viernes, 24 de agosto de 2012

¿Endeudados o dependientes?


No es el endeudamiento, sino la excesiva dependencia de nuestro Estado y nuestras elites dirigentes hacia las grandes potencias mundiales, sean Berlín, Bruselas o Washington, lo que nos está condenando a la espiral de crisis, paro y empobrecimiento del 90% de la población que sufrimos.

Que España y los españoles nos hemos endeudado excesivamente en la última década por haber querido vivir “por encima de nuestras posibilidades” es el gran argumento con el que gobierno y medios de comunicación buscan que aceptemos resignadamente la oleada de recortes y ajustes que nos están imponiendo.
Sin embargo, no debemos creerles lo más mínimo. Esta afirmación no contiene ni un gramo de verdad. Ni uno sólo.

No es el excesivo endeudamiento, sino la excesiva dependencia de nuestro Estado y nuestras elites dirigentes hacia las grandes potencias mundiales, llámense Bruselas, Berlín o Washington, lo que nos condena a la espiral de crisis, paro y empobrecimiento del 90% de la población que sufrimos.

Empezando por el principio, lo primero es aclarar quiénes son los propietarios de esa deuda de la que tanto nos hablan. ¿España, los españoles? En absoluto.

Quiénes son los deudores

Del total de la deuda española, esa que según dicen “financió los excesos de los años de bonanza”, el 70% pertenece a un pequeño puñado de bancos y grandes empresas, que la emplearon realmente en financiar su expansión internacional y enriquecer sin medida a sus propietarios, grandes accionistas y altos ejecutivos.

Al estallar la crisis, mientras familias y Estado estaban endeudados por una cifra ligeramente superior al billón de euros, la de bancos, monopolios y grandes empresas (cuyos propietarios reales no suman ni de lejos el 1% de la población española) era de más del doble, por encima de los 2 billones. Sin embargo, los sucesivos rescates del sector bancario (que suman del orden de los 250.000 millones de euros hasta el momento) han transformado una parte de esa deuda bancaria en deuda del Estado y es la principal razón de que la deuda pública se haya duplicado en sólo 4 años.

Este doble proceso de inyección de dinero y avales públicos en los capitales privados de la banca y de transformación de su deuda privada en deuda pública ha tenido el efecto de enmarañarlo y confundirlo todo. Y en el argumento que enarbolan ahora para exigirnos al 90% de la población que carguemos –a través de un sinfín de recortes y ajustes– con el peso de la deuda, mientras quienes se beneficiaron de ella siguen siendo rescatados con cientos de miles de millones, esta vez con fondos europeos, que tendremos que devolver con onerosos intereses todos nosotros.

Sí existen alternativas

Hay quienes, aun reconociendo la veracidad de los datos anteriores, sostienen que el problema al que nos enfrentamos es que esa deuda está ahí y que ahora ya no nos queda otra alternativa que responder de ella, porque en caso contrario no encontraremos a quien quiera seguir prestándonos. Numerosos ejemplos históricos desmienten esta afirmación.

Tras la auténtica catástrofe nacional que supuso el corralito de 2001, el primer gobierno argentino de Kichner impuso en 2004 a sus acreedores una quita de la deuda del 70%. Bajo un argumento demoledor –“o renuncian ustedes a una parte de la deuda o no les pagaremos nada”– y con el auxilio del Brasil de Lula, Argentina consiguió librarse del principal dogal que había asfixiado y saqueado su economía durante más de dos décadas. Y en los siguientes 7 años se ha convertido en el país que más ha crecido de Iberoamérica, con tasas de incremento del PIB del 10% anual, algo que está sólo al alcance de unos pocos países asiáticos.

Más recientemente, Islandia nos ha mostrado otro buen ejemplo de cómo un pueblo, negándose –mediante dos referéndum– a asumir la deuda privada de sus bancos con el exterior, no sólo ha evitado caer en lo peor de la crisis, sino que está creciendo ya a tasas del 3% anual, muy por encima de cualquier otro país europeo


"Claro que hay alternativas, y muchas, al dogal financiero de la deuda exterior"


Pero además, si ampliamos la perspectiva histórica, encontraremos el ejemplo más revelador de todos. ¿Cuál es el país del mundo que más ha eludido el pago de sus deudas en el siglo XX? Por sorprendente que a algunos pueda parecerle, ese país es Alemania.

