Romper la tela de araña para cambiar el mundo
Dos concepciones antagónicas: el idealismo que difunden las clases dominantes y el materialismo que establece el marxismo. Las consecuencias prácticas de partir de una u otra son gigantescas.
Zapatero nos hizo pagar la crisis subiéndonos los impuestos para sufragar los 350.000 millones de euros del rescate bancario, mientras estamos a punto de llegar a los cinco millones de parados. La ONU acaba de anunciar que, por primera vez en la historia, se va a superar la escandalosa cifra de 1.000 millones de personas que sufrirán hambre en el planeta, mientras las principales burguesías ha dilapidado 18 billones de dólares en "rescatar" de la crisis a los gigantes financieros. Sin embargo, nada de esto ha provocado ningún estallido social. Y la razón principal hay que buscarla en cómo nos mienten y cuánto consiguen engañarnos. A través de un conjunto de ideas, principios y valores que nos conducen a convivir con el insoportable antagonismo que entraña el capitalismo y que la crisis ha sacado a la superficie en toda su virulencia. Hay ideas que contribuyen a cambiar el mundo, y hay ideas que, como planteó Lorca, nos convierten en "un océano de peces encadenados a un punto sin conciencia". Romper esa tela de araña con el objetivo de transformar el mundo. Este ha sido el objetivo de la primera de las escuelas populares del nuevo ciclo dedicado a la ideología, la filosofía y la ciencia del marxismo.
Einstein, que por cierto simpatizaba con el marxismo, decía que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.”
Pues bien, para transformar el mundo de acuerdo a los intereses de los pueblos, debemos empeñarnos primero en desmontar todos los prejuicios que nos hacen participar de la visión del mundo dominante, para poder conocer la verdad de cómo está organizada esta sociedad en la que el 99% de la gente soportamos lo que sólo conviene a un 1%.
Y es Lenin quien nos proporciona la pista fundamental, cuando afirma que “los hombres serán siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”.
¿De dónde proviene nuestra concepción del mundo? ¿Nos caen del cielo? ¿Son innatas en nuestros cerebros? ¿Por qué a cada época histórica corresponde una determinada manera de pensar y no otra? Y, sobre todo, ¿a quién, a qué clase, le interesa que hoy las ideas dominantes sean una pesada losa en nuestra conciencia?
¿Existen los “valores eternos” de “Libertad” o “Justicia”?
“Agora”, la última película de Alejandro Amenábar, nos presenta una visión de la historia movida por un eterno conflicto entre la razón y la fe, representada por el enfrentamiento, en pleno siglo IV, entre Hypatia -la filósofa “custodia” del saber depositado en la Biblioteca de Alejandría- y el cristianismo en ascenso.
¿Pero seguro que este era sólo un enfrentamiento espiritual entre “la razón” y “la fe” transformada en fanatismo? ¿”La razón” de Hypatia no había surgido en el seno de la sociedad esclavista grecorromana y defendía su continuidad? ¿”La fe” destructiva de las masas cristianas, compuestas en su mayoría por antiguos esclavos no era expresión de la furia de clase ante sus antiguos amos?
Las clases dominantes siempre nos han explicado la historia a través de un conjunto de “valores eternos” -que pueden ser Dios en la época feudal, o “la razón” en las sociedades burguesas-, situadas en un mundo ideal fuera de la práctica, ajeno a las condiciones materiales de su dominación. Ocultando así el papel que esas ideas cumplen en la fijación y reproducción de su poder de clase.
No existen “valores eternos” -como la libertad, la justicia, el amor...- presentes en una supuesta “esencia humana” y que han permanecido inalterables a lo largo de los siglos.
No es lo mismo la idea de libertad en el feudalismo -relacionada con el nódulo central de Dios y representada como el sometimiento resignado a la voluntad divina-, que la idea de libertad en el capitalismo -relacionada con el individuo como nódulo de la ideología burguesa , y representada como la “libertad del hombre por encima de todas las cosas” , pero sólo dentro un pequeño círculo individual-, que la idea de libertad para la ideología comunista -la libertad para decidir sobre el destino individual y colectivo-.
Estas son las concepciones idealistas sobre el origen y el papel de nuestras ideas, que Marx tuvo que combatir para construir el marxismo. Y en ese combate levantó una concepción materialista de la historia, donde “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina la conciencia”.
Las ideas no tienen su origen en un mundo ideal separado de la práctica, sea este la caverna de Platón, el Dios de San Agustín o la Razón de la Ilustración. Todas las ideas, sin excepción, proceden de la práctica, de la práctica social.
¿Y cuál es la práctica básica? La producción de los bienes necesarios para la supervivencia es el primer hecho histórico. Porque el hombre no “sobrevive” como los animales. Es capaz de transformar la naturaleza en bienes de uso y consumo, utilizando instrumentos de trabajo que son progresivamente desarrollados.
No es posible explicarse, no ya el curso de la historia, sino la misma gestación de la humanidad, al margen de la producción de la vida material.
Porque al transformar la naturaleza en bienes de uso y consumo, los hombres establecen inevitablemente un determinado “modo de cooperación”, entablan unas determinadas “relaciones de producción”. No puede ser jamás un fenómeno individual. Y esas relaciones materiales en la esfera de la producción “forman la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
Son dos formas antagónicas de concebir la historia, de explicarnos nuestra práctica y nuestra conciencia: el idealismo que difunden las clases dominantes y el materialismo que establece el marxismo.
Las consecuencias prácticas para la vida de millones de personas de partir de una u otra posición son gigantescas.
Todas las ideas tienen un sello de clase
En el texto que reproducimos en estas páginas, Lenin afirma que “en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social “imparcial”. De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud”.
