viernes, 19 de mayo de 2017

De la Guerra de la Independencia al desastre del 98 (1)









La Guerra de la Independencia








I.- La Guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica de 1808, tuvo un doble contenido revolucionario, donde estaban unidos la batalla por acabar con el Antiguo Régimen y la defensa de la independencia nacional frente a la agresión de una potencia extranjera.

En el seno de muchos sectores progresistas y de izquierdas todavía se sigue considerando la victoria contra la invasión napoleónica poco menos que como un “desastre histórico” que apartó a España del camino del progreso.
Según esta opinión, la actuación de un pueblo presa fácil del fanatismo religioso, dio como resultado la defensa de los privilegios feudales o el poder de la Iglesia, frente a las ideas avanzadas que representaban Napoleón y la Francia revolucionaria.
Desde una posición absolutamente enfrentada a esta visión, Marx escribió entre 1854 y 1857 una serie de artículos para el periódico norteamericano New York Daily Tribune, posteriormente publicados bajo el título “La España revolucionaria”. En ellos, Marx nos ofrece una visión sobre la Guerra de la Independencia, alabando “las muestras de vitalidad de un pueblo al que se creía moribundo”, respaldando “el gran movimiento nacional que acompañó a la expulsión de los Bonaparte”, y rescatando “el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera insurrección española”.
Vamos a seguir a Marx -a través de extractos de su obra “La España revolucionaria”- para desentrañar la verdad sobre uno de los episodios más importantes y más tergiversados de nuestra historia.

Pero antes, comprendamos el marco en el que se produce la invasión.
Un año antes, en julio de 1807, Napoleón había decidido los destinos españoles. Francia y Rusia firmaron el Tratado de Tilsirt, en cuyas cláusulas secretas se acordaba la desmembración del imperio otomano, quedando para Moscú su parte europea, mientras que Napoleón se adjudicaba España y Portugal.
España es, durante todo el siglo XVIII poco menos que un virreinato francés, y la revolución burguesa de 1789 va a perpetuar esa relación. La intervención francesa está presente en los principales aparatos del Estado, comenzando por la monarquía y la aristocracia.
Napoleón se apoyará en la camarilla nucleada en torno a Godoy -primer ministro de Carlos IV- para transformar España en un peón de los planes franceses, y luego preparar y ejecutar la invasión y ocupación del territorio peninsular.
Godoy ya había encadenado el país a Francia mediante los tratados de San Ildefonso (1796). España paga un canon al ejército francés, 15.000 soldados españoles son enviados a combatir a Dinamarca bajo pabellón galo, y la armada de Carlos IV se pone a disposición de los planes napoleónicos. Napoleón utilizará a España en su disputa con Inglaterra, transformándola en un peón de sus intereses de convertirse en la potencia hegemónica de Europa.
El propio Napoleón anticipa que “Godoy es un sinvergüenza que me abrirá personalmente las puertas de España”. Así sucedió. El emperador impuso al representante personal de Godoy en París el tratado de Fointanebleau (1807), mediante el cual se permitía el paso del ejército francés hacia Portugal, que era dividido en tres partes (el norte es entregaba a los reyes de Etruria –invadido por Francia-, el centro quedaba militarmente ocupado hasta el fin de la guerra y posteriormente se dispondría según las circunstancias, y el sur se entregaba a Godoy).  Mediante este tratado, en realidad, las tropas francesas ocupan el territorio español.
Tras los “servicios prestados”, Godoy terminará sus días exiliado en Francia con una pensión del Estado francés.
La católica y feudal aristocracia española, con la Corona al frente, entregará el país a la laica y burguesa Francia, asegurándose de conservar sus títulos de propiedad. Tanto Carlos IV como Fernando VII abdicarán sin resistencia ante las presione napoleónicas, y los “Grandes de España” jurarán fidelidad a la constitución y el nuevo rey impuestos desde París, colaborando en la instauración del gobierno de ocupación francés.
La Francia napoleónica se apoyará en los círculos más reaccionarios -no en los más revolucionarios, que se unirán a la resistencia contra el invasor- para imponer su dominio sobre España.

