De los príncipes de la Iglesia a los príncipes del dinero
La Antigüedad, con su exaltación del goce de los sentidos es derrotada por la Iglesia
La caída del Imperio Romano de Occidente tras las invasiones de los pueblos bárbaros y la definitiva consolidación del Imperio de Oriente, con centro en Bizancio, como un espacio autónomo, coinciden en el tiempo con la consagración definitiva del cristianismo como religión del Estado y la transformación de la Iglesia en el gran aparato ideológico encargado de asegurar las nuevas relaciones de producción que han empezado a desarrollarse tras el fin del esclavismo.
En el terreno del arte, la caída del Mundo Antiguo supone también una ruptura con las tradiciones y concepciones artísticas vigentes hasta entonces. Sin embargo, aunque la ruptura en cuanto a los contenidos será total y abrupta, las rupturas formales y estéticas necesitarán un largo período de tiempo para cristalizar.
Ello es así porque los nuevos contenidos, que ya expresan en el terreno ideológico la nueva visión cristiana del mundo, seguirán siendo expresados con las formas propias de la filosofía, la poesía y el arte antiguos. Lo que va a conducir a esta etapa artística a una escisión desconocida en el Mundo Antiguo. En éste, las formas se crean y se desarrollan en paralelo a los contenidos. Ahora, sin embargo, la nueva y diferenciada visión espiritual que se ha hecho hegemónica a una velocidad vertiginosa y en paralelo a la descomposición de las estructuras del mundo esclavista, se ve obligada adoptar las formas con las que pensaba y sentía la cultura, más que refinada, de este mundo, completamente madura intelectual y estéticamente.
Una nueva función socialNo son las formas, por tanto, sino la función social del arte lo primero que va a cambiar en la nueva época histórica. Mientras para la Antigüedad, y sobre todo en el último período helenístico, la obra de arte tiene antes que nada un sentido estético, para la Edad Media, casi hasta su final, no existe ningún arte –al igual que ocurre con la ciencia– autónomo o al margen de la fe. Es más, el arte, y en especial la pintura, la escultura y la arquitectura, se convertirá en el más valioso instrumento de difusión de la obra educativa, forjadora de las conciencias, de la Iglesia.
De acuerdo con la concepción imperante durante toda la Alta Edad Medida, el arte en realidad sería una cosa innecesaria o superflua si todos los fieles tuvieran la capacidad de leer y seguir los caminos de la teología y el pensamiento abstracto. Para teólogos, príncipes de la Iglesia y bajo clero el arte es poco más que una concesión hecha a las masas de fieles iletrados, a las que se puede influir fácilmente mediante las representaciones sensibles que ofrece el arte. Muy pocos fieles son capaces de leer los Nuevos Testamentos, pero todos quedan impresionados o extasiados, pero siempre influidos, por las pinturas que muestran la representación de la muerte de Jesús o su resurrección.
La educación moral, la forja de las conciencias según la ideología religiosa, la inculcación de los valores y los dogmas cristianos se convierten así, durante varios siglos, en la función principal del arte, y por lo tanto va a determinar su desarrollo. Por supuesto que durante la Edad Antigua, como vimos en el capítulo precedente, el arte fue también usado como vehículo de propaganda del Estado y los reyes, pero nunca fue reducido a esa única finalidad, mucho menos tuvo el papel didáctico que le dará la Iglesia a partir de ahora
"El románico no es sólo un arte monástico, también aristocrático"
La emancipación de la realidad
Esta nueva situación, que en apariencia parece una regresión frente a la desbordante magnificencia del arte de la Antigüedad Clásica (y que efectivamente los es), introduce sin embargo un nuevo aspecto: por primera vez se lleva a cabo de una forma completa y consecuente, llevada hasta sus últimos extremos, la emancipación del arte respecto a la realidad.
Ya en las primeras y mejores representaciones del nuevo arte religioso paleocristiano encontramos escenas que se desarrollan en un espacio sin profundidad, sin perspectiva, con figuras planas, sin modelar, sin peso ni sombra. Los personajes no guardan ya una relación entre ellos mismos y el espacio físico que los rodea, no están inclinados a la acción, su existencia es tan individual como puramente ideal, son cada vez más inmóviles y sin vida. Irreales pero al mismo tiempo produciendo un efecto cada vez más espiritualizado, solemne, alejados de la vida y lo terrenal.