Ya en 1932, Berlín consiguió de sus acreedores una quita del 98% de la deuda que mantenía como reparación de los daños causados durante la Iª Guerra Mundial. Cuando Hitler subió al poder al año siguiente, desdeñó pagar incluso el 2% restante.

Pero es más, 21 años después, en 1953, 20 países europeos (entre ellos, por cierto, Grecia) renunciaron a cobrarle a Alemania una deuda infinitamente mayor todavía que la anterior, como fruto del pago de las reparaciones por el destrozo material y humano y el saqueo depredador que los nazis hicieron durante la invasión y ocupación de sus países en la IIª Guerra Mundial. En total se calcula que Alemania dejo de pagar en el plazo de 30 años una deuda equivalente al 1.200% de su PIB.

¡Y estos mismos son ahora quienes exigen y apremian con una agresividad insultante a sus deudores para que satisfagan los compromisos de pago con sus bancos!

Claro que hay alternativas, y muchas, al dogal financiero de la deuda exterior con la que las grandes potencias someten y saquean las economías de los países mas intervenidos y controlados. Es sólo una cuestión de voluntad, decisión y fuerza política. Esa es la clave de todo.

La gangrena nacional

Dice Bzrezinski, uno de los más lúcidos estrategas yanquis, que “el sistema global” de hegemonía de EEUU “se basa en una medida importante en el ejercicio indirecto de la influencia sobre elites extranjeras dependientes”.

“Elites extranjeras dependientes”, en este concepto está concentrado el núcleo de todo lo que está ocurriendo ahora mismo en España. No son razones económicas, sino políticas. No es el endeudamiento económico, sino la dependencia política de nuestras elites la que está abriendo las puertas de par en par a la degradación del país y el saqueo del 90% de la población.

"Elites extranjeras dependientes, ahí está concentrado el núcleo de todo lo que pasa hoy en España"


Elites dependientes que empiezan por la misma clase dominante, una oligarquía financiera preñada desde sus orígenes de unos rasgos tales de raquitismo, especulación y parasitismo que la han llevado a echarse históricamente en brazos de los países imperialistas más potentes en cada momento. Una elite tan reaccionaria y antinacional que, por no remitirnos más atrás en el tiempo, se sometió dócilmente a la castración de España, enganchando a nuestro país a la principal maquinaria bélica del hegemonismo yanqui, la OTAN; o que unos años después liquidó o malvendió a las potencias europeas las joyas de la corona del tejido industrial nacional. Y que ahora mismo, como no se cansan de repetir Botín o el presidente del BBVA, pretenden no salir perjudicados con el argumento de que sus bancos y monopolios son cada vez más globales y “menos españoles”.

Elites dependientes que continúan por una clase política infame que ha hecho de su sumisión y entrega a la voluntad y los dictados de Washington y Berlín su única razón de ser. Cuando millones de gargantas les gritan en la calle que “No nos representan”, están diciendo una gran verdad. Pero que se queda a mitad de camino. En efecto, no nos representan al 90%, pero porque representan y defienden los privilegios de una minoría oligárquica y son los encargados de ejecutar los intereses imperialistas sobre nuestro país.

Y podríamos seguir: un stablishment mediático que es poco más que un altavoz de los climas de opinión que al imperialismo le interesa crear para poder aplicar sus mandatos, una alta magistratura judicial que se moviliza rápidamente para detener a unos jornaleros que se llevan unos pocos carritos de la compra, pero permanece impasible mientras altos directivos bancarios se llevan crudos cientos y miles de millones,...

"La clave de todo es construir un amplio y sólido partido de la clase obrera y el pueblo"

Es en la existencia de estas elites dependientes donde hay que buscar la razón de la inaudita agresividad que las potencias extranjeras, Bruselas, Washington o Berlín, se permiten con nosotros. Ellos son quienes, día tras otro, medida tras medida, decreto a decreto nos entregan atados de pies y manos al saqueo de bancos y monopolios nacionales y extranjeros. Ellos son la auténtica gangrena que amenaza al cuerpo nacional.

Librarnos de esta gente se ha empezado a convertir en algo urgente. Acabar con la dependencia y sumisión en que tienen instalado al país, en una necesidad vital.

