martes, 8 de marzo de 2016

La ciencia del marxismo


La  gran ruptura que establece el Marxismo es aplicar de forma consecuente el Materialismo –que hasta entonces se había limitado a conocer la naturaleza– al estudio de las sociedades humanas. Dando así lugar al nacimiento de una nueva ciencia, el Materialismo Histórico, una enorme conquista del pensamiento científico y una formidable herramienta de transformación en manos de las clases explotadas.

            
La gigantesca obra científica de Marx contiene, sencillamente, uno de los dos más grandes avances de toda la historia del pensamiento humano: el descubrimiento del sistema de conceptos que abre al conocimiento científico lo que llamamos el “Continente–Historia”. Antes de Marx, sólo un continente de importancia comparable había sido “abierto” al conocimiento científico: el Continente–Física, por Galileo y Newton.
            El conocimiento objetivo de un proceso de desarrollo particular de la materia que nos proporciona la ciencia es como descubrir un “continente” hasta entonces oculto por las nieblas de la ideología y la filosofía dominantes. Cuando esas nieblas se rasgan aparece tras ellas una ciencia nueva. Así, Newton rasgó las nieblas teológicas de su tiempo e hizo emerger el nuevo continente de la física. Así también, Marx descubrió el continente de la ciencia histórica rasgando las nieblas de la ideología, la filosofía y el empirismo burgués respecto a la sociedad humana. La ciencia siempre es revolucionaria porque su objetivo es establecer verdades universales sobre la esencia y las leyes internas propias a un proceso particular de desarrollo de la materia. Y al hacerlo derriba mitos y engaños, arrincona creencias y fabulaciones, destruye falsos credos y arraigados dogmas. Con la aparición del Marxismo, como dice Lenin“al caos y la arbitrariedad que imperaban hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica”.
            Para abrir paso a la nueva ciencia, lo primero que hace Marx es aplicar consecuentemente el Materialismo filosófico al terreno de la historia rompiendo con todas las concepciones idealistas y humanistas de la burguesía para asentar las tesis de materialidad en el conocimiento de la historia:
            “Debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para «hacer historia», en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda la historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas las horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres (...) Se manifiesta, por tanto, ya de antemano, una conexión materialista de los hombres entre sí, condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es tan vieja como los hombres mismos; conexión que adopta constantemente nuevas formas y que ofrece, por consiguiente, una «historia», aún sin que exista cualquier absurdo político o religioso que mantenga, además, unidos a los hombres”.

Un nuevo concepto científico: Modo de producción
            En este párrafo de La ideología alemana, escrito tres años antes que aparezca El Manifiesto Comunista, Marx establece la tesis materialista que a partir de entonces va a dirigir todas sus investigaciones y descubrimientos: el primer hecho histórico es la producción de la vida material y es anterior a cualquier discurso político o religioso. Investigar cómo se desarrolla este proceso de producción de los medios de vida indispensables a lo largo de la historia de la humanidad es el objeto de estudio de la nueva ciencia fundada por Marx: el Materialismo Histórico.
            Como cualquier otra ciencia que abre el conocimiento objetivo del mundo, el materialismo histórico se ve obligado a establecer en primer lugar su objeto de estudio, un modelo teórico, abstracto, para cuya definición es necesario romper la forma en que hasta entonces se ha mirado ese proceso de la materia; abordarlo con un nuevo lenguaje; elaborar nuevos conceptos científicos que describan su esencia,... En el caso de la ciencia de la historia su objeto de estudio es el concepto de modo de producción y su sucesión a lo largo de la historia. Desde ahí, Marx establece que es la producción de la vida material la que determina la conciencia, y no al contrario. Y pasa a definir el concepto de modo de producción, el modelo teórico que constituye su objeto de estudio.
             El materialismo histórico define el Modo de Producción como una totalidad social global formada por tres estructuras regionales: la infraestructura económica, sobre la que se levantan las superestructuras jurídico-política e ideológica.
            La estructura económica, formada por las fuerzas productivas y las relaciones de producción, es siempre la determinante en última instancia, pues es la base sobre la que levantan las otras dos. Sin embargo la estructura dominante, aquella que permite la reproducción de ese modo de producción, no es ella necesariamente. Así, mientras en el feudalismo la superestructura ideológica o la política actúan como dominantes, en el capitalismo la estructura determinante y la dominante coinciden en la infraestructura económica: son las mismas relaciones de producción capitalistas las que permiten su reproducción en tanto que por su especificidad reproducen al obrero como obrero y al capitalista como capitalista.
            Frente a todas las teorías anteriores sobre la historia, el discurso del materialismo histórico permite explicar cómo han funcionado todas las formaciones sociales a lo largo de la historia. Por muy diferentes que sean, todos los modos de producción pueden ser explicados a partir de él.
            Por ejemplo, el triunfo de la revolución burguesa no puede explicarse, como hacen los historiadores burgueses, por la extensión en la conciencia de los hombres de las ideas de “libertad, igualdad y fraternidad”. Si la revolución burguesa se ve obligada a inscribir estas consignas en su bandera es porque necesita romper las relaciones de producción feudales que atan a los hombres a la tierra y a su señor “natural”, creando una enorme masa de “hombres libres”, libres para vender su fuerza de trabajo. Es el cambio en la base económica, en las relaciones de producción, la que va determinar la revolución en las superestructuras políticas e ideológicas.

Materialismo Dialéctico frente a mecanicismo
            Pero Marx no sólo adopta una posición materialista ante la historia, sino que aplica también un punto de vista dialéctico, revolucionario, que desecha cualquier concepción mecanicista o economicista de la historia. El marxismo plantea de forma materialista que la estructura económica de una sociedad es “la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”. Pero al mismo tiempo establece de forma incontestable que no es el desarrollo de la base económica, de las fuerzas productivas, sino la lucha de clases lo que constituye el motor de su desarrollo.
            Una vez establecido su objeto de estudio, el materialismo histórico descubre la contradicción principal que recorre el modo de producción y actúa como motor de su desarrollo: cómo la infraestructura de cualquier modo de producción, por lo tanto de cualquier sociedad, está recorrida por la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
            A medida que se desarrollan las fuerzas productivas, las relaciones de producción que las han hecho surgir se convierten en trabas para su desarrollo, abriéndose así épocas de revolución social. Sin embargo, no hay que entender esto de una forma economicista ni determinista. No existe un desarrollo lineal e inexorable de las fuerzas productivas materiales de la sociedad. No hay producción económica “pura”. Todos los fenómenos económicos son procesos que tienen lugar bajo relaciones sociales que son en última instancia relaciones de clase. Y relaciones de clase antagónicas, es decir, relaciones de lucha de clases. Si hay obreros que no poseen sino su fuerza de trabajo y se ven obligados a venderla, es porque existen capitalistas que poseen los medios de producción y compran la fuerza de trabajo para explotarla, para extraer de ella la plusvalía. La existencia de las clases antagónicas está inscrita en la producción misma, en el corazón mismo de la producción: en las relaciones de producción. De ahí que la tesis fundamental de la ciencia del materialismo histórico sea la de que el motor de la historia es la lucha de clases.
            La infraestructura económica es lo determinante en última instancia del desarrollo histórico, está en su base; pero la lucha de clases es el factor dominante, el motor que dirige este desarrollo.
            “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”. (Marx y  Engels. Manifiesto Comunista)
            Hasta Marx, la historia había sido vista como resultado del desarrollo de nuevas y grandes ideas fruto de la inspiración divina o de la razón humana con las que los hombres movían el avance de la sociedad. No es por casualidad que Marx dé a El Capital el subtítulo de Crítica a la economía política. Su objetivo con él es rebatir todas las teorías burguesas, basadas en el humanismo y el economicismo, sobre la economía política del capitalismo, estableciendo una nueva teoría científica de las formas materiales, jurídico-políticas e ideológicas de un modo de producción fundado en la explotación de la fuerza de trabajo asalariada. Creando de esta manera una ciencia revolucionaria que permite guiar el proletariado en su lucha por pasar del modo de producción capitalista a un nuevo modo de producción comunista libre de cualquier explotación.
            Como síntesis de la base científica del materialismo histórico podemos recurrir a la que hace el propio Marx en El prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política:
            “El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo”.

TESIS II:
Después de que Marx comprendiera que el régimen económico es la base sobre la cual se erige la superestructura política, se entrega, además de a su actividad revolucionaria práctica, al estudio atento, científico y riguroso del régimen económico de la moderna sociedad capitalista. El Capital es la obra donde expone todos sus descubrimientos y conclusiones sobre el modo de producción capitalista. En ella están expuestas de forma sistemática todas las leyes objetivas que rigen su desarrollo. Y encierra también, por tanto, las claves para su sustitución por un modo de producción más avanzado: el comunista.

            Partiendo, como dice Lenin, del acto más simple y más repetido de la economía capitalista, el intercambio de unas mercancías por otras, Marx va elevando su análisis del capitalismo hasta llegar al punto central que le da naturaleza y es la piedra angular de su teoría económica: la explotación, la extracción de la plusvalía a la fuerza de trabajo asalariada como única fuente de ganancia y riqueza para el capitalista.
            La plusvalía es el plustrabajo, el plusproducto que corresponde al valor añadido por la fuerza de trabajo asalariada durante las horas no remuneradas al obrero. Las que el obrero está produciendo más allá de las necesarias para reproducir su fuerza de trabajo.
            “Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de una mercancía por otra), dice Lenin, Marx descubrió relaciones entre personas”. Los grandes economistas clásicos de la burguesía inglesa, Adam Smith y David Ricardo, a lo más que habían llegado era, a establecer que el valor de las mercancías está determinado por la cantidad de trabajo humano que encierran. Pero esto no servía para entender porque unos capitalistas triunfan en la competencia mientras otros se arruinan. Y tuvieron que recurrir a la fantástica idea de la mano invisible que regula el mercado para explicar el por qué el capital se acumula y se concentra. Marx replica a esta visión idealista estableciendo cómo al convertirse en el capitalismo la fuerza de trabajo en una mercancía más, su valor pasa a ser determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción, en este caso el coste de su sustento, el de su familia y el de su grado de especialización. Valor que está expresado en el salario.
            Sin embargo, la mercancía fuerza de trabajo tiene una propiedad peculiar que la distingue de cualquier otra mercancía: la capacidad de crear nuevos valores, de añadir valor a las otras mercancías. El obrero asalariado, desposeído de cualquier otra cosa que no sea su fuerza de trabajo, la vende al propietario de los medios de producción. Pero durante su jornada de trabajo, el obrero sólo necesita una parte de ella para crear nuevos valores que cubren el costo de su sustento y el de su familia, es decir, el salario. Durante el resto de la jornada trabajará gratis, creando para el capitalista, nuevos valores que están más allá del valor de su fuerza de trabajo. En esto consiste la plusvalía, la única fuente de las ganancias y la riqueza de la clase capitalista. No es pues ninguna “mano invisible” la que regula el mercado capitalista, sino la explotación de la fuerza de trabajo asalariada, la extracción de la plusvalía la que explica todos los procesos de competencia, reproducción, incremento, acumulación y concentración del capital.