Esta es la posición y el punto de vista, el de las clases y la lucha de clases, que debemos adoptar ante las ideas.
¿Puede existir alguna idea, aunque fuera sólo una, que permanezca al margen de la lucha de clases, de la división antagónica entre burguesía y proletariado?
Algunos objetan que existen “principios elevados” como los de Libertad, Justicia... que son buenos o malos en sí mismo y sirven tanto para la burguesía como para el proletariado.
¿Pero existe la Justicia con mayúsculas, al margen de la realidad material de los hombres? Para la ideología feudal, lo justo era la voluntad de Dios, ante la cual los hombres debían agachar la cabeza. Para la ideología burguesa, la justicia se valora en función de los intereses individuales de cada uno. Y para la ideología proletaria hay que tomar posición por lo que es justo para la gran mayoría de los explotados y oprimidos, independientemente de las consecuencias que eso le suponga a uno.
Son tres conceptos de justicia antagónicos... porque tienen tres sellos de clase diferentes.
Otros afirman que existen ideas individuales, que el hombre tiene un pequeño rincón interior donde es dueño y soberano. Las ideas relacionadas con los sentimientos, la parte más íntima del individuo, serían un claro ejemplo.
El hombre siente amor, pero sólo puede concebirlo, sentirlo y expresarlo a través de una determinada concepción ideológica del mundo.
Y podemos comprobar como la forma de sentir el amor ha variado drásticamente a lo largo de la historia.
En las sociedades de comunismo primitivo -donde las relaciones de producción eran de colaboración y apoyo mutuo y no de explotación, y no existía propiedad privada sobre los medios de producción- no había lugar para los celos o para relaciones determinadas por la posesión. En el mundo greco-romano, las relaciones esclavistas se reproducían en el seno de la familia. La mujer vivía bajo la autoridad del pater familias, y era imposible una relación de cariño cuando la esposa era considerado sólo un pequeño peldaño por encima del esclavo. En la Edad Media, las relaciones del “amor cortés” eran una transposición al terreno sentimental de las relaciones de vasallaje. Para la burguesía, el amor se somete al frío interés personal o a la férrea propiedad -hasta el punto de llegar a matar bajo la premisa de que “si no es mía que no sea de nadie”-. Y, desde la ideología proletaria, es posible establecer otro tipo de relaciones personales, no sometidas al dominio ni la posesión, donde sólo puede existir libertad individual si cada miembro de la pareja es dueño y soberano del destino colectivo.
Cada individuo existe y se representa el mundo como miembro de una clase. No existe “un pequeño rincón personal” al margen de la realidad social, al margen de las clases y la lucha de clases.
En una sociedad de clases las ideas están recorridas por una aguda lucha de clases. Todas las ideas, sin excepción, tienen un sello de clase.
No existe una sola idea neutra, que pueda servir indistintamente a la burguesía y al proletariado, que no se sitúe radicalmente en el campo burgués o en el campo proletario.
Sólo existen dos destinos, el burgués y el proletario, justificar y reproducir la explotación o combatirla resueltamente. Y cada idea y posición sirve a uno de los dos campos, tiene un sello de clase.
Tal y como plantea Marx “las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación”.
La ideología burguesa, el individualismo, son pues las ideas de la dominación de clase de la burguesía, que tienen su base en las relaciones capitalistas de producción, pero que a su vez las fijan y reproducen, reproducen al burgués como burgués y al obrero como obrero.
El valor del marxismo
Ante la exacerbación de los desmanes del capitalismo durante la crisis, desde las filas de la izquierda sólo se nos proponen medidas que “pongan coto al capitalismo más salvaje”. O sea, lo mismo que querer curar un cáncer con aspirinas.
Ni los esclavos ni los siervos pudieron llevar su furia de clase más allá de las luchas y rebeliones para oponerse a los excesos y desmanes e intentar mejorar sus condiciones de vida. El proletariado es la primera clase explotada que ha estado en condición de “tomar el cielo por asalto”, poniendo con ello el mundo patas arriba, “cambiándolo de base”, y abriendo para la humanidad el horizonte de una sociedad sin explotación ni opresión.
Y en consonancia con esto, se reduce el marxismo a “una más de las corrientes emancipadoras que han permitido transformar la sociedad”, o se le considera tan sólo como un simple método de análisis del que se puede coger una parte y despreciar otra.
Y ha podido hacerlo porque disponía de la teoría marxista. La ciencia del marxismo, el materialismo histórico, desvela con exactitud y verdad las entrañas del capitalismo. Pone al descubierto la explotación capitalista -la apropiación de la plusvalía generada por la fuerza de trabajo-, saca a la luz como “venerables instituciones”, presentadas como defensoras del interés común, como el Estado, son en realidad aparatos de dominación de la burguesía.
El marxismo pone ante nuestros ojos el antagonismo de clase enmascarado por la tela de araña de las ideas dominantes, toma posición por los explotados y oprimidos y afirma orgullosamente su carácter de clase.
La posición y el punto de vista -el de las clases y la lucha de clases- que el marxismo nos proporciona, nos permite, como afirmaba Lenin, “no ser víctimas necias del engaño propio y ajeno”, aprendiendo a preguntarse ante cada idea a qué clase sirve, y que destino defiende, si acabar con la explotación y reproducirla.
La práctica de la crítica y la autocrítica es la herramienta que permite desvelar la huella de clase detrás de cada idea, proclama política... y diferenciar, en el transcurso de ella, las ideas burguesas de las proletarias, destruyendo la concepción burguesa dominante y extendiendo las ideas proletarias, para que “éstas ideas correctas características de la clase avanzada se conviertan, una vez dominadas por las masas, en una fuerza material para transformar la sociedad”.
Por eso Lenin planea que “sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo”.
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