miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Cataluña hacia la independencia?

 
Es imposible negar que este 11-S ha abierto un nuevo escenario en las siempre complejas relaciones entre Cataluña y España. Un nuevo escenario en el que es necesario tener en cuenta distintos factores, históricos y coyunturales, de clase y de masas, de relaciones internas e internacionales.
 
Cientos de miles de personas – "millón y medio" reclamado por los convocantes–, salieron a la calle el 11 de septiembre, en la Diada, tras una pancarta que reivindicaba la constitución de Cataluña como un nuevo Estado. ¿Significa esto que Cataluña camina irreversiblemente hacia la independencia?
Sin duda, la manifestación de Barcelona fue toda una demostración de fuerza del aparato de poder nacionalista constituido en Cataluña en las últimas tres décadas. Y también una expresión viva de que la reivindicación independentista ha empezado a calar entre capas y sectores de la población que hasta ahora se sentían suficientemente cómodos y más identificados con el autonomismo o con el federalismo. Aunque la hondura y consistencia de este nuevo vínculo (si es algo coyuntural o definitivo, si se mantendrá en cualquier circunstancia) es algo aún imposible de dilucidar.

En cualquier caso, por su significación y rotundidad, por el momento y el lugar, por el eco obtenido, es imposible negar que este 11-S catalán ha abierto un nuevo escenario en las siempre complejas y a veces polémicas relaciones entre Cataluña y España. Un nuevo escenario en el que es necesario tener en cuenta distintos factores, históricos y coyunturales, de clase y de masas, de relaciones internas e internacionales.
 
"La Diada fue toda una demostración de fuerza del aparato de poder nacionalista"

Lo primero a tener en cuenta es que no estamos ante una realidad novedosa. Ya es la cuarta o quinta vez en la historia que sectores de la burguesía catalana se involucran en proyectos secesionistas. Lo más destacado (y lo común) de todas esas intentonas es que se producen siempre que España (o la clase dominante española) viven una crisis o una quiebra que amenaza su estatus anterior. Así ocurrió con la secesión catalana de 1640 (cuando la Monarquía hispánica acababa de perder su condición de primera potencia mundial) o en la grave crisis que condujo a la guerra de Sucesión, que acabó con la dinastía de los Austrias (y su protofederalismo) y la llegada de los Borbones. Más recientemente, el nacionalismo catalán moderno (padre putativo del actual) emerge y cobra fuerza con la crisis del 98, tras la derrota española en Cuba y Filipinas. En 1936, nada más conocerse el alzamiento militar contra la República española, Companys proclamó el Estat Català; luego cambió de postura, y combatió, junto al pueblo español, contra el fascismo.

También ahora España vive un momento crítico. De aspirar a ser una potencia media europea (capaz de se seguir, aunque a distancia, la estela de países como Italia o Francia), con cierta capacidad de influencia en el proyecto y la política europea y tener un estatus de prosperidad asegurado, España está ahora mismo en trance de ser un país intervenido, sin soberanía ni influencia, marginado de los centros de poder y crecientemente empobrecido. No es ese, ni mucho menos, el proyecto (y el futuro) que la burguesía catalana había acordado o convenido tácitamente con la oligarquía española ni durante la transición ni tras la integración europea. En este nuevo contexto, no es nada extraño, pues, que reaparezca el proyecto secesionista.

¿Pero, tras este 11-S, ya es claro, nítido, indiscutible que la burguesía catalana opta inequívoca e irreversiblemente por la independencia? En absoluto. Más allá de las consignas y de la grandilocuencia del momento, la "independencia" es ahora mismo más una medida y un instrumento de presión que una verdadera alternativa. Lo que realmente reclama ahora mismo, con urgencia absoluta, el poder nacionalista es el "pacto fiscal", es decir, la soberanía fiscal de Cataluña: seguir manteniendo España como mercado (lo que le genera a Cataluña un superávit comercial anual de 30.000 millones de euros), pero quedándose con todos los impuestos (lo que le evitaría tener que "transferir" entre 10 y 15.000 millones de euros a las arcas públicas del Estado español). De esta forma, al menos de momento, la burguesía catalana podría seguir manteniendo en pie sus actuales estructuras de poder, evitar que su endeudamiento (y, en consecuencia, su dependencia) crezcan hasta límites que pongan en peligro su viabilidad, y limitar en lo posible los duros recortes que podrían acabar alimentando una desafección general hacia el proyecto nacionalista.

