eléctrica, se hizo también bajo la batuta de
grandes compañías foráneas como la Barcelona Traction,
Pirelli, Siemens, IG Farben.
Los
principales nódulos de la oligarquía aparecen, desde su misma gestación,
ligados estrechamente al imperialismo también por lazos de dependencia
económica.
Origen
del capital en España (en 1854)
Credito mobiliario 15% nacional
85% extranjero
ferrocarril 10% nacional
90% extranjero
mineria 20% nacional
80% extranjero
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