Para conseguir este efecto, los nuevos artistas reducen la profundidad espacial, usan el dibujo plano y la frontalidad de todas la figuras, practican el principio de economía en el trazo y la simplicidad en el dibujo,… Técnicas ya usadas con anterioridad en el arte, pero que ahora se unen para formar un estilo propio y distintivo.
Si antes aparecían de forma aislada, enfrentándose (y siendo continuamente obligadas a retroceder) con las tendencias naturalistas, ahora sin embargo triunfan como la expresión plástica de una concepción que busca huir del mundo terrenal para alcanzar la perfección en el mundo espiritual. Todo se convierte en formas rígidas, desvitalizadas, frías, casi hieráticas, pero que al mismo tiempo, al renunciar a aspectos esenciales de la corporeidad y el movimiento, buscan expresar la intensidad de la vida espiritual al que los hombres deben aspirar para encontrase con su Dios.
La Antigüedad, con toda su exaltación pagana del goce de los sentidos, ha sido finalmente enterrada por la Iglesia. Y sólo a partir de entonces se iniciará el camino hacia la creación plena de un estilo artístico que pueda desarrollarse al margen de la Antigüedad clásica.
La cima artístico-eclesialDar forma a este nuevo estilo artístico no será sin embargo algo fácil ni que se alcance rápidamente. Las invasiones bárbaras y la declinación del poder de la aristocracia romana en toda la Europa romanizada a lo largo de los siglos VI y VII acaban con los fundamentos creados por el arte paleocristiano. A excepción, claro está, de Bizancio, cuya singularidad respecto a Occidente exigiría un amplio tratamiento diferenciado cuya extensión sobrepasa con mucho los límites de este serial
"La Iglesia se convierte, por así decirlo, en el único cliente de obras de arte
El caos que sucede en todo occidente a la caída del Imperio Romano se extenderá durante siglos también al terreno del arte y la cultura, que queda reducido a su mínima expresión. El debilitamiento, cuando no la desaparición, de las ciudades, el colapso de la economía mercantil, el despoblamiento generalizado y la agrupación en pequeños núcleos rurales,… todo contribuye durante estos siglos a que el arte se vea reducido y limitado. Prácticamente, entre los siglos VII y IX, el arte en Europa Occidental (no así, por supuesto, en la sometida al influjo musulmán como España) queda reducido a poco más que el realizado en las comunidades eclesiásticas, únicos centros de producción donde se realizan obras artísticas y se desarrollan nuevas técnicas para la producción de vidrio, las pinturas al fuego en las vidrieras, las mezcla de colores al óleo, la orfebrería, la fundición del bronce, etc. Los talleres monacales se convierten en las auténticas “escuelas de arte” de la época donde se produce para obispados, abadías y nobles, donde se experimentan nuevas técnicas y se forman las nuevas promociones.
Ni siquiera el fugaz “renacimiento” que se produce durante el reinado de Carlomagno y su corte de Aquisgrán lograrán revertir esta tendencia. Para ello tendrá que triunfar y consolidarse plenamente el nuevo modo de producción feudal, con el asentamiento de la nobleza terrateniente como clase dominante no sujeta ya al poder real para que tome cuerpo el primer estilo artístico propiamente medieval: el románico.
Feudalismo y arte románicoNo es posible entender la naturaleza del arte románico sin precisar que es un arte monástico, sí, pero al mismo tiempo también un arte aristocrático.
Con la consolidación del feudalismo, las más importantes dignidades eclesiásticas pasan a estar reservadas a los miembros de la aristocracia. Abades y obispos no sólo comparten estirpe con las más importantes casas nobles, también, y esto es lo más importante, compartes sus intereses económicos y políticos. Sus propiedades, riquezas y poder provienen del mismo orden social al que debe sus privilegios la nobleza feudal secular. Las órdenes monásticas, cuyos abades poseen inmensas riquezas, legiones de súbditos y de cuyas filas saldrán los más poderosos Papas, los más influyentes consejeros, los príncipes de la Iglesia más temibles para el poder real, mantienen una alianza continua con la nobleza feudal.
