martes, 24 de junio de 2014

Entre abdicaciones y proclamaciones

Recambio en la cúpula del régimen

Tras la abdicación del rey Juan Carlos y su sucesión por Felipe VI en la jefatura del Estado, la opinión pública se ha dividido en dos corrientes aparentemente irreconciliables. De un lado, quienes ven en el nuevo rey la posibilidad de una renovación de la monarquía y, con ella, una reforma más o menos profunda del régimen político actual. Del otro los que quieren abrir la discusión sobre si es más democrática la monarquía o la república, si la máxima jefatura del Estado debe ser hereditaria o no, si los ciudadanos debemos ejercer el derecho a decidir la forma del Estado.


Bajo este aparente antagonismo entre dos bandos enfrentados, con argumentos opuestos e incompatibles, subyace sin embargo una misma omisión. Porque en ninguno de los dos lados se habla, ni se menciona tan siquiera, lo principal: quién tiene aquí el poder, quién manda en el proceso, quién decidió, y para qué, que Juan Carlos fuera coronado en 1975. Premisa imprescindible para empezar a comprender quién le ha empujado a abdicar y por qué en 2014.

Es como la fábula india que dice que cuando un dedo señala a la luna llena, los necios miran al dedo. En este caso, lo que ha sido señalado es la persona que ocupa la jefatura del Estado, y todos se concentran en hablar de la persona, pero no de quiénes mandan de verdad en el Estado.

"Juan Carlos fue uno de los grandes protagonistas públicos de un guión que él no había escrito" 

 En estos días se han escrito miles de páginas para glorificar el papel de Juan Carlos en la Transición como motor, piloto y artífice del tránsito de la dictadura franquista al régimen democrático. Incluso muchos de quienes hoy ondean con más ahínco la bandera republicana se ven obligados a sumarse a estas loas, seguramente para intentar justificar que ellos mismos cooperaron ayer decisivamente en el advenimiento de un régimen del que ahora abjuran.

A casi 40 años de distancia, afirmar que el desmantelamiento del régimen franquista y el tránsito hacia una monarquía parlamentaria fue un decisión personal del rey, revela tanto conocimiento del mundo como creer que los barcos no pueden dar la vuelta al mundo porque la tierra es plana. Sencillamente, Juan Carlos fue uno de los grandes protagonistas públicos de un guión que él no había escrito y de una obra que tampoco dirigió.

A comienzos de los años 70, EEUU está obligado -tras su derrota en Vietnam y el avance expansionista de la superpotencia rival, la URSS- a fortalecer política y militarmente su posición en el frente europeo. Y el Mediterráneo constituye uno de sus flancos más débiles. La existencia de regímenes dictatoriales en Portugal, Grecia y España, sostenidos por Washington pero crecientemente repudiados por sus pueblos, forman los puntos más inestables y potencialmente más vulnerables de lo que se denomina “el vientre blando de Europa”.

En poco más de medio año, y en los tres países simultáneamente, Washington va a maniobrar para reconducir la situación y dar una salida a las dictaduras que salvaguarde sus intereses.

En diciembre de 1973, un “oportuno” atentado -ejecutado por ETA pero del que cada vez quedan menos dudas sobre la participación decisiva de la CIA en él- acaba con la vida del almirante Carrero Blanco, sucesor nombrado por Franco y esperanza máxima del régimen franquista para su continuidad tras la muerte del dictador. Cuatro meses después, en abril de 1974, una insurrección militar -la revolución de los claveles- termina con la dictadura salazarista, aunque al proyanqui general Spínola, jefe máximo de la rebelión, se le escapan momentáneamente las cosas de las manos. Sólo tres meses después, en julio de 1974, se completa el círculo de las reconducciones: un sector del generalato depone a la Junta Militar griega y hace regresar a Karamanlis, una especie de Fraga “a la griega” para que dirija el país.

Sin partir de este proyecto de EEUU por reconducir los regímenes dictatoriales del sur de Europa hacia unas dóciles democracias tuteladas por Washington y plenamente integradas en su sistema de alianzas militares, nada de lo ocurrido en estos últimos 40 años podrá ser comprendido.

Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975 y la proclamación de Juan Carlos como rey, el primer acto político relevante del nuevo jefe de Estado es su visita de una semana a Washington, donde ante una sesión conjunta del Congreso y el Senado se compromete públicamente a integrar a España en el sistema de democracias occidentales bajo padrinazgo de EEUU.

A lo largo de esos intensos meses, son frenéticos los constantes intercambios entre el Departamento de Estado norteamericano y la Casa Real: de boca de Kissinger y sus asesores van saliendo, semana tras semana, instrucciones precisas de cómo y hacia dónde conducir una salida ordenada y “no traumática” del franquismo.

"Lo verdaderamente importante es quién manda"

 El “desembarco de hombres de la CIA” en Madrid durante ese período llegará a ser insultante”, como relata la periodista Pilar Urbano en uno de sus libros. “Se metían en todo, querían saberlo todo, se entrevistan con los líderes de la oposición, con periodistas,...” Incluso será en la revista norteamericana Neewsweek donde Juan Carlos anuncie el inminente relevo del franquista presidente del gobierno Arias Navarro al calificarlo de “un desastre sin paliativos”.

 Paso a paso, reconducción tras reconducción (atentado a Carrero, dimisión de Suárez, 23-F,...) la transición irá siguiendo los mandatos y el diseño general elaborado en Washington y que, en palabras de Santiago Carrillo, puede sintetizarse en la idea de “cambiar el régimen para salvar al Estado”. Es decir, desmantelar el régimen político que había servido de sostén a la dictadura franquista, para salvaguardar y fortalecer el poder de aquellos a los que el franquismo había servido durante cuarenta años. Empezando así a hacer realidad la histórica sentencia pronunciada por Franco en su discurso de Navidad de1969, cundo dijo “todo ha quedado atado y bien atado con mi propuesta y la aprobación por la
Cortes de la designación como sucesor a título de rey del príncipe Don Juan Carlos de Borbón”.

A medida que el nuevo régimen monárquico parlamentario adecuaba su rumbo a los intereses y necesidades de Washington, a medida que los principales aparatos de Estado quedaban creciente modelados y troquelados para servir fiel y dócilmente a las exigencias norteamericanas, a medida que la clase reinante ha ido entregando los ya escasos restos de independencia y soberanía nacional de nuestro país, mayor ha sido la impunidad que se le ha permitido, en una especie de “pago oculto” por los servicios prestados. Después de décadas de silencio y ocultamiento, la sociedad española empieza ahora a descubrir indignada los síntomas de corrupción y decrepitud que corroen todo el régimen político, llegando a las más altas instancias.

Pero esto, en realidad, es sólo una parte, y la menor, del problema. Porque por más reformas cosméticas que ahora se anuncien, como sabemos desde Lewis Carroll, la cuestión no es lo que significan las palabras, lo verdaderamente importante es quién manda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario