Apuntan a la Corona… ¿contra quién disparan?
La imputación de la Infanta Cristina no es un episodio más de corrupción. Puede abrir una crisis política que socave los cimientos del Estado y del régimen político actual.¿Por qué estalla precisamente ahora? ¿Se debe únicamente a la acción de un juez independiente, o hay otros intereses por medio? ¿Puede entenderse al margen de las crecientes exigencias del FMI y Merkel para llevar al límite el saqueo contra España?
La imputación de la Infanta se ha convertido en una “bomba política” de consecuencias todavía imprevisibles. Y no viene sola. Es la culminación de una ofensiva contra la Corona que se ha acelerado y que salpica directamente a la cabeza de la Casa Real. El juez Castro, que hace un año desestimó la imputación de la Infanta por “falta de pruebas”, ahora la ha situado el ojo del huracán.
Además, llueve sobre mojado. Sólo hace falta recordar las cacerías en Botswana, la “relación peligrosa” del Rey con la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein o la reciente revelación de que el Rey “protegió” los 375 millones que su padre le legó en herencia en tres cuentas suizas opacas al fisco.
Es ridículo que pretendan hacernos creer que han sido los e-mails que Diego Torres, el socio de Urdangarín, se llevó de los ordenadores del Instituto Nóos, la prueba definitiva contra la Infanta Cristina.
Es ridículo que pretendan hacernos creer que han sido los e-mails que Diego Torres, el socio de Urdangarín, se llevó de los ordenadores del Instituto Nóos, la prueba definitiva contra la Infanta Cristina.
"Sale a la luz una sucesión de escándalos que debilitan a las principales instituciones del Estado, justo cuando el FMi y Merkel aprietan los tuercas sobre España"
Un personaje de quinta categoría como Diego Torres no tiene, ni en sueños, la capacidad para elaborar un dossier, y luego utilizarlo para chantajear a la Corona. Si es posible es porque poderes situado por encima del propio Rey han dado luz verde para que suceda. Si no fuera así, ¿alguien de verdad cree que no existen múltiples medios para “silenciar” , literalmente, de grado o por fuerza, a Diego Torres.
Que la Corona esté implicada en actividades poco claras no es nada nuevo. Ante de que fuera coronado Rey, se organizó una trama, encabezada por Colón y Carvajal –más tarde condenado por corrupción– para dotar a Don Juan Carlos de la fortuna personal que necesitaba para poder codearse, de igual a igual, con los exquisitos miembros de la oligarquía financiera española.
Y nadie dijo nada. Aunque todo el stablishment político, judicial y mediático lo conocía perfectamente.
Hagamos memoria. En1996 se impulsó una operación de “acoso y derribo” para desalojar a Felipe González de la Moncloa. Se estaba acercando demasiado a Alemania, y eso atentaba contra los intereses norteamericanos. Un verdadero diluvio de dossieres que afectaban a algunas de las instituciones más relevantes del Estado (servicios secretos, Guardia Civil, Banco de España, policía,...) inundó durante años la prensa española.
Y la sola aparición de algunos “dossieres” que implicaban, mucho más tangencialmente que ahora, al Rey provocó la reacción de importantes núcleos de la clase dominante, representados por Luis María Ansón, que publicó varias entrevistas para denunciar “la conspiración”.
Lo que vino a decir Ansón, y los sectores de la oligarquía que representaba, es que EEUU puede intervenir en España… Pero con ciertos límites. Y al torpedear a la Corona, clave de bóveda del Estado, habían traspasado todas las “líneas rojas”.
Pues bien, ahora se puede golpear al Rey como a un muñeco de feria. Y no solo nadie dice nada. Sino que altavoces oligárquicos como El País o El Mundo difunden en portada los ataques contra la Corona.
La aceleración de los ataques contra la monarquía, pilar básico de la arquitectura del Estado español, no pueden estar al margen del salto cualitativo en el proyecto de intervención y saqueo sobre Europa que Washington y Berlín han impuesto al descuartizar Chipre… Y anunciar que esta receta “se extenderá a más países”. Señalando a España como uno de los primeros candidatos.
Ni tampoco pueden estar desligados de las exigencias cada vez mayores para imponer en España un drástico tijeretazo a las pensiones. Que Standard&Poor´s, “brazo armado” del gran capital norteamericano, ha reiterado esta misma semana. Anunciando poco menos que “la quiebra de España” en 2.050 si no se “reformaban” las pensiones en 2.016.
Como no es casualidad que el escándalo estalle pocos días después que la Fundación Ebert haya publicado un “informe” donde se contempla que la desmembración de España, separando Cataluña para transformarla en un “satélite” de Berlín, es “uno de los escenarios posibles” donde podría desembocar la crisis europea.
La Corona no sólo ha actuado todos estos años como un elemento de equilibrio y estabilidad del régimen político, sino que ha sido históricamente un símbolo privilegiado de la unidad de España.
Al poner la abdicación del Rey, para “sanear la institución monárquica”, sobre la mesa se está apuntando directamente a la cabeza del régimen.
Y hay quien parece querer empujar para que se produzca algún tipo de reconducción.
Lo que provocaría la mayor crisis política de la historia de España. Afectando a la propia fortaleza del Estado y a la unidad de la nación.
A lo que se une el cerco de escándalos que padece el PP, el principal partido de España y sostén del gobierno. Al “caso Bárcenas” se han unido las revelaciones de la estrecha relación de Feijóo, el barón mejor situado para suceder a Rajoy, con un narco condenado por la justicia.
La Corona, el sistema de partidos, la justicia… Todos los aparatos principales del Estado aparecen implicados en una vorágine de corrupción.
¿A quién le interesa que todo esto salga a la luz? ¿Qué objetivos persigue?
No sabemos todavía quiénes son los inductores ni cuáles sus objetivos últimos. Pero el resultado político real que se dibuja de toda esta sucesión de escándalos es un Estado español mucho más débil y desestructurado, dividido, y sobre todo con menos capacidad para enfrentarse, o siquiera negociar en mejores condiciones, las exigencias cada vez más desmesuradas, de Washington y Berlín.
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