            En este concepto científico de plusvalía está encerrado todo el secreto del modo de producción capitalista que los economistas burgueses, por su misma posición de clase, eran incapaces de ver. La extracción de la plusvalía a la fuerza de trabajo asalariada es la forma particular en la que se produce la explotación en el capitalismo, la apropiación de la riqueza socialmente producida por una pequeña parte de la sociedad poseedora de las materias primas, los medios de producción y los instrumentos de trabajo. Sobre esta realidad, aparentemente sencilla pero que hasta la aparición del marxismo nadie había sabido ver, se levanta toda la moderna sociedad burguesa y su enorme superestructura política e ideológica. Todas las leyes objetivas del desarrollo capitalista que han llevado desde el capitalismo de librecambio hasta el imperialismo o capitalismo monopolista de Estado se asientan sobre este simple hecho: la explotación de la fuerza de trabajo asalariado mediante la extracción de la plusvalía.
            De la misma forma que ocurre con la plusvalía, otros muchos conceptos científicos del materialismo histórico, como la dictadura del proletariado, son hoy atacados por las nuevas formas de revisionismo.
            El Materialismo Histórico establece que para el largo período de transición entre el viejo modo de producción capitalista y el nuevo modo de producción comunista el proletariado necesita tomar el poder y dotarse de su propio estado, la dictadura del proletariado.
            Para el marxismo, la dictadura del proletariado no es sólo una posición de clase, esa posición ideológica está sustentada en un concepto científico. Al estudiar la sucesión de los distintos modos de producción en la historia, Marx descubre dos conceptos clave.
            En primer lugar que el Estado surge como consecuencia inevitable de la división de la sociedad en clases con intereses antagónicos, irreconciliables. Desde el momento en que la lucha por los excedentes de producción dan lugar a la aparición de las clases, se hace necesario para que las clases explotadoras puedan mantener sujetas a las clases dominadas y poder seguir explotándolas, un instrumento especial de represión y opresión sobre ellas: el Estado. Desde la concepción materialista de la historia, todo Estado es una dictadura cuya misión es que la clase dominante pueda imponer sus intereses al resto de clases. Por eso, para que el proletariado pueda llevar adelante su misión histórica de acabar con las clases y la explotación, necesita convertirse en clase dominante, disponer de su propio Estado. Éste es el Estado de dictadura del proletariado.
            En segundo lugar, Marx desentraña cómo el capitalismo lleva en sus entrañas las condiciones que hacen posible, por primera vez en la historia de la humanidad, el paso a un modo de producción más avanzado en que desaparezcan las clases y la explotación del hombre por el hombre. De un lado, la revolución incesante de las fuerzas productivas – único medio para los capitalistas de enfrentar con éxito la competencia en el mercado y revalorizar y acumular el capital– crea las condiciones para construir una sociedad de “superabundancia” donde, cambiando las relaciones de producción burguesas, sea posible aplicar el principio comunista de “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”. Del otro, la burguesía ha creado a sus propios sepultureros, el proletariado, una clase que “no tiene nada que perder salvo sus cadenas”. Y que sólo puede liberarse a sí mismo de la explotación capitalista, liberando al mismo tiempo a toda la humanidad de cualquier tipo de explotación. Pero para conseguir este objetivo, el proletariado necesita de un largo período de transición en que, convertido en clase dominante –en esto consiste la dictadura del proletariado– y mediante la utilización del poder político de su Estado debe llevar a cabo todas las profundas transformaciones en lo económico, lo social, lo político, los ideológico, lo cultural,... que hagan posible el paso a una sociedad sin clases. A ese necesario período de transición es a lo que Marx denomina la dictadura revolucionaria del proletariado.

TESIS III:
Las nuevas formas de revisionismo llaman a abandonar el marxismo por su dogmatismo. Pero su objetivo, al negar el carácter científico del marxismo y considerarlo “dogmático” o “superado por la realidad” es el de borrar los objetivos revolucionarios que solo desde la teoría del marxismo es posible establecer. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Porque la clase obrera, abandonada a su suerte, sólo genera sindicalismo y reformismo.

            ¿Qué nos dice hoy el “post marxismo” sobre todas estas cuestiones?
            Respecto al primer punto, si el marxismo es o no una ciencia, J. C. Monedero, siguiendo a Laclau –el teórico del llamado postmarxismo en cuyo pensamiento se sustentan gran parte de las tesis de las nuevas formas del revisionismo– afirma que “la tentación de hacer del socialismo una ciencia, es decir, de dotar de un rumbo necesario y, por tanto, predecible a la emancipación fue un defecto que cometió Marx y profundizaron algunos marxistas”. Para Monedero o Laclau empeñarse en que “hay unas leyes inexorables y que se pueden cuantificar los deseos y esfuerzos humanos” o que existe una “ley necesaria de la historia” es un “reduccionismo” que supone regresar a “los errores del socialismo del siglo XX”.
            ¿Pero en realidad de qué marxismo y de que “ciencia” nos hablan Monedero o Laclau? No del pensamiento profundamente científico y dialéctico de Marx, sino del cientifismo y el determinismo mecanicista, la versión revisionista que la URSS dio del marxismo y de la que todos ellos han participado en el pasado porque ese es su origen. Una subversión del marxismo que antepone el desarrollo de las fuerzas productivas a la lucha de clases como motor de la historia. Y que por eso mismo ofrece una visión donde todo está determinado de antemano y la voluntad de los hombres, agrupados en clases y partidos, no cuenta nada. Donde el desarrollo de la sociedad está determinado por un mecanismo ciego de “leyes inexorables” frente a las que los hombres no tienen nada que hacer. Lo que la ciencia del marxismo, por el contrario, ofrece al proletariado es un arma de un valor incalculable: las herramientas de conocimiento de las leyes que rigen el capitalismo. Y con ello la capacidad de, actuando de modo consciente sobre esas leyes, transformar la realidad y acabar con la explotación.
            Para poder construir la ciencia de la historia que el proletariado, como clase revolucionaria, necesita para transformar la sociedad, el marxismo tuvo que romper en primer lugar con el idealismo y el humanismo propios de la burguesía.
            En el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, auténtica “acta fundacional” del materialismo histórico, Marx afirma: “acordamos [Marx y Engels]  elaborar en común la contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegeliana. El manuscrito -dos gruesos volúmenes en octavo- ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando no enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado”.
            Marx se refiere a “La ideología alemana”, donde junto a Engels despliega un lúcida y feroz critica al idealismo, estableciendo por primera vez una posición materialista consecuente ante la historia y el estudio de las sociedades humanas.
            Esta toma de posición de Marx, que está en la misma fundación del materialismo histórico como ciencia, trazando una línea de demarcación y combatiendo las concepciones idealistas y humanistas burguesas, hay que reproducirla permanentemente. De lo contrario, partiendo del idealismo o del humanismo burgués, no existe marxismo, no es posible el materialismo histórico, no hay ciencia de la historia.
            Así lo expresa Louis Althusser, filósofo marxista, en su obra “Sobre el trabajo teórico, dificultades y recursos” cuando afirma:
No son solo sus adversarios confesos quienes declaran a viva voz que la teoría marxista nada ha aportado de nuevo; lo afirman también sus propios partidarios cuando leen los textos de Marx, y cuando “interpretan” la teoría marxista a través de las grandes “evidencias” establecidas: las de las teorías ideológicas reinantes. Para no tomar más que dos ejemplos, aquellos marxistas que leen, e interpretan espontáneamente, sin dificultades, escrúpulos, ni vacilaciones, la teoría marxista mediante los esquemas del evolucionismo [mecanicismo] o del humanismo, tales marxistas, declaran de hecho que Marx nada ha aportado de nuevo (…) Estos marxistas reducen la prodigiosa novedad filosófica del pensamiento de Marx a formas de pensamiento existentes, corrientes “evidentes”, es decir a las formas de la ideología teórica dominante. Para percibir y concebir claramente la novedad revolucionaria de la filosofía marxista y de sus consecuencias científicas, es necesario resistir lucidamente a esta reducción ideológica, combatir la ideología que la sostiene y enunciar lo que específicamente distingue el pensamiento de Marx, lo que hace de él un pensamiento revolucionario no solo en la política, sino también en la teoría (…) El mundo no cambia fácilmente de “base”, ni en el mundo de la sociedad, ni en el mundo del pensamiento. (…) Se comprenderá por qué hoy, aún, es necesario un verdadero esfuerzo para representarse verdaderamente (contra las viejas ideologías que tienden constantemente a someterla a su propia ley, es decir a ahogarlas y a destruirla) la revolución teórica que Marx ha realizado en la filosofía y en la ciencia”.
            Sustraer al proletariado la ciencia del marxismo es dejarlo ciego en su lucha: devolverlo a la etapa en que sólo estaba en condiciones de vender mejor su fuerza de trabajo, pero no de emprender el camino de su liberación, de acabar con la explotación capitalista. Es quitarle el materialismo dialéctico, la única filosofía capaz de señalar al proletariado, como dice Lenin, “la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas”. Privarle del materialismo histórico, la única ciencia que explica “la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo”.
            Es, en definitiva, condenarlo a luchar tan sólo por reformas, por mejorar su situación económica, pero no en poner fin a la esclavitud asalariada a la que lo condena el capitalismo. El objetivo de la actual ofensiva revisionista, al negar el carácter científico del marxismo y considerarlo “dogmático” o “superado por la realidad” es el de borrar los objetivos revolucionarios que solo la teoría del marxismo ha sido capaz de establecer.
            En tanto que la plusvalía es, como dice Lenin, “la piedra angular de la teoría económica de Marx”, no es extraño que el revisionismo, sea cual sea la forma que adopte, la niegue por todos los medios. Hace apenas dos décadas, el revisionismo levantaba la bandera de que el concepto de plusvalía de Marx ya no servía porque la revolución científico-técnica y la robotización de la producción estaba llevando a la desaparición de la clase obrera y su sustitución por una nueva categoría de trabajadores asalariados “de cuello blanco”, a los que ya no eran aplicables los “viejos” análisis de la explotación capitalista. Hoy, con la incorporación de millones de personas al proceso de producción capitalista en todo el mundo, multiplicando el ejército de la clase obrera mundial ya nadie se atreve a defenderla. Sin embargo, a través de otras banderas persiguen el mismo fin: ocultar la plusvalía como el núcleo esencial sobre el que se levanta la sociedad burguesa, haciendo así desaparecer el horizonte de acabar con la explotación capitalista como el objetivo final de la revolución.
            Así, cuando Laclau o J. C. Monedero hablan de que “los trabajadores no encarnan hoy los intereses generales de la humanidad, que son más amplios que los que implica la explotación (mujeres, ecologistas, ancianos, indígenas, pacifistas, etc.)” porque la compleja realidad de las sociedades industriales avanzadas –o postindustriales– ha generado una multiplicidad y diversidad de luchas políticas”;  están diciéndonos no sólo que la plusvalía ya no es la piedra angular sobre la que se levanta todo el edificio del capitalismo, sino que los intereses objetivos del proletariado de acabar con la explotación capitalista ya no tienen la capacidad de construir “una universalidad, una voluntad colectiva que pueda representar a todo el mundo”.
En consecuencia, ni la teoría revolucionaria ni el partido revolucionario del proletariado son instrumentos válidos para la emancipación de las clases oprimidas y la construcción del “socialismo del siglo XXI”. La ciencia fundada por Marx para guiar la lucha por la construcción de una sociedad sin clases debe, según ellos, dejar paso  a la subjetividad de los distintos sectores que se enfrentan a la opresión burguesa. 
            De la misma forma, la tesis hoy tan en boga difundida por este mismo pensamiento sobre la existencia de un “capitalismo de casino”, donde “el dinero crea dinero” por sí mismo gracias a la especulación financiera y sin que en ello intervenga para nada la explotación de la fuerza de trabajo es otra de las banderas con las que se trata de borrar la plusvalía y la explotación capitalista de la conciencia de los revolucionarios. Una tesis ya denunciada por Marx como “el más feliz hallazgo de los economistas burgueses vulgares” para ocultar la fuente de toda ganancia capitalista: la plusvalía.
            Con esta negación de la plusvalía como piedra angular del capitalismo se borra de la conciencia de los revolucionarios cualquier horizonte de acabar con la explotación.
              En nuestros días las nuevas formas de revisionismo desechan por completo la idea del Estado de dictadura del proletariado para sustituirlo por un “Estado de radicalidad democrática”, donde tengan cabida todas las expresiones políticas e ideológicas de lo que consideran los nuevos sujetos de la revolución.
De la misma forma que en los años 70 el revisionismo de Carrillo decía que ”dictadura ni la del proletariado”, para las nuevas formas de revisionismo la desaparición del proletariado como sujeto revolucionario hace impensable que pueda proponerse como objetivo la construcción de su propio Estado que debe dirigir todo el proceso de transición desde el capitalismo hasta el comunismo.
La alternativa pasa a ser la construcción de una democracia radical, una alternativa que, teóricamente, en poco se diferencia de la alternativa del reformismo socialdemócrata de “ocupar el Estado burgués” y, décadas después, por el revisionismo de la Unión Soviética y sus tesis sobre el “Estado de todo el pueblo” y la “vía parlamentaria al socialismo” en los países de capitalismo desarrollado.

Pues en el fondo, todas las posiciones del revisionismo, sea cual sea la forma y los argumentos que adopten, se reducen a un único punto central: borrar de la conciencia y la práctica de los revolucionarios la necesidad del proletariado de organizarse para arrebatar el poder a sus enemigos, destruyendo  el Estado burgués y construyendo el suyo propio.

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