II.- Mientras el grueso de la clase dominante y el Estado se entregó al invasor extranjero, instando incluso a la población a someterse a los franceses, será el pueblo quien se levantará contra la invasión, “justo en el momento en que los grandes potentados de Alemania y Rusia se postraban ante Napoleón”.

·         Veamos cómo se refiere Marx al levantamiento popular español:

“Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia. Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado sus tropas a Madrid; atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista en Bayona, había obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después a transferirle sus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a Fernando VII una declaración semejante. Con Carlos IV, su reina y el Príncipe de la Paz conducidos a Compiègne, con Fernando VII y sus hermanos encerrados en el castillo de Valençay, Bonaparte otorgó el trono de España a su hermano José, reunió una Junta española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones previamente preparadas.
Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid, Cierto que Murat aplastó el levantamiento matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las clases «bien» se habían sometido tranquilamente al yugo extranjero.
(…) todas las autoridades constituidas -militares, eclesiásticas, judiciales y administrativas- así como la aristocracia, exhortaban al pueblo a someterse al intruso extranjero. Pero había una circunstancia que compensaba todas las dificultades de la situación. Gracias a Napoleón, el país se veía libre de su rey, de su familia real y de su gobierno. Así se habían roto las trabas que en otro caso podían haber impedido al pueblo español desplegar sus energías innatas.
(…) De este modo, desde el mismo principio de la guerra de la Independencia, la alta nobleza y la antigua administración perdieron toda influencia sobre las clases medias y sobre el pueblo al haber desertado en los primeros días de la lucha. De un lado estaban los afrancesados, y del otro, la nación”.

El 2 de mayo de 1808 se inicia una insurrección en Madrid, con la familia real recluida por Napoleón en Bayona y más de 100.000 militares franceses ocupando la península. Cuando se conoce la noticia de que los soldados franceses pretendían sacar al infante para llevarlo a Francia con el resto de la familia real, grupos de madrileños se concentran ante el Palacio Real con el fin de impedirlo. Las tropas de Murat, que ocupaban Madrid desde el 23 de Marzo, cargan contra la multitud.
Las noticias sobre el combate del dos de mayo corren como la pólvora, el alcalde Móstoles declara la guerra a Napoleón y los levantamientos contra el ejército francés se extienden por todo el país. Se inicia la Guerra de la Independencia (1808-1814).
·         El primer levantamiento contra el invasor surge espontáneamente desde las clases populares.
Goya pintará al pueblo madrileño enfrentándose a las tropas de élite napoleónicas (“La carga de los mamelucos”) o la represión posterior (“Los fusilamientos del 2 de mayo”).
·         Lejos del “proyecto modernizador” al que se pretende equiparar la dominación napoleónica, el propio emperador definirá con claridad sus proyectos para España:
 “Es preciso que España sea francesa; para Francia he conquistado España, con su sangre, con sus brazos, con su oro. (…) Míos son los derechos de conquista; no importan las reformas, no importa el título de quien gobierne: rey de España, virrey, gobernador general, España debe ser francesa”.
Napoleón diseñará una España menguante y desmembrada, donde  Cataluña, Euskadi, Navarra, La Rioja, la mitad de Aragón y de Cantabria se incorporarían a Francia, el resto del país se fraccionaria en tres virreinatos militares y las enormes riquezas americanas pasarían a ser controladas por París.
·         La sublevación genera la “vertebración nacional”, todo el país se une en la defensa de la independencia frente al sometimiento a una potencia extranjera.
Incrustando en la sociedad española un sentimiento patriótico, que, aunque pocas veces consciente, crece paralelo al aumento de la intervención imperialista.
·         La lucha popular, mientras el Estado y la clase dominante se han entregado al invasor, forzará el repliegue francés. Son las primeras derrotas de un ejército napoleónico hasta entonces invicto.
Tras el levantamiento general contra los invasores, las tropas españolas consiguieron la victoria de Bailén en julio de 1808. José Bonaparte se ve obligado a retirarse desde Madrid a Burgos, de ahí a Miranda de Ebro y por último a Vitoria. En noviembre de 1808, tendrá que venir el mismísimo Napoleón en persona, al frente de 250.000 hombres para que pueda volver a instalarse en Madrid. Las tropas comandadas por Napoleón consiguen ocupar la mayor parte del país, y obligan a las tropas inglesas (que intervenían en la defensa de Portugal) a replegarse.
Sin embargo, los desastres del ejército regular se vieron en gran parte paliados por un nuevo protagonista, la “guerra de guerrillas” contra el ejército francés que convirtió la península en un infierno para los invasores.
Napoleón reconoció en su exilio:
 “El mayor error que he cometido es la expedición a España. (…) Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades...”.

Marx señala:
Las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo. En cuanto se presentaba la oportunidad de realizar una captura o se meditaba la ejecución de una empresa combinada, surgían los elementos más activos y audaces del pueblo y se incorporaban a las guerrillas. Con la mayor celeridad se abalanzaban sobre su presa o se situaban en orden de batalla, según el objeto de la empresa acometida (...) Había miles de enemigos al acecho aunque no pudiera descubrirse ninguno. No podía mandarse un correo que no fuese capturado, ni enviar víveres que no fueran interceptados. En suma, no era posible realizar un movimiento sin ser observado por un centenar de ojos. Al mismo tiempo no había manera de atacar la raíz de una coalición de esta especie. Los franceses se veían obligados a permanecer constantemente armados contra un enemigo que, aunque huía continuamente, reaparecía siempre y se hallaba en todas partes sin ser realmente visible en ninguna, sirviéndole las montañas de otras tantas cortinas.

III.- Desde un primer momento, la lucha contra el invasor se une al combate contra los abusos de las élites tradicionales y a un proyecto de cambio revolucionario. Presente en la rebelión popular contra las autoridades, y que culmina en la Constitución de 1812 aprobada en Cádiz.

La rebelión, ya extendida a toda la geografía española, forma sus propios órganos de gobierno, destituyendo a las autoridades del Antiguo Régimen que se han plegado al invasor. Las Juntas Provinciales pasan a encabezar y organizar la resistencia. En septiembre de 1808, las Juntas Provinciales se coordinan constituyendo la Junta Central Suprema. Pese a que gran parte de los miembros de estas juntas eran conservadores y partidarios del Antiguo Régimen, la situación provocó la asunción de medidas revolucionarias como la convocatoria de Cortes.
·         Así lo analiza Marx:
“En Valladolid, Cartagena, Granada, Jaén, Sanlúcar, La Carolina, Ciudad Rodrigo, Cádiz y Valencia, los miembros más eminentes de la antigua administración --gobernadores, generales y otros destacados personajes sospechosos de ser agentes de los franceses y un obstáculo para el movimiento nacional-- cayeron víctimas del pueblo enfurecido. En todas partes, las autoridades fueron destituidas. Algunos meses antes del alzamiento, el 19 de marzo de 1808, las revueltas populares de Madrid perseguían la destitución del Choricero (apodo de Godoy) y sus odiosos satélites. Este objetivo fue conseguido ahora en escala nacional y con él la revolución interior era llevada a cabo tal como lo anhelaban las masas, independientemente de la resistencia al intruso.
(…) Pese al predominio en la insurrección española de los elementos nacionales y religiosos, existió en los dos primeros años una muy resuelta tendencia hacia las reformas sociales y políticas, como lo prueban todas las manifestaciones de las juntas provinciales de aquella época, que, aun formadas como lo estaban en su mayoría por las clases privilegiadas, nunca se olvidaban de condenar el antiguo régimen y de prometer reformas radicales. El hecho lo prueban asimismo los manifiestos de la Junta Central. En la primera proclama de ésta a la nación, fechada el 26 de octubre de 1808, se dice:
El dominio ejercido por la voluntad de un solo hombre, siempre caprichoso y casi siempre injusto, se ha prolongado demasiado tiempo; demasiado tiempo se ha abusado de nuestra paciencia, de nuestro legalismo, de nuestra lealtad generosa; por esto ha llegado el momento de llevar a la práctica leyes beneficiosas para todos. Son necesarias las reformas en todos los terrenos.
En el manifiesto fechado en Sevilla el 28 de octubre de 1809, la Junta decía:
Un despotismo degenerado y caduco ha desbrozado el camino a la tiranía francesa. Dejar que el Estado sucumba a consecuencia de los antiguos abusos, constituiría un crimen tan monstruoso como entregarnos a manos de Bonaparte.
(…) lo importante es probar, basándonos en las mismas afirmaciones de las juntas provinciales consignadas ante la Central, el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera insurrección española.
(…)
El hecho de que se reunieran en Cádiz los hombres más progresivos de España se debe a una serie de circunstancias favorables. Al celebrarse las elecciones, el movimiento no había cedido aún, y la propia impopularidad que se había ganado la Junta Central hizo que los electores se orientasen hacia los adversarios de ésta, que pertenecían en gran parte a la minoría revolucionaria de la nación.
(…) Cuando las Cortes trazaron este nuevo plan del Estado español, comprendían, por supuesto, que una Constitución política tan moderna sería completamente incompatible con el antiguo sistema social y por ello dictaron una serie de decretos conducentes a introducir cambios orgánicos en la sociedad civil. Así, por ejemplo, abolieron la Inquisición; suprimieron las jurisdicciones señoriales, con sus privilegios feudales exclusivos, prohibitivos y privativos, a saber, los de caza, pesca, bosques, molinos, etc., exceptuando los adquiridos a título oneroso, por los cuales había de pagarse indemnización. Abolieron los diezmos en toda la monarquía, suspendieron los nombramientos para todas las prebendas eclesiásticas no necesarias para el ejercicio del culto y adoptaron medidas para la supresión de los monasterios y la confiscación de sus bienes.
Las Cortes se proponían transformar las vastas extensiones de tierra yerma, las posesiones reales y los terrenos comunales de España en propiedad privada, vendiendo la mitad para la extinción de la deuda pública, distribuyendo por sorteo una parte, como recompensa patriótica entre los soldados desmovilizados de la guerra de la Independencia, y concediendo otra parte asimismo gratuitamente y por sorteo a los campesinos pobres que quisieran poseer tierra y no pudieran comprarla. Las Cortes revocaron todas las leyes feudales relativas a los contratos agrícolas (...). Establecieron un impuesto progresivo considerable, etc”.

Como Marx dice hay que partir de “el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera insurrección española”.
Se afirma que el levantamiento popular contra la invasión napoleónica defendió banderas reaccionarias, bajo la influencia de la religión y el sometimiento a la corona y las autoridades, pero la realidad es exactamente la contraria.
La ira popular contra las decadentes autoridades del Estado borbónico había estallado en marzo de 1808 en el motín de Aranjuez, contra la corrupta y traidora camarilla de Godoy. Tras la invasión francesa, y la sumisión de todas las autoridades, se convirtió en un movimiento a escala nacional.
Es la quiebra del Antiguo Régimen, todas las autoridades, atadas por su deseo de mantener el orden a toda costa y paralizadas por su temor a la acción del “bajo pueblo” son arrollados por la embestida de los levantamientos populares que exigen desatar y armar inmediatamente una revolución nacional contra el invasor.
El capitán general de Castilla la Vieja decide acceder a las demandas de la causa patriótica al conocer el destino de su colega de Badajoz, arrastrado por las masas al negarse a armarlas y organizar la defensa. En Asturias, las multitudes toman los fusiles del arsenal militar, ocupan la asamblea general de la provincia y el 25 de mayo declaran la guerra a Napoleón. Los violentos motines de Cádiz y Cartagena aconsejan a las autoridades de Sevilla y Murcia no oponerse a las revueltas populares. En Valencia el pueblo, rebelándose, asalta y toma por las armas la ciudadela, y constituye la “Junta Suprema de Gobierno del Reino de Valencia”. En Zaragoza, una multitud exige armas y resistencia patriótica, nombrando a Palafox capitán general revolucionario... En todas partes, los miembros más destacados del viejo régimen caían, uno tras otro, arrollados por el empuje popular. Las viejas autoridades eran destituidas y en su lugar se levantaba un nuevo poder revolucionario.
Mientras la nobleza, el alto clero, las autoridades militares, judiciales y administrativas instaban a someterse al invasor, el pueblo, espontáneamente, desplegaba todas sus energías de resistencia y se organizaba para hacer frente al invasor, barriendo al mismo tiempo todos los obstáculos que encontraba a su paso. Y en primerísimo lugar, las instituciones gubernativas del viejo régimen que quedaron eliminadas a consecuencia de la primera oleada revolucionaria.
·         El impulso de cambio revolucionario presente en la Guerra de la Independencia se manifestará en el diseño, por parte de buena parte de los nuevos poderes surgidos de la rebelión, de profundas reformas sociales y económicas:
Abolición de la Inquisición, supresión de las jurisdicciones señoriales y privilegios feudales excesivos, abolición de los diezmos… Que tendrán su máxima expresión en la Constitución aprobada en 1812 por unas Cortes de Cádiz cercadas por las tropas francesas pero que alumbrarán una de las cartas magnas más avanzadas de la época y que se convertirá en un referente progresista durante todo el siglo XIX.

IV.- Pero el desenlace de la Guerra de la Independencia es la restauración del absolutismo bajo la figura de Fernando VII. La causa de este fracaso revolucionario no está en “la sumisión de un pueblo inculto a la Iglesia y la Corona”, sino en la actuación de los sectores de la burguesía llamados a encabezar el cambio. La Guerra de la Independencia es la primera de las oportunidades perdidas por la burguesía española para encabezar su propia revolución.

·         Continuemos con Marx:
No obstante, si bien es verdad que los campesinos, los habitantes de los pueblos del interior y el numeroso ejército de mendigos, con hábito o sin él, todos ellos profundamente imbuidos de prejuicios religiosos y políticos, formaban la gran mayoría del partido nacional, este partido contaba, por otra parte, con una minoría activa e influyente, para la que el alzamiento popular contra la invasión francesa era la señal de la regeneración política y social de España. Componían esta minoría los habitantes de los puertos, de las ciudades comerciales y parte de las capitales de provincia donde, bajo el reinado de Carlos V, se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales de la sociedad moderna. Les apoyaba la parte más culta de las clases superiores y medias -escritores, médicos, abogados, e incluso clérigos-, para quienes los Pirineos no habían constituido una barrera suficiente frente a la invasión de la filosofía del siglo XVIII. Auténtica declaración de principios de esta fracción es el célebre informe de Jovellanos sobre el mejoramiento de la agricultura y la ley agraria, publicado en 1795 y elaborado por orden del Consejo Real de Castilla. Existían también, en fin, los jóvenes de las clases medias, tales como los estudiantes universitarios, que habían adoptado ardientemente las aspiraciones y los principios de la revolución francesa y que, por un momento, llegaron a esperar que su patria se regeneraría con la ayuda de Francia. (...)
Después de la batalla de Bailén, la revolución llegó a su apogeo, y el sector de la alta nobleza que había aceptado la dinastía a de los Bonaparte o se mantenía prudentemente a la expectativa, se decidió a adherirse a la causa del pueblo; lo cual representó para esta causa una ventaja muy dudosa.
(…) Las juntas mencionadas, cuyos miembros, como ya hemos indicado en el artículo precedente, eran elegidos por regla general atendiendo a la posición que ocupaban en la antigua sociedad y no a su aptitud para crear una nueva, enviaron a su vez a la Junta Central a grandes de España, prelados, títulos de Castilla, ex ministros, altos empleados civiles y militares de elevada graduación, en lugar de los nuevos elementos surgidos de la revolución. Desde sus comienzos, la revolución española fracasó por esforzarse en conservar un carácter legítimo y respetable.
(…)
La Junta Central estaba en las más favorables condiciones para llevar a cabo lo que había proclamado en uno de sus manifiestos a la nación española. «La Providencia ha decidido que en la terrible crisis que atravesamos, no pudierais dar un solo paso hacia la independencia sin que al mismo tiempo no os acercara hacia la libertad». Al comienzo de la actuación de la Junta, los franceses no dominaban ni tan sólo la tercera parte del país. Las antiguas autoridades, o estaban ausentes, o postradas a sus pies, por hallarse en connivencia con el invasor, o se dispersaron a la primera orden suya. No había reforma social conducente a transferir la propiedad y la influencia de la Iglesia y de la aristocracia a la clase media y a los campesinos que no hubiera podido llevarse a cabo alegando la defensa de la patria común. (…) Además, tenía ante sí el ejemplo de la audaz iniciativa a que ya habían sido forzadas ciertas provincias por la presión de las circunstancias. Pero no satisfecha con actuar como un peso muerto sobre la revolución española, la Junta Central laboró realmente en sentido contrarrevolucionario, restableciendo las autoridades antiguas, volviendo a forjar las cadenas que habían sido rotas, sofocando el incendio revolucionario en los sitios en que estallaba, no haciendo nada por su parte e impidiendo que los demás hicieran algo. (…)
Las Cortes se vieron situadas en condiciones diametralmente opuestas. Acorraladas en un punto lejano de la península, separadas durante dos años del núcleo fundamental del reino por el asedio del ejército francés, representaban una España ideal, en tanto que la España real se hallaba ya conquistada o seguía combatiendo. En la época de las Cortes, España se encontró dividida en dos partes. En la isla de León, ideas sin acción; en el resto de España, acción sin ideas. En la época de la Junta Central, al contrario, era preciso que se dieran una debilidad, una incapacidad y una mala voluntad singulares por parte del Gobierno supremo para trazar una línea divisoria entre la guerra de independencia y la revolución española. Por consiguiente, las Cortes fracasaron, no como afirman los autores franceses e ingleses, porque fueran revolucionarias, sino porque sus predecesores habían sido reaccionarios y no habían aprovechado el momento oportuno para la acción revolucionaria.

·         El final de la guerra:
Napoleón negocia con su prisionero en Valencey, Fernando VII para devolverle el trono que le robó. El monarca español, acepta un vergonzoso Tratado de paz, que las Cortes rechazarían, ya en Madrid, el 2 de Febrero de 1814. El 6 de febrero abdica Napoleón en Fontainebleau. Se pacta la suspensión de hostilidades entre Wellington y los franceses Soult y Suchet, en los días 18 y 19 de abril de 1814, obligándose a devolver a España todas las plazas ocupadas.
Las Cortes de Cádiz, que han resistido heroicamente al invasor, y han proclamado la Constitución de 1812 (la Pepa), se disuelven concluida la guerra.
Fernando VII que primero acatará la Constitución de 1812, se apoyará después en los sectores más reaccionarios para restaurar el absolutismo.
·         La Guerra de la Independencia crea unas condicione excepcionales para que la burguesía española pudiera encabezar su propia revolución:
Entrega al invasor de la alta nobleza y el Estado borbónico, rebelión popular, creación de nuevos organismos de poder que hacen retroceder al invasor y destituyen a las principales autoridades del Antiguo Régimen.
La burguesía española podía haber aprovechado la inmejorable oportunidad que se le presentaba para encabezar la revolución en marcha, unir al conjunto de la sociedad ya en abierta rebelión en torno a un programa y organización propios, uniendo a la defensa de la independencia nacional la consecución de transformaciones burguesas.
·         Pero la burguesía española pierde esta oportunidad porque ya manifiesta su temor ante el pueblo revolucionario y su tendencia a aceptar pactos y componendas con la alta nobleza.
En lugar de dotarse, como ha hecho la burguesía cuando ha encabezado una revolución triunfante, de sus propias organizaciones, encuadrando y movilizando a las masas, para llevar bajo su dirección exclusiva el combate al Antiguo Régimen; la burguesía española acepta integrarse en órganos que mantienen demasiados vínculos con el régimen feudal.
En la Junta Central, los delegados provinciales eran grandes de España, prelados, títulos de Castilla… en lugar de nuevos elementos surgidos de la revolución. Algo que conducía inevitablemente a una especie de pacto o acuerdo con esos sectores, cobijados bajo la defensa de la nación, pero cuyos intereses son antagónicos a los de la revolución burguesa. Un antagonismo que se manifestará en la actuación de la Junta Central, más pendiente de sofocar los arrebatos revolucionarios de las Juntas Provinciales que no cesaban de condenar el Antiguo Régimen y prometer reformas radicales, o en Cádiz, al redactar la nueva Constitución, entre los bandos “serviles” y “liberales”.

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