"La independencia es ahora mismo más una medida y un instrumento de presión que una verdadera alternativa"

Con un pacto así (que le permitiría conservar sin problemas el mercado español), la burguesía catalana, sin duda, aparcaría de momento la reivindicación independentista; ahora bien, también es cierto que, al obtener la soberanía fiscal, Cataluña habría dado un paso de gigante hacia una independencia efectiva.

En ese caso, un previsible agravamiento de la crisis en España acabaría entonces, a medio plazo, por facilitar la secesión. Y aunque ésta ya no fuera entonces la opción preferida por la alta burguesía catalana, ésta podría verse arrastrada a un conflicto y a una previsible confrontación, cuyo desenlace nadie puede prever, y de la que quizá podría acabar siendo la principal víctima. Jugar con fuego no siempre es gratuito.

Y aún hay un tercer aspecto de la cuestión que no puede ser pasado por alto. Una modificación política en Europa del calado de la que supondría la secesión de Cataluña es impensable que pudiera llevarse a cabo hoy sin el consentimiento y el apoyo de EEUU y sin el compromiso activo de Berlín y/o París y, en definitiva, de Bruselas.

Desintegrar un viejo y gran Estado de Europa (el más viejo, realmente) no es una cuestión baladí. La desintegración de Yugoslavia, un país mucho menos cohesionado que España, provocó cinco guerras. Y aun si hubiera garantías de que todo transcurrirá pacíficamente (como ocurrió con la separación de Chequia y Eslovaquia, en circunstancias muy diferentes), existe el peligro cierto de que la secesión catalana provoque tal alud de demandas similares (Escocia, Córcega, Bretaña, Flandes, la Padania, etc.) que acabaría sumiendo a Europa en el caos.

¿Es esa ahora mismo una perspectiva que seduzca a las grandes burguesías monopolistas de Europa? ¿Es ese ahora mismo el proyecto de Berlín o París, en plena crisis del euro, con la debacle financiera aún encima de la mesa, con la crisis de la deuda aún por controlar? Aunque en un pasado no tan lejano (mediados y finales de los 90) en la era Kohl, y luego en parte con Chirac y Schröder, Berlín sobre todo intentó llevar a cabo el viejo proyecto alemán de "la Europa de los pueblos" y alentó e instigó todo tipo de separatismos, el estallido de la crisis mundial de 2007 ha obligado a cambiar la agenda de prioridades de todos los centros mundiales de poder. Hoy Berlín y París están infinitamente más interesados en cobrar las deudas, imponer disciplina fiscal y asegurarse (por la vía de los rescates) el control efectivo de la economía de los países periféricos, que en suscitar y alimentar conflictos que conduzcan a desestabilizar y fragmentar países, y aumentar el caos y el desorden. Y lo mismo puede decirse de EEUU, sin cuyo consentimiento parece inviable cualquier cambio estratégico en la península ibérica.

Las preguntas que quedan entonces son: ¿Está dispuesta la burguesía catalana a involucrarse en un proyecto de independencia sin contar con sólidos y efectivos respaldos internacionales? ¿Y éstos, le van a permitir que se meta en un juego que a ellos ahora no les interesa?

La burguesía catalana está inmersa en un grave dilema. Romper con España pondría en peligro su principal mercado. Hacerlo además sin aval exterior sería un suicidio. Pero continuar "atada" a una oligarquía española que va a ser degradada de nivel en Europa, y a un país que va a ser intervenido, y convertido prácticamente en una "región del sur", sin soberanía, significará que Cataluña no será sino una mera "comarca" de esa "región" intervenida, o sea, prácticamente nada. La radicalidad de la encrucijada es lo que explica la radicalidad de los planteamientos que se están haciendo.

En este contexto, la única política correcta es la de promover la unidad de todo el pueblo de las nacionalidades de España (incluido, por supuesto, el catalán) contra los planes de Washington y Berlín, y contra la sumisión a esos planes de Rajoy y Mas. Lo que España necesita es Unidad: unidad para vencer las políticas de saqueo, intervención y empobrecimiento. Unidad para salir de la crisis con una alternativa popular. Dividir y fragmentar sólo favorece a los enemigos del pueblo

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