miércoles, 15 de agosto de 2012

Vivo en un país PIGS



Vivo en un país PIGS









Vivo en un país PIGS, según la reveladora denominación adoptada por quienes, crupieres del tapete neoliberal antikeynesiano, propiciaron la crisis internacional y ahora exigen que otros paguemos el desplome a cambio de la entrega del secuestrado Estado del bienestar, al que los españoles nunca terminamos de llegar del todo. Vivo en un país bajo amenaza de los “mercados”. Y también en un continente camino a la ruina y ciertamente irreconocible por lo que a la izquierda se refiere.
¿Dónde está intelectualmente la Internacional Socialista en esta mala hora? Lamentablemente, puede que ya sólo nos quede esperar reacciones ciudadanas como la de los prestigiosos pensadores franceses que, encabezados por Askenazi y Orléan, han suscrito el manifiesto de los “Economistas Aterrados”. En ese texto abordan la fenomenología de la crisis y sus posibles soluciones, más allá de la tierra quemada impuesta al toque de queda de una Alemania obsesionada por sus fantasmas inflacionistas y del FMI, discípulo dogmático y obsequioso de teorías que confundieron la oferta y demanda de bienes productivos con el comportamiento –alcista hasta la inevitable burbuja– de los “improductivos” productos financiero-especulativos.

Pero, por si no bastase, vivo en un país anómalo que hostiga la sepultada memoria histórica de los demócratas republicanos y celebra, en muchos de sus medios de comunicación obsesionados hasta el delirio contra el acosado presidente Zapatero, un peligroso revisionismo alentado por los pseudohistoriadores y neopropagandistas del franquismo sociológico en la línea del Faurisson negacionista de la Shoah –tan aplaudido por ciertas webs islamistas– o del Nolte empeñado en exculpar al nazismo, “desideologizándolo” y expurgándolo de cuanto no fuese su “empeño antibolchevique”. Revisionismo posnazi y poscolaboracionista que ya trató de emponzoñar las universidades de los países liberados de la ocupación hitleriana, como demostró Pierre Vidal-Naquet, espléndido helenista francés de origen judío sefardí cuyos padres perecieron en las cámaras de gas de Auschwitz, en su ensayo Los asesinos de la memoria. Crisis económica mediante, los revisionistas hispánicos de recapitulado orden nuevo aducen que “no es el momento” de reivindicar cierta memoria histórica. Aseguran que seguir abriendo las fosas de los 130.000 civiles y defensores de la democracia y la legalidad republicanas asesinados en cunetas, tapias y prados le sale muy “caro” al país del ladrillo antes a precio de oro…
Un país anómalo, donde los no tan añejos e impunes crímenes contra la humanidad del franquismo son obviados de la enseñanza secundaria (Las fosas de Franco, de Emilio Silva y Santiago Macías, cofundadores de la valiente Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, ARMH, debiera ser materia aconsejada de estudio) y al juez Garzón se le inhabilita y encausa por haber pretendido investigarlos.

Un país donde en ciertas autonomías, como el Madrid de Esperanza Aguirre y antes de Joaquín Leguina –el ahora peculiar “socialista” dado a atacar a Zapatero en las televisadas mesas “camillas” de Curri Valenzuela–, se contrata a gentes como Pío Moa para que, con los impuestos de todos, adoctrinen, en neofascistas cursos de “capacitación”, a profesores sobre una guerra civil ganada por genocidas nacionalcatólicos con el apoyo de Hitler y Mussolini al ritmo del avance de la feroz guardia mora…

En este anómalo país, que no supo de rupturas y sí de rancios pactos de silenciosa Transición alcanzados bajo ruido de sables, descubrimos, tarde como siempre, que aquí los ogros tienen final feliz y vida larga. Supimos hace poco, gracias a Ricard Vinyes, Montse Armengou, Ricard Belis y Francisco González Tena, de esos 30.000 “niños perdidos” del franquismo, robados a sus madres fusiladas o presas, secuestrados en el exilio por el Servicio Exterior de Falange, de identidades, memoria y filiación cambiados, a partir del 41, en el “cuarto oscuro” del tenebroso Auxilio Social. Ahora, gracias a la ARMH y a la demanda de la Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares (ANADIR), sabemos que el proceso de robo y tráfico de neonatos continuó hasta nuestra ensalzada Transición, cuya amnésica Ley de Amnistía y punto final permitió que en democracia se condecorase al torturador Conesa (que le cuenten, y no vía engolado serial televisivo, lo modélico del proceso a familiares y amigos de los abogados de Atocha, de Carlos González, de Mari Luz Nájera, de tantos otros). Primero, y por eugenésica recomendación del siniestro psiquiatra Vallejo-Nájera, educado en su admirada Alemania nazi, le robaron los hijos a las “rojas”… Después se los arrebataron a mujeres socialmente indefensas, por dinero. Médicos, religiosos y funcionarios del régimen anterior fingieron ante parejas destrozadas muertes que no eran tales y se lucraron hasta la Movida con la venta de miles de bebés a familias buenas y de orden.
Supongo que en el país de ex presidentes a soldada de empresas energéticas en plena crisis, y donde Gabilondo y Calleja son sustituidos por ágrafas hermandades de la alienación sin pausa, se olvidará pronto a nuestros desaparecidos de cuneta y cuna, “casos” a los que enterrar sin nombre ni historia en la fosa común del revisionismo y su “cuéntame” mentiroso del desarrollismo feliz donde el olvido sienta estómagos agradecidos a su banquete final de perdices.

Juana Salabert es escritora

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