Esta nueva nobleza, proveniente de la aristocracia militar de los pueblos arios, se hace a partir del siglo IX cada vez más feudal, se instala en la cumbre social y pasa a poseer efectivamente el poder estatal. De ser una nobleza al servicio del rey, se transforma en una nobleza hereditaria y poderosa. Si en sus orígenes la Corona era hereditaria y el rey escogía a sus consejeros y funcionarios, a los que podía destituir cuando quisiera, ahora las relaciones son a la inversa. La nobleza pasa a ser hereditaria, mientras que los reyes pueden ser destituidos y deben jurar su cargo ante los nobles.
La nobleza feudal se transforma en una clase dominante que reclama para sí todas las prerrogativas del gobierno, el aparato administrativo, la impartición de justicia, todos los puestos importantes del ejército, las dignidades superiores en la jerarquía eclesiástica, adquiriendo así como clase una influencia en el poder del estado como jamás antes había disfrutado ninguna otra clase social.
Al estático espíritu económico y la petrificada estructura social que trae consigo el feudalismo se corresponde también en el arte de la época el dominio de un espíritu estrecho, inmovilista, apegado a los valores reconocidos y alérgico a cualquier tipo de cambio. El mismo principio de inmovilidad que ata la economía y la sociedad feudal, lastra también el desarrollo de nuevas formas de pensamiento y de experiencias artísticas. Configurando así el pesado estilo románico inmune a cualq1uier cambio de estilo a lo largo de dos siglos.
Mar y Engels sobre el arte
El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia
"El objeto de arte crea un público sensible al arte capaz de disfrutar de la belleza "
El objeto de arte –y lo mismo ocurre con cualquier otro producto– crea un público sensible al arte y capaz de disfrutar de la belleza. La producción produce, por lo tanto, no sólo un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto. La producción produce, por lo tanto, el consumo, 1) en cuanto que crea el material para él; 2) en cuanto que determina la forma de consumo; 3) en cuanto que engendra como necesidad en los consumidores los productos creados por primera vez por ella como objetos. La producción produce, por lo tanto, el objeto del consumo, la forma del consumo, el impulso al consumo. Del mismo modo, el consumo produce la disposición del productor, en cuanto que lo solicita en forma de necesidad que da una finalidad a la producción.
¿Por qué la infancia histórica de la humanidad, allí donde se ha desarrollado de la forma más bella, no debería ejercer un encanto eterno, como un estadio que no ha de volver jamás? Hay niños mal educados y niños precoces. Muchos de los pueblos antiguos pertenecen a esta categoría. Los griegos fueron los niños normales. El encanto de su arte no está en contradicción con el estadio de la sociedad no desarrollada sobre el que creció. Es más bien su resultado, y está más bien ligado inseparablemente al hecho de que las condiciones sociales inmaduras, bajo las cuales surgió y únicamente podía surgir, no pueden volver jamás.
Por otra parte, desde el punto de vista subjetivo: el sentido musical del hombre no se despertó más que por la música; la más bella música no tiene ningún sentido para el oído no musical; no es un objeto para él. Es por ello que los sentidos del hombre social son diferentes de los del hombre que vive en sociedad. Sólo por el despliegue objetivo de la riqueza del ser humano, la riqueza de los sentidos humanos subjetivos deviene oído musical, un ojo sensible a la belleza de las formas, en una palabra, devienen los sentidos capaces de goces humanos, sentidos que se confirman como fuerzas humanas esenciales (...), la formación de los cinco sentidos es un trabajo de toda la historia universal hasta nuestros días. El sentido que es presa de la grosera necesidad práctica tiene sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere de hambre no existe la forma humana de la comida, sino únicamente su existencia abstracta de comida; ésta bien podría presentarse en su forma más grosera, y seria imposible decir entonces en qué se distingue esta actividad para alimentarse de la actividad animal para alimentarse. El hombre necesitado, cargado de preocupaciones, no tiene sentido para el más bello espectáculo. El traficante en minerales no ve más que su valor comercial, no su belleza o la naturaleza peculiar del mineral, no tiene sentido mineralógico. La objetivación de la esencia humana, tanto en sentido teórico como en sentido práctico, es, pues, necesaria tanto para hacer humano el sentido del hombre como para crear el sentido humano correspondiente a la riqueza plena de la esencia humana y natural.
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