Y esto no es ninguna entelequia, un deseo bienintencionado pero poco factible. Nosotros somos e 90% de la oblación. Unidos y organizados formamos una fuerza imparable. Pero para ello necesitamos avanzar en paralelo en dos tareas ineludibles.

En primer lugar levantar un frente amplio de unidad contra la intervención exterior, contra sus saqueos y recortes. Un frente amplio que una en un mismo combate, en un único frente de lucha a las millones de personas que ya hoy están reclamando en las calles otro camino y otra alternativa.

Pero en segundo lugar, y esta es la clave de todo, construyendo un amplio y sólido partido de la clase obrera y el pueblo. Un partido que no tenga más horizonte ni compromiso que la defensa intransigente de los intereses del 90%. Un partido que, como el nuestro, Unificación Comunista de España, se atreva con claridad y valentía a poner en el blanco a nuestros verdaderos enemigos y esté dispuesto a dirigir consecuentemente la lucha de nuestro pueblo por conquistar su plena independencia y soberanía nacional. Porque sin ella, nada de lo que deseamos y por lo que hoy luchamos será posible. Y con ella, por el contrario, estaremos en condiciones de desafiar cualquier reto y conseguir un futuro de libertad, progreso y bienestar para todos nosotros.

La debilidad histórica de la oligarquía española
Mientras en Francia, Inglaterra y otros países europeos la burguesía asesta desde finales del siglo XVIII sucesivos golpes al antiguo régimen aristocrático feudal e impone paulatinamente el capitalismo, la burguesía española es incapaz de hacer otro tanto. Extremadamente débil desde sus orígenes e incapaz de acumular suficiente fuerza y organizarse con eficacia para destruir el decrépito régimen autocrático de los Borbones, la burguesía española se muestra a lo largo de todo el siglo XIX, más inclinada a postrarse ante la aristocracia terrateniente la corona y la Iglesia que a combatirlas radicalmente e implantar su propio proyecto revolucionario. Más inclinada a componendas con la reacción monarco-feudal que a apoyarse en la lucha de las masas trabajadoras y el naciente proletariado industrial, dejando de ese modo prácticamente intactas las bases económico-sociales del antiguo régimen (dominio aplastante de las relaciones semi-feudales en el campo, ausencia de un mercado nacional amplio, Estado decrépito e ineficaz, etc.) que trababan precisamente el desarrollo del capitalismo y la expansión de la misma burguesía.

Así, víctima de su propia debilidad, de sus vacilaciones, de su temor al pueblo revolucionario, la burguesía española dejó escapar una tras otra todas sus oportunidades históricas, desde la Guerra de Independencia de 1808-14 hasta el período revolucionario de 1868-73, que culminó con la instauración de la Iª República. Es la aparición del proletariado en este último período como fuerza revolucionaria activa de primera fila, el factor que aceleró la fusión comenzada durante el reinado de Isabel II (1833-1868) de los sectores más reaccionarios de la burguesía (la burguesía terrateniente y la burguesía bancaria) con la aristocracia, contando con la bendición incondicional de la Iglesia y el beneplácito de las potencias imperialistas de la época, en particular de Inglaterra y Francia, que se apoyaban en estos sectores precisamente para impedir el desarrollo de un capitalismo autóctono, y por tanto rival, y para intervenir en los asuntos internos de España adueñándose de la minería, de los transportes y otros sectores productivos.

Con el aplastamiento de la Iª República y la restauración de la Monarquía borbónica de Alfonso XII en 1874, se plasmó definitivamente la renuncia de la alta burguesía española a hacer su propia revolución, el pacto de su sector dominante con la aristocracia terrateniente y su subordinación a las potencias imperialistas más importantes. Esta alianza en el poder dará origen, mediante paulatinos cambios y reajustes, a la oligarquía financiera y terrateniente. De este modo se configura en sus líneas esenciales y se impone un tipo de desarrollo capitalista incapaz de transformar a fondo las estructuras de la vieja sociedad, sometido al control de los países imperialistas más potentes en cada momento; y cuyos rasgos característicos son, desde su origen, el raquitismo, la especulación y el parasitismo. La dictadura de está "Santa Alianza", reaccionaria y antinacional, ha costado al pueblo de las nacionalidades de España incalculables padecimientos y opresión, sumiendo a nuestro país en la pobreza, el atraso y la dependencia exterior.

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